LAS BATALLAS POR LAS LIBERTADES PÚBLICAS TIENEN QUE DESTRUIR Y NO FOMENTAR LAS ILUSIONES EN LOS REMIENDOS AL ORDEN JURÍDICO

Francisco Mosquera

Queridos compañeros:

Desde el II Foro del FUP a hoy han transcurrido dos años largos. En muy contados lapsos de nuestra vida revolucionaria hubimos de afrontar problemas tan agudos como en éste. Pero jamás fueron tan aleccionadoras las experiencias, al comprobar una vez más que sólo con una posición de principios conseguiremos, ante los peores aprietos, salir avantes en la magna empresa de contribuir a la emancipación del pueblo y a la salvación de Colombia. Nuestros tropiezos se los debemos a la combinación singular de dos fenómenos bastante contundentes; la fascistización acelerada del régimen y el desencadenamiento del chubasco reformista. A medida que la minoría opresora destila su crueldad para las masas, el oportunismo busca embriagarlas con las prédicas de la perdida fe en las instituciones republicanas oligárquicas. Con la disculpa de resistir a la creciente influencia de los militares en las determinaciones del Estado, optan por reivindicar la vieja democracia antipopular y vendepatria de la coalición burgués-terrateniente pro imperialista.

Mientras el gobierno, zarandeado por la crisis, se inclina a imitar el comportamiento de sus colegas, los gorilas del Continente, la oposición lo reconviene a que coja de modelo aun cuando fuese la administración de Misael Pastrana. Las insolencias oficiales se contestan con plegarias para que los desaforados de San Carlos recobren la sensatez. Por cada atropello se devuelve un cumplido, por cada culatazo una flor. He ahí el telón de fondo de la política colombiana en los últimos dos años. Entre el fuego cruzado de los aparatos represivos y de las contracorrientes liberalizantes hemos llevado a cabo las actividades partidarias, a partir de la fecha en que, en Bogotá, decidimos proclamar la candidatura de Jaime Piedrahita Cardona y aprovechar los comicios de 1978 para difundir el programa de la revolución e ir vinculándonos a los más amplios estratos populares. Interpretando cabalmente dicha circunstancia este III Foro del Frente por la Unidad del Pueblo lo convocamos bajo los auspicios de la lucha contra el despotismo y el oportunismo.

Enormes inconvenientes hemos tenido a causa de ambos factores. La conculcación sistemática de las libertades públicas y el terror ocasionado por la lluvia de decretos coercitivos y por indescriptibles vejámenes con que las Fuerzas Armadas avasallan a las mayorías laboriosas, anulan casi por completo la acción de nuestros partidos. Durante la campaña electoral soportamos abiertamente las prohibiciones de gobernadores y alcaldes, cuando no ese sabotaje menudo de las pequeñas trabas, de las dilaciones y los trámites sin fin, que terminan impidiendo de plano el ejercicio de los derechos de reunión y movilización. Con el restablecimiento del estado de sitio y de sus recurrentes disposiciones intimidatorias, nuestros cuadros y activistas que atienden labores de agitación y propaganda, culminan casi siempre en las celdas de las brigadas y sometidos a los más humillantes y brutales tratamientos. Por decenas y centenas contamos los compañeros de los sindicatos, de las asociaciones campesinas y del estudiantado que han purgado o purgan en las cárceles su amor a la nación colombiana y su lealtad a la causa de los explotados y oprimidos. En forma por demás procaz e inaudita, el ministro de Justicia ha retado al país para que se le señale “un solo ejemplo en el territorio nacional” sobre una “manifestación de orden sindical que se haya reprimido en Colombia” con el Estatuto de Seguridad 1. Pues bien, nos encontramos reunidos muchos delegados procedentes de capitales de departamento, poblaciones intermedias y aldeas apartadas y todos estamos en condiciones de destruir las imposturas gubernamentales, no con uno, sino con miles de casos concretos confirmatorios de que el odiado Estatuto sirve antes que nada para afianzar la superexplotación de los obreros y los campesinos, apresando a sus dirigentes más acuciosos y rompiendo sus organizaciones de masas.

Aquí, entre nosotros, ya se halla afortunadamente Oscar Gutiérrez, rodeado por el afecto de sus camaradas y amigos, a quien un consejo verbal de guerra obligó a pagar un año en presidio, luego de sindicarlo de infringir uno de los artículos del susodicho decreto, el que se refiere a la obstrucción de las vías. Ese fue el subterfugio. El motivo real consistió en que Oscar, junto a varios afiliados del Sindicato Nacional de Trabajadores Agrícolas, encabezó en Chinchiná un mitin de recolectores de café y repartió una chapola en la que se demandaba por parte de estos el aumento de 2.80 a 5 pesos por kilo recogido. Imperdonable impertinencia, gravísima osadía que los esclavos sin pan se atrevan a perturbar la bonanza del club de exportadores y de potentados de la Federación de Cafeteros, que se dan la gran vida a costa de la hambruna y los padecimientos de los insustituibles productores de la riqueza. Y a los ausentes, los que no pudieron asistir a esta magnifica concentración, también les sobran testimonios para desmentir al ministro y al gabinete entero. Mauricio Jaramillo, secretario regional del MOIR en Boyacá, ha completado más de siete meses detenido en la penitenciaria de El Barne, por cuenta de la justicia penal militar. El hecho de que solo después de tanto tiempo se le haya revocado, hace cinco días, el auto de detención, por carecer de fundamento, nos indica que contra nuestro camarada se urdió una iniquidad monstruosa. Lo que se quiso castigar en Mauricio no fueron actos aventureros de ninguna índole, como lo propalara calumniosamente el periódico de los Santos, sino sus tesoneros esfuerzos por organizar y orientar al pueblo boyacense y especialmente a los campesinos famélicos de esas tierras ubérrimas. La razón inconfesable de su detención estriba en que el gamonalato de Miraflores, representado por el propio gobernador Perico Cárdenas, ha resuelto sacar a viva fuerza el coco del MOIR, que comenzó a aparecer por sus vicarías electorales esparciendo extrañas ideas de que Colombia debe ser libre y soberana y de que los latifundios incultivados han de entregarse a quienes los trabajen.

Me haría interminable si enumerara la lista cada hora más extensa de los desafueros y atrocidades perpetrados por la coalición liberal-conservadora a través de los diversos instrumentos de su poder dictatorial. Además de las combativas huestes del FUP, han sido pasto del suplicio todos aquellos que con uno u otro lema se atrevieron a arrostrar la cólera de los manipuladores de turno de la vetusta República.

Por el contrario, son las autoridades las que no han rebatido las denuncias publicadas dentro y fuera del país referentes a que en Colombia se utiliza la tortura para substanciar los sumarios y comprometer a los procesados políticos, no obstante los múltiples malabares y declaraciones por desbastar la fundada impugnación de sus críticos. Con la revolución nicaragüense los memos del turbayismo quisieron ganar indulgencias con avemarías ajenas. Posaron, junto al señor Carter, de demócratas virginales, cuando hasta los contados gobiernos civiles de la América neocolonial, sin exceptuar el colombiano, echan mano de los métodos predilectos de las satrapías militares del Hemisferio. A pesar de las elecciones, del Parlamento, de la Corte Suprema, de la Procuraduría, es decir, de todo el andamiaje de la llamada democracia representativa, la tradicional alianza bipartidista sigue inexorablemente las huellas del somocismo. La diferencia ubícase quizás en que Somoza tenía la cámara de los tormentos en el cuarto de costura del palacio Presidencial, al lado de su alcoba, y en Colombia aún funciona en las caballerizas del Ejército.

