El departamento del Cauca ha sido tradicionalmente y es aún hoy uno de los más atrasados y miserables de nuestro país. Una región en donde 80% de la población depende de las labores agrícolas, en donde más de 150.000 indígenas apenas logran subsistir arañando las laderas de escarpadas montañas en 50 resguardos minúsculos, en donde 62% de las fincas son menores de 5 hectáreas y ocupan el 8.7% de la superficie total, mientras un puñado de grandes terratenientes con el 2% de las fincas acapara más de 45% de la tierra, en donde predominan las formas señoriales de explotación del campesino, que se ve reducido a la condición de siervo, terrajero o aparcero, en donde al indígena se le arrebatan sus tierras, se le reprime y se le asesina, en donde los destinos de las gentes son manejados a su antojo por unas cuantas familias de gamonales tradicionales. Un departamento aislado y sin vías de comunicación, porque según el terrateniente y jefe liberal Víctor Mosquera Chaux, “las carreteras dañan al campesino”. En fin, un departamento aletargado por los rezagos del feudalismo ancestral.
Al noreste y centro del Cauca, más de 20.000 familias campesinas pobres e indígenas paeces, guambianos y coconucos se dedican al cultivo del fique como única o principal fuente de subsistencia, en Caldono, Pueblo Nuevo, Totoró, Paniquitá, Quinchaya, Jambaló, El Tambo, Santander de Quilichao y otros municipios, veredas y resguardos. Sembrando los colinos, trasplantándolos, cortando la hoja de la mata, desespinando, desfibrando, lavando y secando la cabuya estos miles de productores extraen de sus reducidas parcelas la materia prima para la fabricación de millones de empaques de fique.
Desde el primer semestre de 1976, las 100 mil personas que dependen de la siembra de la cabuya en el Cauca se han visto abocadas a una desesperada situación: las empresas procesadoras de la fibra suspendieron o disminuyeron considerablemente las compras a productores e intermediarios.
“Siembre fique y viva en paz”
Esta leyenda y otras tales como “El fique, un cultivo de ascenso” o “Siembre fique y gane pesos”, que se ven por doquier en grandes vallas y afiches, hoy son cínicas provocaciones a los famélicos campesinos que no tienen a quien vender una arroba de cabuya. Por irónico que parezca, así comenzó el problema hace unos diez años cuando la Caja Agraria, el Incora, la Federación de Cafeteros, la Compañía de Empaques de Medellín y la Empresa de Empaques del Cauca emprendieron una gigantesca promoción del cultivo de fique. El gobierno promesero ilusionó al campesino con préstamos semillas, asistencia técnica, máquinas desfibradoras, fertilizantes y, lo más importante, lo halagó con un mercado amplio y permanente para el producto. En un folleto de divulgación se lee: “Las perspectivas para la siembra del fique son excelentes en vista de que el aumento de la producción agrícola en el país traerá como consecuencia una mayor demanda de sacos para empacarla y por tanto las empresas fabricantes necesitarán más cabuya para cubrir las necesidades”.
Ante “el milagro de la cabuya”, miles de minifundistas se dedicaron a sembrar cuantas plazas pudieron con la mata que, según se les dijo, los sacaría de la pobreza.
“… y todos nos regamos a sembrar cabuya”
Hasta donde se pierde la vista, en planadas y laderas, a la orilla de caminos y riachuelos sólo se aprecia un paisaje erizado con las largas y espinosas pencas del fique. Hay zonas como pueblo Nuevo, Paniquitá, Caldono y Totoró donde los campesinos apenas si producen algo diferente. Como lo anota un cultivador de Paniquitá: “la gente de por aquí arrancó toda la comida y todos nos regamos a sembrar cabuya. Eso no quedó ni café, ni maíz, ni nada. Solo la cabuya”. Un indígena de Pueblo Nuevo, donde las parcelas del resguardo están sembradas “de lo mismo”, nos dijo: “hoy día la comida no la tenemos en nuestras tierras. Hay que ir afuera a conseguirla más cara”.
Según la evaluación hecha por el Comité de Producción Agrícola del Cauca, de la Caja Agraria, el área cultivada de fique en ese departamento alcanzó más de 9.000 hectáreas en 1976. La producción total entre enero y agosto de ese año fue de 11.200 toneladas de fibra. El número de hectáreas plantadas y la cantidad de familias cultivadoras dan una idea del tamaño promedio de las parcelas cabuyeras, que en muchos casos son menores de una plaza o fanegada.
Una vez sembrada la mata, ésta puede tardar de tres a cuatro años para entrar en producción, lo que implica un largo período de improductividad para el campesino. Sin embargo, es posible cultivar simultáneamente otros productos, pero solo durante dos o tres años, ya que después es imposible porque “las raíces de la cabuya se extienden y se tejen y no se da nada que no sea monte”. Por otra parte, el cultivo intensivo del fique agota y empobrece la tierra, a menos que se emplee gran cantidad de abonos y fertilizantes, elementos que están fuera del alcance del pequeño productor. En 1976 apenas 2.7% del área plantada recibió asistencia técnica y un mínimo de fincas consumió productos agroquímicos.
Ruina de la producción nacional
Promover cultivos, endeudar a pequeños y medianos productores para luego, en medio del auge y las grandes cosechas, hacer importaciones masivas provenientes fundamentalmente de los Estados Unidos: tal ha sido la antinacional política de los gobiernos del Frente Nacional, política que ha conducido a la ruina a una gran cantidad de agricultores colombianos en los últimos años. El “mandato de hambre”, haciendo honor a su sobrenombre, ha continuado con particular entusiasmo la abominable práctica de sus antecesores, de favorecer las importaciones de numerosos productos agrícolas que se cultivan en el país. Con el fique ha ocurrido algo similar. En medio de la promoción de la mata, y cuando comenzaba a desarrollarse la producción y el mercado de la fibra, el gobierno autorizó a entidades oficiales y semioficiales considerables importaciones de empaques de polipropileno y yute que entraron a competir ventajosamente con los sacos colombianos. Durante 1974 y 1975 el Idema, la Federación de Cafeteros y Monómeros Colombo-Venezolanos trajeron al país cinco millones de dichos empaques. A comienzos del año pasado llegaron procedentes de Corea otros tres millones comprados por el Idema con destino al almacenamiento y transporte del trigo y demás cereales igualmente importados para los cuales se venían utilizando costales de cabuya.
Las fábricas colombianas de empaques redujeron paulatinamente sus compras de materia prima hasta el punto que de las dos empresas que consumen el fique del Cauca, una, empaques de Medellín, escasamente adquiere 10 ó 15% de lo que compraba, y la otra, Empaques del Cauca, llegó a suspender temporalmente las compras. A su vez, el organismo usurero del Estado, la Caja Agraria, cómplice de la crisis, redujo el crédito para los cultivos, al tiempo que voceros suyos afirman que “el futuro de la cabuya es incierto”. No contento con esto, el régimen no sólo no atendió las solicitudes de exportación de los productores, sino que las entorpeció.
Una denuncia sin eco
Ante la alarmante situación que comenzó a vivirse en todas las zonas fiqueras del Cauca y otros departamentos, varias organizaciones gremiales de trabajadores vinculados a la producción y procesamiento de la cabuya emitieron el 21 de agosto pasado un comunicado a la opinión pública denunciando el gravísimo problema. El documento señala que “esta situación radica fundamentalmente en la irresponsabilidad de la política económica del gobierno proimperialista que fuera de la completa falta de planificación ha permitido la entrada de productos que tienden a arruinar la industria nacional del fique”. Firman el Sindicato de Trabajadores de la Compañía de Empaques de Medellín, el Sindicato de Trabajadores de la Empresa de Empaques del Cauca, el Comité de Fiqueros del Oriente de Antioquia, la Cooperativa Agropecuaria de Paniquitá, el Sindicato Agrario de Campoalegre (Cauca) y el Consejo Regional Indígena del Cauca.
