En Asia: EL FRACASO DE UN MODELO

Raúl Fernández

En julio de 1997 empezó la tercera gran crisis mundial de la década. La debacle de Indonesia, Malasia, Filipinas, Hongkong y Corea le sigue los pasos al desastre mexicano, el que, a su vez, le pisaba los talones al que padecieron las monedas europeas en 1993.

México, y aún más los dragones asiáticos, fueron calificados por los economistas del Banco Mundial como los «milagros del desarrollo en la época». Su modelo se ofreció como la cura para la pobreza y el atraso de todos los países. Los voceros de las trasnacionales y la prensa sostuvieron que la clave del éxito de dichas naciones consistía en abrir los mercados, prodigar toda clase de ventajas al capital extranjero, minimizar la intervención estatal y enfatizar en las exportaciones basadas en el uso intensivo de mano de obra barata.

Las devaluaciones de las monedas de los países asiáticos y la caída de sus bolsas de valores evidenciaron a quiénes había favorecido verdaderamente el «milagro»: a un grupo de monopolistas, especialmente del capital financiero.

Los rasgos esenciales de la crisis mexicana se repiten en el Este asiático, en donde los conglomerados norteamericanos y nipones, principalmente, han venido invirtiendo en monedas locales, en bonos y acciones, en proyectos hoteleros y turísticos, parques y plantas para establecer maquiladoras, pero en nada relacionado con el desarrollo autóctono de las economías. Los especuladores aprovecharon la paridad de las monedas locales y las mayores tasas de interés para sacar enorme provecho de sus inversiones. Los gobernantes recibieron jubilosos la llegada de esos dineros, con los que subvencionaron los déficit comerciales crecientes causados por las importaciones masivas. Las de bienes de consumo y de elementos necesarios para el sinnúmero de obras fueron alentadas por la eliminación de aranceles y por la revaluación. Los capitales golondrina comenzaron a abandonar en primer lugar a Tailandia, cuando percibieron que su economía hacía agua, y provocaron tal pánico que contagió pronto a Indonesia, Malasia y Filipinas. Dada la cantidad de países involucrados y la estrecha relación que guardan con la potencia regional, el Japón, que realiza más de 40% de su comercio exterior con aquéllos, los efectos se hicieron sentir en todo el planeta. La economía nipona, que se ha mantenido estancada y ha sufrido su propia crisis, se ve particularmente resentida.

Lo que se vive es el fracaso de la política de competir por atraer capitales foráneos sobre la base de los salarios de miseria. Los dragones han venido perdiendo mercados en gran parte por el traslado de maquilas e industrias hacia China, donde los jornales están aún más envilecidos. Otro tanto ocurre en Taiwán, donde la industria ha venido migrando para establecerse al otro lado del Estrecho de Formosa. Esto ha tenido un peso decisivo en la caída de las monedas de estos países. En medio del desastre, el FMI, coludido con el gobierno gringo, frustró la propuesta de crear un fondo asiático que diera créditos a los países descaecidos. En cambio, lanzó un «plan de rescate» que más bien es un dogal al cuello de estas economías: exige la devaluación y la austeridad en el gasto público, aumentando la pobreza de las masas, eliminando hasta el último vestigio de protección a las industrias nativas y desangrando los bancos centrales.

Al respecto, vale la pena mencionar el «acuerdo» entre Corea del Sur y el FMI. A cambio de un paquete de préstamos por 55 mil millones de dólares, Corea tuvo que comprometerse a que los bancos extranjeros compren bancos locales, a autorizar la total libertad de endeudamiento de las empresas particulares en el exterior y a renunciar a conceder cualquier crédito subsidiado. Igualmente la obliga a cerrar o fusionar los bancos en dificultades y a rebajar los aranceles, amén de reducir el gasto público. Los monopolios norteamericanos de tiempo atrás vienen interesados en tomarse o arruinar los conglomerados coreanos conocidos con el nombre de chaeboles, tales como Samsung y Daewoo, los cuales se desarrollaron con la protección estatal, lograron controlar el mercado interno y competir en algunos internacionales. Las medidas impuestas por el FMI facilitarán la piratería gringa y provocarán un desempleo masivo. Así, en Corea del Sur se estima que pasará de 2.9% en 1997 a 9% en 1998. Tailandia y Malasia planean repatriar a cientos de miles de indonesios, birmanos y bengalíes.

En medio de cada una de estas turbulencias, los agiotistas hacen leña de los árboles caídos. The Wall Street Journal, del 30 de septiembre de 1997, comentaba que, tras la caída del peso mexicano, un torrente de empresas aztecas habían pasado a manos extranjeras, ya que la devaluación agigantó las deudas externas y obligó a que las compañías fueran vendidas a menos precio. El mismo rotativo, el 17 de noviembre, señaló cómo el estremecimiento en Brasil, reflejo de la crisis asiática, ha determinado que los inversionistas extranjeros vean el desplome del mercado como una oportunidad para adquirir presencia en el país amazónico. Cita al respecto a David Gruppo, director de Mercados de Renta Variable de Santander Investment Securities, filial del Banco Santander, quien dice que «cualquier cosa que uno hubiera deseado hacer antes, de repente resulta más barata». Y agrega: «Si uno tiene una perspectiva de largo plazo, éste es el momento de entrar y ser más agresivo».

Mientras los sabihondos neoliberales aseguran que el desarrollo es fruto de la apertura al capital financiero, la crisis asiática demuestra lo contrario. Corea del Sur, Indonesia y Malasia, donde la liberalización fue mayor, son los más afectados por el desastre.

El desinfle de la globalización en Asia pone en evidencia, otra vez, una de las contradicciones del capitalismo: el espectro de la superproducción y la consecuente inutilidad de buena parte de la capacidad productiva instalada. Ésta se ha desbordado a causa de la desaforada competencia por los mercados en renglones como los automóviles y los semiconductores. Los grandes representantes de los monopolios en publicaciones como The Wall Street Journal, The New York Times y la revista Business Week, se muestran preocupados por tal situación. Europa, por ejemplo, tiene plantas aptas para producir de 3 a 4 millones de automóviles más de los que demanda el mercado.

La convulsión de los dragones asiáticos ha revelado cómo los tres grandes núcleos del capitalismo monopolista contemporáneo, Estados Unidos, Europa y Japón, están atascados en su crecimiento económico y rivalizan a muerte por los mercados. Entre tanto, el neoliberalismo reduce el poder de compra de los pueblos, con lo que la crisis de superproducción se agudiza.

Lo aquí reseñado es apenas el anuncio de los sacudimientos que conmoverán la economía capitalista mundial, y que determinarán el auge universal de las luchas de los pueblos.