Del legado de Mosquera: LA APERTURA NO IMPEDIRÁ LA CRISIS IMPERIALISTA

(En Tribuna Roja No. 53, de agosto de 1993, el camarada Mosquera escribió un extraordinario análisis sobre las implicaciones de la apertura que estaba viviendo va ten acelerado proceso de implantación. La práctica ha demostrado la total validez de sus ideas.)

Desde su verdadera fecha de nacimiento, por allá hacia mediados de 1965, nuestro Partido ha venido combatiendo al imperialismo norteamericano, la causa principal de las adversidades «modernas» de Colombia. Más de un encuentro, polémica o ruptura, en la que participamos, giró en torno de principio tan fundamental. Entre aquellos que con saña reclamaron su supremacía dentro del proceso revolucionario siempre primó la tendencia a desentenderse de las cuestiones teóricas y, según las circunstancias, a imaginarse molinos de viento para justificar sus disparatadas acciones. Cierto que a raíz de la invasión de los rusos a Afganistán, en las postrimerías de 1979, nos pronunciamos a favor de un gigantesco frente contra Moscú, cuyos cabecillas ya habían dado muestras palmarias de su expansionismo. Sus afanes bélicos consistían simplemente en la repetición de la conducta de las grandes potencias que pugnan por un nuevo reparto del mundo, fenómeno peculiar de la «fase superior», monopolística, del capitalismo. y que en el ciclo han ocasionado dos guerras mundiales e infinidad de conflictos de irradiación local. De dicha estrategia de contención no excluíamos a Estados Unidos, Europa v Japón. Estaban en juego no sólo la paz mundial y la democracia, sino la reivindicación de las conquistas v los valores conculcados al socialismo, lo más importante. Sabemos cómo terminaron todas estas fatales tensiones. Con la estruendosa hecatombe de los soviéticos surgió un panorama distinto: otros azares ocuparían el puesto de los peligros desvanecidos, y habría necesariamente modificaciones de varios grados dentro del rumbo táctico, cual lo advirtiera el MOIR en el momento justo.

Washington, sin muchos méritos, retomaba su cetro hegemónico que tanta falta le hacía para recuperar las influencias escamoteadas v resarcirse de los desgastes de un período caótico demasiado prolongado. Sin riesgo alguno y aun a costa de recrudecer las dificultades de la producción interna se dio el lujo de reducir el presupuesto militar, tras declarar a bombo y platillo el fin de la denominada «guerra fría» y, por ende, de cualquier tipo de conflagraciones. Una noticia especiosa que recorrió el planeta entero. En Colombia la creyeron desde los curas hasta los dueños de las sinecuras. Muy pocos recapacitaron que durante los decenios anteriores nunca se dejó de guerrear. (…)

El sucinto resumen de las últimas agresiones norteamericanas suministra una idea de cómo se halla caldeado el ambiente universal y de cuán hipersensibles se presentan las relaciones entre las repúblicas avanzadas. A éstas, desde hace una centuria, ya no les sirven los caparazones nacionales en sus objetivos de impulsar el desarrollo. Están impelidas a aprovecharse de las insustituibles oportunidades que les brindan las vastas extensiones colonizadas, una infinita cantera de aprovisionamientos, así como de salida para sus mercancías e inversiones. La exportación de capitales configura su lema de combate. Sin forma de evitarlo, expolian, de una parte, a los pueblos que caen bajo su égida, y de la otra, enrédanse en duras rebatiñas entre sí.

El capitalismo se gestó dentro del libre comercio, hasta llegar a su edad madura, el monopolio, que, lejos de suprimir la competencia, la exacerba y la extiende por todo el globo, convirtiéndola en casos belli. Al expandirse mina la capacidad de sus oponentes, pues les quita ascendencia en diversos territorios: y sin pensarlo saca del atraso a los países pobres, acabando el aislamiento y estableciendo en los lugares más disímiles los males que le son característicos. Inclusive ocurren contingencias paradójicas. Las metrópolis terminan impulsando más la producción en las tierras distantes que dentro de sus mismas fronteras. Obviamente esto acontece mediante la subordinación o el aplastamiento de las industrias nativas por cuenta de los enormes conglomerados: mas el grueso de las utilidades va a parar a las arcas de los linces de las finanzas, los auténticos monarcas del reino actual de la usura y el agio. En esos tejemanejes los imperialismos se engullen unos a otros, o por lo menos se sustraen sus posesiones de ultramar. Echan mano de cuanto medio sea aconsejable para tales propósitos. Sobornan a los funcionarios de los gobiernos alcahuetas; facilitan cuantiosas sumas con el objeto de que les compren; venden a bajos precios sus mercaderías, es decir, utilizan el llamado dumping con el objeto de arruinar a la contraparte. En el escamoteo, el Estado opresor desempeña el papel protagónico, puesto que coordina, decide e impone cada uno de los pasos del gran negocio.

