¿“POLÍTICA SUELTA” O “DIRECCIÓN COMPARTIDA”?

El hecho de que la Unión Nacional de Oposición se hubiese especializado, por así decirlo, en la labor electoral, la cual enrutó y coordinó a satisfacción, no se debe preferentemente a la estricta objetividad del MOIR para calcular los alcances de la alianza. Al contrario, en infinidad de oportunidades nosotros reclamamos que se discutiera y decidiera compartidamente no sólo sobre la tarea de la central unitaria, sino sobre los enfoques contradictorios y declaraciones públicas que los aliados hacían del nuevo gobierno y de ciertas medidas oficiales. Mientras tanto el Partido Comunista continuaba reservándose el arbitrario derecho de combatirnos cual enemigo de la unión, urdiendo una maraña de intrigas, como la supuesta división interna del MOIR, y esparciendo a los cuatro vientos toda clase de chismes y especies calumniosos. La insistencia en que la UNO se posesionara de un papel más actuante y positivo y se le facultara para funciones más ambiciosas, obedecía a una inequívoca política de nuestro Comité Ejecutivo Central, fijada por cierto públicamente y con antelación al 21 de abril de 1974. En las postrimerías de la campaña el MOIR explicó cómo la UNO aún no había dado todos sus frutos y que con justicia las masas populares demandaban mucho más de ella, en correspondencia con las esperanzas levantadas y con las fuerzas revolucionarias que había puesto en pie de lucha. Con las elecciones se cerraba para la UNO un período y se abría otro.

Así lo anunciamos:

“La consigna de unir al pueblo en un gran frente de combate contra sus opresores se ha abierto camino entre las masas y explica el respaldo de amplias capas de la población a la Unión Nacional de Oposición. La UNO ya dio sus primeros resultados positivos, pero no ha cosechado aún todos los frutos que se vislumbran del completo desarrollo de las fuerzas revolucionarias que ha destacado. Por ello la UNO tiene contraído un compromiso con el pueblo colombiano que la obliga a continuar más pujante, más unitaria y más combativa después del 21 de abril, de seguir adelante, fiel a la línea revolucionaria aprobada en su última convención de septiembre y aplicada con tanto éxito en los meses subsiguientes”. [37]

Y en cuanto a la necesidad de perseverar en la unidad alcanzada y proyectarla a otras tareas de la revolución, manifestamos:

“El MOIR, como lo ha venido haciendo, seguirá luchando por afianzar la unión. Creemos que las fuerzas de la izquierda colombiana deben ampliar su alianza y prolongarla para las otras tareas de la revolución y no solamente para las labores electorales”.[38]

En esta directiva se halla el meollo del futuro de la Unión Nacional de Oposición, en especial si pretendemos convertirla en una “semilla” del frente único antiimperialista. De los éxitos que logremos en aplicar esta línea depende el que podamos o no sacar a flote la UNO, restablecer la unidad y la confianza y recuperar el tiempo perdido en mutuas recriminaciones. El quid de la cuestión radica en que la UNO como frente ejerza una “dirección compartida” sobre aquellos asuntos vitales de la lucha revolucionaria del pueblo colombiano, que amplíe su función coordinadora y cohesionadora a todos los puntos en los cuales tales coordinación y cohesión se hacen imperiosas para poder trabajar conjuntamente. La “política suelta” es incompatible con la esencia misma del frente único antiimperialista. Por lo menos ésta ha sido nuestra experiencia de la que llevamos andado en pos de una alianza de las clases y fuerzas revolucionarías.

Sobre los peligros de una “política suelta” hablamos por primera vez en vísperas del llamado “Segundo Encuentro de las Fuerzas de Oposición” en marzo de 1973, durante las reuniones previstas multilaterales, en las cuales no nos fue posible llegar a acuerdo. Nosotros exigíamos a la sazón que se dejara establecido sin ambages que la candidatura presidencial de izquierda recaería en un compañero perteneciente a alguno de los tres partidos integrales de la Unión Nacional de Oposición. El Partido Comunista se negó a concertar entonces un compromiso tan tajante, y así continuaba con las manos sueltas para negociar un entendimiento fuera de la UNO y concretamente con la ANAPO, tal cual lo analizamos más arriba. El MOIR no participó en dicho encuentro y efectivamente éste aprobó un llamamiento sutil que sería como el último rayo de luz sobre la desesperanzada estrategia, de alcanzar “la unidad de todas las fuerzas de oposición democrática”. La “política suelta” para que cada cual pueda como le venga en gana decidir sobre aquellos asuntos importantes que conciernen por su propia naturaleza a la responsabilidad conjunta, es antagónica con la esencia y funcionamiento de un frente como la Unión Nacional de Oposición. No se puede demandar mutua solidaridad en resoluciones que se hayan tomado unilateralmente y en pugna con los criterios y propósitos de los aliados. Entre más sea el número de cuestiones que se sustraigan a la “dirección compartida” y mayor la trascendencia de éstas, en esa proporción disminuirá la importancia del frente, su utilidad y dinamismo. Y viceversa. En la medida en que suprimamos la “política suelta” lograremos con el tiempo que la Unión Nacional de Oposición, por su labor coordinadora y cohesionadora, se vaya convirtiendo, simultánea al auge de la lucha de las masas revolucionarias, en un verdadero “embrión” del frente único antiimperialista . En las presentes circunstancias no existe otra salida ni otro método para consolidar este proceso unitario de tres años y proyectarlo hacia nuevas tareas y más grandes objetivos.

