UN TEATRO VIVO QUE SURGE DEL PUEBLO

Más de 200 presentaciones, sin contar con las realizadas en el III Festival Internacional de Teatro de Caracas, Venezuela, en donde confrontó su producción con la de más de treinta agrupaciones provenientes de todo el mundo, es parte del balance efectivo que el Teatro Libre de Bogotá puede hacer de sus actividades, en el año de 1976.

A su regreso, el Teatro Libre llevó a cabo extensas y prolongadas giras por todo el país con “los inquilinos de la ira” y “El sol subterráneo” de Jairo Aníbal Niño, dirigidas por Ricardo Camacho, la “Comparsa de Rosendo” de José L. Pardo y la “Huelga” de Sebastián Ospina, dirigida por Germán Moure. Con esta última obra el grupo participó en el II Festival Nacional del Nuevo Teatro.

Pero los mayores logros alcanzados por el grupo, logros que por demás son sólo el primer paso en un difícil y complejo proceso apenas iniciado, radican, en primer lugar, en la conformación de un taller de dramaturgia, compuesto por un grupo de escritores que parten de la fuente inagotable de la vida material del pueblo, para la creación de piezas teatrales que contribuyan a la conformación de un nuevo arte en Colombia.

En segundo lugar, parte de este proceso es, también, la transformación que se ha llevado a cabo en el trabajo mismo del grupo: la creación de una escuela de Teatro, que mezcla lo académico con la investigación y el estudio de las manifestaciones artísticas de las masas, y la vinculación con los distintos sectores populares, que es donde se encuentran, en carne y hueso, los ricos y profundos personajes de las obras que llevan posteriormente a escena. “El sol subterráneo”, por ejemplo, (actualmente en temporada en la sede del grupo), muestra cómo el pueblo rescata a través de personajes de hoy las batallas del pasado en los combates que libra el presente. En este caso concreto, un episodio de las luchas de los obreros bananeros en 1928.

Para 1977 el grupo inicia actividades con los preparativos para poner en escena “La agonía de difunto” de Esteban Navajas, Premio Casa de la Américas 1976, “Tiempo vidrio” de Sebastián Ospina y “Funeralias de estado” de Jairo Aníbal Niño.