EL GOBIERNO REPITE LA DOSIS

(Las medidas de la emergencia económica no se tomaron para contrarrestar la crisis producida por la apertura, sino para cumplir los dictámenes imperiales del Fondo Monetario Internacional)

Por Abel Colorado

El 13 de enero, cuando apenas se normalizaban las actividades después de la temporada de diciembre, el gobierno sorprendió al país al declarar la emergencia económica, haciendo uso del artículo 215 de la Constitución.

La sorpresa se debió a que durante el último trimestre del año pasado el presidente y su ministro de Hacienda se habían dedicado a hacerles creer a los colombianos que 1997 sería el año de la recuperación económica, pues ya estaban sentadas bases sólidas para la reactivación. El Congreso había autorizado en diciembre el último de los recortes en el gasto, por la no despreciable suma de un billón de pesos. De esta forma, según el gobierno, a los nubarrones se los llevaban los vientos de la recuperación y la estabilidad macroeconómica.

Pero la realidad era otra, muy distante de las falsas ilusiones gubernamentales. Desde comienzos del año pasado podía apreciarse el agravamiento de la crisis. Durante todo el año, los indicadores económicos anunciaban una profunda recesión.

La producción del principal renglón de exportación del país, el café, continuó decreciendo a lo largo del año 96 como lo ha venido haciendo desde la eliminación en 1989 de los acuerdos internacionales y a consecuencia también de la política cambiaria de la apertura con la cual los productores han visto disminuir sus ingresos y amenazada la existencia de sus empresas. El panorama del resto del agro es de ruina y desolación, mientras siguen invadiendo al país todo tipo de productos del sector; ya en 1995 habían entrado cuatro millones de toneladas de alimentos. La industria manufacturera decrece con la quiebra y el cierre de numerosos establecimientos, también a causa de la competencia de productos importados. La industria de la construcción continuaba su tendencia decreciente, iniciada desde finales de 1994.

La débil actividad económica y la pérdida de la capacidad de compra de los colombianos, como resultado de la disminución de los salarios reales de los trabajadores, ocasionó una disminución sin precedentes en la demanda interna; las ventas y las mismas importaciones de bienes de consumo cayeron. La demanda interna, que en 1994 y 1995 había crecido por encima de 10% y de 7%, respectivamente, sólo creció 1.6% en 1996. La tasa de crecimiento de la producción de bienes de consumo pasó de crecer 16.9% en 1995 a decrecer 25.1 % en 1996.

Sin embargo, a pesar de la caída de importaciones, un gigantesco boquete siguió creciendo en el intercambio de bienes y servicios. Las exportaciones tradicionales y no tradicionales disminuyeron significativamente su ritmo de crecimiento, a causa de la caída de las exportaciones de café, las cuales entre enero y septiembre se redujeron 16%. Debido al mayor pago de intereses de la deuda externa pública y privada, la cual ha continuado su ascenso, y a la remisión de utilidades de la inversión extranjera, el déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos llega a 5.4% del Producto Interno Bruto.

Se reactivó la subasta del patrimonio público para obtener ingresos utilizables en el corto plazo. En diciembre entraron 1.600 millones de dólares por la venta de las empresas del sector eléctrico a precios de gallina flaca.

La apertura y las políticas neoliberales han cumplido su cometido de golpear a muerte el aparato productivo. La continuidad de estas políticas se encargaba, por lo demás, de impedir cualquier intento de recuperación: las altas tasas de interés, la revaluación, las restricciones del gasto público, los salarios por debajo de la inflación, alejaban aún más las posibilidades de un mayor crecimiento de la economía, el cual se encuentra por debajo de los promedios históricos. En 1996 la economía colombiana sólo creció 3%.

No había la menor posibilidad de reactivar la economía y reorientar el país por la senda del progreso.