Con posterioridad al 21 de abril la UNO encaraba, como consecuencia directa de las posiciones obtenidas en la campaña electoral unificada, la obligación de atender una labor parlamentaria igualmente conjunta, ya que cada uno de sus tres partidos de envergadura nacional lograron cargos tanto en el Parlamento como en asambleas departamentales y concejos municipales. En efecto, se convino en que la lucha parlamentaria la orientaría el Comando Nacional, con la asesoría de un comité de trabajo parlamentario, creado para tal fin. Por otra parte y debido al cambio de gobierno dentro de la coalición liberal-conservadora, a partir del 7 de agosto, la Unión Nacional de Oposición debería definir una política ajustada a la nueva situación. Así se hizo. La Tercera Convención dispuso por unanimidad la batalla frontal contra el gobierno de López Michelsen, albacea de la política antipopular y antipatriótica de los viejos regímenes y cabeza visible del sistema oligárquico proimperialista. Igualmente la convención aprobó una línea de acción revolucionaria para los congresistas, diputados y concejales de la UNO.

Contrariando lo establecido, la lucha en las corporaciones públicas no se llevó a cabo plenamente de común acuerdo y conforme a las directrices consecuentes de combate. Claro que hay ciertos aciertos. Aciertos que se obtuvieron cada vez que la fracción minoritaria de la UNO en esas corporaciones mantuvo su independencia ante los partidos tradicionales y siempre que aplicó las orientaciones revolucionarias de la Tercera Convención con respecto al gobierno lopista de hambre, demagogia y represión. En algunas oportunidades incluso fue posible criticar errores y corregirlos con arreglo a las normas de la “dirección compartida”.

Desafortunadamente, la acción parlamentaria de la UNO en su conjunto no se guió por tales normas y en particular proliferaron las conductas reñidas en un todo no sólo con los postulados que defendimos durante el debate electoral, sino con las orientaciones posteriores. La actitud beligerante y activa fue depuesta repetidas veces para plegarse a las promesas, los halagos o la demagogia de la coalición gobernante. Estos errores de conciliacionismo fueron cometidos principalmente por tres de los cuatro parlamentarios del Movimiento Amplio Colombiano, los cuales terminaron siendo expulsados de su organización por sus desviaciones oportunistas, en febrero de 1975. Entre estos “tres tristes tigres” se encontraba quien había sido el candidato presidencial de la UNO, Hernando Echeverri Mejía.[39].

La “política suelta” en la acción parlamentaria de la UNO, se reflejó preferentemente en estos hechos:

En la presentación de proyectos de ley, de ordenanza y de acuerdo sin previa discusión en los organismos respectivos de dirección.

En la alteración posterior de textos acogidos por unanimidad, de manera arbitraria, inconsulta y violatoria de las determinaciones convenidas.

En la falta casi absoluta de coordinación y cohesión en el trabajo adelantado en asambleas y concejos.

En la votación a favor de candidatos del oficialismo para distintos cargos, a cambio de magras “conquistas” burocráticas y a costa de desvanecer la diferencia radical que existe entre el comportamiento de los representantes de una alianza revolucionaria y la de los personeros de la podrida coalición liberal-conservadora.

En el apoyo velado a ciertas medidas del gobierno oligárquico, que en apariencia se presentan como beneficiosas para el pueblo y para la nación colombiana, pero que en el fondo son todo lo contrario.

