Ya en 1971 Richard Nixon había afirmado que “hacia donde vaya Brasil, irá América Latina”. No se trata de un país cualquiera: su territorio abarca la mitad de Sudamérica, 8.514.877 km2 y tiene 193 millones de habitantes. Es el 5º en población y extensión en el planeta. Tiene la más grande economía latinoamericana, la segunda en América y la octava en el mundo. En 2009 su PIB era 1.572 billones de dólares y según el Banco Central carioca crecerá 7,3% en 2010. En los últimos tres años las inversiones extranjeras sumaron US $93.488 millones. Es líder en América Latina en diversos sectores económicos como industria, agro y exportaciones. En marzo de 2008 sus exportaciones ascendieron a US $219.336 millones y se encuentran entre las veinte mayores del globo. Es el mayor productor mundial de café, rico en minería (diamantes, oro, hierro, magnesio, níquel, fósforo, plata y uranio) y produce 80% del petróleo que consume. Tiene reservas de US $273 mil millones, las octavas mundiales. Integra el grupo BRIC –Brasil, Rusia, India, China–, que congrega 45% de la población mundial y en conjunto ocupa un territorio 2,75 veces mayor que el de Estados Unidos y la Unión Europea (en noviembre de 2010 Sudáfrica fue aceptado en el grupo).
Una política externa de potencia económica
Es apenas justo, entonces, que Brasil quiera jugar en primera división, reclamando, por ejemplo, un escaño en el Consejo de Seguridad de la ONU y promoviendo el G-20.
Durante el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, Brasil mostró su deseo de desarrollarse independientemente frente al poder estadounidense. Ello lo llevó en 2005 a decir “no” al proyecto imperial del ALCA, y a no renovar el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, vigente desde 2002, aunque el 31 de diciembre de 2009 tenía una deuda externa de US $216.100 millones (10,68% del PIB).
Es un país determinante en la integración económica latinoamericana. El Mercosur –que desde 1991 lo une con Argentina, Paraguay, Uruguay y ahora Venezuela– es el tercer mercado integrado del mundo después de la Unión Europea y el TLCAN. En busca de la multipolaridad y la ampliación de su espacio geopolítico, Lula rechazó la injerencia de las grandes potencias del Norte en los asuntos del Sur, se opuso al tratado de nuevas bases militares estadounidenses en Colombia y condenó el golpe contra el presidente Zelaya en Honduras. Se ha apoyado en los gobiernos de izquierda o centro-izquierda de la región, y ha conformado un fuerte grupo político con Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Cristina Fernández de Kirchner, Fernando Lugo, José Mujica y Daniel Ortega, y mantiene buenas relaciones con Cuba.
Apuesta por desarrollar la Unión de Naciones Sudamericanas, Unasur, proyecto que prevé instaurar una moneda, un parlamento y una política de defensa comunes, aunque debe superar numerosos obstáculos, dadas la competencia económica intrarregional y las tensiones existentes entre los sectores empresariales de los distintos Estados.
En lo militar, Brasil tampoco se queda atrás: construirá seis submarinos nucleares y 15 convencionales, reforzándose para defender su plataforma marina de 350 millas, donde concentra su principal riqueza petrolera. La producción de uranio enriquecido a escala industrial, en Iperó, se iniciará a fines de 2010 y el primer modelo atómico será recibido en 2021. Ello lo convertirá en la primera nación latinoamericana con un submarino nuclear y le permitirá compartir el dominio del Atlántico sur. Además le compró a Francia 36 cazabombarderos Rafale con transferencia de tecnología, cuatro submarinos convencionales y 50 helicópteros militares, todo por 9.000 millones de euros.
Las relaciones del Palacio do Planalto con los países latinoamericanos sugieren una voluntad hegemónica. Varias empresas brasileñas son multinacionales que practican una agresiva política económica hacia sus vecinos: Petrobras con el petróleo y Odebrecht en la construcción y petroquímica, han provocado conflictos con Bolivia y Ecuador. Y Paraguay ha sido privado de su soberanía en la gestión de recursos hidroeléctricos comunes en Itaipú. La burguesía financiera e industrial carioca defiende sin distingos sus prerrogativas en el mercado mundial, lo que explica los acuerdos estratégicos entre Brasil y Estados Unidos en lo que respecta, por ejemplo, a los agrocombustibles, que en 2009 acapararon el 56% de las exportaciones del país, una tercera parte de las cuales van hacia países en desarrollo y dos terceras a países desarrollados.
Aspectos contradictorios de la diplomacia brasileña son también el haber firmado la orden contra Irán de cumplir la resolución de sanciones de la ONU por su programa nuclear y la colaboración con el golpe imperialista en Haití, conduciendo las fuerzas militares latinoamericanas que ocuparon este país para “estabilizarlo”. Busca, igualmente, la culminación exitosa de la Ronda de Doha, aduciendo que es mejor un mundo con reglas malas que sin reglas, en contravía de lo que innumerables movimientos sociales plantean contra las políticas neoliberales de la OMC.
