Varios sectores agrícolas al borde del alzamiento civil
Apartes del artículo de Ginger Thompson, aparecido en la página de internet de The New York Times del 22 de julio de 2001. Traducción, Alejandro Torres.
Por decenas de miles los campesinos mejicanos están abandonando sus minúsculas parcelas, que son su único patrimonio. A pesar de que los campos verdean de caña de azúcar, los pequeños agricultores padecen el empeoramiento de sus condiciones de vida. Pero también en las últimas semanas, otros millares de campesinos han llevado su lucha a las calles, incluso a las de la capital del país, lo que ha puesto a varios sectores agrícolas al borde del alzamiento civil.
Los labriegos son afectados por una combinación de fuerzas que van desde la explosión de la libertad comercial bajo el Tratado de Libre Comercio, TLC, hasta la caída de los precios del mercado y el recorte del apoyo gubernamental. Todos a una, los productores de arroz, maíz y café están siendo lastimados.
De la misma manera que los productores de California, Mississipí y Florida se quejan de que el TLC ha arrojado a cientos de ellos fuera de los negocios, los granjeros mejicanos se sienten apabullados. Se quejan de que se están ahogando en un mar de importaciones, y que el acuerdo no les ha dado acceso al mercado estadounidense como les fue prometido.
Este mes, cinco mil cultivadores de caña de azúcar llegaron a la capital y bloquearon el acceso a las oficinas gubernamentales, demandando 420 millones de dólares de los 60 ingenios azucareros de la nación. Decenas de miles más han emprendido sus propias protestas, forzando al gobernador de un estado a declarar la emergencia. Otros gobernadores admiten su preocupación porque las protestas puedan causar candentes levantamientos o hasta un incendio social generalizado.
«Todo el campo mexicano está convertido en un desastre», denunció Carmelo Balderas, mientras desyerbaba la caña azucarera en la hectárea que posee cerca del ingenio de San Miguelito, en Amatlán, en el estado de Veracruz. «No queda casi ningún lugar en el país donde el pequeño agricultor pueda vivir dignamente. Y el problema de México es que cuando los campesinos dejan de comer, todos dejan de comer», añadió.
Balderas cuenta que, en los años recientes, dos de sus cuatro hijos han emigrado a Estados Unidos. Al preguntársele la razón, apunta en dirección al ingenio de San Miguelito; los propietarios del ingenio aún le adeudan tres mil dólares por la caña que éste les entregó en la pasada zafra. Sus hijos, como muchos otros jóvenes del poblado, se cansaron de confiar en los cada vez menores e inseguros ingresos provenientes de esta actividad.
Una intensa protesta tuvo lugar al comienzo de este mes en el estado nororiental de Sinaloa. Cultivadores de maíz bloquearon el acceso a los depósitos de gas para exigirle al gobierno imponer mayores tarifas arancelarias al maíz importado de Estados Unidos. En total, en Méjico hay 3.5 millones de cultivadores de maíz, todos igualmente abrumados por la caída de 45% en los precios del cereal durante los últimos tres años. Los agricultores de Sinaloa aducen que las importaciones de maíz de Estados Unidos les han impedido vender dos millones 400 mil toneladas. Dichas importaciones se han incrementado 14% o más al año desde que en 1994 arrancó el TLC, el acuerdo comercial entre Méjico, Estados Unidos y Canadá.
Después de dos días de protestas, el gobernador de Sinaloa, Juan S. Millán, declaró la emergencia cuando los atemorizados conductores empezaron a acopiar gasolina y los más importantes negocios del estado fueron obligados a cerrar o a reducir enormemente sus servicios, particularmente los hoteles de la ciudad turística de Mazatlán
Pocos días más tarde, en el estado de Campeche, cultivadores de arroz tomaron el control de dos plantas procesadoras del cereal para demandar que el gobierno renegocie US$ 4 millones en créditos. Y a mitad de julio, los gobernadores de nueve estados productores de café acordaron presionar al gobierno nacional para que cree un fondo de emergencia que ayude a resarcir a los cafeteros devastados por los declinantes precios.
Los gobernadores, incluidos los de Veracruz, Oaxaca y Nayarit, señalan que la crisis en sus estados ha producido nuevas oleadas de migrantes hacia Estados Unidos. Y utilizando la experiencia de su propio estado como una advertencia, el gobernador de Chiapas, Pablo Salazar, dijo que las áreas más afectadas son las más propensas a los levantamientos armados.
El 20 de julio, labriegos de Chihuahua se congregaron en un retén aduanero e hicieron devolver embarques de grano provenientes de Estados Unidos. Un líder de la protesta, integrante de El Barzón, un movimiento nacional de pequeños campesinos, les dijo a reporteros mejicanos que las demostraciones sólo finalizarían cuando el gobierno adoptara decisiones para ayudar a los labriegos.
