Queridos compañeros y amigos:
Henos de nuevo aquí prendiendo los motores de otra campaña electoral, la séptima, desde cuando decidimos sepultar nuestro abstencionismo y poner en juego la inagotable fortaleza del Partido en unos trajines que le eran desconocidos por completo. Luego de más de un decenio ha de pensarse que el MOIR ha corrido sin suerte no sólo por el exiguo número de los votos contabilizados en las lides comiciales, sino porque su pequeño sector parlamentario, para llamarlo de cualquier forma, se ha visto lesionado con notorias y gravosas deserciones. Debido a esos reveses, en más de una ocasión recibimos, sobre todo de parte de los mismos desertores, la propuesta de que modificáramos criterios, tácticas y estilos que no hacen carrera fácilmente en nuestro medio. En otras palabras, se nos aconseja, como algo muy brillante, que en lugar de continuar nadando contra la corriente nos dejemos más bien arrastrar por ella.
Traigamos a colación algunos ejemplos sobre el alcance y el significado de tales sugerencias. En cuanto atañe a la manera de concurrir a elecciones, escuchamos que el asunto consistía en llevar las gentes a las urnas agitando objetivos asequibles, no en asustarlas o decepcionarlas con propósitos que, además de contenciosos y de complejo entendimiento, son de remota realización. Respecto a la conformación del frente único se nos insistió en sustituir el programa, la democracia y el no alineamiento, nuestros tres requisitos unitarios, por las reformas, la ventaja de grupo y el seguimiento a Cuba. Acerca de la problemática mundial nos dijeron que deberíamos enclaustrarnos en un sano nacionalismo y abandonar el derrotero que mejor contribuye a contener al expansionismo soviético y a favorecer la plena autodeterminación de las naciones, relacionando menos nuestra política interna con los engorrosos enredos del ámbito externo, si deseábamos aglutinar a la mayoría del pueblo colombiano.
Semejantes inquietudes, incluso planteadas por la sincera preocupación que en el ánimo de algunos militantes y amigos genera la lentitud de nuestro crecimiento, provienen del olvido de que el MOIR pertenece a las filas del trabajo, y no es, no quiere ser, representante del capital ni de ninguna otra clase distinta del proletariado de Colombia. Por supuesto que si nos equivocamos no avanzamos; y hemos incurrido en errores no muy graves, descubiertos y corregidos afortunadamente a tiempo. Pero podemos asegurarles que las complicaciones, partiendo desde luego de la perspectiva que nos interesa, lejos de originarse en el cumplimiento de nuestros postulados, se derivan de lo contrario, su todavía escasa cobertura y reducida aplicación. ¡Atinente recordar este ignorado axioma de la brega revolucionaria, en los preludios de unos sufragios en los cuales no hay tampoco por dónde se vislumbre un notable progreso del Partido, de producirse alguno! No pretendemos restar importancia a la tarea ni hurtarle el cuerpo a la batalla. Rindiendo tributo a nuestra trayectoria de combatientes, agotaremos en las jornadas que se avecinan todos los recursos de que dispongamos. Impulsaremos las alianzas necesarias y convenientes, a nivel nacional y regional, allanándolas con una actitud flexible; promoveremos las candidaturas de nuestros mejores voceros, como lo hacemos esta noche en Bogotá con los nombres de Marcelo Torres, Diego Betancur, Avelino Niño, Jaime Moreno y Marino Vivas, y desplegaremos a cuadros y activistas por municipios y veredas a fin de propagar, en unos lugares por primera vez, en otros por segunda, quinta o séptima, los mensajes de la revolución y la confianza inquebrantable del MOIR en la victoria final.
