Desde el pasado 6 de diciembre, en la Plaza de los Mártires de Ciénaga, en el mismo sitio donde cincuenta años atrás el gobierno oligárquico de Miguel Abadía Méndez masacrara más de mil trabajadores bananeros, se yergue ahora, proyectado hacia el cielo por una estructura de seis metros de altura, un obrero moreno de seis y medio metros, con la mirada firme y decidida y un machete en alto. La escultura, hecha por el maestro Rodrigo Arenas Betancur, es el sentido homenaje que el sindicalismo independiente de Colombia le rinde a los obreros protagonistas de la heroica huelga de 1928, contra el pulpo imperialista de la United Fruit Co.
La huelga y la masacre
Para finales de la década de l920, después de 27 años de labores en el país, la United ya es dueña en la Costa Atlántica de más de la mitad de los terrenos dedicados al cultivo del banano, aproximadamente unas 35 hectáreas. Frente a este emporio, que controla el 80 por ciento del mercado mundial, decide omnímodamente el futuro de varias repúblicas del Caribe y declara ganancias de más de $44 mil millones, contrastan las condiciones infrahumanas a que viven sometidos los jornaleros. Hacinados en insalubres barracones sin agua corriente, víctimas del paludismo, la fiebre amarilla y la disentería, están también expuestos a frecuentes accidentes de trabajo. Por eso, en 1918 y 1924, los trabajadores agrupados en diversas agremiaciones habían intentado movimientos de protesta. Sin embargo, solamente con la consolidación de la Unión Sindical de Trabajadores del Magdalena, la defensa de los derechos tuvo verdaderas perspectivas.
Los nueve puntos consignados en el histórico pliego que los trabajadores presentan en octubre de 1928 a la compañía (seguro colectivo obligatorio, indemnizaciones por accidente de trabajo, alojamientos higiénicos y descanso dominical remunerado, alza del 50 por ciento en los jornales, eliminación de los comisariatos de la compañía y libertad de comercio, eliminación de los pagos mediante vales, pago semanal y no por quincena, abolición de los contratos individuales y establecimiento de los colectivos, hospitales y atención médica para todos los trabajadores), son una prueba irrefutable de que se trata de una lucha en defensa de los intereses nacionales y populares, y no de una oscura asonada como pretende hacerla ver el gobierno. Este, amparándose en las calumnias del gerente de la United, Tomas Brad-shaw, desata una campaña contra los 30.000 trabajadores acusándolos de promover una subversión caótica y criminal. Tal fue el argumento esgrimido, una vez iniciada la huelga, el 12 de noviembre, para llenar la Zona de tropas y esquiroles, nombrar jefe Civil y Militar al general Carlos Cortés Vargas, decretar en la región el estado de sitio, declarar a los trabajadores “cuadrilla de malhechores” y justificar luego el genocidio del 6 de diciembre.
Veinticinco días después de iniciada la huelga, la férrea decisión de los trabajadores sigue incólume. Ninguna de las artimañas y tropelías de la compañía y el gobierno logra quebrar el movimiento. Ni los trenes custodiados por la soldadesca pueden romper el bloqueo de los asalariados. Dentro de esta lucha sin cuartel, los huelguistas son llamados por su Comité Ejecutivo para concentrarse el 5 de diciembre en Ciénaga, con el fin de iniciar, al día siguiente, una marcha pacífica hacia Santa Marta. Todos ellos fueron llegando con sus mujeres y sus hijos, y se instalaron en los alrededores de la estación del ferrocarril. Una gran mayoría portaba banderas nacionales y banderines rojos. Y ahí se encontraban reunidos, a las 2 de la madrugada del 6, cuando la metralla oficial escupió fuego y ahogó en sangre el grito de ¡Viva Colombia Libre! ¡Abajo el imperialismo yanqui!, pronunciado por miles de bocas de hombres dispuestos a todo, después de que Cortés Vargas leyera el decreto de estado de sitio y ordenara la dispersión inmediata.
Histórica concentración
Hoy, los revolucionarios colombianos siguen empuñando las mismas banderas. Por eso, el pasado 6 de diciembre, más de 15.000 personas, la mayoría de ellas gentes del pueblo que viven en la Zona Bananera, obreros y campesinos de Ciénaga y Aracataca, Fundación, Riofrío, Orihueca, El Retén, Tucurinca, Sevilla y Guacamayal, y los activistas y delegados sindicales que de todo el país acudieron a la histórica concentración, colmaron la Plaza de los Mártires, en la culminación de un esfuerzo mancomunado del Comité Pro Monumento, el Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario MOIR, y el escultor Rodrigo Arenas Betancur, empeñados todos en rendir homenaje a esos hombres que regaron con su sangre el escenario mismo de sus luchas.
