Del legado de Mosquera: SOBRE LOS DERECHOS HUMANOS: LA VIEJA Y LA NUEVA DEMOCRACIA

«A toda democracia la rige un contenido de clase. Los imperialistas y sus acólitos en su labor ideológica bregan por velar esta realidad y pregonan una república que cobije idílicamente a poseedores y desposeídos, explotadores y explotados, naciones opresoras y naciones oprimidas. Con base en este aberrante engaño erigen su rampante dictadura. Ciertamente el manicero de Georgia contribuyó a insuflar el asunto, pero, como era natural, enredó la pita. Al proletariado le toca colocar los puntos sobre las íes y disipar la barahúnda.» (Francisco Mosquera, «La vieja y la nueva democracia», en Tribuna Roja, No. 34, septiembre WS 1979).
«Los liberales no se resignan a creer que Montesquieu se les murió, y los revisionistas los acompañan en la congoja. Al evocar el espíritu de aquél, no logran revivir las condiciones sociales de la época en que la burguesía tallaba el mundo con sus prédicas, y naufragan, porque los de arriba no los toman en serio y los de abajo les faltan al respeto. Hace mucho que a la libre competencia la suplantó el monopolio y que surgió el imperialismo con su comunidad de decenas de naciones y de miles de millones de personas sometidas al arbitrio de un puñado de multimillonarios.

El sistema de Estado que impera en dicha comunidad consiste en la dictadura de los monopolistas, ejercida directamente, o por comisión, a través de los agentes intermediarios vendepatrias, así su forma de gobierno fuere democrático-representativa. Si en su amanecer la democracia burguesa encaró el desafío de derruir los torreones feudales, hoy, a duras penas presta la pelleja con que los depredadores modernos disfrazan su inefable despotismo contra las masas subyugadas. En un movimiento por la restauración de la vieja democracia, los trabajadores de la Colombia saqueada y atrasada no tendrían nada por ganar. Al contrario, la alianza que buscan, la unidad por la que viene combatiendo, el frente que pregonan, es para abrirles el paso a las ideas y a las fuerzas de la nueva democracia de los obreros y los campesinos. La única que liberará a la nación colombiana y no secunda los propósitos del imperialismo; que contempla el beneficio de las inmensas mayorías y no el lucro de un reducido círculo de potentados, y la única que congregará en torno suyo al pueblo, incluidos los productores nacionales y patriotas sinceros, y desbordará las miras de los restauradores de la trasnochada ilustración de las centurias XVIII y XIX.

«Los forenses [del Foro de Derechos Humanos] fantasean acerca de la esencia de la persona, del hombre en general como sujeto de derechos, de la substancia humana, etc., pero todos esos entes abstractos, a los que les gastan tanta saliva, sólo habitan en sus necios cerebros. El proletariado ha mucho ajustó cuentas asimismo con la rutinaria inclinación de los explotadores a esconder que los hombres han estado divididos, desde eras remotas, en clases rivales, y que la espacie se ha desarrollado mediante las luchas de estas clases, y así seguirá durante un intervalo supremamente extenso. Lo humano, dentro del capitalismo, se concreta en el asalariado de carne y hueso que vende su fuerza de trabajo para no perecer, y en el burgués, también corporal, que se enriquece con la compraventa. Éste vive de aquél. El uno es libre y el otro no. ¿Cómo disertar indiscriminadamente sobre unos derechos humanos para ambos, siendo que los privilegios con que se deleita el segundo significan la indigencia absoluta del primero? ¡Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo!, dijo Arquímedes en la antigüedad. ¡Hipócritas, concededme uno solo de mis derechos y os desplomaré vuestro asqueroso mundo!, les increpa el proletariado moderno a los entibadores del orden jurídico capitalista.» (Ibíd.)

«Cualquier campaña por la democracia que soslaye el problema de las clases y de la dictadura, no deja de entrañar una vil engañifa, destinada a contrarrestar las ansias de emancipación del pueblo con farisaicas defensas del régimen expoliador, o con el expendio de un edén bíblico imposible. ¡Cuánta falta hace airear el ambiente! La preponderancia que aún conservan los partidos tradicionales en Colombia, se explica, con creces, por el hecho de que nadie en el pasado insistió con la claridad y la energía suficientes en combatir el democratismo embaucador de los saqueadores y los turiferarios. Nos encontramos en mora de rescatar, de manos del tutelaje ideológico de la coalición liberal-conservadora, el portentoso movimiento democrático de las masas populares. Mientras subsistan amplios sectores de indigentes enzarzados en las trapisondas de los democrateros burgueses y terratenientes no hay que pensar siquiera en la más mínima transformación de la situación política. He ahí para los revolucionarios colombianos el compromiso ineludible de la hora: educar al pueblo en los postulados de una democracia consecuente, que le faciliten comprender el azaroso período por el cual transcurre y distinguir las clases con las cuales realmente cuenta en la hazañosa pelea contra sus seculares opresores.» (Ibíd.)