Las leyes básicas de la extorsión imperialista están comprendidas en lo señalado, así las modalidades varíen de un país a otro. o según se trate de una etapa u otra. El conocer aquellos fundamentos nos permite gozar de una clara visión a la más amplia escala, e intuir el comportamiento, las demandas o los intereses de las diversas clases y fuerzas políticas. Hoy está de uso la apertura con todo v cuanto ella implica. Lo cual no significa, por supuesto, que en los decenios anteriores no hubiéramos soportado las avalanchas intermitentes de los artículos foráneos que infligieron serios golpes a las faenas productivas de la ciudad y el campo: o que no hubiésemos sufrido la especulación de los prestamistas e inversionistas de afuera. (…)

Hacia el principio de los años ochentas se hicieron evidentes los estancamientos de los emporios industriales, los desbarajustes del régimen de préstamos y las señales de un malestar preñado de contradicciones. El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional plantearon resueltamente el modelo aperturista, cuyos promotores serían los cientos de miles de intelectuales recién egresados de los centros educativos yanquis o proyanquis. A los productores colombianos les aseguraron que el proceso se llevaría a cabo de manera gradual y que dispondrían de bastante financiamiento para que adelantaran la reconversión de sus plantas. El meollo de la tesis estribaba en que una contracción de la demanda interna v una competencia en regla contribuirían a fortalecer las operaciones fabriles, a subir las exportaciones y a modernizar la economía. Sin embargo, desde la administración de Betancur los máximos organismos crediticios, que impusiesen la nefasta monitoría sobre ministerios y entidades oficiales, recabaron el recorte de cuanto impulso, subvención o amparo coadyuvara en las labores nacionales. Algo semejante pasó bajo Barco, quien puso en marcha el desmonte de estas escasísimas prerrogativas, despejándole el camino a Gaviria, el predestinado a ceder o alienar a la nación. Durante 1985 los sectores pudientes sentaron su protesta ante los atentados que se veían venir. (…)

Después, un buen número de fabricantes sucumbiría frente a los halagos del Ejecutivo, el cual continuaba brindándoles de palabra dineros en abundancia con qué atender los gastos de las costosas mejoras de sus factorías. En cualquier caso la nueva estrategia se iría introduciendo progresiva pero lentamente. Las autoridades nada cumplieron. Colombia había caído en la encerrona, sin que de esta tétrica maquinación se eximan los grupillos patronales y antipatrióticos del movimiento sindical. Consumado el hecho, otra vez emergieron los reclamos, las quejas, las denuncias. Los dirigentes de los gremios, especialmente los empresarios agrícolas, no salían de su estupor. (…)

Las modificaciones constitucionales, el nuevo ámbito legal que había de permitirle al gobierno gavirista emprender a sus anchas las reformas, se efectuaron en un santiamén, sumiéndonos en una confusión jurídica sin antecedentes. Entre las normas aprobadas cabe mencionarse las relativas a la división territorial, un federalismo disfrazado, que se enruta a darles acceso a los grandes consorcios, a que las regiones posean la atribución de allanarles la vía alas inversiones a través de requisitos fáciles y rápidos. Hace rato se comenta con insistencia sobre las inmensas posibilidades de las dos zonas costeñas. En ambas han de llevarse a cabo obras de infraestructura física, sobre todo en el Pacífico, que se construirán con incalculables recursos provenientes de los bancos internacionales. En síntesis, nos conceden empréstitos con la finalidad de que les preparemos el terreno para la extracción de nuestras riquezas.

En procura de tornar atractivas las transacciones ante los ojos de los monopolios, hay que hacerlas altamente rentables, principiando por ofrecer una fuerza de trabajo barata, capaz ésta sí de competir con la de otros pueblos. Como cumplimos alrededor de un siglo de relativa evolución industrial, registramos luchas sindicales de alguna trascendencia que se han traducido en pequeños avances respecto a los salarios y a las prestaciones. Estos logros tienen que ser cercenados si se espera implantar la apertura. Lo cual concluyó consumándose con la ley 50 de 1990, que deprimió la paga y los derechos de la clase obrera; y por medio de las demás disposiciones regresivas de orden social que están andando se han de suprimir pensiones, cesantías y la atención de la salud.

Los otros alicientes estriban en las adjudicaciones de muchas de las entidades y empresas del Estado. Las providencias expedidas, mediante las cuales se pretende privatizar bancos, puertos, vías, factorías y servicios, precisan de la cancelación de los contratos laborales, lanzándose al arroyo a miles y miles de operarios, sin jubilación y tras lustros de sudar la gota, un puntillazo a la propia evolución del país y a la perseverancia de las masas laboriosas.

Aunque en la enumeración falten varios zarpazos con que el águila americana pretende destrozar las entrañas de sus neocolonias del sur, hemos barruntado una perspectiva muy aproximada de los épicos desafíos que no conseguirán eludir los habitantes zaheridos y desfalcados del hemisferio. Únicamente les queda la disyuntiva de combatir sin descanso ni vacilaciones. (…) Y así, el futuro estará plagado de acciones heroicas e históricas.

Los malentendidos entre siervos y señores tampoco demoraron en aflorar. Mientras aquéllos, obedientes, han decretado la plena liberalización, éstos se escudan tras sus valladares fronterizos, impidiendo o entrabando el ingreso de los géneros provenientes de las porciones subdesarrolladas del globo. (…)

A las quiebras del diseño las escoltarán las bancarrotas de las metrópolis. Con la misma velocidad con que las potencias apuntalaron sus dominios económicos los espacios comerciales se irán saturando, el proletariado aprenderá a defenderse, las utilidades bajarán y los beneficios primigenios habrán de diluirse.

En los avatares por sobrevivir, los monopolios, que contienden entre ellos y se difunden sin cesar, acaban barriendo las bases de su propia existencia.
La apertura no impedirá la crisis imperialista.