GEORGE W. BUSH, EN EL DESBARRANCADERO

Francisco Valderrama Mutis, Tribuna Roja Nº 104, Bogotá, noviembre 20 de 2006

Está colapsando la forma que adoptó la política de hegemonía mundial del actual gobierno norteamericano, basada en el libre mercado, la diplomacia del garrote y los ataques preventivos destinados a causar «conmoción y pavor» entre quienes no se sometan a sus imposiciones imperiales. Los síntomas de la crisis venían desde hace un tiempo, impulsados por la resistencia de las naciones y los pueblos del mundo y, más recientemente, por los mismos ciudadanos norteamericanos que rechazaron en las urnas sus aspectos más aberrantes, dándole la victoria a la oposición demócrata.

Desde el punto de vista económico, la política de Estados Unidos ha tenido como objetivo principal el fortalecimiento de sus monopolios financieros y sus multinacionales en todas las áreas de la producción. Para lograrlo impuso una estrategia de arrasamiento de las economías nacionales, sometiendo a los gobiernos de los países del mundo a reformas del Estado, privati­zaciones de todas las empresas públicas, desnacionaliza­ción de su propiedad y apropiación extranjera de sus ganancias, impidiendo la acumulación de capitales nacionales, disminución o anulación de los aranceles de sus importaciones e imposición de normas desventajosas a través de la OMC. Pero como en esta organización encuentra resistencia de parte de naciones como Brasil e India, apela a los tratados bilaterales de libre comercio que se constituyen en leyes por encima de las constituciones y que entran a regir la vida económica de los pueblos, negando por completo la defensa del interés nacional.

Su aplicación ha generado el empobrecimiento progresivo de la población con el debilitamiento del salario mínimo (incluso en Estados Unidos, donde el salario mínimo es de $10.300 dólares al año, y la línea de pobreza es de $13.000 dólares, según el Banco Mundial); el aumento del desempleo, encubierto bajo la categoría de «inactivos», eufemismo para quienes desesperanzados de conseguir trabajo dejan de buscarlo; y el sometimiento criminal de los ciudadanos a la comercialización de los servicios públicos domiciliarios, de la salud y la educación. Mientras los ricos se hacen cada vez más ricos, la clase media se empobrece y aumenta el número de los pobres, aunque traten de esconderlos en las estadísticas. Toda la legislación económica, tanto la del gobierno de Bush como la de nuestros países, está orientada a perpetuar esta situación. Pero su despiadada aplicación levanta la resistencia de los pueblos, que se ha expresado de diversas maneras, entre ellas con el apoyo electoral a candidatos y partidos que se oponen a la política oficial de los servidores de la recolonización.

Desde el punto de vista geo­es­tra­tégico, esta política fue diseñada en sus lineamientos centrales en 1992 cuando Dick Che­ney, que era secretario de Defensa del primer Bush, junto con Wolfowitz, actual presidente del Banco Mundial, Libby, hoy sometido a juicio como chivo expiatorio por la filtración hecha por el gobierno norteamericano de la identidad de una agente de la CIA, y Khalilzad, actualmente embajador en Irak, propusieron el aumento masivo en los gastos militares para reafirmar a Estados Unidos como la única superpotencia después de la bancarrota de la Unión Soviética, prevenir el surgimiento de potencias regionales que le compitieran, y permitir el uso de ataques preventivos y el abandono del multi­lateralismo en las relaciones internacionales si no coincidía con los intereses de Washington. La versión actualizada y desarrollada de esta política agresiva fue proclamada en el año 2002 por Bush como su Estrategia de Seguridad Nacional para los Estados Unidos de América.

Su aplicación después del atentado contra las Torres Gemelas implicó la continuación de algunas estrategias que ya venían siendo aplicadas desde el gobierno demócrata de Bill Clin­ton, como la de absorber los países que conformaron la Unión Soviética, rodeando con un anillo de hierro a la actual Rusia y apuntando a señalarle límites a la influencia de China. Sumado a esto, Bush diseñó una nueva estrategia de redespliegue de sus fuerzas militares y la construcción de bases a lo largo del llamado «arco de inestabilidad» del mundo que cubre todas las regiones ricas en petróleo, desde la situada en Mariscal Estigarribia en Paraguay, muy cerca de la frontera con Bolivia, pasando por África y el Medio Oriente, hasta las de Indonesia. Pero su objetivo central apunta a controlar las riquezas energéticas de Asia Central y el Medio Oriente.

Afganistán

Las intervenciones se iniciaron con la invasión a Afganistán, uno de los países más pobres del mundo, con el fin de derrocar el régimen talibán, anfitrión de Osama Bin Laden y Al Qaeda, declarados gestores y ejecutores del ataque a las Torres Gemelas. Su realización marcó la pauta de la estrategia militar que defendería con ardor Rumsfeld: bombardeos masivos destinados a crear «conmoción y pavor» entre la población y destrucción de toda la infraestructura civil y militar del país atacado, menospreciando que es la ocupación del territorio y su control lo que define en últimas la victoria en la guerra. Sin embargo, en un Afganistán empobrecido y destrozado, donde las promesas de reconstrucción han fracasado, lo que se observa es un fortalecimiento de la guerrilla talibán, engrosada con todos aquellos que han sido agredidos en los bombardeos, o humillados en las requisas casa a casa sin respetar las costumbres y la cultura musulmana. Allí hay redadas masivas, maltrato y tortura, con el criterio de que no importa que sufran cien inocentes si cae un culpable; los pequeños campesinos ven destruidos sus cultivos de amapola, con lo que son lanzados a la miseria, pues son ine­xistentes sus posibilidades de tener ingresos con otros cultivos. La situación del gobierno títere de Hamid Kharzai, es desastrosa. No gobierna más allá de Kabul, la capital de la nación. Por eso el pueblo afgano lo llama irónicamente el «Alcalde de Kabul» o el «Asesor del embajador norteamericano».

Irak

Lo mismo sucede en Irak con Maliki, elegido primer ministro a raíz de las últimas elecciones. La situación en este país, mucho más complejo y rico que Afga­nistán, va encaminándose hacia una verdadera catástrofe para el gobierno norteamericano. La invasión hecha bajo la misma receta de «conmoción y pavor» acabó rápidamente con la resistencia del ejército de Sadam Hussein, por lo que Bush se apresuró a declarar la victoria, disfrazado de piloto de combate a bordo de un portaviones. Sin embargo, terminadas las llamadas grandes batallas, empezó la verdadera guerra de resistencia contra el agresor extranjero, la que se libra en ciudades como Falluja, Ramadi o Basora, o en Ciudad Sadr, una de las barriadas populosas de Bagdad, donde la diferencia tecnológica prácticamente desaparece pues lo que se da es el enfrentamiento en combates callejeros, calle por calle.

Los llamados «bombardeos quirúrgicos» en poblados y barriadas densamente poblados, terminan por reclutar más y más adherentes a la causa de la resistencia. Destruyeron la mitad de Falluja, utilizaron bombas de fósforo blanco y de racimo, y hoy no controlan la ciudad. Los estrate­gas norteamericanos no en­cuen­­tran solución, y piensan con pavor en las inmensas barriadas de las principales capitales y ciudades del Tercer Mundo.

Bush ha querido ver en cada episodio de la política iraquí un punto de giro de la situación. Así lo anunció en cada proceso electoral que promovió, con la constitución que se aprobó y hasta con la muerte de al-Zarqawi. Pero cada día empeora. El apoyo sunita a la insurgencia pasó del 14% en 2004 al 75% en la actualidad; hay 23 milicias organizadas batallando en las calles de Bagdad; 75% de los iraquíes, tanto sunitas como chiítas, dicen que se sentirían más seguros si las tropas estadounidenses se retiraran; y los periodistas extranjeros únicamente pueden cubrir 2% del territorio. Los ataques con bombas dirigidas desde el borde del camino, los francotiradores, los morteros y los asesinatos selectivos de la guerra de resistencia contra el invasor, pasaron de 6 en 2003 a 80 o 90 diarios en 2006, y se mezclan con una guerra entre las sectas que se ha traducido en matanzas de limpieza religiosa en los barrios de Bagdad y en las diversas regiones donde convivían más o menos pacíficamente. Después de más de tres años de reconstrucción, la situación del país es lamentable. La inflación llega a 70%; los salarios están congelados, si es que se puede conseguir empleo; el sistema bancario está prácticamente inactivo; las tarifas de los servicios públicos domiciliarios aumentaron en 270%; la reconstrucción no ha podido suministrar más de 4 horas diarias de energía, y muy poco de agua potable; hay aguda escasez de gasolina, pues las refinerías no pueden trabajar a más de 50% de su capacidad; y el Pentágono reconoce incluso que 29.5% de los niños sufren atrofia en su crecimiento, por el hambre y las enfermedades.

Como una medida electoral para tratar de revertir lo que se veía venir como una derrota de su partido, Bush planteó la exigencia a Maliki de que en un plazo determinado debía desarmar las milicias chiítas y los escuadrones de la muerte de su policía, aumentar la producción petrolera estancada en 2,3 millones de b/d, distribuir las ganancias petroleras equitativamente entre chiítas, sunitas y kurdos, e iniciar negociaciones con la resistencia sunita. La amenaza latente en el plazo, corresponde a las soluciones que se barajan para la crisis iraquí: desde la de dividir el país en tres estados, hasta la de reemplazar a Maliki por un dictador más pro sunita, capaz de imponer orden así sea entregando la bandera de la «democracia» que tanto proclamó Bush, lo cual mide la desesperación de los dirigentes norteamericanos, atrapados en el lodazal de sangre y fuego en que convirtieron a la República de Irak.

Los demócratas que ganaron las elecciones oponiéndose a la política de Bush, resumida en la estúpida frase de «mantener el rumbo» en medio del desastre, ahora tendrán que proponer soluciones y ninguna es sencilla. Los dirigentes chiítas, por ejemplo, se oponen a cualquier tipo de retirada de los norteamericanos mientras no puedan asegurar su propia supervivencia; pero son pocas las posibilidades de entrenar y organizar sus fuerzas armadas, debido a la desmoralización, a su parcialidad en la lucha interreligiosa y a la percepción de que si los estadounidenses no han sido capaces de ganar la guerra contra la resistencia, ellos menos. Las propuestas que incluyen el aumento de las fuerzas militares son menos viables, si se tiene en cuenta que su sola presencia agudiza la resistencia. Por otra parte, los funcionarios del gobierno de Bush no cejan en su empeño de mantenerse en Irak. Por eso, avanzan en la construcción de la Embajada más gigantesca del mundo y de al menos 12 bases militares, tales como Camp Bucca y Camp Cropper, adonde fueron trasladados los prisioneros de la prisión de Abu Ghraib, que fue cerrada.

Corea del Norte e Irán

Rotas nuevamente las conversaciones de «las seis partes» en 2005, debido a que los norteamericanos le impusieron a la República Popular Democrática de Corea un embargo financiero, bajo la acusación de estar lavando dólares de un supuesto tráfico de estupefacientes y falsificación de dólares, esta procedió a hacer una prueba nuclear, demostrando ante el mundo que eran ciertas sus afirmaciones de poseer tal tecnología. Estados Unidos reaccionó condenando a la RPDC, y fue secundado por las demás potencias nucleares del mundo, pero hubo reservas sobre el tipo de sanciones que propuso. La realidad es que Estados Unidos, con sus fuerzas militares tensionadas hasta el límite de su capacidad por la guerra de Irak, tuvo que presionar diplomáticamente la reanudación de las conversaciones entre los seis países para tratar de llegar a un arreglo.

Por otro lado, las maniobras militares de Estados Unidos y de algunos de sus aliados, en el Golfo Pérsico, fueron respondidas por Irán con sus propias maniobras, en las cuales probó misiles de largo y medio alcance; al mismo tiempo que continúa reclamando el derecho a desarrollar su propia tecnología nuclear dentro de los parámetros del Tratado de no Proliferación de Armas Nucleares.

Es evidente el fracaso de Estados Unidos en su intento de utilizar este tratado como arma para impedir el desarrollo de programas nucleares en países que no están bajo su control, mientras a su vez alardea de sus propias armas nucleares e incluso proclama su intención de producir pequeñas armas atómicas para ser utilizadas en guerras convencionales.

Rusia y China

La intención de controlar a los antiguos países de la Unión Soviética, en especial lo que quedan alrededor de Rusia, ha chocado con la decisión de esta de recuperar su influencia sobre Ucrania y Georgia. Utilizando las mismas armas de Washington, el bloqueo económico y el chantaje petrolero, Rusia se defiende de los avances geoestratégicos de la superpotencia. Y simultáneamente estrecha cada vez más sus lazos con China, crean el Grupo de Cooperación de Shan­gái, realizan maniobras militares conjuntas y acuerdos energéticos, que incluyen la construcción de una refinería en territorio chino, así como la exploración y explotación conjunta de yacimientos en Siberia, manteniendo a raya las intenciones norteamericanas de cooptar a los países de Asia Central. