«EL MOVIMIENTO UNITARIO SE ABRE PASO INCONTENIBLEMENTE»

Francisco Mosquera

Compañeros asistentes al Foro Nacional de la Oposición Popular y Revolucionaria:

Gracias al esfuerzo y gestiones de la Coordinadora Nacional de ANAPO nos hemos reunido en este grandioso acto ¿A qué obedece esto, siendo que pertenecemos a organizaciones y tendencias políticas disímiles, no hace mucho enfrentadas entre sí por pasajeras o trascendentales discrepancias? La única razón valedera para explicarse el hecho de que estemos congregados, la encontramos en la preocupación que nos impulsa a todos a luchar por alcanzar la unidad del pueblo colombiano. Un poderoso movimiento unitario se viene abriendo paso inconteniblemente, arrasando mitos e irrespetando dogmas. Es tal la dinámica y el ímpetu de este movimiento que, al verlo engrosarse y avanzar, se atreve uno a predecir que los más soberbios escollos que se le interpongan terminarán achicándose y serán vencidos, al igual que las grandes crecidas se estrellan en los altos collados sólo para prepararse momentáneamente, incrementar su furia y continuar con su estampida atronadora.

Al ser convocado este Foro, algunos, para invalidarlo, nos indicaron, tal vez como fruto de su propia experiencia, que la unidad no brota mágicamente de reuniones. En la afirmación general les sobra juicio. Se equivocan es en la apreciación de que encuentros como estos son apenas el comienzo del viaje, cuando en verdad constituyen la conquista de un largo proceso. No visualizan que la unidad revolucionaria que liberará a Colombia y emancipará a las masas oprimidas, viene forjándose desde tiempo atrás en la fragua de las múltiples batallas populares y en las incontables contiendas políticas e ideológicas de los nuevos partidos. Que ello es así lo comprueban fenómenos tan palpables en la vida del país, como, primero, la crisis de la sociedad colombiana y la bancaria del régimen de López Michelsen; segundo, el auge de la conciencia y el sentimiento antiimperialista del pueblo colombiano; tercero, el desarrollo de las acciones de las masas y el criterio generalizado de que el frente popular hay que hacerlo en torno a un programa revolucionario y conforme a normas democráticas, y cuarto, la lucha y el reagrupamiento de la izquierda de ANAPO y la realización de su IV Congreso.

Son cuatro factores positivos que coadyuvan, unos más que otros, a explanar la senda de la unidad del pueblo. Desde luego que contra cada uno de ellos conspiran a su vez aspectos negativos que los entorpecen, pero en la situación actual los primeros prevalecen sobre los segundos y concluirán por imponerse definitivamente, si actuamos con acierto y decisión.

Hagamos un análisis rapidísimo de tales problemas.

Después de los 16 años de alternación presidencial frentenacionalista, tras las elecciones de los tres delfines, en 1974, López Michelsen insurge como el milagroso redentor de la República maltrecha. El entusiasmo liberal se fue propalando por doquier y contagió con su morbo aun a los partidos distintos de la coalición dominante, lo cual debilitó inevitablemente la acción unificada de las fuerzas contrapuestas al régimen. Pero el improvisado mesías traía impreso no en el madero sino en la bolsa el INRI del continuismo. Su única misión en este mundo consistía en prolongar los turbios negocios y las vejaciones de los gobiernos bipartidistas precedentes, a costa incluso de inmolar su efímera popularidad. Y a fe que lo ha logrado. En connivencia con el heredero de Laureano Gómez inició su peregrinaje por los escabrosos vericuetos del “mandato de hambre, demagogia y represión”

