INSISTENCIA EN UNA TACTICA FALLIDA

En la polémica contra el MOIR, ustedes han recurrido a menudo al cómodo artificio de atribuirse a sí mismos los éxitos y achacar a los demás desaciertos. La participación del MOIR en la UNO se explica como acto de mezquina conveniencia y su presencia como perturbadora para el desarrollo del “frente patriótico”, mientras que al Partido Comunista se le dibuja con muchas trazas de magnánimofico gestor visionario de la unidad. Pero este recurso ayuda muy poco y terminará derrumbándose fácilmente tan pronto las fuerzas revolucionarias se interesen en estudiar cuidadosamente la experiencia de la UNO y comparen los pronunciamientos de los distintos partidos con el acontecer político. Continuemos mirando y comparando algunos de estos pronunciamientos.

En febrero, víspera de las elecciones de 1970, el Partido Comunista sostuvo:

“Las candidaturas de Betancur y Rojas Pinilla, aunque surgieron enfrentadas a las maquinarias de las convenciones oficialistas y se presentan como exponentes de la oposición, sostienen el sistema paritario antidemocrático e incluso no se oponen a las iniciativas ultrarreaccionarias de prolongarlo indefinidamente”[6].

En abril, inmediatamente después de las elecciones afirmó:

“Por nuestra parte, debemos reconocer que no supimos medir el grado de crecimiento del rojismo en la opinión pública (…) En la elevada votación por Rojas se manifestó un profundo sentimiento de clase, planteado en forma de ‘lucha de los de abajo contra los de arriba’. (…) Las grandes masas de la oposición al sistema están actualmente con la ANAPO y es a ellas que debemos unirnos principalmente en la acción”[7].

No vamos a refutar eso de “unirnos principalmente en la acción” con las masas anapistas, tesis de una simpleza infinita y que bien podría extenderse con la misma lógica a las masas de todos los partidos y movimientos. Señalemos que el Partido Comunista, que le había negado en febrero el apoyo a la ANAPO porque “las candidaturas de Betancur y Rojas Pinilla, sostienen el sistema paritario antidemocrático”, descubre en abril que “las grandes masas de la oposición al sistema están actualmente con la ANAPO”. Pero tampoco es este el hecho que deliberadamente buscamos resaltar, ya que es ajeno a nuestro animo cazar al Partido Comunista en tan flagrante contradicción, pues un grupo partidista corre el riesgo de equivocarse al apreciar el desenlace táctico de una situación, sobre todo de una situación tan compleja como la de esos meses, cuando para las fuerzas revolucionarias hubiera podido ser ganancioso respaldar una candidatura que aunque no se salía de los marcos del sistema, significaba un gran aprieto momentáneo para la coalición liberal-conservadora, en una coyuntura en la cual la revolución se hallaba completamente debilitada, sin audiencia e impedida para hacer valer su propia alternativa. Buscamos destacar que desde aquellos días, y después de cambiar intempestivamente el criterio sobre ANAPO, la estrategia principal del Partido Comunista y en particular su estrategia de la “unidad popular” , o de la Unión Nacional de Oposición, o del “frente de la oposición democrática”, o del “frente patriótico”, según las distintas denominaciones por ustedes utilizadas, consistió fundamentalmente en lograr una alianza con dicho movimiento.

Tal vez el énfasis en esta empresa se pueda explicar por el impulso que a la “unidad popular” le daban a la sazón los diversos partidos comunistas de América Latina, inspirados en el caso chileno que entre otras cosas pondría al descubierto la inconsistencia de la “vía electoral”. O porque se creyó sinceramente que con el repunte anapista de 1970 los partidos tradicionales colombianos entraban en una crisis de la cual no se recuperarían ya. Algo hubo de ambas cuestiones . De todas maneras ustedes hicieron de la aspiración de aliarse con la ANAPO la consigna capital de la hora. No así, sencilla y llanamente, por supuesto, sino mediante algunas piruetas.

El propio congreso del Partido Comunista de 1971 dispuso:

“La tarea del momento para los comunistas en hallar el camino que conduzca a la unidad de todas las fuerzas de oposición democrática al sistema, como fase inicial para la formación del Frente Patriótico de Liberación Nacional”[8].

Pero como la situación real no daría más que para la conformación de un frente pequeño, con un MAC recién aparecido y sin expansión nacional y un MOIR “extremoizquierdista” y “anárquico”, porque hasta la prudente y sensata Democracia Cristiana, de la que el Partido Comunista tanto habla como cofundadora de la Unión Nacional de Oposición, desertó furtivamente sin pena ni gloria la noche del día de la fundación, ustedes entonces se entregaron a la ingrata labor de convencer a la única agrupación que lograría con su contingente desvencijado salvar la estrategia trazada, la pieza que faltaba y cabía en el esquema preconcebido: la ANAPO. Había que vigorizar la UNO para poder negociar con la ANAPO y había que aliarse con la ANAPO para configurar el “frente de la oposición democrática”, “fase inicial” del “Frente Patriótico de Liberación Nacional“. Verdadero acertijo con una sola solución: la ANAPO.

Y ustedes lo explicaron:

“Debemos trabajar intensamente por fortalecer la UNO con el fin de que sea una fuerza que por su importancia se convierta en elemento imprescindible para lograr la unidad con la ANAPO en la lucha común”[9].

Para el MOIR tal insistencia adolecía de fundamento. No porque sostengamos a ultranza que a la revolución le esté prohibido, según las circunstancias, llegar a compromisos con una corriente como ANAPO, por más que su ideología sea retardataria, sino porque a esta táctica ya le había pasado su tiempo. Si en 1970 pudo haberse justificado, en 1974, sería meramente una añoranza. Aquí la historia no se repetiría ni siquiera como farsa.

