Diego Montaña Cuéllar, Bogotá, de julio 15 de 1977
Compañeros:
José Jaramillo Giraldo, Jaime Piedrahita y Francisco Mosquera:
La circunstancia de estar sometido a las limitaciones de un tratamiento médico, me impide hacer acto de presencia en el II Foro que, como continuación del Foro del 18 de febrero anterior, se reunirá en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán de esta ciudad de Bogotá.
Al reiterar mi adhesión al programa común y a las decisiones adoptadas el 18 de febrero que seguramente serán ratificadas, debo sintetizar lo que hubiera expresado al hallarme presente en el gran acto que hoy se realiza.
Sin menosprecio de los arduos esfuerzos realizados por la dirección de la ANAPO para obtener la participación de otras fuerzas, concretamente del Partido Comunista que dirige Gilberto Vieira, en la proyectada Unión Popular Revolucionaria, considero que la única alianza posible y realista hoy en el campo de la izquierda colombiana, es la de la ANAPO y el MOIR, dos de las más importantes organizaciones de masas que tienen un mismo itinerario histórico y hablan el mismo lenguaje unitario, basado en el mutuo respeto, la igualdad de participación y la práctica leal de la democracia interna.
La alianza Nacional popular, posiblemente disminuida con relación al volumen cuantitativo que tuvo antes, como movimiento espontáneo de grandes sectores populares contra las oligarquías, de protesta y repudio al engaño de los partidos tradicionales, se presenta hoy cualificada y depurada por el grupo de sus actuales capitanes que le han dotado de una dirección conciente, en el proceso de elevar ese movimiento espontáneo a un plano superior e insertarlo en una política auténticamente revolucionaria.
Esa gran tarea de trasformación de la espontaneidad es conciencia revolucionaria, es el aporte de José Jaramillo Giraldo, Jaime Piedrahita Cardona y los demás compañeros de la dirección ejecutiva de la ANAPO.
El MOIR es una organización de masas nueva, plena de energías, de una juventud sin mácula, que ha llegado a la escena de la lucha revolucionaria cuando ya estaba ocupada por organizaciones más antiguas, colmadas de medallas ganadas en pretéritas batallas campesinas y obreras y con la fuerza que les da el apoyo de un poderoso partido extranjero.
El MOIR, como los aztecas que llegaron en último término a Tenochtitlán, ha tenido que construir su organización sobre los juncales de un lago, asediado y bajo el tabú de la serpiente emplumada. Se ha descalzado, sin embargo, para peregrinar por los campos, las calcinadas playas y los pantanos, en la empresa de liberar las masas proletarias del cautiverio en que las tiene la ideología burguesa. Si se ha de considerar que no hay cosa más difícil de emprender, ni resultado más dudoso, ni de más arriesgado manejo que asumir el papel de innovadores en la conciencia de los pueblos, para desalojar de ella las pasiones, los vicios y errores impresos por sus opresores, los empeños del MOIR para morar dentro de las masas trabajadoras y mostrarles con su virtud y abnegación que la causa de la revolución es la única justa y valedera, constituyen un valioso aporte. Máxime cuando este partido se presenta siguiendo la ruta abierta a los pueblos neocoloniales, como el nuestro, para encontrar la meta de su liberación, por esa gran luminaria del proletariado universal, el nunca suficientemente glorificado camarada Mao Tsetung. Si seguimos consecuentemente ese norte, debemos aceptar y practicar la ley que el planteó, al expresar que la revolución china, no era la revolución soviética, ni la revolución europea, sino la china, o sea, que cada pueblo tiene que encontrar su propio camino hacia el socialismo, partiendo de su propia topografía histórica y social y de la estructura y la superestructura de la sociedad que debe transformar. Este principio es esencial a todo movimiento revolucionario, particularmente en épocas como la presente, en que los movimientos revolucionarios del mundo entero se enfrentan al problema de sí la revolución debe estar sometida a los dictados de potencias supranacionales, o si como nosotros seguimos creyendo, la revolución no se exporta ni se importa y debe ser realizada por cada pueblo, o no se realiza.
Esta alianza del MOIR y la ANAPO, si se desarrollan los programas adoptados en el Foro del 18 de febrero, podrá convertirse en el elemento cohesivo que habrá de aglutinar las fuerzas dispersas de la izquierda colombiana y que en la campaña política que hoy se inicia, si bien no conquistará la emancipación del proletariado, conquistará seguramente el terreno propicio para alcanzarla, como una tarea de las generaciones presentes y no de las generaciones futuras, en el que la iniciativa sea tomada por las clases explotadas sin consideración a los parámetros de “consensos” y “abanicos” que señala la burguesía decadente.
Desde la base y participando en el equipo docente que habrá de preceder la larga marcha que hoy emprendemos pueden contar, queridos compañero, con mi colaboración y solidaridad.
Fraternalmente,
Diego Montaña Cuéllar