Las consecuencias de sus medidas económicas se pueden resumir en lo siguiente: mayores privilegios a los monopolios extranjeros, principalmente norteamericanos y entrega progresiva a éstos de los recursos naturales del país; entronización de la usura de la banca y corporaciones financieras y devaluación automática del peso colombiano; multiplicación de los impuestos al pueblo y merma a los de las grandes compañías y sociedades; aumento extraordinario de la deuda externa y emisión periódica de moneda para subsanar el déficit fiscal; restauración legal de la servidumbre en el campo e incremento de la explotación de la clase terrateniente sobre los campesinos; quiebra de la industria nacional y retroceso de la producción agraria; entrega de la llamada “bonanza cafetera” a los grandes exportadores y a los amos de la Federación Nacional de Cafeteros y ruina para los pequeños y medianos cultivadores del grano; encumbramiento del costo de la vida y restricción al alza de salarios; desempleo y hambre, y, como remate de este lúgubre espectáculo, la corrupción campeando a sus anchas en todos los despachos, reproduciéndose, propagándose, inmune a cualquier antídoto que no sea la cremación del sistema mismo que le da la existencia. El carácter antidemocrático del continuismo es la expresión en el terreno político de su orientación económica , y su despotismo contra las clases y fuerzas revolucionarias se compendia en: estado de sitio, consejos verbales de guerra, ilegalización de huelgas, terror blanco en las zonas campesinas, allanamiento de universidades, represión violenta de los paros cívicos, asesinatos y arrestos de dirigentes populares, obstrucción sistemática de los partidos de avanzada y militarización creciente de las funciones estatales que estimula la salida cuartelaria de la crisis.

A los dos años y medio de vigencia del periodo lopista, el pueblo colombiano ha comprendido la estratagema de la minoría oligárquica y en infinidad de tumultuarios combates exterioriza su indignado rechazo a la estafa de que ha sido víctima. Y este es un factor supremamente positivo. A excepción del reducido círculo palaciego, ninguna fuerza política se atreve hoy a meter las manos en el fuego por los decretos de los promeseros oficiales. En las filas de la izquierda hay plena identificación tanto sobre el desastre que ha significado para Colombia la economía del gobierno, como sobre la naturaleza despótica de su política contra las masas populares. Al calor de los acontecimientos se han evaporado todas las ilusiones acerca del lopismo como se desvanecen las brumas de verano con el sol de la mañana. El pueblo empieza a ver las cosas claras y a la oligarquía se le oscurece el panorama. De esto dan noticia las duras peleas de obreros, campesinos, estudiantes, médicos, maestros, vendedores ambulantes, indígenas y pobladores de los municipios abandonados. La crisis de la sociedad colombiana evoluciona aceleradamente y repercute en los toldos de los partidos tradicionales. Y mientras éstos padecen el vértigo del abismo, los nuevos partidos prosiguen el ascenso con la vista fija en la cúspide de la montaña. La reacción se divide despedazada en refriegas internas y la revolución se agrupa y se reconforta con la concentración de esfuerzos y recursos. Las condiciones son excelentes. Grandes batallas están en gestación, llamadas a producir cambios favorables en la correlación política de fuerzas entre uno y otro bando. Parodiando a un gran poeta, la unidad del pueblo derrotará la solución fascista, o la solución fascista precipitará la victoria de la unidad del pueblo.

¿Y contra esa perspectiva qué conspira? El renacer de las marchitas esperanzas sobre el papel progresista o de contención que podrían desempeñar los altos mandos del liberalismo. Aunque tal contracorriente es demasiado débil, resulta aconsejable no descuidarla y debemos combatirla haciendo claridad sobre la bancarrota del lopismo, las contradicciones internas de la reacción y la aproximación de grandes batallas populares, todo lo cual despeja el camino de la creación de un frente unido revolucionario.

El desarrollo de la conciencia y el sentimiento antiimperialista del pueblo colombiano constituye igualmente otro de los logros de la lucha revolucionaria. Desde finales del siglo pasado y comienzos del presente hasta hoy Colombia ha sufrido el asedio e intromisión de varias potencias imperialistas, pero a Estados Unidos le ha correspondido siempre la parte de león en el pillaje de los frutos del trabajo de las masas y de los recursos naturales del país. Hace alrededor de 80 años que los colombianos vienen librando resonantes y heroicos enfrentamientos con el imperialismo norteamericano. Entre ellos, para citar sólo dos de los más distantes en el tiempo, sobresalen la erguida resistencia nacional a la flagrante intervención del gobierno estadinense en la separación de Panamá y Colombia, y la gloriosa huelga de los trabajadores bananeros contra la United Fruit Company, que testimonia tanto la crueldad sin escrúpulos de los hampones del gran capital como el valor, la dignidad y la fortaleza indomeñables de la clase obrera. A encender el patriotismo revolucionario del pueblo colombiano han contribuido también las luchas nacionales de México, Nicaragua, Guatemala, Ecuador, Chile y demás países de Latinoamérica contra el imperialismo norteamericano, así como el grandioso triunfo en Cuba de los guerrilleros de la Sierra Maestra y más recientemente la culminación exitosa de las prolongadas guerras de liberación de los pueblos indochinos de Viet Nam, Camboya y Laos.