Sin embargo, las circunstancias no se nos presentan aún propiciatorias. Pese al acelerado desprestigio del gobierno, a la persistencia de la aguda crisis económica, a las esclarecedoras repercusiones de los caóticos sucesos internacionales y a los elocuentes brotes de enojo popular registrados, las oligarquías continúan capeando con relativo éxito sus múltiples problemas, ayudadas obviamente por los delirantes embelecos de los oportunismos de derecha y de «izquierda», que ayer adoraban los lados buenos del «mandato de hambre» y hoy se prosternan ante las amnistías, los diálogos, las aperturas democráticas, las pacificaciones interiores y exteriores y las demás facetas carismáticas del Cambio con Equidad. Así deseemos mantener vivo el germen del frente por la Unidad del Pueblo, por veredicto inapelable de los hechos habremos de marchar solos a la justa en un considerable número de departamentos. Es decir, las dificultades tan manifiestas en los comicios de 1978, de 1980 y aún de 1982, acarreadas en particular por la agria pelea contra el revisionismo y sus tendencias afines, no cesan de afectarnos. Eso que el Partido Comunista tuvo, ¡por fin!, un descalabro serio con la reciente y total insubordinación de su regional del Valle, el primer desgarramiento suyo en el lapso en que nosotros soportamos tres escisiones sucesivas; que Firmes, gestado por notabilidades de las letras, el periodismo, la cátedra y el foro, nacido en medio de las alabanzas de la gran prensa que le auguraba una larga existencia y puesto siempre a discreción de las más vulgares posturas reformistas, hace tiempo pasó a mejor vida, y que los últimos inventos del extremoizquierdismo parecen agotar su curso meteórico, luego de los múltiples y costosos experimentos por suplantar las contiendas de las masas trabajadoras con la acción heroica individual, el foquismo, los secuestros y el terror.
De todos modos seremos fieles a la conducta del pasado, aprovechando una vez más, y a cabalidad, las oportunidades que nos ofrece la participación en elecciones para ligarnos al pueblo, explicarle nuestras ideas y alertarlo acerca de los ardides de sus expoliadores; sin lisonjear a los sufragantes con silencios en torno a materias básicas que urgimos discernir, y sin desesperarnos porque los guarismos escrutados no hagan justicia a lo arduo de la labor y a lo ingente de los sacrificios.
Muchos de ustedes se habrán preguntado, al igual que yo, dónde estriba el temple de un partido que, como el MOIR, desde la cuna rehusó aceptar padrinos y aguas bautismales de adentro o de afuera del país, y, aun cuando no haya gozado de la satisfacción de triunfos resonantes y se halle cercado de ponzoñosos enemigos, persevera tozudamente, conservando intacto durante tanto tiempo et honor y el humor. Ello obedece, a mi juicio, a que no descuidamos ni la construcción teórica ni la lucha ideológica.
Antes de finalizar el 16 de abril de 1972, los camaradas, reunidos en las sedes para compulsar los datos de las votaciones de aquel día, ya habían calado por experiencia directa no sólo las tremendas cortapisas que para los desposeídos y oprimidos conlleva esta actividad, sino cómo los sufragios reglamentados por el régimen imperante tipifican un instrumento de dominación de clase de los explotadores, similar a la prensa, a los tribunales de justicia o al ejército. Distantes de pretender ocultar dicha verdad, o de adobarla, con el objeto de no menguar el fervor de los militantes en los futuros debates, profundizamos en ella, la sustentamos con el estudio y la investigación, sin renunciar ni un momento al principio de sacarle todo el jugo posible a la confrontación electoral.
Nos opusimos asimismo a cambiar cláusulas del programa por votos, ese trueque simoníaco del que muchos de nuestros aliados esperaban milagros. Las secuelas de una correlación de fuerzas desfavorables no las vamos a subsanar con evasivas retóricas, astutas maquinaciones o genuflexos ademanes. No estamos en una feria de diversiones para complacer los gustos de Enrique Santos Calderón, que cuando pertenecía a Firmes y dirigía Alternativa nos planteaba un frente liberal para hacer la revolución colombiano, y ahora, desde sus plácidas oficinas de El Tiempo, le increpa a Diego Betancur el sectarismo de insistir en los lineamientos partidarios y desdeñar las recursivas soluciones propaladas de continuo por los reparadores de la derruida república. Tal vez sea por casualidad, pero siempre que nos encontramos en un debate nos traen de espejo, procedente de alguna nación amiga, uno de tales demócratas y nos dicen: «Fíjense en la acogida que despiertan en nuestros amados diarios las tesis de mozos tan inteligentes». Si ya lo hemos señalado, lo repito: no nos impresiona el caso del socialismo español, cuyo ingenio se redujo, en su trepada de babosa al Poder, a borrar del prospecto la mínima referencia a los «ismos» que sonaran desafinados a los oídos de las autoridades consagradas. De no conseguir dotar a los destacamentos dispersos de obreros y campesinos con la conciencia, la organización y el mando imprescindibles para que den al traste con las viejas e irritantes potestades, habremos fracasado. Al servicio de esta prolongada y descomunal empresa ha de encaminarse cada desvelo del Partido, incluidas las campañas electorales. Como a las elecciones vamos porque no podemos ganarlas, aprovechémoslas entonces para esparcir las semillas del ideario de la revolución.
Nos creen carentes de imaginación porque no salimos cada ocho días a anunciarle a la audiencia una fórmula distinta para corregir los ancestrales desarreglos de la economía, tapar cual el gato la crónica corrupción administrativa, reducir el multimillonario déficit fiscal con el auge de los impuestos indirectos, enseñarles a los funcionarios del DANE a componer una canasta familiar que, en lugar de prescribir un incremento mensual del costo de la vida de tres y hasta de cuatro puntos de porcentaje, registre una disminución patriótica de 0.08%, o para armonizar el desmirriado interés colectivo con el lucro fácil y pernicioso de los magnates de la tierra, las finanzas, el Estado, etc., a la manera como viene perorando un Carlos Lleras Restrepo por cincuenta insoportables años, sin que el país se beneficie, y a veces ni se entere, de sus salomónicas aportaciones. Tampoco le indicaremos a la señora de Moreno Díaz a donde habrá de recurrir el Inscredial tras las decenas de miles de millones de pesos que demandaría la materialización de las demagógicas promesas del gobierno, pues las partidas, si se expiden, únicamente provendrán de la maquinita de emisión del Banco de la República, y sobre todo porque en el sistema prevaleciente la vivienda, con o sin cuota inicial, es una prerrogativa de las esferas adineradas.
Al revés, pugnamos por que el pueblo, comprendiendo a profundidad las causas de tales anomalías, se apreste a proceder en consecuencia; y nos preocupa muchísimo menos que los contradictores del MOIR desconozcan que la misión de un auténtico partido revolucionario no estriba en prolongar artificialmente la vida de la desahuciada sociedad de los señores, sino en ayudarla a bien morir.
Desde el Congreso de Cúcuta de 1821 la democracia oligárquica de Colombia le ha dado 162 veces la vuelta al sol y en todo ese largo tramo jamás hubo un parlamento dominado por las clases laboriosas, a pesar de que en la centuria pasada los campesinos fueron la abrumadora mayoría y en el presente siglo continúan siéndolo junto a sus aliados naturales, los obreros. ¿No les parece a ustedes que se aproxima la hora de que estas clases instauren su propio Estado, regenten la nación y la curen a ciencia cierta de sus desigualdades y de sus desequilibrios? Ahí si cobrarán pleno valor para nosotros los ajustes, las reformas y hasta las rectificaciones que ineludiblemente se llevarán a cabo en el esmero por labrar la grandeza de la patria liberada y la felicidad del pueblo; metas ambas factibles, pues por primera vez las riquezas materiales y espirituales de Colombia pertenecerán a los productores y estarán en función del progreso. En el entretanto haremos agitación y propaganda de las reivindicaciones económicas y políticas que urgen los trabajadores de la ciudad y el campo, y las cuales, para mayor desconcierto de nuestros impugnadores, no son demasiado originales, merced a que coinciden, salvo uno que otro tópico muy específico del país, con las enarboladas por las muchedumbres irredentas de las ciento y pico de neocolonias del planeta. Coinciden tales reivindicaciones en la naturaleza de los problemas que buscan resolver y en el carácter de la revolución que implican.
Y para colmo de colmos, tendremos menos que hacer de lo que cabría suponerse para obtener el triunfo. Antes de los esfuerzos subjetivos encaminados a generarlo, el tránsito de una organización social a otra radica en sus objetivas contradicciones internas. Ni la crisis económica, ni las divisiones de los detentadores del Poder, ni las sandeces presidenciales, tan definitivas para que aflore el odio de los gobernados contra la coalición reinante, en nada dependen de cuanto efectuemos, pensemos o propaguemos. Un sistema como el que nos expolia, que entre más se desvela por reanimar el rodaje productivo más certifica su absoluta impotencia para sacar a Colombia del estancamiento, ha de ser inexorablemente sustituido por otro, va que a un país podrá escatimársele la prosperidad por un tiempo pero no todo el tiempo. Cuando una sociedad, la que fuese, no logra ya dar respuesta satisfactoria a los acuciantes e impostergables requerimientos de la producción, habrá llegado inequívocamente al final de su ciclo.