«Las restricciones en Colombia ni por equivocación lastiman a liberales y conservadores; se promulgan deliberadamente contra los partidos de las clases revolucionarias. (…) Las elecciones funcionan sobre el tácito entendimiento de que algunas de las porciones en que ocasionalmente se fracciona la masa de oligarcas, el ala gobernante o la opositora, terminará depositaria del complejo engranaje administrativo. El dinero, los medios de comunicación, los estatutos de seguridad, todo, en redondo, está combinado y convenido para que los subversivos, la izquierda, los libertos, nunca salgan de su condición de minoría ni abandonen jamás las catacumbas, no obstante abarcar las nueve décimas partes de la población. Pero en el momento en que no sea así y por los empujes de la revolución al sufragio no le quede otra que reconocer la mayoría de las mayorías, ¡adiós sufragio!

«Idéntica suerte corre el resto de libertades. Son espejismos que se desvanecen a medida que nos vamos aproximando a ellos. ¿Cuándo los desharrapados recolectores de café, por ejemplo, adquirirán una rotativa para difundir su verdad, tan distante de la de los Santos, tío y sobrino? Si aquel milagro llegare a verificarse en esta sociedad, el día de ese mes y de ese año, la censura de prensa se generalizaría. Y todo dentro de la más escrupulosa legalidad, porque ‘quien hizo la ley hizo la trampa’, reza el adagio. Acomodados al código han sido los despidos masivos de los batalladores proletarios, las prohibiciones de las huelgas, los tribunales de arbitramento obligatorio, la congelación de los fondos sindicales. En cambio, ¿será ilegal Santofimio? Mientras Turbay ocupe el solio, no parece. El terrateniente como tal, como clase, tampoco caerá en flagrante delito, a pesar de sus reiteradas y monstruosas villanías contra el campesino. Empero, la peor de las ruindades consiste en pugnar por persuadir a los desheredados de siempre de que aún pueden obtener su dicha bajo la vieja dictadura, si acceden a cooperar con los empeños reformistas.» (Ibíd.)

«Los del Foro de los Derechos Humanos reclaman ‘menos impunidad y más confianza en la justicia’, ‘haciéndola mejor y más acelerada’, en bien de la ‘paz’, la ‘seguridad’ y el ‘progreso de la patria’. Para lo cual habrá que ‘modernizar los procedimientos’, ‘aumentar magistrados’, etcétera, etcétera. Una cosa es combatir la militarización y las iniquidades de los consejos verbales de guerra, y otra muy distinta reivindicar la vetusta y corrompida justicia ordinaria. Aquí ‘modernizar los procedimientos’ equivale a pulir las herramientas punitivas con que las clases dominantes sancionan a quienes, en la esfera individual o colectiva, por acto espontáneo o acción organizada, atentan contra la integridad y la propiedad de los explotadores.

¿No es esto lo que el gobierno busca con sus proyectos de reforma a la Constitución y a la rama jurisdiccional? Una justicia dócil, rápida en despachar los asuntos encomendados a su severo veredicto, articulada directamente con la cúpula del Poder y por ella férreamente regida, que permita eximir a los militares, aunque sólo fuera por una temporada, de la carga de juzgar a los civiles; encargo que se ha tornado tan pernicioso para el fosforescente prestigio y las tradiciones republicanas de las Fuerzas Armadas, según quejumbres de los recalcitrantes apologistas del régimen. Las cárceles están repletas de personas carentes de recursos hasta para cancelar las costas de un juicio. Fuera de los rebeldes confesos, son carne de presidio el proletario cesante, el campesino desalojado, el lumpen sin salida, los residentes del tugurio, en una palabra, la pobrería. Ningún remiendo a la norma jurídica modificará esta historia maldita de la democracia colombiana. El pueblo, que asimila muchísimo más que los cancerberos con toga, lo ha expresado en breve máxima: ‘La justicia es un perro bravo que sólo muerde a los de ruana’.» (Ibíd.)
«La lucha contra el despotismo y la fascistización progresiva del país y por desgajarle al enemigo unas cuantas conquistas en bien del pueblo, antes que suavizar las contradicciones entre la reacción y la revolución, entre la nueva y la vieja democracia, habrá de hacerlas más patentes y comprensibles para los obreros, los campesinos y demás destacamentos progresistas y patrióticos. Repudiamos la barbarie oficial y nos solidarizamos con quienes padezcan los sádicos tratamientos de los aparatos represivos, mas nada ni nadie conseguirá que el MOIR contemporice con el oportunismo. (…) Si las masas trabajadoras no arrancan de cuajo los 50 o más años de mamertismo, ni bajan a empeñones del escenario a los farsantes, ni cierran filas en derredor de sus justos intereses, antagónicos a los de la coalición bipartidista liberal-conservadora, la revolución colombiana se empantanaría paradójicamente en una coyuntura tan propicia como la presente. El MOIR, para evitar semejante peligro, va a requerir al máximo poner en juego la energía, la capacidad y la disciplina de sus cuadros y militantes, los abnegados fogoneros de la causa revolucionaria.» (Ibíd.)