Estas han sido las principales manifestaciones de una política errónea por parte de determinados voceros de la Unión Nacional de Oposición en las corporaciones públicas, que expresan las tendencias hacia el “cretinismo parlamentario” y comprueban la ausencia de vigilancia de los organismos de dirección de la UNO y la necesidad de promover la crítica a nivel de masas. Con este análisis no queremos decir que tales errores sean exclusivamente de nuestros aliados. El MOIR ha señalado serenamente las tendencias “cretinistas” que se han desarrollado dentro de la UNO, inclusive ha exigido la autocrítica a sus militantes y organizaciones responsables de estas faltas, como la pública que se hiciera el Comité Regional del MOIR de Risaralda.[40]

Cuando los “tres tristes tigres” comenzaron a sacar las uñas y mostraron de cuerpo entero sus inclinaciones conciliacionistas y burocráticas, el MOIR, después de agotar los medios persuasivos internos, exigió una condenación categórica de su conducta contrarrevolucionaria, la cual debía hacerse conocer primero de las bases de la UNO y luego de las más amplias masas. Y cuando Echeverri y sus dos sanchos reclamaron la “autonomía política” para continuar sus triquiñuelas y componendas con el oficialismo, propusimos que el Comando Nacional produjera un comunicado anunciando que estos caballeros ya no hacían parte de la Unión Nacional de Oposición. El Partido Comunista se opuso a promover la crítica a nivel de masas y a colocar fuera de la UNO a los tres parlamentarios, contentándose con que se dijera que éstos no estaban “autorizados” para dar declaraciones en nombre de la Unión Nacional de Oposición y alegando que la “expulsión” sólo podría dictaminarla el Movimiento Amplio Colombiano. Como el MAC no se atrevía a producir tal determinación, dejamos la constancia de que en esos condiciones era imposible mantener una solidaridad política con nuestros aliados, al precio de que las bases que lucharon con nosotros durante la campaña electoral y las masas populares que conocieron muestro ideario revolucionario nos vieran metidos en el mismo costal con quienes habían pisoteado la palabra empeñada y en esa forma se burlaban de los nueve puntos programáticos y de los compromisos.

Ese fue uno de los mementos de mayor incertidumbre y desconcierto de la Unión Nacional de Oposición. Los sectores obreros, campesinos, estudiantiles e intelectuales que lucharon hombro a hombro con la UNO y quienes veían con simpatías el desarrollo de esta experiencia aguardaban interesados el desenvolvimiento de su lucha interna. Y no era para menos. Los errores de los tres parlamentarios del MAC eran graves y de la solución que se les diera dependía la credibilidad en la UNO. Hernando Echeverri, a guisa de ejemplo, había declarado que respaldaría las “medidas positivas” de la administración López Michelsen y en la práctica defendió en el Senado algunas maniobras de los manzanillos liberales y conservadores contra las clases asalariadas y votó proyectos oficiales demagógicos y antipopulares. En las primeras sesiones del Congreso se deshizo en alabanzas desbocadas hacia las tesis del canciller Liévano Aguirre, quien estrenaba su charlatanería sobre las relaciones con los países socialistas, pero que de hecho establecía la adhesión del nuevo gobierno a la línea tradicional oligárquica de seguir servilmente la política internacional imperialista dictaminada por Washington. Estas traiciones las perpetraba Echeverri en complicidad con sus dos escuderos de aventura. Los tres resolvieron una tarde cualquiera fundar en las gradas del Capitolio el “partido socialista de Colombia”. Esta era la parte grotesca de la leyenda. Su parte trágica consistía en que, siendo Echeverri como era uno de los más conocidos dirigentes de la Unión Nacional de Oposición y mientras no rompiéramos cobijas con él, el pueblo seguiría necesariamente identificándonos con las andanzas de estos “tres tristes tigres”.

El MOIR dejó de manera perentoria una constancia en todos los comandos de la UNO en donde fue factible hacerlo, expresando su criterio de que los oportunistas debían ser censurados drásticamente y que las masas, especialmente los sectores que sufragaron por nosotros, tenían el derecho a conocer sus felonías y condenarlos por el delito de sumarse al carro vencedor, cuando en la víspera habían solicitado los votos en su contra. Durante la campaña electoral propagamos la teoría revolucionaria de que las corporaciones públicas en las que algunos de nuestros candidatos tendrían asiento, eran instituciones corrompidas y desahuciadas históricamente. Que el pueblo no podía esperar nada de ellas a no ser mandobles y cargas pesadas, como lo venía sufriendo por décadas. Que si participamos en dichas instituciones creadas y dominadas por las clases explotadoras vendepatrias sería con la finalidad de convertir las curules alcanzadas en tribunas de denuncia de los crímenes del sistema; hacer propaganda al programa por una Colombia libre de la opresión externa e interna, y proclamar que sobre las cenizas de los cuerpos parlamentarios de la democracia oligárquica, el pueblo edificará las asambleas de obreros, campesinos, pequeños productores y comerciantes y del resto de patriotas, en las cuales se centralice todo el Poder de la nueva democracia revolucionaria.