El insaciable saqueo que sobre Colombia ejercen los monopolios imperialistas; las caducas formas de propiedad y explotación de la tierra debidas a las remanencias feudales y la conservación de los chocante privilegios de minúsculos sectores parasitarios que engordan, no sólo a costa del erario, sino mediante las actividades especulativas del agio, la usura y el gran comercio, constituyen obstáculos insalvables para el desarrollo, que cada día se tornan más evidentes y menos tolerables. Los fundamentos de la revolución descansan precisamente en el imperativo de dinamitar aquellas trabas, y la sapiencia del Partido se concreta en comprender a fondo las razones de semejante transformación y volverlas conscientes en el cerebro de los forjadores del porvenir, los encargados de emancipar a la nación y modernizarla, las masas multitudinarias de obreros y de campesinos. Para lo cual tampoco habremos de posar de inventores. El material instructivo nos lo suministran a porrillo las quiebras industriales y los concordatos firmados entre las empresas y sus acreedores; o la abultada deuda pública con la cual la banca internacional estruja al país y acogota al gobierno, y que multiplicase ininterrumpidamente mientras languidecen los ingresos por concepto de las exportaciones del café y otros rubros menores; o las reveladoras estafas de un Félix Correa en perjuicio del ahorro de sus clientes, junto a los turbios tejemanejes suyos con que administrara una compañía de la importancia de Fabricato, adquirida con la vendimia de las defraudaciones; o cualquiera de los otros muchos y halagüeños síntomas del derrumbe y la descomposición del viejo régimen. Como el hombre del común no aprende en los libros sino a través de la experiencia directa, con toda esta cascada de ricos acontecimientos cotidianos a los moiristas les sobrarán medios e incentivos para educar al pueblo y elevarle su cultura política.
El proceso discurre, pues, en el sentido del vuelco revolucionario, y, de perseverar sin impaciencias, estemos seguros de que la historia nos cumplirá la cita que le hemos concertado. Por eso no acudimos a los métodos de las agrupaciones extremoizquierdistas, hijas del desespero pequeño burgués, que buscando agilizar las condiciones de la pelea crean el efecto inverso de neutralizarlas. La falta de un enfoque científico en el examen de los vitales problemas de la nación conduce a esta franja de alucinados soñadores a caer en las peores inconsecuencias. En medio de un notorio despliegue de la reacción, y sin parar mientes en las propias debilidades ni en los flancos fuertes del adversario, les declaran la guerra a los círculos dominantes, para luego, al cabo de incontables descalabros, pedirle al presidente de la república, al personero de esos mismos círculos, que remedie las ingentes irregularidades del país como prenda de buena voluntad y en contraprestación a una paz negociada. Ninguno de los dos supuestos sobre los cuales se levanta tan deleznable táctica tiene validez. Del hecho de que nos encontremos ante la crisis económica más aguda desde el crac de 1929, no ha de deducirse de modo mecánico la convergencia de los factores políticos determinantes de las acciones insurrecciónales propiamente dichas; esto por un lado, y por el otro, si estuviera en manos de los mandatarios de turno la realización aun cuando fuese de unos pocos puntos del programa de los desposeídos, cual lo demandara contemporizadoramente Gilberto Vieira del señor López Michelsen, con respecto a la primera plataforma de la UNO y en el instante en que se tuvo noticia del arrasador repunte electoral del liberalismo, en 1974, a la revolución no le quedaría otra que, o esperar el advenimiento de períodos menos penumbrosos en los cuales los portadores del atraso no pueden pavonearse de progresistas, o modificar unos objetivos estratégicos que el enemigo de clase en un momento dado estaría dispuesto a conceder.
En suma, no luce honrado sembrar ilusiones entre las gentes acerca de una administración que ya se distingue por su trato obsequioso con los monopolios extranjeros y nacionales, amén de sus desmanes contra los portuarios, los textileros y el resto de los destacamentos laboriosos y populares en pie de lucha; ni parece sensato retar al Estado a la confrontación armada con el escaso apoyo de unos heroicos pero reducidos núcleos de combatientes, consumando episodios terroristas que sólo reportan la desventaja de desmovilizar a las masas y brindarles coyunturas a granel a los aparatos de la represión institucionalizada para que culminen holgadamente su faena.
Desde la instauración del Frente Nacional, con que los dos partidos tradicionales transaron sus ensangrentadas disensiones de finales de los cuarentas y comienzos de los cincuentas y promovieron a canon constitucional la coalición que han sostenido durante casi todo el siglo XX, las fuerzas revolucionarias nunca gozaron de la iniciativa ante el hegemonismo liberal-conservador. Al MOIR le ha correspondido, por tanto, desenvolverse dentro del reflujo, combatiendo las felonías de una democracia burgués-terrateniente hace mucha trastrocada en soporte del imperialismo norteamericano y arrostrando los furores de unas capas medias, harto profusas e influyentes dentro de una sociedad rezagada de su crecimiento, que fluctúan de un extremo a otro del espectro político, ora secundando la demagogia oficial, ora comprometiéndose en descabelladas aventuras. Sin haber hecho hincapié en la construcción teórica, o sea dedicarnos a desentrañar tanto las leyes que rigen a la sociedad colombiana como las que permiten su transformación revolucionaria, y sin persistir, en la lucha ideológica, o sea empecinarnos en la refutación de las falsas y retrógradas concepciones de las clases y segmentos no proletarios, el Partido no hubiera sorteado con éxito las pruebas a que se le ha sometido; ni mantenido la cohesión necesaria para su promisoria permanencia, no digamos por cerca de dos décadas, sino por un par de años.
