BUSH Y KERRY POR LA HEGEMONÍA GLOBAL

Francisco Valderrama Mutis

A pesar de la seguridad que deberían darle a Bush las encuestas que lo muestran ganando por 5, 10 ó 13 puntos, los sucios ataques mutuos que proliferan en la actual campaña presidencial norteamericana indican que tanto en el bando republicano como en el demócrata prima el criterio de que las elecciones se van a decidir por escaso margen. Un síntoma de esto fue la virulencia del vicepresidente republicano Dick Cheney al señalar que votar por el candidato demócrata John Kerry era invitar a los terroristas a que golpeen de nuevo en territorio estadounidense, lo que Bush se apresuró a avalar expresando que quienes critican sus decisiones durante la guerra ponen en peligro a los soldados norteamericanos y apoyan a los enemigos. La respuesta a semejante acusación vino esta vez en un editorial de The New York Times:«Nosotros pensamos que tratar de mostrar las críticas sinceras como peligrosas para la seguridad de la nación es equivocado. Se refleja de mala manera sobre el carácter del presidente, que en este momento esté poniendo por encima del bienestar nacional su propia ambición».

Los agudos tonos de la contienda electoral llevan a que aparezcan revelaciones sobre las condiciones de los Estados Unidos y sobre las crecientes contradicciones de su política imperialista. Bien vale la pena hacer una relación de las más notorias.

La situación económica se ha deteriorado durante el gobierno republicano hasta el punto que las lacras reservadas a los países del Tercer Mundo empiezan a aflorar en el propio Estados Unidos. Kerry la describe así: «El récord de George Bush habla por sí mismo. 1,6 millones de trabajos perdidos. Es el primer presidente en 72 años en perder empleos bajo su mandato. Ocho millones de norteamericanos están ahora buscando trabajo; 45 millones no tienen seguro social, cinco más que cuando llegó a la presidencia; 4,3 millones han caído en la pobreza en los últimos cuatro años, de los cuales 1,3 son niños. La familia norteamericana promedio vio caer sus ingresos anuales en 1.500 dólares, mientras los costos de los servicios de salud, la atención a la infancia, la gasolina y la enseñanza, se incrementaron más rápidamente que en cualquier otro período. 220 mil no pudieron asistir a las instituciones educativas durante el último año, simplemente porque no las pudieron costear. Este presidente convirtió un superávit de 5,6 millones de millones de dólares en billones de deuda que tendrán que pagar nuestros niños. George Bush hizo posible todo esto en sólo cuatro años. Imagínense lo que podría hacer en otros cuatro».

La propuesta de la «sociedad de propietarios» de Bush se inclina a que los beneficiados sean los más ricos y las corporaciones, a los que satisface con toda clase de exenciones y recortes tributarios. Un estudio de dos ONG norteamericanas (Citizens for Tax Justice, CTJ, y el Institute on Taxation and Economic Policy, ITEP) dicen que 1/3 de las grandes corporaciones no pagan impuestos; 2/3 de las mismas en el Estado de Oregon, pagan el equivalente al impuesto mínimo, o sea, diez dólares por año; y concluye que en 2003, el promedio de los norteamericanos pagó más impuestos que monopolios como AT&T, Time Warner y Walt Disney.

Kerry tiene la debilidad de haber votado en el Senado por los incrementos y medidas que ahora critica. La campaña de Bush recuerda su historial de «saltarín» entre posiciones contradictorias, que inauguró cuando a su regreso de participar en las atrocidades de la guerra contra el pueblo vietnamita, se convirtió en contradictor de la misma.

A partir del ataque contra las torres gemelas, George Bush puso en marcha a todo vapor el plan de dominación mundial que se venía cocinando en los centros de estudio neoconservadores desde la presidencia de Reagan, contenido en la Estrategia de Seguridad Nacional, proclamada en septiembre de 2002. El mundo conoció que Estados Unidos se arrogaba el derecho a atacar preventivamente a las personas o países que representaran o pudieran representar una amenaza, y que la agresión militar serviría para imponer la dominación económica a través de los «mercados libres y el libre mercado».

El equipo de Bush ha dispuesto una reestructuración de las fuerzas militares, para hacerlas más eficaces en la utilización de armas de última tecnología; el despliegue de una red de bases militares por todo el mundo que ya llega a cerca de mil, albergan a cerca de 500 mil soldados norteamericanos y rodean con un cinturón de hierro las zonas petroleras más ricas del planeta, desde Manta, en Ecuador, hasta Indonesia y Filipinas, caracterizadas por situaciones sociales explosivas; el aumento vertiginoso del presupuesto militar, tanto para atender los escenarios de guerra como para el desarrollo de nuevas armas; y el redes­pliegue de las bases y de las unidades militares para cercar las zonas donde los estudios geoestratégicos han señalado que se va a decidir la suerte de la hegemonía mundial, Asia Central, la frontera china y Europa Oriental.