Una política interna dual
En lo económico Brasil sigue una orientación neoliberal en muchos aspectos. Los principales asesores económicos de Lula salieron de las escuelas estadounidenses de pensamiento neoliberal y la contrarreforma del sistema de pensiones para los funcionarios públicos (que aumentó la edad mínima de jubilación y redujo en 30% las pensiones para viudas y huérfanos, entre otras) fue una de las medidas iniciales que tomó su gobierno. Esta revisión condujo a las primeras diferencias en el seno del Partido de los Trabajadores (PT) y llevó a la creación del PSOL (Partido Socialismo y Libertad).
El Banco Central, ceñido al dogma neoliberal de independencia frente al resto del gobierno y a preceptos monetaristas antiinflacionarios, defiende abiertamente los intereses financieros, también promovidos por el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social, el mayor banco de desarrollo del mundo, que ha financiado las principales fusiones apoyadas por el gobierno para globalizar empresas. Merced a dicha política, Brasil posee varias de las compañías más poderosas del mundo: Petrobras es la tercera empresa por valor en bolsa, sólo superada por Exxon y Microsoft; Vale Do Rio Doce es la segunda empresa minera más grande del globo; las constructoras brasileñas fueron las primeras en el país que se globalizaron y aprovecharon la expansión en América, África y otras regiones; la bolsa de São Paulo tiene un valor de mercado de US $17.800 millones, formando parte de las grandes ligas bursátiles; el fabricante de aviones Embraer es el tercero a escala mundial en su rubro y el primero en aeronaves de menos de 150 asientos; Electrobras es la mayor empresa de energía eléctrica latinoamericana, con inversiones en 17 países y quiere adquirir participación en el sector energético estadounidense; y el sector bancario aprovechó las dificultades de la crisis financiera internacional para hacer fusiones y compras tanto dentro del país como en América Latina.
La política oficial beneficia las megaempresas productoras y procesadoras de carnes y soya, y los cultivos intensivos de agrocombustibles, para regocijo de compañías como Monsanto, acogidas allí con los brazos abiertos. Las secuelas ambientales que ello ha traído llevaron a dimitir a la ministra de Ecología, Marina Silva.
El Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra, MST, integrado por 350 mil familias –casi dos millones de personas– que llevan varias décadas luchando por una reforma agraria, identifica entre sus principales enemigos a las trasnacionales de agronegocios y al latifundio. La dirigente nacional del MST, Itelvina Masioli, no vacila en criticar aspectos de la actual política, denunciando que “en estos ocho años no hemos avanzado ni en reforma agraria ni en distribución de tierras… Durante la presidencia de Lula avanzó el modelo de agronegocios, incluso con financiamiento público… Y aumentó la concentración de tierras”. En efecto, veinte mil familias controlan 46% de la riqueza nacional y 1% de ellas posee el 44% de las tierras. Sin embargo, la agricultura campesina produce el 70% de los alimentos.
Brasil continúa siendo uno de los tres países con mayor desigualdad en el continente, junto a Haití y Bolivia: las personas con más de mil millones de dólares en activos financieros crecieron por encima del 19% entre 2006 y 2007. Esto se ha encarado aplicando programas asistencialistas para paliar el descontento y las protestas, mientras se continúan aplicando medidas neoliberales.
No obstante, se han logrado avances sociales. En 2004-2008, pese a la crisis económica mundial, la pobreza cayó de 36,2% a 23,9% y el salario mínimo ha aumentado 53% desde 2003. Aunque persiste la desigualdad, ha descendido desde 2002 y el índice Gini se ubica hoy en 0,493. El gobierno lulista aumentó el consumo familiar, creó 14 millones de empleos –cerró el año 2010 con un desempleo de 7,3%– y 40 millones de pobres recibieron atención, todo lo cual se inscribe en el empeño de ampliar el mercado interno.
Unas elecciones que mantienen el rumbo
En los comicios presidenciales del 31 de octubre triunfó Dilma Rousseff, con 56% de la votación. Ex ministra de Energía y jefa del gabinete de Lula, es hija de un comunista búlgaro, militó en la guerrilla brasileña y purgó tres años en prisión. Su administración, se anuncia, dará continuidad a las principales realizaciones de Lula en lo interno y a su liderazgo internacional. Económicamente estará signada por políticas tendientes a fortalecer el mercado interno, favorecer el crecimiento de sus empresas multinacionales y copar importantes segmentos del mercado mundial. Socialmente proseguirá un asistencialismo incapaz de materializar las transformaciones estructurales que su país necesita, quedando por ver si logra erradicar la pobreza y universalizar la salud pública, “compromiso fundamental” proclamado por ella durante su campaña electoral. Políticamente, tendrá que enfrentar los avatares de que su Partido de los Trabajadores sea minoría en el Parlamento y tener únicamente la mayoría en tres Estados y la Gobernación de Brasilia.
Si Dilma Rouseff mantiene las políticas aplicadas por Lula, seguramente Brasil será una piedra cada vez más grande en el zapato gringo y América Latina jugará cada vez más fuerte en la política mundial.