Estados Unidos, la principal potencia imperialista mundial, viene padeciendo con progresiva severidad manifestaciones de su inevitable decadencia. Las intervenciones y ocupaciones militares, la imposición de las políticas de libre comercio para hacerse con los mercados de otras naciones, el saqueo de los recursos naturales y el trabajo de los países bajo su dominio, la descomunal acumulación y concentración de capital en unos cuantos bancos y multinacionales y la imposición del dólar como la moneda referente, han traído consigo la agudización de contradicciones con naciones y pueblos y con ello las resistencias y desgastes que socavan su dominio.
La recién iniciada crisis, que los expertos auguran larga, es resultado de las incursiones expoliadoras del capital financiero internacional que estimulado por la política de globalización, entró en el frenesí de las actividades especulativas y de usura en irreconciliable contradicción con el trabajo y el denominado sector real de la economía. La masa de capital financiero alcanzó tal desproporción frente a la producción mundial de mercancías y servicios, y al mismo comercio internacional, que ha provocado una de las mayores crisis del capitalismo en su fase monopolista y la de mayor extensión en el planeta, como resultante del predominio mundial de la superpotencia gringa. Tras años de imposición de la política de libre flujo de capitales y mercancías, conocida como globalización, las naciones débiles perdieron su soberanía económica a manos de las potencias dominantes y ahora sufrirán con rigor las consecuencias de las medidas con las que los gobiernos de esas potencias auxilian sus monopolios afectados por el descalabro financiero.
En términos de Francisco Mosquera: “A la par con la acumulación capitalista ocurren el auge constante y acelerado de la producción, la relegación del operario por la máquina y el descenso de la cuota de ganancia, fenómenos que se traducen en crisis periódicas que obligan al capitalismo a suspender drásticamente su carrera, la que reinicia de nuevo, sólo después de que haya eliminado buena cantidad de sus fuerzas productivas con la quiebra de las empresas y el despido de los obreros”. La crisis económica cae como una avalancha sobre todo el mundo y las medidas con las que gobiernos y multinacionales intentan sobreaguar, están dirigidas a aumentar la expoliación sobre las naciones y pueblos bajo su dominación, a la vez que se tornan más agudas las disputas inter imperialistas.
En este contexto se produce el recambio en la Casa Blanca, que como lo señalara anticipadamente Héctor Valencia, está dirigido a concretar las medidas necesarias para lograr mantener el dominio mundial, con un gobierno de “unificación nacional” que invoca los valores históricos de la sociedad estadounidense para apaciguar el descontento social y ganar acompañamiento en la búsqueda de salidas de sus inmensas dificultades.
En su discurso de posesión, y en posteriores pronunciamientos, el presidente Barack Obama reconoce la gravedad de la situación: economía debilitada, pérdida de viviendas y empleos (en enero 31 de 2009 el desempleo estaba en 7,6%), cierre de empresas, salud cara (cincuenta millones de estadounidenses carecen de asistencia médica y veinticinco millones tienen seguro médico limitado), baja cobertura y deficiente calidad de la educación, dependencia de energéticos y uso irracional de los mismos (importa el 65% del crudo que consume). En sus propias palabras: “La pérdida de confianza en nuestro país, y lo más sintomático: un temor persistente de que el declive de Estados Unidos es inevitable”. Para motivar el apoyo a sus planes de rescate proclama la necesidad de reasumir el liderazgo mundial, ser la nación más próspera y poderosa de la Tierra y ser los guardianes del orden mundial, pero no dice cuál es el precio para el resto de naciones y pueblos, no aclara que es a costa del bienestar de la inmensa mayoría de los habitantes del planeta. Dominar el mundo con la carta de los derechos humanos en la mano, pero dominarlo.
