(Intervención de Carlos Naranjo, en nombre del MOIR, en el Encuentro Nacional contra la Intervención Militar Norteamericana en Colombia, realizado el 12 de octubre en el auditorio Alfonso López Pumarejo de la Universidad Nacional. El evento fue convocado por la Central Unitaria de Trabajadores, CUT, la USO, la UNEB, el Partido Comunista, el Movimiento M19, el Colegio Nacional de Periodistas y los parlamentarios Jaime Dussán Calderón, Carlos Moreno de Caro y Gustavo Petro, entre otros).
Carlos Naranjo
Compañeros:
Hace mes y medio, bajo la dirección de las fuerzas y organizaciones políticas y sociales que hoy estamos aquí representadas, miles de obreros, trabajadores y productores de nuestro país dieron una vibrante batalla de repudio a las políticas aperturistas que el imperialismo norteamericano ha venido aplicando cada vez con más intensidad en su indeclinable propósito de recolonizar nuestra patria. Las principales ciudades se paralizaron, decenas de carreteras fueron bloqueadas, miles de labriegos salieron de sus parcelas a manifestarse conjuntamente con sindicalistas, indígenas, estudiantes e incluso con no pocos empresarios, señalando que cada vez es más claro, como en el viejo verso asiático, que «si el amo no tiene límites en su voracidad, sus peones no tendrán paciencia».
El Paro Cívico Nacional del 31 de agosto y la corriente de opinión creada antes, en y después de él, fueron demostración contundente de que en el país existen reservas suficientes para fortalecer la lucha por la soberanía económica y por la independencia y la autodeterminación nacionales y que los opresores no tienen nada seguro si los oprimidos nos decidimos a romper los yugos que nos atenazan.
El imperio norteamericano lleva un siglo de dominación y saqueo de los recursos y el trabajo de los colombianos. Durante los primeros noventa años el desvalijamiento y la expoliación se adelantaron de manera grave, pero no lograron impedirnos un cierto desarrollo económico y social. «Los gringos chupaban el néctar con ciertas consideraciones». Se llevaban nuestras riquezas y nuestro sudor, pero algo dejaban para Colombia. Incluso los trabajadores alcanzaron reivindicaciones importantes, no sin tener que recurrir a numerosas y heroicas batallas para arrancarlas.
Sin embargo, en los años ochentas la superpotencia occidental empezó a sentir fuertes malestares. Y el remedio, recetado por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, no fue otro que el modelo aperturista. En consecuencia, en Colombia, desde comienzos del decenio actual, la extorsión se volvió más «descarada, cruda y sin miramiento alguno», como lo demuestran los más recientes acuerdos firmados en Washington por el gobierno de Pastrana.
La consigna del águila imperial ha sido llevarse en sus zarpas «la tela, el telar y la que teje». En diez años de apertura económica, los hechos nos eximen de abundar en detalles. Todos sabemos que la ofensiva contra la clase obrera ha sido demoledora, que la industria y el agro han sido devastados, que el desempleo y la quiebra de la producción son galopantes. No hay sector que no haya sentido el golpe inclemente de tan nefasta política, mientras un puñado de vendepatrias se engolosinan con las migajas que les tiran como pago por su traición.
No puede caber ninguna duda de que nuestra nación enfrenta una despiadada ofensiva norteamericana, dirigida a reducirnos de nuevo a la condición de colonia. Hoy no existe decisión del Estado o de cualquier órgano institucional, ni hay ley ni norma sobre los cuales los gringos no pretendan imponer de inmediato sus dictados imperialistas. Controlan la estructura y dominan la superestructura. Mandan en el ejército y ordenan en la policía. Patrullan por tierra, mar y aire. Cada gobierno que llega al Palacio de Nariño se esfuerza por superar a los anteriores en su servilismo con el amo del Norte, y para nadie es un secreto que Pastrana ha sido un aventajado continuador de los anteriores mandatarios.
En la medida en que se profundiza el abaratamiento de la mano de obra, se eliminan las reivindicaciones laborales conquistadas en décadas de lucha, se quiebran la industria y la producción agropecuaria y se acrecienta el ejército laboral de reserva, la política aperturista va necesitando aumentar la represión y el hostigamiento a los destacamentos populares, ya que como respuesta a la opresión se multiplica la lucha de los oprimidos y explotados, pues la única posibilidad que les queda es la de combatir sin descanso ni vacilaciones contra la causa fundamental de sus males. Nuestra suerte como nación depende de la más amplia unidad y lucha contra las políticas de recolonización y todas las formas de intervención que les sirven de soporte.
Si bien desde su nacimiento mismo el MOIR ha tenido inscrito en su programa el combate por la liberación nacional, en este periodo aperturista redoblamos nuestro trabajo buscando movilizar al pueblo colombiano contra la dominación imperialista y su actual modelo neoliberal de sojuzgación.
Insistentemente hemos repetido que la encrucijada en que el imperialismo yanqui tiene colocada a nuestra nación hace aparecer una línea divisoria entre quienes secundan, alcahuetean o consienten su continuado intervencionismo y quienes le oponen resistencia, lo condenan o lo rechazan. Para nosotros, esta línea define los dos bandos cuyo enfrentamiento antagónico le da una forma particular a la lucha de clases de la hora actual.
El MOIR declara una vez más que pone todos sus cuadros y militantes al lado de las clases, organizaciones y personas que estén dispuestas a resistir toda forma de injerencia norteamericana sobre Colombia, a defender la nación, su soberanía económica y su integridad territorial y a pugnar por el bienestar de las masas laboriosas.
Para ello debemos combatir contra el imperio más grande que jamás haya existido, lo cual hace que nuestras dificultades sean muchas. Pero difícil no quiere decir imposible; lo que importa es que estemos seguros de haber elegido el buen camino, y esa seguridad centuplicará nuestra energía y nuestro entusiasmo, y seremos capaces de hacer milagros.
Toda acción nuestra debe ser un grito de batalla contra el imperialismo norteamericano y sus lacayos y un llamamiento por la unidad del pueblo contra las diversas formas de intervención de Estados Unidos en el sagrado territorio de nuestra patria.