Debido a ello, y no obstante saber de sus restricciones inmanentes, vamos con alborozo a los comicios y con la totalidad de nuestro acervo programático. Porfiaremos en la labor menuda de organización y educación que a la larga nos hará ganar el corazón y la mente de los obreros y los campesinos, no dejándonos desanimar por lo modesto de la cosecha, porque nos hallamos convencidos de que las contradicciones económicas y políticas que sacuden a Colombia vendrán en nuestro auxilio, a condición de que aguardemos confiadamente en ellas. Seguiremos encabezando las múltiples batallas de los desheredados de la fortuna, no marchando menos lento de lo que se deba, aunque tampoco más rápido de lo que las masas puedan. Así mismo, no cejaremos en convocar a la burguesía nacional, a los estamentos intelectuales, a los patriotas y demócratas de cualquiera denominación, tras la mira de estructurar un frente único que se enrute a su vez a liberar al país de la expoliación imperialista, a suprimir todos los impedimentos monopólicos que estancan el desarrollo y a establecer un poder genuinamente popular, pero que por ningún motivo se dedique a vender bajo envolturas novedosas los vencidos medicamentos de la democracia oligárquica. Orientaciones todas cuya justeza y trascendencia se demostraron en más de una ocasión y fueron trazadas después de cotejarse la práctica del MOIR con la aleccionadora trayectoria del proletariado universal. Explicable entonces que reciban, por lo menos en sus inicios, una fría acogida en las aulas universitarias, en las salas de redacción de los periódicos, en las galerías de arte, a la par que acopian dentro de los sindicatos a sus mejores adalides. Con cada una de ellas nos ha ocurrido lo que ahora nos pasa con el abocamiento de la situación internacional, el tema de moda, y el cual he dejado deliberadamente de último para tocarlo: que nuestro punto de vista choca con la postura del filisteo burgués, quien divulga a los cuatro vientos su democratismo y su ecuanimidad sin renunciar a los beneficios de la extorsión entre las personas, y en este caso, entre las naciones.
Cuantos se hayan empapado de la multifacética controversia en torno al conflicto centroamericano, hoy por hoy una de las tantas zonas en disputa del mundo, habrán percibido que los bandos involucrados en las reyertas indistintamente se denominan a sí mismos partidarios resueltos de la autodeterminación y la independencia de los países. ¡Algo muy curioso! El presidente Reagan fue obviamente el primero en hacerlo. Tratando de disculparse por el apoderamiento de la diminuta república granadina, alegó haber autorizado la expedición bélica en salvaguardia de los susodichos preceptos de la convivencia civilizada; subterfugio al que apelaron siempre quienes desde la Casa Blanca le antecedieron en el descuartizamiento de Latinoamérica. Lo sigue la jefe del Estado británico, la cé1ebre Margaret Thatcher. Esta «dama de hierro» se reserva la atribución de criticar el desembarco de Washington por considerarlo inconsulto, pero también por estimarlo atentatorio de la soberanía de una ex colonia inglesa, y sin importarle que su gobierno, en abril de 1982, había ordenado ocupar igualmente a las Malvinas, otras islas ubicadas en América, propiedad de Argentina. Desfila luego el comandante Fidel Castro, a quien, de manera análoga, la contraofensiva de los infantes de marina yanquis se le antoja una grosera violación de los fueros inalienables de Granada, siendo que él, a objeto de asegurarse la sumisión de los revolucionarios granadinos, mantuvo allí, sin término fijo, cerca de mil efectivos cubanos camuflados de asesores, cómplices además del derrocamiento del primer ministro Maurice Bishop y del asesinato de éste y de decenas de sus parciales. Truena después el Kremlin al otro extremo del orbe, porque la pérdida de esta pequeña posesión de las Antillas Menores, de algo más de cien mil habitantes, pone en peligro la tranquilidad mundial; en cambio la sangría de los veinte millones de seres del pueblo afgano, perpetrada por tropas soviéticas desde las postrimerías de 1979, sí disipa los temores de una conflagración generalizada y sí apuntala la concordia entre los pobladores del globo, en opinión del mismo presidium supremo. Y hasta nuestro peripatético mandatario se distingue por su apego a las normas del derecho internacional y por su vocación de no alienado, lo cual no ha sido óbice para que el Ejecutivo les abra las puertas de par el par a los capitales imperialistas en Colombia, fecunde sin rebozo los planes estadinenses de desvalijamiento del continente y coquetee de cuando en vez con la otra superpotencia.