Al examinar con detenimiento cada una de las medidas y los nombramientos de los ejecutores de estas, queda al desnudo en menos tiempo del esperado la verdadera naturaleza del gobierno unificador. Disposiciones como el cierre de la cárcel de Guantánamo, la prohibición de la tortura en los procedimientos policivos, su diplomacia agresiva, y el anuncio de retirar las tropas de Iraq pero trasladándolas a Afganistán, no son otra cosa que la envoltura del plan de salvamento para el capital financiero y las multinacionales de su predilección, con dineros de los contribuyentes, en mayor detrimento de la angustiosa situación de los verdaderos afectados por la depresión económica.
En tal situación, es bueno examinar cuán blindada está Colombia para afrontar las repercusiones de la crisis mundial en nuestra economía, según lo han afirmado Álvaro Uribe y voceros de los gremios económicos. El país viene ya de por sí padeciendo un severo resentimiento económico como consecuencia de la aplicación a raja tabla del recetario neoliberal en los seis años del gobierno uribista; el saqueo de los recursos naturales estratégicos por parte de las multinacionales; la desnacionalización de empresas insignias del sector productivo; la privatización de los servicios públicos domiciliarios, la salud y la educación; la pérdida de la soberanía alimentaria y la quiebra de la producción agraria; el crecimiento del desempleo y la informalidad, el recorte de los derechos laborales y las libertades sindicales; la caída en el valor de las exportaciones; el aumento desmesurado de la deuda externa y pública, entre otros. La falacia sobre el blindaje de nuestra economía fue visible al instante por los resultados que arrojan los balances del año 2008: la industria decreció en 3.1%, la inflación superó en 2.76 puntos la meta del gobierno, en el mes de noviembre las exportaciones cayeron 27.2% y el Ministerio de Hacienda calcula en 600 mil los puestos de trabajo perdidos. No existe cuantificación de la disminución de la Inversión Directa Extranjera por la cancelación de proyectos de gran minería y petróleo.
Según la opinión de distintos analistas, la crisis económica de Estados Unidos, nuestro principal socio comercial, la caída en los precios de las materias primas, las dificultades que sobrevendrán en las exportaciones a Venezuela y Ecuador de mercancías con valor agregado, la disminución de remesas de los colombianos que laboran en el exterior y el disparo del precio internacional de los componentes de nuestra dieta básica, presagian un año de recesión y dificultades para la economía.
Tal es el panorama económico que rodea la etapa final del segundo mandato de Álvaro Uribe, que desnuda su caracterizado servilismo para con las multinacionales y los grupos económicos criollos, y demuestra que no es cierto que el crecimiento económico en los años anteriores pueda ser atribuible a la “seguridad democrática”. Pero no menos azarosas son sus dificultades políticas: los escabrosos contubernios de los políticos uribistas con el paramilitarismo y el narcotráfico, la yidispolítica, los mal llamados falsos positivos, crímenes cometidos por miembros del Ejército, penden sobre los involucrados como una espada de Damocles; el referendo reeleccionista está salpicado de dolo y corrupción y bastante traspapelado en su trámite; los partidos de la coalición uribista soportan serias divisiones, como resultado de la disputa por la sucesión; las censuras y objeciones de gobiernos y organismos internacionales al tratamiento por parte del Estado a temas como los derechos humanos, los derechos laborales y las libertades sindicales, le traen serios contratiempos en las relaciones diplomáticas y comerciales; el fracaso de la política de erradicación de cultivos ilícitos y del combate al narcotráfico y la negación por parte del Congreso de Estados Unidos a la aprobación del TLC, son claras manifestaciones del inevitable derrumbe del gobierno de la “seguridad inversionista”.
