IRAK OIL COMPANY

Por Aurelio Suárez Montoya

Cuenta la historia universal que los primeros grupos humanos migratorios que decidieron asentarse lo hicieron en los valles ubicados entre los ríos Tigris y Eufrates, en la llamada «media luna fértil». En esa zona está Irak, bombardeada hace una docena de años por el papá del actual presidente de Estados Unidos.

George W. Bush, bajo la consigna de la «seguridad defensiva estratégica», que consiste en eliminar imaginarias «amenazas», como Irak con apenas 23 millones de habitantes y con la población desnutrida por el embargo promovido por Estados Unidos, siguiendo el ejemplo paternal pero, ante todo, representando los mismos intereses económicos y políticos y casi con el mismo equipo de jerarcas militares imperiales, ha decidido continuar con la segunda fase de la otrora operación «Tormenta del desierto», la que le facilitó a Estados Unidos reingresar a una zona estratégica de la cual estuvo excluido durante la Guerra Fría: el Medio Oriente. En esa cruzada petrolera cuenta con la compañía del primer ministro inglés, Tony Blair, creador de la Tercera Vía Socialdemócrata, quien más parece el gerente general de la British Petroleum. Ya Blair ha acompañado a Estados Unidos en aventuras tan siniestras como las de Kosovo, sólo que en esta ocasión ha dicho que colaborará «con o sin resolución de la ONU». O sea, que no habrá necesidad siquiera de los vergonzosos oficios de vasallo prestados por Alfonso Valdivieso, en representación del gobierno de Colombia en la presidencia del Consejo de Seguridad de la ONU, y su entrega de informes secretos y la violación de las normas de funcionamiento del organismo. Bush quiere conformar la Irak Oil Company a como dé lugar.

La opinión mundial sabe que nada detendrá esa campaña de conquista colonial. Que la riqueza en combustibles fósiles, en recursos e infraestructura de transporte es la más importante del mundo y que los norteamericanos e ingleses la requieren por dos motivos: uno, subsanar el déficit diario estadounidense de suministro de petróleo, pues apenas produce nueve millones de barriles de los 19 que requiere. En segundo lugar, esta tétrica alianza pondrá en aprietos a otras naciones poderosas que también tienen balances negativos en su operación energética diaria; en particular Francia y Alemania, que tendrán que caer de hinojos si acentúan su dependencia del petróleo ruso, el cual, a su vez, todavía no se consolida merced a la rebelión chechena. Como dato importante vale recordar que Irak, con 107 años de reservas petroleras, ocupa el segundo lugar, después de Kuwait que tiene 149 años de reservas (reservas nacionales conocidas divididas por la producción anual). Irán, el otro miembro del «Eje del Mal», tiene 70 años. La toma de Irak cae como «anillo al dedo» para las agotadas situaciones energéticas de las potencias.

Scott Ritter, quien fuera inspector de armamento de la Comisión Especial de la ONU para el Desarme de Irak, la Unscom, confesó: «La cuestión esencial en esta crisis entre Irak y Estados Unidos va más allá del derrocamiento del régimen iraquí. Representa el primer estudio sobre el terreno de la mejora de una nueva ‘estrategia de la seguridad nacional’, publicada el mes pasado, que establece una doctrina de unilateralidad, la cual se capitaliza en lo económico y en lo militar y que pretende mantener a Estados Unidos como única superpotencia».

En cuanto a lo económico, también tiene que ver con el «bienestar» que le produce a la convaleciente economía gringa una inyección de gasto público en armamento y seguridad.

Los efectos comienzan a verse al saber que ahora están en la prosperidad bursátil las acciones de Boeing, United Technologies y Northrop, empresas líderes de la industria militar, «aquella que nunca decae». No obstante, en tanto los gigantes parecen invulnerables y omnipotentes, vuelve a la memoria la frase de Mao Tse Tung. «O la revolución ataja la guerra o la guerra provoca la revolución».