Con frecuencia llegan cartas
El permanente monitoreo al estado de la economía y la intervención en los asuntos internos del país por parte del Fondo Monetario Internacional asumió la forma de una carta dirigida al gerente del Banco de la República. Y aunque éste le restó importancia, considerándola «carta personal de un amigo que conozco desde hace más de quince años», en ella se encontraban, igual que en los informes recibidos a principios y mediados del año, las «recomendaciones» para realizar mayores ajustes a las finanzas públicas (menos gasto y más impuestos) en busca de un presupuesto gubernamental equilibrado, tal como lo expresa el dogma de la ortodoxia neoliberal.

Dentro de las preocupaciones del Fondo, por supuesto que no se encontraba la recesión de la economía. Eso sería como reconocer su autoría en la ruina de una nación a causa de las políticas que desde él se han impuesto.

En el año nuevo, el gobierno nos dio más de lo viejo y en enero, asustado ante la imposibilidad de cumplirle al FMI, decretó la emergencia económica aduciendo que el déficit fiscal y la revaluación de la moneda afectaban la estabilidad macroeconómica.

El déficit, ocasionado por la disminución de impuestos a las importaciones, fruto de la apertura económica; por el pago del servicio de la deuda externa cuyos desembolsos superan la cuarta parte del Presupuesto General de la Nación: por la disminución de los ingresos provenientes del sector productivo como causa de la recesión producida por la apertura, ya que en 1996 dejaron de entrar 800 mil millones de pesos; por el aumento del gasto por cuenta del funcionamiento de las nuevas instituciones derivadas de la Constitución de 1991 y por los ingresos dejados de recibir a causa de la política de entregar al sector privado la prestación de servicios rentables como la telefonía celular. Sin embargo, es bueno señalar que el déficit en Colombia se encuentra muy por debajo del de muchos países industrializados.

Para la ortodoxia neoliberal, por el contrario, el déficit es ocasionado por el desmedido gasto público, lo que los lleva a clamar por más apretones que deberán pagar la población y la actividad económica. Aquí, igualmente debemos recordar que el gasto público es en realidad exiguo frente a las necesidades nacionales.

Sobre el otro argumento utilizado por el gobierno, la revaluación, es necesario anotar que ésta tiene sus raíces en la misma apertura económica. Ante los requerimientos del capital internacional, la liberación comercial en Colombia se hizo acompañada de la liberación de la cuenta de capitales. Sin los controles del derogado estatuto cambiario y con la política monetarista al orden del día los resultados sobre la tasa de cambio saltan a la vista.

Pero las medidas de la emergencia económica no se tomaron para cambiar de rumbo, para contrarrestar la crisis producida por la apertura. Se tomaron para cumplir los dictámenes imperiales y hacer más de lo mismo.

Después de la alharaca inicial, motivada para conmover a la opinión pública y lograr un ambiente propicio al pírrico 13% ponderado ofrecido para los incrementos salariales cuando la inflación se les había trepado al 21.6%, se aumentaron impuestos de redujeron algunas exenciones y se le dio tijera al gasto gubernamental. Los grandes problemas ocasionados por el endeudamiento externo, la liberación económica, las privatizaciones y la política monetaria no fueron resueltos. La sola sobretasa de 6% al endeudamiento externo, considerada como un freno a las importaciones, resulta tímida, tardía y demagógica frente al grado de profundización de la apertura.

La estrategia de la emergencia es continuar con ese monetarismo de corto plazo que después de muchos años de aplicación ha demostrado su incapacidad de disminuir la inflación, mientras que la reconstrucción nacional y el fortalecimiento de la capacidad productiva de Colombia requieren de políticas de largo plazo que no supediten el vigor de la producción nacional a un equilibrio de balances.

La posición antinacional del gobierno es tan clara que, aunque argumentó para la expedición de la emergencia la desestabilización que producirían las ventas del sector eléctrico de finales del año pasado, a mediados de febrero se apresuró a vender Cerromatoso para dar continuidad a lo que se venía haciendo y cumplir sus oficios con la banca multilateral.