No han sido, pues, consideraciones de tipo dogmático las que nos llevaron a rechazar la propuesta del Partido Comunista. Nuestra experiencia y el estudio del marxismo-leninismo nos han enseñado que compromisos de esa índole dependerán siempre de la situación concreta, de las contradicciones de las fuerzas enemigas, del desarrollo político de las masas, del grado de fortaleza de los partidos revolucionarios, de las perspectivas mediatas e inmediatas. Su duración, es decir, que tales alianzas sean más o menos temporales, dependerá también de las circunstancias anotadas y sin duda de las vacilaciones del aliado.

Si en 1970, comprendiendo que la candidatura de Rojas Pinilla, por encima de sus flojeras y trapisondas, representaba objetivamente un complicado contratiempo para el bipartidismo tradicional, hubiese sido discutible apoyar a la ANAPO, semejante alianza en 1974, erigida sólo en graves claudicaciones y sin contraprestación mayor, habría denotado una torpeza superlativa. En 1974 el anapismo no representaría contradicción de cuidado para las clases dominantes y su significación política quedaría casi reducida a su capacidad de vociferar proclamas altisonantes e inconexas, maldecir lo acontecido y renegar del porvenir. El 19 de abril de 1970 marcó para la ANAPO el clímax de su vertiginoso desarrollo, fue la fecha de la victoria acariciada, pero también el día de la derrota inexorable. El pueblo anapista, esperanzado por dos lustros, caló en una cuantas horas de escaramuza comicial el alma de los jefes del “tercer partido” quienes, frente al fraude, las vejaciones y la violencia del estado oligárquico, no sacaron lección distinta de la de solicitar una reforma de las normas del sufragio y un asiento en la corte electoral. A la ANAPO le sucedió lo que tarde o temprano les sucede a los partidos que se declaran en rebeldía y sólo están preparados para hacer elecciones, esto es, que, cuando vencen, lo pierden todo y sus tropas se dispersan. En el pasado a pesar de sus muchas desventajas poseyó el poder de colocar en calzas prietas a los partidos tradicionales. En el futuro no contará más que con sus desventajas.

La concertación para 1974 de un frente con la Alianza Nacional Popular requería por los menos dos concesiones: votar por un candidato presidencial salido de sus filas, o más exactamente de la familia Rojas, y recortar el programa de nueve puntos de la Unión Nacional de Oposición. Esta consideración es valedera, pues, al contrario, proponerle a la ANAPO que se sumara a Hernando Echeverri o a cualquier otro candidato del MOIR o del Partido Comunista, y que respaldara nuestro programa mínimo, en las condiciones de aquel entonces, resultaría un exabrupto y un sabotaje a la estrategia de “la unidad de todas las fuerzas de oposición democrática”. Luego aquel frente con candidato rojista y programa común habría configurado la ironía de que mientras la ANAPO, desacreditaba y derruida, iniciaba su ciclo descendente, las fuerzas revolucionarias saldrían a recorrer el país anunciándola como la nueva panacea milagrosa.

Hasta qué punto ustedes eran conscientes de que para acercar a la ANAPO sería imprescindible hacerle tales concesiones, lo veremos en esta posterior explicación de finales de 1973:

“Nuestra propuesta consistió en que se realizara un acuerdo para escoger libremente al candidato único de la Oposición y que se discutiera y aprobara en forma conjunta un Programa Común. Candidato de la Oposición, que podría ser designado de las filas anapistas. Programa Común que también recogería los planteamientos anapistas en los cuales concordaran las demás fuerzas”[10].

Y hasta qué punto se entusiasmaban con una batalla decisiva para derrotar a la oligarquía en 1974, por la que estaban dispuestos a conceder en materia programática queda comprobado con los párrafos que siguen, tomados del “Informe al Pleno” de mayo de 1972:

“La Resolución política aprobada por el Undécimo Congreso señaló una táctica correcta, cuando dijo: ‘Todo indica que las elecciones presidenciales de 1974 pueden convertirse en una decisiva batalla popular contra la oligarquía. Si las fuerzas de la oposición se unen en torno a un programa y a un candidato único, estarán en condiciones de derrotarla y de hacer respetar su victoria electoral, cerrando así el paso a todas las maniobras de la oligarquía tradicional.’ ”

“Nuestra táctica tiene que encaminarse a plantear a todas las fuerzas interesadas en el cambio democrático y popular la necesidad de escoger de común acuerdo un candidato a la presidencia que sea capaz de unificar a la oposición, sobre la base de un programa mínimo . Programa que no es el nuestro, que puede ser incluso menos avanzado que los cinco puntos de nuestra Plataforma electoral. Pero en el cual se planteen y se levanten reivindicaciones mínimas, entre ellas la plenitud de los derechos y libertades democráticas, la reforma agraria y la nacionalización del petróleo”[11].

El programa de cinco puntos de la plataforma electoral a que ustedes se refieren en la cita anterior y que estaban dispuestos “incluso” a hacer “menos avanzado”, con el fin de “unificar a la oposición”, es éste:

“Nuestro partido sugiere como bases mínimas para el programa del Frente de la Oposición Democrática lo siguiente:

“1) Nacionalización de la industria del petróleo.
“2) Reforma Agraria democrática que comience por la entrega de la tierra de los latifundistas a los campesinos.
“3) Alza general de sueldos y salarios.
“4) Plena vigencia de las libertades públicas y el derecho de huelga.
“5) Reforma de carácter democrático y patriótico de la Universidad y del sistema educativo en general”[12].