Intervención en el homenaje a Felipe Mora, en el 4° aniversario de su muerte, y a Froylán Peláez, en el primer aniversario de su desaparición. Medellín, 22 de abril de 2003.
Por Jorge Gómez Gallego
La vida de un ser humano puede ser un ciclo bastante simple. Algo así como nacer, crecer, hacer parte del entorno social, productivo, cultural o familiar, y finalmente morir, sin pena ni gloria.
No es este el caso de Felipe, cuya memoria, junto con la de Froylán Peláez, nos convocan hoy en esta sencilla pero emotiva conmemoración. Felipe fue exactamente la negación de la rutina, la ruptura con la sumisión y la condescendencia. Y a esa característica quiero referirme hoy, cuatro años después que cesaran su acción y su pensamiento, porque la considero uno de sus legados más relevantes, y que de ser entendida y asimilada por la militancia del Partido, enriquecería en mucho nuestro accionar político.
El Diccionario de la lengua dice que rutina es el “hábito adquirido de hacer las cosas por mera práctica y sin razonarlas”.
Contra ese hábito declaró su rebeldía y resistencia Felipe en el momento mismo en que decidió acompañar a Mosquera en lo que parecía, hacia 1965, una descabellada aventura: fundar un partido de la clase obrera que dirigiera la lucha por construir una patria soberana y próspera, en marcha al socialismo.
Significaba esto un verdadero desafío a todo lo que aparentemente aconsejaban la razón y la sensatez. Por aquella época, en la opinión común de los colombianos no había comprensión alguna acerca de la decisiva importancia que tenía la dominación imperialista en nuestra reconocida pobreza y atraso. Y como si fuera poco, entre el reducido círculo de intelectuales y dirigentes obreros que sabían de lo pernicioso de esa dominación para nuestro progreso y bienestar, estaban bien arraigadas las concepciones revisionistas esparcidas por el planeta desde el Kremlim, con su quintaesencia de conciliación de clases, o las que surgiendo como la contra de éstas, trasladaban mecánicamente las experiencias cubana y china a las condiciones particulares del Colombia.
Iniciar el camino de la atrevida decisión constructora librando una batalla sin cuartel contra los oportunistas de “izquierda” y de derecha, amos y señores de la escasa oposición a la minoría oligárquica y proimperialista, es algo aún más valeroso y desafiante.
De ahí en adelante la vida de Felipe fue un permanente e indeclinable desafío a la rutina. Su profundo desprecio por las tendencias surgidas en las filas del Partido, y que además de su naturaleza oportunista han tenido también en común la pretensión de acartonar la política moirista, de despojarla de su dinámica y de su permanente espíritu de lucha y de transformación, de convertir a esta vanguardia obrera en una organización consagrada al “hábito de hacer las cosas por mera práctica y sin razonarlas”, fue proverbial.
De los varios iscariotes que en el MOIR han sido, ninguno guardó en vida, ni guarda hoy después de muerto, especial devoción por Felipe. Y es explicable. Fue Felipe un auténtico cirirí para ellos. Los fustigaba permanentemente, les increpaba su burocratismo, su abulia, su displicencia.
Recuerdo que en el Comité Regional de Antioquia, antes de la salida de la fracción que hoy aúpa los atropellos uribistas contra la nación y el pueblo, existió una confrontación con la mayoría de ese entonces, porque Felipe exigía que se rindiera cuenta de la ejecución de las tareas acordadas, mientras que en el otro bando se procuraba exactamente lo contrario, llegando a la absurda rutina de acordar tareas, no realizarlas, para en la siguiente reunión pretextar cualquier tontería para tratar de explicar por qué no se habían cumplido, y una vez más ponerlas como tareas, en una suerte de “tela de Penélope”, deshaciendo de noche lo que se fabricaba de día. Lo recuerdo muy bien, porque quien hoy funge como jefe de esa fracción, repetía en cada reunión: «¡No me acosés, Felipe!».
Y Felipe nunca dejó de acosar. Ni a sus detractores, ni a sus adeptos dentro del Partido. Los que tuvimos la fortuna de militar a su lado recordamos que después de una voz suya de estímulo, siempre venía otra en la que indicaba que no era suficiente: “¡Muy bien, perfecto. Pero tú puedes dar más!”.
Felipe era insaciable, como insaciables debemos ser los revolucionarios colombianos si queremos ver coronada con éxito esta gesta, que, como dijera Mosquera, es tarea de titanes, y que consiste en transformar a nuestra nación en una patria digna y soberana.
La tarea es doble para los moiristas. No se trata solamente de luchar por derrotar a la pandilla de comisionistas que hoy encabeza Uribe Vélez, y que pelechan bajo la dominación imperialista, y prosperan por vender y mancillar la patria. Se trata de hacerlo combatiendo a brazo partido con las tendencias oportunistas que brotan cual maleza en el trópico, y aprendiendo a trabajar con sus voceros sin permitir que nos aíslen. Se trata de hacer válidos los principios generales del marxismo-leninismo en la tierra de la astucia, la trampa y la rutina, en la nación en la que han hecho una perversa simbiosis el oportunismo de derecha y los oportunistas de “izquierda”.
Precisamente por saber a qué nos ateníamos los verdaderos comunistas colombianos, Felipe siempre se rebeló contra la actitud de bonzo, que no es otra cosa que un sacerdote budista cuya vida transcurre entre rezar día tras día las mismas oraciones y hacer sonar una campana.
En este aspecto de la vida, las enseñanzas de Felipe son de una riqueza incomparable. Vigía constante, permanente, para que el Partido no fuera inferior a la vivacidad de la lucha de clases. No era un rebelde sin causa ni era un ser hiperactivo. Sencillamente, tenía una clara comprensión de esa realidad dinámica, en constante movimiento, que es la lucha de clases en la que estamos inmersos, y no podía contemplar pasivo que el movimiento real desbordara al Partido, con el gran riesgo de quedarnos a la vera del camino, cual fotógrafos, registrando el desfile sin participar de él, o viendo los frutos caer sin posibilidad alguna de recogerlos y darles el uso apropiado.
Tenemos la fortuna de vivir en una sociedad en crisis, en una sociedad en la que todos los días pasa algo nuevo que deja perplejos a muchos observadores, y que nos entrega el escenario perfecto para no anquilosarnos, para ejercitar permanentemente el músculo, para entrenarnos con miras a la gran final. El campo está servido para nuestra acción.
Juntemos esa ventura con la de tener el ejemplo dejado por un comunista como Felipe, quien no aceptó pasar por la vida como uno más, sino que decidió hacer de su vida un ejemplo, una guía, y mientras tuvo aliento labró y moldeó gran parte de lo que es nuestro presente y de lo que será nuestro futuro.
Hoy, cuatro años y quince días después de la partida de Felipe, aprovechemos la ocasión para renovar nuestro respeto a su memoria, pero de manera viva, combatiendo la rutina, para que este Partido pueda desplegar toda la inmensa capacidad que va incluida en el hecho de contar entre sus filas con los mejores hombres y mujeres del proletariado y el pueblo colombianos.
Estoy seguro de que si Felipe estuviera hoy aquí con nosotros, sería el primero en corear la consigna
¡Abajo la rutina!