El avance en este sentido radica en que no solo el proletariado, sino los campesinos y el resto de fuerzas que colaboran en el desarrollo nacional, cada vez comprenden mejor que la sojuzgación neocolonialista sobre la nación, el control absoluto del Estado oligárquico por parte de los monopolios norteamericanos y a través de él de toda la economía del país representan la causa fundamental de la crisis de Colombia, con el estancamiento de la producción no imperialista, el desempleo, la inflación, la miseria y esclavitud progresivas de las masas populares, es decir, la indescriptible tragedia que se cierne y atormenta la vida del 90% y más de la población colombiana .

Si la nación aspira a la soberanía y autodeterminación, si el pueblo busca la libertad, la democracia y el progreso y si la clase obrera desea acortar la distancia que la separa del socialismo, deben vencer en la lucha por independizar a Colombia de las garras de la dominación extranjera. Este convencimiento cada día más difundido prepara las condiciones de la construcción del más amplio frente de las clases y partidos revolucionarios que aplaste en el país al imperialismo norteamericano y sus intermediarios y establezca un Estado popular, democrático, libre, auténticamente soberano, próspero y en marcha al socialismo.

¿Y contra ello que conspira? Las antiguas y novísimas contracorrientes que pretenden mofarse del énfasis que le ponemos a la necesidad de la liberación nacional como el principal objetivo de la revolución colombiana en la etapa actual, al motejarlo de vulgar nacionalismo, antagónico con el apoyo que le debemos a la lucha revolucionaria mundial. No obstante estar estas contracorrientes perdiendo la partida, es indispensable redoblar el trabajo educativo entre las masas, acerca de que la obtención de la independencia nacional y el celoso mantenimiento de la soberanía de Colombia no solo reñirán con las obligaciones internacionalistas de la revolución, sino que concretarán el máximo aporte, la ayuda insustituible, la verdadera solidaridad a la causa de la liberación de las naciones sometidas, de la emancipación de los obreros de los países capitalistas y de la construcción de las repúblicas socialistas. La revolución colombiana hace parte integral del gigantesco movimiento antiimperialista mundial y estamos en la primera línea de combate de ese movimiento, junto a más de mil millones de seres de Asia, África y América Latina. La independencia y soberanía de Colombia la defenderemos intransigentemente tanto frente al imperialismo contra el cual combatimos como en las relaciones internacionales que después del triunfo de la revolución establezcamos en pie de igualdad con todos los países del planeta. La libre y voluntaria cooperación internacional por la cual aboga el socialismo se basa en el respeto absoluto de la autodeterminación de las naciones, uno de los principios democráticos esenciales de la concepción internacionalista del proletariado. Dilucidemos, pues, estas cuestiones, apoyémonos sin prejuicio en el patriotismo revolucionario de las masas y unámonos decididamente con todos los que en el país combaten al imperialismo norteamericano, opresor número uno de Colombia.