El oportunismo nos ha ocasionado igualmente considerables estragos. El ventarrón reformista nubló la visión y embotó la mente de no pocos compañeros nuestros, y otros, las veletas, salieron expelidos por las escotillas del MOIR, abiertas hasta en los momentos de dura inclemencia. En su carta de renuncia Bula y Pardo plantearon en el fondo una revisión de la estratega y la táctica revolucionarias, basados en la deleznable premisa de que el último de los balances electorales constituye una lamentable frustración, debido, en particular, a que no estuvimos lo suficientemente elásticos y generosos en las propuestas de la construcción del frente único; y solicitaron asilo a Firmes, en donde experimentan con las recetas de una alquimia política más antañona y menos redentora de lo que ellos se imaginan. No voy a aburrirlos ahora con una pormenorizada refutación de cuanto merece señalarse de esta página raída. Sin embargo, quiero precisar uno o dos asuntos primordiales. Para los obreros, campesinos, y el resto de capas medias de la población, en cuyo nombre fundamentalmente combatimos las fuerzas componentes del FUP, las elecciones organizadas por la dictadura oligárquica proimperialista, se efectúan bajo reglas de juego muy desfavorables, tanto por las abismales desventajas financieras ante los candidatos aupados por las chequeras de los magnates del capital y de la tierra, como por la coerción del Estado que se ensaña exclusivamente contra el pueblo raso. Saltarse esta protuberante realidad a la torera y achacar nuestro exiguo poder electoral a que no maniobramos bien, o no sopesamos todas las fórmulas, incluidas las de ceder los puntos básicos que harán del frente un entendimiento perdurable y no una componenda transitoria, es creer con sospechosa candidez que las bárbaras condiciones de sojuzgación desaparecerán al conjuro de intrigas de unos cuántos maquinadores con astucia.

A las clases avasalladas les pasa con la utilización del sufragio algo idéntico a lo que les sucede con las otras manifestaciones de lucha: que cualquier enfrentamiento con los expoliadores se les complica y les demanda titánicos empeños e infinitos sacrificios. En los períodos de ofensiva reaccionaria y de consolidación de nuestras fuerzas, el avance es lento, los triunfos mínimos o efímeros y el trabajo de los revolucionarios entre las masas ha de ser paciente como nunca y de constante clarificación ideológica. Ningún golpe de ingenio enmendará la situación. Desde luego la pericia con que se opere el timón de mando ejercerá influencia determinante en el rumbo de los acontecimientos. Sin embargo, la principal responsabilidad de nuestra dirigencia consiste en comprender profundamente a qué clases servimos y por qué momento de la contienda de dichas clases atravesamos. Ignorar que la dominación neocolonial del imperialismo norteamericano sobre Colombia representa la primera causa de los graves males del país, o sembrar la ilusión de que el proceso de fascistización progresiva se contendrá con las reparaciones a las vieja máquina de la democracia oligárquica, o canjear los programas de la revolución por una plataforma reformista, todo dizque en aras de la unidad de las izquierdas, en nada beneficiará a las inmensas mayorías que, además de proseguir soportando la asfixiante atmósfera de miseria y violenta coacción, no gozarían siquiera de la ventaja estratégica de visualizar el origen material, económico de los proyectos letales de sus enemigos ni descubrir la forma adecuada de contrarrestarlos. Los portavoces del reformismo colombiano se parecen mucho a Felipe González, el jefe del socialismo español, que acaba de renunciar a lo único que lo ataba al marxismo, el rótulo de tal, en una espectacular maniobra encaminada a granjearse definitivamente la confianza de la burguesía. El señor González podrá incrementar sus escrutinios e incluso recibir la autorización para gobernar a la España post-franquista, pero cada voto a su favor será un paso más de alejamiento de las posiciones y de los intereses de las masas esclavizadas de su país.