Tras vencer incontables dificultades, a las 7 de la mañana del 6, la escultura se erguía colocada en su sitio. Y allí fueron llegando, en el curso del día, las organizaciones que con sus aportes hicieron posible el monumento: el Comité de Ciénaga, Sittelecom, Fecode, Aceb, Sintracreditario, Unimar, el Frente Sindical Autónomo de Antioquia, la Uso, Sindillantas, Simecom, Acia, Anuc, Adida, Proas, Amda, Aprocol, Cedetrabajo, Ade, Aspu, Sintraunal, Sintraincora, Sintraico, Sintravicuña, Sintraempaques, Sintraudea, Sintrafla, Sintrasofasa, (Bogotá), Sintrapolímeros, Sintracoltepunto, Sintrahilanderías Medellín, Sintracoltabaco, Sintramineros de Antioquia, Sintraingeominas, Sintrageográfico, Sintraladrilleros, Sintraquímicos, Asociación de Profesores de la Universidad de Antioquia, Ferroviarios del Magdalena y el Sindicato de Trabajadores del Terminal Marítimo de Barranquilla (Colpuertos). Se hicieron presentes, además, delegaciones de los sindicatos de Acerías, Cartón de Colombia, empresa de Teléfonos de Bogotá, Banco Francés e Italiano, Carreteras del Departamentos del Meta, Minhacienda, y la Asociación Nacional de Pescadores, Sintraica, Apromequin y Sinucom.
En la tribuna ordenaba la bandera del Comité de Jubilados del Magdalena, alrededor de la cual seis ancianos, protagonistas de la batalla del 28 presidían el acto: Rafael Caraballo, Isaac Villamil Lara, Eligio Valiente, Álvaro Girón, Pedro Reales Campo y Guillermo Hernández. Con ellos estaba también el veterano luchador Carlos Arias, quien al cerrar el acto hizo la exaltación de los caídos y rindió homenaje al dirigente de la huelga Sixto Ospino, fallecido en noviembre pasado en Aracataca. Además, se encontraban en la tribuna, el presidente de Aceb, Hugo Cruz, los miembros del Comité de Cienaga, Hernán Pérez, Leonel Jubinao, Luis Pérez y Oscar Jiménez, y los dirigentes del MOIR, Omar Ñañez, Carlos Naranjo, Juan José Arango y Orlando Caicedo.
La multitud congregada en la plaza prorrumpió en una larga y cerrada ovación cuando Jaime Piedrahita Cardona, dirigente del Frente por la Unidad del Pueblo, ascendió hasta la tribuna para, al lado de los luchadores, rendir tributo a los mártires de las bananeras.
Además del compañero Carlos Arias, hicieron uso de la palabra Pedro Fábregas de la Uso, Abel Rodríguez de Fecode, Eduardo Vanegas de Unimar y Jesús Hernández del Frente Sindical Autónomo de Antioquia.
Abel Rodríguez, quien pronunció un emotivo y enérgico discurso, dijo en algunos de sus apartes: “Medio siglo después de la heroica batalla, la lucha contra el imperialismo continua. Devorada entre sus fauces desaparecía la soberanía del país al clarear la presente era de la humanidad, y hoy, al trasegar el último tercio de la centuria, sus garras siguen clavadas, más profundamente que antes, en el suelo colombiano. Resultado previsible de tan abominable situación es la gran crisis que estremece al viejo orden y cuyos síntomas han aflorado ya con pavor para los de arriba y esperanza para los de abajo. El gobierno de Turbay Ayala, más arrodillado ante sus amos yanquis y más represivo y corrupto que aquel que ordenó la masacre de las bananeras, expresa concretamente este descompuesto estado de cosas.
“Que un día no lejano, cuando reine para siempre el poder de los obreros y campesinos en Colombia, una nueva peregrinación nacional del proletariado colombiano retorne a las orillas de Ciénaga para inscribir al pie de este monumento que hoy erigimos: aquí cayeron los héroes que con su sangre fecundaron la causa de los esclavos sin pan, cuya rebelión señaló el único camino seguro a la victoria definitiva de la revolución colombiana”.