Un tercer factor favorable en pro de la unidad del pueblo colombiano se ha venido perfilando en los últimos años del quehacer revolucionario. Junto a la erupción de volcánicas contiendas de las masas de la ciudad y el campo y como reflejo de las más valiosas lecciones de estas lides, se va imponiendo la idea de que para los fines de la liberación y de la revolución en Colombia son imprescindibles los aportes pequeños o grandes, temporales o duraderos, conscientes o inconscientes que puedan ofrecer las muchas y abigarradas fuerzas que sufren y repudian la sojuzgación del imperialismo norteamericano. Que en los apogeos y perigeos de la lucha debemos estimular y acercar, según las circunstancias, a estamentos y sectores vacilantes, e inclusive aprovechar sabia y audazmente las contradicciones del enemigo, que las tiene bastantes y en constante ebullición. Que en la actual etapa revolucionaria el triunfo no será la hoja de laurel en las sienes de una clase o un partido en particular, sino la obra de un frente unido antiimperialista. Que este frente demanda, por lo tanto, un programa que aglutine y movilice a las clases y fuerzas revolucionarias en procura de sus más sentidas reivindicaciones económicas y políticas y la estructuración de una dirección centralizada y compartida por todas aquellas, basada en normas democráticas de relación y funcionamiento. Que solo así la incipiente y espontánea cohesión que se vislumbra en los múltiples combates de las masas dará un salto cualitativo y se tornará operante y eficaz. Que el programa no puede ser socialista sino nacional y democrático, porque de lo contrario se renunciaría de antemano a la necesaria contribución de clases, capas y organizaciones que estarían dispuestas a engrosar el gran torrente liberador, pero que no comparten la totalidad de las apreciaciones ni la concepción dialecto-materialista propias del proletariado. Los anteriores son criterios unitarios cardinales cuya justeza ha sido tamizada por la práctica de los revolucionarios de Colombia. Corresponden a la teoría de la función y desarrollo del frente unido antiimperialista que habrá de acoger y organizar al 90% y más de la población colombiana tras la meta suprema de la liberación nacional y de las transformaciones históricas que requiere el país. Pertenecen al arsenal ideológico de la revolución y apertrechan a las masas que luchan por su unidad.

¿Y contra estos avances qué conspira? Las tesis viejas de quienes contraponen la unidad de acción al frente y niegan tanto el carácter democrático del actual programa de la revolución colombiana como la democracia en las normas organizativas del mismo. Tales contracorrientes se hallan igualmente de capa caída. Sin embargo, tendremos que ocuparnos de ellas persuadiendo a las masas populares de que no podemos limitarnos a las acciones unitarias que esporádicamente efectuamos para sacar adelante las peticiones o reclamos de un determinado sector o de varios sectores, como cuando conformamos, por ejemplo, comités de solidaridad con la USO, para derrotar el contrapliego patronal y, con FECODE, el estatuto docente. Siempre que haya ocasión reafirmaremos la enorme importancia de estas acciones, más no acallaremos ni por un minuto nuestra propaganda a favor de la unidad programática del frente, por la cual las clases revolucionarias exponen sus planteamientos con respecto a los problemas medulares de la sociedad y del Estado. Lo contrario sería rendirle culto a la espontaneidad y al economismo, cuando no defender la anarquía o pretender románticamente que la generalidad del campesinado y demás fuerzas antiimperialistas no proletarias asuman una falsa posición socialista que las condiciones materiales y políticas de la nación no permiten.

La revolución no se ganará a los campesinos hasta tanto no espalde sin reservas la legítima y acendrada aspiración de éstos a poseer como suya la tierra confiscada a la clase terrateniente. Y se ha vuelto proverbial que sin la alianza obrero-campesina no habrá frente, ni liberación, ni democracia popular. Cosa parecida sucede con otras reivindicaciones de aliados de la clase obrera. Debemos así mismo darles garantías de que sus intereses y derechos son tenidos en cuenta, empezando por un programa que los consigne a satisfacción y por una dirección compartida democráticamente que los represente a plenitud, único medio de que las inmensas mayorías se levanten rebosantes de entusiasmo contra el enemigo común. En una palabra, demostremos que sí sabemos para donde vamos, que la revolución será capaz de gobernar el país acertadamente, incomparablemente más capaz que las anacrónicas clases antinacionales y despóticas próximas a salir a puntapiés del escenario histórico. No le temamos a las complicaciones ni a las dificultades. Los manantiales puros son pequeños, pero no crece el río con aguas cristalinas. Remanguémonos, vinculémonos a las masas y construyamos el frente con todas las fuerzas susceptibles de aliarse con nosotros.