No se requiere demasiada perspicacia para prever que si desistimos de pugnar por las peticiones económicas y políticas esenciales de los trabajadores de la ciudad y el campo se nos compondría la suerte en una feria comicial. Si en lugar de exigir la confiscación de los gigantescos monopolios extranjeros y colombianos, nos transamos porque sean “democratizados” o supervigilados mediante “leyes de control”, acogiéndonos, por ejemplo, a las proposiciones de los Agudelo Villa, de seguro que nuestras acciones electorales se valorizarían a los ojos de los imperialistas y sus intermediarios. Si acallamos la consigna de que los grandes fundos ociosos han de ser para los campesinos que los trabajen, la clase terrateniente cesaría la cruenta persecución en las zonas rurales contra el FUP. En una palabra, si traicionamos a la nación y al pueblo y adoptamos los criterios de sus opresores, así fuere de manera solapada, suavizaríamos de un lapo buena parte de nuestros actuales contratiempos. Más los asistentes a este Foro queremos constituirnos en dignos representantes de las clases oprimidas de Colombia y por ende corremos junto a ellas todas las contingencias derivadas del estado de esclavitud y represión en que se debaten. Nuestros triunfos se confundirán con los de asalariados y labriegos y nuestras derrotas con las suyas. Los compromisos que pactemos y las concesiones que admitamos serán para abrirle paso a la unidad del pueblo e imponer sus verdades, y no para salvarnos de un resbalón electoral e implorar protección bajo el alero de los detentadores del Poder o de la oposición oportunista ¿Cómo van a estar las agrupaciones políticas de los obreros y los campesinos, si estos a pesar de los progresos del movimiento unitario por una nueva democracia en marcha al socialismo, continúan en lo substancial aplastados, confundidos, dispersos y desorganizados?

Con unos u otros términos, tales han sido las discusiones adelantadas desde los comicios de 1978 en el seno de las fuerzas revolucionarias. Pienso que sin haber extirpado del FUP la quinta columna portadora de los planteamientos liberalizantes, no hubiéramos reconstituido el Frente ni arribado a Pereira este 29 de septiembre, decididos a superar con entusiasmo todos los obstáculos que surjan en el cumplimiento de las tareas por venir. Lo mismo que el MOIR, la DP y la ANAPO han librado su batalla interna, ideológica y política, por persistir en la orientación correcta. No somos muchos y los embates del despotismo y el oportunismo nos acarrearán complicaciones jamás conocidas. ¡Preparémonos para lo peor! Aprendamos de los inolvidables desbrozadores del camino revolucionario de todos los tiempos y de todos los países que se ganaron el afecto de las multitudes, porque, a la hora de señalar los derroteros, prefirieron quedarse solos a cortejar las anticuadas ideas de la reacción predominante.

En cuanto al problema de ampliar el radio de las alianzas; repetimos algo, a lo cual nos hemos ceñido indefectiblemente: estamos dispuestos a intercambiar opiniones y agotar las diligencias con las colectividades interesadas en la creación de un frente único de liberación nacional, sin vetar a nadie y abarcando, por supuesto las diversas fracciones liberales y conservadoras opuestas al régimen. Empero, como queda visto, la unidad no depende meramente de deseos e intenciones. El mismo 18 de febrero de 1977, día de la fundación del FUP, intuíamos las recias reyertas con las contracorrientes que conspiran dentro del portentoso movimiento unitario del pueblo colombiano. Examinando sólo la experiencia del presente decenio, comprobarán ustedes que entre los escombros de la división se hallaron siempre los vestigios del sabotaje del Partido Comunista revisionista. En 1975 éste horadó los basamentos organizativos del frente, o sea las normas democráticas de organización y funcionamiento, reduciendo la UNO a lo que es hoy, un juguete de sus apetitos electorales, al que le echa cuerda de cuando en cuando. En 1977 atravesó también su burra muerta en la senda de la unión, al formular la exigencia inadmisible de uncir los acuerdos a la política expansionista de la Unión Soviética, con lo que destrozó la izquierda anapista y sonsacó de las filas de ésta un candidato presidencial fletado y desechable. Ahora que se acercan los denominados comicios de mitaca y se palpa de nuevo la inquietud por la unidad, cabe preguntarse ¿mientras que las pretensiones sectarias y antinacionales del revisionismo repercutan en no despreciables segmentos de la intelectualidad y del pueblo, resultará muy difícil que haya en Colombia no dos o tres bloques, sino una única coalición de los destacamentos antiimperialistas.