Diez días antes de las elecciones y para cerrar el debate electoral, el MOIR resumió en la siguiente forma las obligaciones que había contraído la Unión Nacional de Oposición ante el pueblo colombiano:

“Tal como está la situación, la UNO conquistará importantes posiciones en las corporaciones públicas. Esto plantea la cuestión de desarrollar una acción parlamentaria coordinada, conforme al programa defendido durante la campaña y según las determinaciones tomadas de común acuerdo por el Comando Nacional o por un comité especial constituido para el efecto. En relación con este trabajo la UNO hará respetar un criterio defendido y explicado profusamente durante la campaña y es el principio de que los candidatos nuestros que salieren electos responderán ante el pueblo y ante la UNO de su conducta política en la respectiva corporación. Quienes violen los compromisos y traicionen el programa en cuyo nombre resultaron favorecidos, serán seña lados ante las masas como renegados de la causa del pueblo. Esta es una diferencia fundamental entre la UNO y los partidos reaccionarios y oportunistas, ya que en estos partidos los elegidos no responden ante los electores de su acción y como caso común y corriente se mofan de las promesas electorales.[41]

Advertencias de este tenor hicimos en las plazas de los grandes centros y en los villorrios apartados, a todo lo largo y ancho del país. Nadie protestó. Todos asentimos que eso era los más justo y conveniente. Y ahora que estábamos frente al hecho cumplido, algunos vacilaban en sancionar ejemplarmente a los bufones.

Incluso el Partido Comunista ha llegado a reprobar públicamente la actitud de censurar con la máxima severidad la transgresión de los acuerdos contraídos y a los transgresores. No hace mucho ustedes ironizaban sobre nuestros graves reclamos diciendo que el MOIR “ha aplicado el culto a la personalidad, heredado de sus maestros maoístas (…). Y cuando ingresó a la UNO ¿no lo hizo agotando todas sus reservas de incienso para elogiar a Hernando Echeverri? [42] Luego, cuando éste mostró el cobre, saltó del amor frenético a la diatriba sin límites”.

Para combatirnos el Partido Comunista ha puesto a funcionar su artillería pesada, desempolvando de la despensa revisionista la consabida “teoría” de la “lucha contra el culto a la personalidad” con que los nuevos zares de Rusia bombardean la fortaleza proletaria de la China comunista, dirigida por el camarada Mao Tsetung. Ustedes saben que dicha “teoría” fue llevada a su apogeo por Nikita Kruschev, lo que ignoran es que el proletariado revolucionario del mundo la tiene relegada al cuarto de los trastos inservibles. Las masas explotadas de todos los países respaldan y siguen lealmente a sus jefes y maestros que las guían por el camino luminoso de la victoria, como Carlos Marx y Vladimir Ilich Lenin, a quienes aún después de muertos la clase obrera continúa con gratitud venerando y haciendo honor a sus enseñanzas revolucionarias. Esto, por una parte. Y por la otra, el proletariado internacional vapulea sin compasión a los renegados de todas las especies, a los dicharacheros y saltimbanquis y a los enemigos del progreso. Es una ley ineluctable de la historia. Pero no era nuestra intención mezclar a nuestro héroe de marras en tan solemnes veredictos. Simplemente traemos a cuento la cita anterior porque refleja como ninguna otra las trastocadas contradicciones entre el MOIR y el Partido Comunista en relación con Hernando Echeverri Mejía. El Partido Comunista ha creído excesivos nuestro respaldo y nuestras críticas al candidato presidencial de la Unión Nacional de Oposición, primero, cuando fue justo respaldarlo y, las segundas, cuando resultaba imperioso criticarlo. Y efectivamente, a ustedes les parecía mejor un candidato anapista para las elecciones de 1974 y ahora consideran que las condenas al “cretinismo parlamentario” son “diatribas sin límites”. Pero estos dos conflictos han quedado cancelados, el uno con la convención del 22 de septiembre de 1973 y el otro con la resolución de expulsión emitida por el MAC el 13 de febrero de 1975.