Y para terminar, deseo subrayar la existencia de un nuevo factor llamado a incidir positivamente también en la unidad del pueblo colombiano. Me refiero a la lucha que sostiene con tesón la izquierda de ANAPO, dentro y fuera de su partido, con el fin de hacerle ambiente a una política consecuentemente revolucionaria y unitaria. Varias secuencias componen este proceso anapista de los últimos años: la critica a la conducta de contemporización con las clase dominantes proimperialistas y a los métodos antidemocráticos característicos de la antigua dirección; los lineamientos de una orientación acorde con los intereses primordiales de la nación y las masas populares; el reagrupamiento de las bases dispersas alrededor de dichos postulados revolucionarios, mediante la realización de múltiples reuniones y movilizaciones en casi todo el país, y los esfuerzos por unir en un solo frente a todos los partidos y organizaciones opuestos a la dictadura oligárquica prevaleciente. Esta ha sido una gran corriente revolucionaria del pueblo colombiano que ha permitido la aparición de agrupamientos partidistas remozados y de indiscutible influencia, y el arrinconamiento de las minorías antipopulares y antiunitarias del anapismo.

Sobresale la creación de la Comisión Nacional Coordinadora de ANAPO que llevó a cabo, en diciembre pasado, su IV congreso, que aprobó un programa nacional y democrático, llamó a la integración de un frente unido, refrendó la convocatoria de este Foro de la Oposición Popular y Revolucionaria, reafirmó la jefatura de José Jaramillo Giraldo y lanzó la precandidatura de Jaime Piedrahita Cardona. Determinaciones todas sin lugar a dudas movidas por el ánimo de propiciar el entendimiento del mayor número de fuerzas políticas hacia una cooperación revolucionaria amplia, sólida y duradera. En conclusión, el desenvolvimiento de la situación de Alianza Nacional Popular, de unos años para acá, lejos de enrarecer la perspectiva unitaria, le inyecta nuevo aliento y mejora las condiciones para lograr el anhelado propósito de un solo frente que saque adelante las tareas de la revolución en el presente periodo y, entre ellas, una campaña electoral unificada, con un candidato único que se le contraponga a los varios y desacreditados aspirantes presidenciales de la coalición dominante.

¿Y contra este atrayente pronóstico qué conspira? Los infundados recelos de quienes con sobredosis des sectarismo creen ver en las propuestas de la izquierda anapista torcidas intenciones que nunca hubo. Aunque las iniciativas adoptadas por la Comisión Coordinadora de ANAPO, como la invitación a este foro, se defienden por sí solas, la evidente desventaja de que surjan dos o tres frentes en la orilla opuesta al bipartidismo tradicional, nos señala la convivencia de persuadir a los sectores refractarios a que depongan su actitud negativa y preparar una atmósfera respirable que permita ventilar y resolver todas y cada una de las diferencias. Si en verdad el objetivo que se persigue es la unidad del pueblo, el hecho de que otros tomen la iniciativa con el mismo Norte no significa una cosa mala sino buena. Aquí el acierto radica en descubrir cuál es la palanca que pueda desatascar el carro y no en malgastar combustible y fundir el motor. La orden de discriminar y excluir destacamentos políticos inclinados a prestar ayuda, por modesta que ella sea, es tremendamente negativa, como lo es también la de permitir que las exigencias descabelladas e inoportunas de una o más agrupaciones interfieran la marcha de la más alta alianza. Creemos que el candidato único de la izquierda para las elecciones presidenciales de 1.978 debe salir de las huestes de la ANAPO, pero el problema de la candidatura no puede convertirse en excusa ni pretexto para no llegar a acuerdo. En definitiva, todas las decisiones habrán de tomarse democráticamente, previa consulta y a satisfacción de las fuerzas participantes. Conforme a lo expuesto, el MOIR quiere reiterar a las organizaciones y personalidades asistentes a este espléndido y fructífero encuentro, nuestra garantía de que haremos las concesiones necesarias y propiciaremos las soluciones positivas que faciliten la fundación y consolidación de un solo frente unido de la revolución colombiana.

Compañeros: el futuro de Colombia descansa en la unidad del pueblo y la conquista de ésta depende de la supremacía de las corrientes revolucionarias en movimiento y de la derrota completa de las contracorrientes que se les imponen. Quien ambicione servir a la causa revolucionaria no tiene mucho que escoger y debe ser valiente. El valor es hálito vital en todas las empresas desbrozadoras del progreso del hombre.

Muchas gracias.