Que las elecciones de 1980 proporcionarán el escenario para el reestreno del conocido pleito en torno a los requisitos de la conformación del frente único, nos lo anuncian los pronunciamientos de las más disímiles tendencias. Muchas de éstas tercian por un programa de reformas, tras la peregrina consideración de no asustar al electorado. Los dirigentes de Firmes, verbigracia, aunque de un lado contribuyen positivamente a plantear que no “tenga cabida” en la discusión la problemática de las disensiones internacionales, método aceptable para no alinderar la alianza con ningún Estado ni grupo de Estados a nivel mundial, y lo cual admitimos sin reservas, del otro, relegan al olvido las reivindicaciones históricas de las clases sojuzgadas. Y relativo al tema democrático se atienen a las conclusiones del consabido Foro de los Derechos Humanos que propugna el reencauche de la vieja democracia oligárquica, soslayando un par de cuestiones que reclaman pronta clarificación entre las masas populares. La primera concierne a que el proceso de fascistización acelerado del país obedece a la cada vez más aguda explotación neocolonial del imperialismo norteamericano. La confusión reinante al respecto urge despejarse. De lo contrario, la participación de las fuerzas progresistas en la lucha electoral se circunscribirá exclusivamente a la caza de unos cuantos votos, y no la aprovecharíamos en educar a los desposeídos y oprimidos acerca del origen de todas sus desgracias y de la forma de librarse de ellas. La segunda atañe a la defensa que debemos hacer de la nueva democracia de los obreros, los campesinos y el resto de contingentes del pueblo colombiano, cuya victoria se concretará en la instauración de un Estado compuesto y gobernado por tales clases y capas revolucionarias. Comprendemos la necesidad de combatir bajo el actual régimen a favor de los derechos de los trabajadores y de todo el pueblo y contra el escalonamiento militarista y represivo; no obstante, las batallas por las libertades públicas tienen que orientarse a destruir y no a fomentar las ilusiones de que con los remiendos al orden jurídico prevaleciente las mayorías expoliadas verán aminorados sus sufrimientos o disfrutarán de garantías ciertas.

En 1972 el MOIR inició la sistematización de su línea consecuentemente unitaria y desde entonces la ha practicado con ahínco y persistencia. Descontando las ingentes vicisitudes, los logros son más notables de lo que parecen. Sólo muy escasas y reducidas sectas persisten todavía en que a la revolución colombiana le corresponde en esta etapa un carácter socialista y no nacional y democrático. Lo cual constituye un avance importantísimo, puesto que empieza a reconocerse lo imprescindible de la recíproca colaboración de las clases y los partidos contrarios al imperialismo y sus fámulos dentro del más vasto frente único. Hasta quienes se mofaban de nosotros y nos solían decir; “¿dónde está ese capitalismo nacional del que ustedes hablan?”, hoy admiten la existencia de una burguesía patriótica, susceptible de aliarse con la revolución. La diferencia ahora hállase más bien en que tales sectores reciben sin beneficio de inventario todas y cada una de las tesis de aquella burguesía, plegándosele en materia de programa y democracia. Asimismo, ganan partidarios las concepciones del no alineamiento y de que las relaciones entre los aliados han de regirse por normas de organización democrática, los otros dos cerrojos de la unidad. Como se aprecia, estos progresos representan conquistas invaluables del pensamiento revolucionario que no computan lo escrutadores de la Corte Electoral. El movimiento unitario del pueblo colombiano crece inconteniblemente y a la larga aplastará a cuantos se le pongan por delante.

A nosotros, compañeros delegados, nos compete perseverar en las posiciones de principio que hemos venido definiendo sin claudicaciones y recurrir siempre a las grandes masas, nuestro seguro apoyo político. Las dificultades del momento son pasajeras comparadas con el luminoso porvenir de Colombia. Los obreros, los campesinos y los revolucionarios todos tejen con sus luchas diarias la mortaja del sistema expoliador, destinado a fenecer y a ser sustituido por una república nueva, libre, popular, democrática, autosuficiente y auténticamente soberana.

Muchas gracias

Nota:
1. El Espectador, abril 30 de 1979.