La industria azucarera mejicana es un muestrario de problemas complejos y embrollados. En las décadas siguientes a la Revolución Mejicana, el gobierno distribuyó entre los campesinos millones de pequeñas parcelas, más de la mitad del territorio nacional, como una forma de auspiciar la paz en las regiones más empobrecidas. Con el tiempo, dichas parcelas se han hecho aún más pequeñas debido al proceso de partición por herencia. Hoy, los ingenios del país son abastecido por millares de pequeños sembradores de caña. San Miguelito tiene contratos con unos 4.500 cultivadores, dijo Ramón Martínez Amaya, director de la planta. Y como muchos otros de los ingenios del país, está en grave estado. Tiene áreas enteras y maquinaria sin estrenar, pero el señor Martínez sostiene que no hay dinero para instalarla. «En términos globales», dice, «esta planta se volvió obsoleta frente a las exigencias modernas».
Rodolfo Perdomo, quien opera una compañía llamada Grupo Perno, sostiene que a pesar de que la maquinaria es obsoleta, las refinerías mejicanas han incrementado su producción de azúcar durante los últimos siete años, anticipándose a la apertura del mercado del azúcar en Estados Unidos, según quedó establecido en el TLC. De acuerdo con el gobierno, para finales de octubre el TLC deberá permitir a los ingenios exportar a Estados Unidos todos sus excedentes de azúcar, estimados en 500 mil toneladas. Empero, la llamada «carta adjunta» añadida por Estados Unidos al acuerdo, pero no reconocida por Méjico, limita los envíos a 116 mil toneladas, para proteger a los azucareros estadounidenses.
Mientras tanto, dice Perdomo, el mercado azteca del azúcar se está reduciendo por las crecientes importaciones del jarabe de maíz proveniente de Estados Unidos, mucho más barato. Este edulcorante es preferido al azúcar por la poderosa industria mejicana de las gaseosas. «Fuimos traicionados», dice Perdomo. «Se nos ha forzado a vender azúcar donde podamos y al precio que podamos, para no ahogarnos en ella».
En Amatlán, los productores de azúcar aguantan porque están endeudados. Muchos dicen que el ingenio San Miguelito les debe entre US$ 1.500 y US$ 3.000 de esta cosecha. Para muchos, tales cantidades significan las ganancias de todo el año.
Para el presidente Fox, el alzamiento de las pobres comunidades rurales mejicanas, cerca de 28% de la población, es un sobrecogedor desafío. Hijo de rancheros, ha prometido ayudar a los pequeños campesinos a hallar nuevos mercados, a organizarse en cooperativas agrícolas y a encontrar financiación para modernizar sus operaciones. En las últimas semanas su administración ha negociado acuerdos con productores de maíz de Sinaloa y con cañeros en Veracruz, orientados fundamentalmente a garantizar el pago de lo que se les adeuda. Pero Fox, antiguo ejecutivo corporativo, está también comprometido con los principios del libre comercio. Y miembros de su administración han dicho que su moderna revolución implica que los pequeños labradores enfrenten una dura realidad: no todos sobrevivirán.
El secretario de Agricultura, Javier Usabiaga, dice que el gobierno no puede permitirse programas paternalistas que mantengan a los labriegos en el pasado. Más que caridad, dice, la administración Fox quiere cambiar la forma en que está organizada la industria. «Tenemos que cambiar una cultura completa. Un pequeño granjero, sin importar qué tan productivo sea, no es capaz de ganar suficiente dinero para sobrevivir. Va a tener que empezar a dejar sus cosechas y a producir leche, carne o cualquier otra cosa. Tendrá que convertirse en campesino de tiempo parcial».
Cansados de depender de los funcionarios de los ingenios para el pago de sus cosechas de caña, en Amatlán, Mari Cruz Hernández y su esposo, Daniel Beristain, decidieron sembrar frutas y flores en el acre que heredaron de su madre. Recientemente empezaron a plantar lichi en la mitad de su terruño. En la otra mitad planean sembrar gladiolos. Los gladiolos, espera Cruz, florecerán cada cuatro meses y les ayudarán a sobrevivir a ella y a su esposo con su anciana madre, durante los tres años que se tomarán los frutales en empezar a producir. «Estoy cansada de trabajar todo el año y que al final la fábrica no pague», dice ella. «Ellos nos convirtieron en mendigos. Y hemos decidido decir: no más».
Muchos jóvenes en el poblado, dice Mari Cruz Hernández, parecen estar tomando decisiones similares. Cruz señala un tren que pasa sobre sus campos. Se dirige al sur, dice, hacia Guatemala, y agrega: el tren que va al norte pasa todas las tardes. Cientos de centroamericanos se dirigen a Estados Unidos arracimados en los vagones. Y cada vez más, añade, los jóvenes aldeanos han empezado a saltar a bordo. Reconoce que por su mente ha cruzado la idea de marchar al norte. Pero sus objetivos aún están centrados en su hogar. «Algunas veces hay que arriesgar algo para seguir adelante», dice. «Si los migrantes arriesgan todo para marcharse, entonces nosotros podemos arriesgarnos para permanecer aquí».