La más valiosa experiencia de la UNO como frente, o como “semilla” de frente, es a nuestro entender que, cuando se aplicó para las materias de común interés una “política suelta”, aquella pasaba ipso facto a un estado de parálisis y atonía. Igual cosa sucedió cada vez que el Partido Comunista pretendió utilizar a la UNO a favor de sus particulares objetivos, ya en asuntos de la problemática nacional o internacional desconociendo olímpicamente los puntos de vista y las reclamaciones de los aliados y en detrimento de la coordinación y cohesión necesarias de una alianza de este tipo. Si se aspira a que haya mutua solidaridad en todos los problemas, o por lo menos en aquellos de mayor importancia, lo más indicado entonces es que éstos sean examinados, discutidos y resueltos democráticamente con la participación de todas las fuerzas comprometidas. En todo caso la UNO no puede reducirse a apoyar lo que hagan sus partidos por aparte, o un partido en especial. La dirección debe ser compartida e incluir paulatinamente todas las luchas revolucionarias, desde las más simples y comunes hasta las más complejas y elevadas. He ahí una de las principales dificultades para calificar a la UNO de “semilla” de frente único.

Con una dirección “compartida” para todas y cada una de las cuestiones básicas de la revolución, sobre una línea de unidad y democracia, no tenemos la más mínima duda de que la Unión Nacional de Oposición saldrá adelante, y saldrá adelante en el sentido de que se constituya realmente en el comienzo embrionario del frente único antiimperialista del pueblo colombiano. Con una “política suelta” para tales cuestiones, que desconozca los procedimientos democráticos y lesione la coordinación y la cohesión indispensables será absolutamente imposible que dentro del movimiento revolucionario de Colombia perdure ninguna alianza. A lo más que pudiéramos ambicionar en aquellas condiciones sería a mantener de vez en cuando acciones unitarias esporádicas, las cuales, igualmente, sólo podrían concretarse bajo el estricto cumplimiento de las normas democráticas. Desde luego que no rechazamos tales acciones. Por el contrario, las estimularemos y pactaremos siempre que convenga y lo exija la lucha revolucionaria del proletariado colombiano. Aun cuando las acciones unitarias favorecen la unidad del pueblo, resulta obvio que ustedes y nosotros en esta ocasión nos venimos ocupando es del frente único antimperialista, y es pensando en dicho frente que criticamos la “política suelta” y defendemos la “dirección compartida”.

La Unión Nacional de Oposición aplicó rigurosamente para la tarea electoral una “dirección compartida” y cosechó triunfos. Es innegable que sin el programa común, el candidato único y las listas conjuntas ninguna de las fuerzas coligadas hubiese avanzado cuantitativa y cualitativamente en las elecciones de 1974. Sin embargo, la UNO no siguió con esmero esta línea en el segundo período, ni siquiera en la acción parlamentaria. Además, como lo hemos señalado, no se ocupó de las tareas de la unidad sindical, a pesar de que sus fuerzas integrantes se hallaban comprometidas en la lucha por la central unitaria. La UNO no sirvió ni de vehículos para que se nos explicaran las razones del aplazamiento del congreso unitario del 6 de diciembre de 1974, convocado por el Encuentro Nacional Obrero del 12 de octubre de 1973. Para este caso el MOIR tuvo que recurrir a solicitar una reunión bilateral con el Partido Comunista, en la cual nosotros criticamos el aplazamiento y censuramos el procedimiento antidemocrático. Ustedes lo aceptaron autocríticamente, por lo menos en dicha reunión.

La UNO tampoco se preocupó por orientar los múltiples combates que últimamente han llevado a cabo los obreros, los campesinos, los estudiantes, los maestros, los bancarios, etc., no para sustituir la dirección concreta que tuvieron estas luchas, ni para suplantar sus formas organizativas peculiares, sino para coordinar la labor de los partidos coligados que se hallaban vinculados de una u otra manera a esas batallas y así contribuir con una apreciación global unificada a que no afloraran, a lo sumo, contradicciones innecesarias entre las corrientes integrantes de la Unión Nacional de Oposición. El Comando Nacional de la UNO debió también servir de medio para airear y resolver las diferencias del MOIR y el Partido Comunista relativas a la conducción del movimiento estudiantil y hacerlo con la participación del resto de organizaciones aliadas. Al enumerar tales errores no pretendemos eludir la responsabilidad que por ellos nos competa. Hacemos la crítica como muestra de nuestras intenciones de contribuir a que la UNO dé un salto cualitativo tras la meta soñada por los revolucionarios y que el pueblo algún día hará realidad: la unidad de todas las clases, capas, partidos y personas que luchan por la liberación de Colombia y por la instauración en el territorio patrio de una democracia popular.