Las circunstancias son propicias para convocar a la más amplia convergencia en torno a una propuesta alternativa, de contenido democrático y progresista, que pueda sacar a Colombia del atolladero al que ha sido empujada por la dominación de Estados Unidos y el lacayismo de la oligarquía intermediaria. Esa propuesta es la del Polo Democrático Alternativo, que recoge en su Ideario de Unidad soluciones de raíz para los problemas que agobian a la nación y plantea el establecimiento de un gobierno en alianza con todos los demócratas que quieran aportar al ejercicio de nuestra soberanía y al restablecimiento de la democracia. Concretar esas alianzas y definir una táctica electoral adecuada, son asuntos de sumo cuidado, toda vez que su principal capital político es la seriedad de sus propuestas y la consecuencia de sus dirigentes y activistas en el ejercicio de la oposición radical a Álvaro Uribe y sus políticas, asunto que ha despertado gran simpatía y esperanza en la población. Con el gobierno entrado en desgate, sus filas en dispersión y el Partido Liberal sin propuesta convincente, al Polo le corresponde ocupar su sitial indiscutible de oposición real y consecuente y proponer un programa de gobierno de izquierda democrática y un candidato salido de sus filas para las elecciones presidenciales de mayo de 2010.
La esclarecida militancia polista no escuchará los cantos de sirena de los resucitados ejecutores del neoliberalismo, servidores acuciosos de los intereses del capital financiero y las multinacionales, que ahora posan de oposición, cuando en reiterados episodios acompañaron buena parte de las ejecutorias del gobierno y aplauden la seguridad democrática, los tratados de libre comercio, la inversión extranjera dirigida a la desnacionalización de empresas y privatización de recursos y servicios; mientras expresan de mil maneras no ser antiuribistas. Y llaman al Polo a alinearse en el “centro”, para mantener el statu quo, y a que participe en una consulta interpartidista que escoja candidato presidencial. A lo cual ha respondido con gran acierto el senador del MOIR, Jorge Enrique Robledo: “Es una táctica autodestructiva”. Es frustrar a los millones de colombianos que ven en el programa del PDA su redención, y una organización política capaz de encabezar la cruzada por reversar la apertura económica y las privatizaciones y recobrar la soberanía nacional. Esa tactica sería convertir al PDA en vagón de cola del maltrecho Partido Liberal, parafraseando la infame frase con la que el senador Gustavo Petro acusa a la Dirección del Polo de ambigüedad frente a las actuaciones de las FARC.
Sobre la reiterada difamación de Petro, de supuestas ambigüedades en la posición del Polo sobre las FARC, es necesario reafirmar que el Ideario de Unidad precisa con gran acierto lo que desde nuestra fundación como organización política, y más recientemente en la conformación de Alternativa Democrática y del Polo Democrático Alternativo, ha acompañado las definiciones tácticas del MOIR: la condena de las acciones insurreccionales y la lucha armada por estar claramente contrapuestas a las necesidades, anhelos, estado de conciencia de la sociedad y a la línea de organización y movilización de masas. Nadie puede endilgarnos inconsecuencias al respecto. El PDA y su política son la negación de esa táctica y sus degradaciones. Las campañas calumniosas agenciadas desde la Embajada gringa, el uribismo y la gran prensa, al calificar al Polo de contemporizador con las guerrillas, desconocen mañosamente los numerosos pronunciamientos del Partido, de su presidente y de su Dirección Nacional sobre el tema. Los métodos difamatorios son propios del autoritarismo imperante, que pretende que repitamos las consignas de la “seguridad democrática” y de la política antiterrorista de Estados Unidos, como única prueba, según ellos, de que desechamos tan nefastos procederes.
Las banderas amarillas del Polo ondearán airosas por todos los rincones de la patria, cuando al término del II Congreso se reafirme su orientación de izquierda democrática y la firme decisión de adelantar la campaña electoral de 2010 con candidato propio, aglutinando a todos los colombianos que ansían, “sin sectarismo pero sin ambigüedades”, como lo pide el presidente del Polo, Carlos Gaviria, recobrar la soberanía y la democracia. El campo está abierto y es prometedor, siempre y cuando descartemos caminos ya trillados y estemos dispuestos a desbrozar nuevos senderos.