Después del encuentro de fiqueros realizado en El Peñol (Antioquia) el 28 y 29 de agosto, viajó a Bogotá una delegación a entrevistarse con el Presidente y el ministro Agricultura. Ninguno de los dos personajes se dignó recibir a los trabajadores. Según nos relató uno de los integrantes de la comitiva, después de hacernos esperar como una hora en el despacho del ministro, salió el viceministro a decirnos dizque el doctor estaba resfriado, que no nos podía atender, que él después le contaba lo que nosotros le dijéramos. ¡Pero hasta ahora no se ha visto nada!
Miseria en medio de la riqueza
“No hay porque no se vende y no se vende porque no hay”. Esta frase, expresada por un minifundista, sintetiza la dramática situación en que se encuentra toda la actividad económica de la zona fiquera del Cauca desde que se inició la crisis. Un pequeño comerciante de Siberia nos indicaba: “Antes los mercaditos de por aquí eran buenos; se vendía la cabuya y entonces la gente compraba. Ahora ya no paga ni el viaje a los pueblos”.
La ruina de los productores los ha hecho regresar años atrás, a la antiquísima costumbre del trueque de una mercancía por otra, lo que los indígenas llaman “cambiar por remesa”, “Como ya casi no nos compran – decía un agricultor de Pueblo Nuevo, desfibramos por ahí una o dos arrobas de cabuya para cambiarla por la sal o la panela”. Algunos campesinos anotan: “A medida que uno tenga como vivir, uno va destruyendo la cabuya”. Otros, simplemente dejan enmalezar los cabuyales.
La sustitución del cultivo se enfrenta a un obstáculo insalvable: las enormes dificultades que implica desarraigar las matas de fique una vez crecidas. Un campesino de Totoró explicaba: “Como las raíces de la cabuya se tejen y se meten tan hondo, a falta de máquinas nos tocaría a punta de barretón. En un día una o dos matas. Eso no lo puede hacer nadie. Lo mejor es cortar, quemar las matas y esperar a que se pudran las raíces. Eso son como cuatro o cinco años”. Es por esa razón que el espectáculo de cabuyales abandonados o destruidos es hoy muy frecuente. Postrados, hambrientos y enfermos, hombres, mujeres y niños esperan impotentes en medio de una riqueza muerta el día en que llegue el comprador… o se pudran los cultivos.
Pero lo único que acosa al campesino no es la asfixia del mercado. La Caja Agraria está exigiendo el pago inmediato de los préstamos con sus intereses. Sobre los miles de minifundistas fiqueros pesa la amenaza inminente de los embargos y, si llega el caso, la pérdida de sus parcelas. Para estos labradores olvidados no va a haber ningún crédito de contingencia, como sí lo hubo para los pulpos textileros cuando tuvieron algunos problemas en el mercado internacional.
Lo poco que logran vender los productores directamente a las fábricas lo hacen en las peores condiciones: al fiado a 40 y hasta 90 días sin contar el precio del transporte. Un indígena de Caldono, el municipio más productor del Cauca, nos relata: “Como la compañía (Empaques de Medellín) retiró todas las oficinas de por aquí, nos ha tocado irnos a Popayán o Santander y amanecernos esperando a ver si vendemos algo aunque sea de fiado”. Muchos han tenido que hacer el viaje de regreso a pie. Los intermediarios compran la arroba desde $80 hasta $40, lo cual significa una pérdida notable para el cultivador si se tiene en cuenta que el precio oficial es de $130. No obstante, las compañías están clasificando toda la fibra como de tercera clase, cuyo precio es apenas de $100.
Si por el Cauca llueve …
En el resto del país no escampa. En Covarachía, municipio del norte de Boyacá y gran productor de fique, 2.000 familias soportan desde hace meses las presiones de la Caja Agraria y la negativa de las empresas a comprarles la cabuya. En una comunicación enviada en agosto del año pasado al ministro Pardo Vuelvas, los dirigentes cívicos, el cura párroco, el alcalde, el personero y el presidente del Concejo de esta localidad, manifiestan: “La producción anual de nuestra fibra estadísticamente alcanza el volumen de 1.500 toneladas, debido a la campaña adelantada por el gobierno nacional a través de la Caja Agraria y de las mismas compañías para incrementar el cultivo del fique, ilusionando a los agricultores con un mejor porvenir en este sentido”.
Según datos oficiales, existen en Colombia 32.000 hectáreas cultivadas de cabuya que en 1976 produjeron 64.000 toneladas en Cauca, Antioquia, Boyacá, Nariño y Santander. Apenas tres años antes, la producción nacional era de 40.000 toneladas; 90.000 familias campesinas y 4.500 obreros dependen directamente del fique y su procesamiento, el cual se hace en cuatro factorías: La Compañía de Empaques S.A. de Medellín, Hilanderías del Fonce de Santander, Empaques del Cauca y Empaques y Textiles del Atlántico. En la primera de estas empresas se produjeron más de 100 despidos de trabajadores durante 1976.
Las medidas del gobierno
En un mensaje enviado al Presidente de la República, el 2 de diciembre último, el Comité Cívico Empresarial del Cauca afirma: “Hasta el momento no existe medida gubernamental ni de otra índole que garantice la solución inmediata del problema actualmente planteado”.
Con gran bombo se anunció la compra por parte del Idema de dos millones de sacos de fique a las empresas con la condición de que éstas empleen ese dinero en compras de cabuya a los productores. ¿Qué significan dos millones de empaques frente a las enormes existencias acumuladas más la producción anual de 51.5 millones?
La segunda medida ofrecida por el gobierno lopista consiste en obligar a los molineros a empacar sus productos en sacos de fique. Según el gerente de Empaques del Cauca “el trigo ya está siendo empacado en esa forma desde hace mucho tiempo; en cambio lentejas, garbanzos, arvejas y maíz llegan a puerto en sacos de yute”. (El Liberal, Popayán; dic. 11/76; p.8).
La tercera gran iniciativa, como las anteriores, se caracteriza por su cinismo: ¡Que los campesinos cambien de cultivos! ¡Que diversifiquen! ¡Que el gobierno fomentará cultivos tradicionales y la crianza de animales de corral! ¿Y mientras tanto, qué? Pues más préstamos, nuevas deudas, o quizás, tal vez la promoción de otro “milagro”.
“Ya nos endeudaron hasta la coronilla – decía un agricultor de Caldono. El cambio de la cabuya por otro cultivo no se puede así no más; se necesitan máquinas y jornaleros. La solución inmediata para nuestro problema es que se asegura el mercadeo del fique, que se asegure la compra de nuestro producto. Porque el gobierno fue el que nos metió en este lío”.
Para los desventurados campesinos minifundistas del Cauca y otros departamentos como Boyacá y Santander, López Michelsen y los monopolios financieros norteamericanos ya tienen preparado otro obsequio: el Desarrollo Rural Integrado (DRI), cuyo campo de experimentación será precisamente el Cauca.
En esta época el gobierno, fiel a los dictados de su amo imperialista, hace cuantiosas importaciones de arroz, sorgo y otros productos en momentos en que los agricultores colombianos se disponen a llevar al mercado sus cosechas.
Por su larga y rica experiencia el campesinado colombiano ya sabe a qué atenerse en cuanto a las políticas agrícolas de los sucesivos regímenes proimperialistas y antipopulares que han gobernado este país. Cada plan, cada proyecto, cada promoción oficial sólo redunda en beneficio de un puñado de grandes especuladores e intermediarios, lacayos del imperialismo, y en desmedro de las amplias masas de campesinos que día tras día ven cómo jamás les es permitido disfrutar la riqueza que producen con su trabajo y el de sus familias.
Solo en una Colombia nueva, gobernada por obreros, campesinos y capas medias de la población será posible desarrollar una economía planificada en beneficio de quienes trabajan la tierra y generan la riqueza social.