Es decir, afrontamos la insólita aunque extendida estratagema, símbolo de la época que vivimos, de propugnar, de palabra, los principios de no intervención y respeto mutuo entre los Estados, y, de obra, preferir o cohonestar la injerencia, el chantaje y el soborno de funcionarios en las naciones débiles y atrasadas, cuando no su anexión violenta y su devastación a sangre y fuego. Artimañas de maniqueos aquéllas por las cuales merecen censura las desacreditadas incursiones punitivas de los Estados Unidos pero despiertan admiración los zarpazos del nuevo coloniaje ruso, o viceversa. Proceder aún más repudiable si de él se vanaglorian los depositarios del socialismo, que en calidad de tales deberían estar obligados, como nadie, a acatar la justa aspiración de los pueblos a gobernarse libremente, sin intromisiones extranjeras, por pías o humanitarias que éstas se pretexten. Sin embargo, una porción significativa del movimiento obrero de los distintos meridianos se ha decidido por tamaña insensatez y ha rodado al fangal.
El fenómeno se explica por la catástrofe que representó para la revolución mundial la traición de los sucesores de Lenin y Stalin, dirigentes de un país enorme, dueños hoy de un infinito poder y obstinados en transmudar a la URSS en un imperio de primera magnitud, apto para contender en contra de las metrópolis de Occidente y capaz de arrebatarles sus dominios e influencias. Alrededor de unas veinte repúblicas, sin contabilizar las de Europa Oriental, han quedado atrapadas en las redes de este género exótico de imperialismo socialista, y en una forma u otra obedecen a sus vandálicos dictámenes. Entre aquellas sobresalen Estados como el de Viet Nam, en el sudeste de Asia, que con cientos de miles de soldados invasores azota a Kampuchea y Lao; el de Siria, en el Medio Oriente, que sostiene un ejército de más de cincuenta mil unidades en los campos del Líbano, utilizado, entre otros oscuros menesteres, para cañonear a los palestinos y a su líder, Yasser Arafat, porque no se muestran muy condescendientes con Moscú; el de Libia, en el norte de África, que por intermedio de una facción disidente del Chad, a la cual armó y adiestró, acaba de dividir en dos aquel paupérrimo país, en conformidad con los proyectos del expansionismo, y el de Cuba, el más obsecuente de todos, que conserva 20.000 hombres en Angola y otro tanto en Etiopía, fuera de sus incontables asistentes, civiles y militares, diseminados por doquier, incluida Nicaragua, en Centroamérica.
Son las proezas del «socialismo real», bautizado así por sus ideólogos; émulo y competidor de los colonialistas de viejo cuño, pero más falaz, agresivo y peligroso. Usa de pantalla de sus apetencias hegemónicas a los movimientos de liberación nacional de Asia, África y América Latina; desata y alienta, con sus intrigas y camorras, los contraataques de los Estados Unidos; sumerge a las revoluciones en las querellas locales de las dos superpotencias, y coloca al mundo al borde de su Tercera Guerra. Acumula suficientes méritos para ser puesto en la picota, desnudado ante la faz de la Tierra y contenido de plano en sus veleidades expansionistas. Y como en Centroamérica se exhibe preferencialmente activo, desvirtuando el alcance y comprometiendo el futuro de los levantamientos emancipadores de los pueblos de esta zona colindante con nuestras fronteras, al proletariado colombiano, cuya vanguardia ha rebatido ya por veinte años las iniquidades de los revisionistas, le corresponde en suerte jalonar la épica hazaña por someter a juicio al social imperialismo soviético y a sus conjurados y someterlos a la pena máxima.
Nuestra séptima campaña electoral ha de permitirnos también izar muy alto, ante el nacionalismo burgués, el internacionalismo obrero. Fiamos esta y las otras tareas del momento a la lucidez, a la chispa y al coraje de los candidatos del partido.
Muchas gracias