Los fracasos y tropiezos en la guerra de agresión contra Irak no han logrado modificar esta política. Ni el aumento continuado de las bajas norteamericanas; ni el incremento de la resistencia, con un promedio de 80 ataques diarios contra sus destacamentos; ni los fracasos de Faluja y Najaf, ocultados por la prensa de los países bajo su dominación; ni las interrupciones de las exportaciones petroleras; ni la incapacidad para restaurar los servicios públicos básicos, arrasados por sus bombas; ni la creciente oposición interna que se expresó en la gigantesca manifestación contra la convención republicana en Nueva York; ni las decenas de libros y las continuas columnas de prensa cuestionando su capacidad de liderazgo; ni el derrumbamiento del andamiaje completo de mentiras que utilizó para justificar la invasión colonial.

Bush no acepta sus errores y ni siquiera la realidad, como lo apreciaron los asistentes a la plenaria de la ONU, donde defendió con estolidez todas sus actuaciones, con afirmaciones cínicas como: «Nosotros sabemos que los dictadores están prontos para decidirse por la agresión, mientras que las naciones libres se esfuerzan por resolver las diferencias pacíficamente». A la pregunta de qué decisión tomaría en el momento actual sobre la guerra contra Irak, respondió: «Sabiendo lo que hoy se, incluso sin haber encontrado los arse­nales de armas nucleares que creíamos todos que estaban allí, tomaría la misma decisión».

Pero Kerry no tiene una posición esencialmente diferente frente al problema de la seguridad nacional. Su programa plantea ganar la guerra global contra el terrorismo; detener la proliferación de armas nucleares, químicas y biológicas; promover la democracia, la libertad y las oportunidades para todos; modernizar las fuerzas militares más poderosas del mundo para enfrentar la amenaza del terrorismo, la proliferación de armas de destrucción masiva y enfrentar misiones estratégicas y regionales; utilizar todo el poderío diplomático, de sistemas de inteligencia y económico para hacer a Estados Unidos más seguro y prevenir el surgimiento de una nue­va generación de terroristas; y liberar a Norteamérica de su peligrosa dependencia del petróleo del Medio Oriente. La identidad con el programa de Bush se acrecienta cuando propone aumentar el pie de fuerza en 40 mil unidades, duplicar las fuerzas especiales y completar el proceso de transformación tecnológica militar.

Kerry intenta diferenciarse con su propuesta de que la alianza atlántica sea restaurada y que Estados Unidos dirija a sus viejos aliados en vez de afrontar unila­te­ralmente la tarea. Y que los países de la OTAN participen en la seguridad de Irak y en su reconstrucción. Descontadas éstas, lo más ácido de la campaña se concentra en la discusión de cuál de los dos tiene mayores capacidades de comando para enfrentar la situación actual de la llamada guerra contra el terrorismo. Las críticas de Kerry sobre la guerra de Irak son débiles porque no puede asumir las consecuencias, o sea, el retiro inmediato de las tropas.

Demócratas y comentaristas de prensa se impacientan frente a la indecisión de Kerry y su falta de coraje para enfrentar la campaña sucia de los republicanos. En serio y en broma le plantean la necesidad de enderezar su campaña mostrándose más beligerante y lo aconsejan sobre qué decir acerca de cada uno de los temas. Krugman le sermonea que no puede seguir respondiendo los brutales ataques de la campaña de Bush con disertaciones sobre la seguridad social. Uno más tituló su columna con un «si solamente Kerry fuera del Bronx», haciendo alusión al origen aristocrático del candidato. Otros, le dicen que ante su voto afirmativo por la guerra de agresión contra Irak, lo que debe hacer es reconocer que se equivocó y apuntalar así sus críticas. Todos coinciden en que los norteamericanos rasos no han podido entender su posición sobre la guerra; que cuando habla de proteger los empleos en territorio norteamericano, lo hace con el entusiasmo del ferviente partidario del libre comercio que siempre ha sido; y que está desarrollando una campaña a la defensiva, cuando debería estar planteando un agresivo asalto sobre las posiciones de Bush.

Si bien la suerte de los contendientes en la puja electoral está todavía por definirse, pues se predice un repunte de Kerry cuando comiencen los debates televisivos entre los dos candidatos, el próximo jueves 30 de septiembre, la suerte de los pueblos del mundo ya está echada. Como hemos visto, cualquiera de los dos continuará con las agresiones militares y la imposición de tratados de libre comercio, que, sin embargo, terminarán por poner al descubierto todas las debilidades y lacras del imperio y fortalecerán inevitablemente, como ya lo estamos viendo, las luchas de resistencia de los pueblos del mundo.