El viaje a Colombia del vicepresidente norteamericano, George Bush, el 13 de octubre, se efectuó en momentos en que el Imperio del Norte da los últimos toques a su estrategia en Centroamérica y en la cuenca del Caribe, con el propósito de enfrentar los avances de su rival soviético en la zona. Los Estados Unidos buscan afanosamente salvar sus posesiones al sur del Río Grande de las tormentas que se abaten sobre ellas, y que amenazan la supremacía que tradicionalmente han tenido aquellos en el Hemisferio. El objeto del periplo de Bush era encuadrar a los gobernantes colombianos en los planes estadounidenses, lo cual se desprende de las declaraciones del ex director de la CIA durante su estancia en Bogotá.
La pesadilla centroamericana
Para el imperialismo yanqui la reciente evolución política en Nicaragua, El Salvador y Guatemala se ha tornado en una de sus mayores preocupaciones; Washington tuvo que resignarse a perder el último de los Somozas en medio de los embates del pueblo nicaragüense y a presenciar el acercamiento cada vez más acelerado de Managua a la órbita soviético-cubana. A pocos kilómetros, la nación salvadoreña se debate en una cruenta guerra civil, en la que las mayorías explotadas luchan con tenacidad contra la oligarquía y su régimen corrupto y despótico. La considerable ayuda militar suministrada por la administración Reagan al gobierno de Napoleón Duarte, la cual incluye varias decenas de consejeros militares, no ha surtido los efectos esperados de aplastar la insurgencia. Cuba, sirviendo de ariete del Kremlin, trata de aprovechar el conflicto salvadoreño para establecer otra cabeza de playa en Centroamérica y expandir la influencia de su patrón moscovita en el área. Para complicar aún más el problema, México y Francia decidieron, a fines de agosto, reconocer a las guerrillas de El Salvador como “fuerza política representativa”. La actitud de los dos países (que cuenta con el respaldo de la socialdemocracia europea) está motivada antes que nada por el interés de éstos de extender su injerencia política y sobre todo económica en la región, valiéndose de las dificultades de Estados Unidos y de la confusión prevaleciente.
Como si lo anterior fuera poco, Guatemala empieza a experimentar un proceso similar al de su vecino salvadoreño, y los demás países de la zona, incluida Colombia, padecen graves crisis sociales y económicas, situaciones todas en las que La Habana recibe el encargo de explotar mercenariamente a favor de Rusia. Cuando mister Bush parte hacia Colombia, el panorama que vislumbra la Casa Blanca con mal disimulado temor es el de un desplome en serie de varios de sus títeres y la intromisión de la URSS en su patio trasero. Tal el contexto de la visita de uno de los amos yanquis a su heredad colombiana.
Bajo la mira de las superpotencias
Colombia, con su extenso litoral sobre el mar Caribe, su cercanía a Centroamérica y sus enormes riquezas naturales, constituye una pieza clave en el ajedrez que juegan Moscú y Washington por el Continente. Varios funcionarios norteamericanos han venido refiriéndose a nuestro país como un posible blanco de la ofensiva de la URSS y sus agentes. Por ello, Reagan desea incluir a Colombia dentro de sus planes de seguridad imperial, antes de que sea demasiado tarde.
En una de sus primeras afirmaciones públicas en Bogotá, George Bush dijo que “no habrá compromiso alguno en la región del Caribe en el cual no esté participando Colombia”. Y de acuerdo con el canciller Lemos Simonds, “fue el diálogo más descarnado que se haya hecho de la situación de Centroamérica y, al mismo tiempo, el más positivo que hayan tenido hasta el momento el gobernante de Colombia y el vicepresidente de los Estados Unidos”.
Al remitirse a las actividades de Moscú en el hemisferio, Bush señaló: “La Unión Soviética amenaza la paz del Continente con el apoyo que brinda a los grupos terroristas a través de Cuba y Nicaragua, con lo cual se pretende desestabilizar los gobiernos latinoamericanos”.
El presidente colombiano expresó una gran preocupación por el desamparo en que se hallan los regímenes incondicionales de Norteamérica ante la campaña ruso-cubana. Al respecto indicó: “Colombia considera de la mayor importancia contribuir a que la imagen de los Estados Unidos en América Latina recobre el prestigio que tuvo en las épocas de la alianza para el Progreso. La América Latina pasó a un tercer lugar en el orden de las relaciones de la gran democracia del Norte y se ha producido un vacío político a cuyo amparo han prosperado situaciones como la del Caribe, frente a las cuales es preciso tener bien abiertos los ojos”. Y formuló un vehemente llamado a Washington para que recupere su posición de control hegemónico en la zona: “La vecindad y las características propias de los Estados Unidos los obligan a ejercer, como de hecho lo ejerce, un liderazgo a nivel mundial; pero las circunstancias exigen hoy, más que nunca, que las naciones de este hemisferio se comprometan más fuertemente con una política de vigilancia democrática y, a su turno, la gran nación de Norte se comprometa más en la empresa del desarrollo hemisférico”. Turbay reiteró al vicepresidente yanqui la fidelidad para con Estados Unidos de que ha hecho gala durante casi un siglo la plutocracia colombiana. Anotó: “Puede usted llevarse de Colombia la convicción de que somos leales y buenos amigos de su país”.
De este modo queda claro que nuestro territorio no está al margen de la riña entre los dos grandes imperialismos por la distribución del orbe. Las oligarquías colombianas siguen buscando refugio bajo las alas del águila estadinense, sin el cual no podrían disfrutar de sus incontables privilegios, y Washington les ofrece protección ante las amenazas del oso soviético, a fin de garantizar el saqueo del trabajo y de las riquezas de nuestra patria.
El pueblo colombiano, al igual que los pueblos de Centroamérica y el Caribe, deberá continuar luchando sin desmayo contra la dominación y la explotación del imperialismo norteamericano y de sus lacayos. Pero al mismo tiempo tendrá que mantener una severa vigilancia contra los intentos del socialimperialismo soviético y sus cipayos por imponer su propia modalidad de sojuzgación y pillaje. Sólo de esta manera alcanzará el bien más preciado para cualquier nación, el disfrute de una independencia y una autodeterminación plenas.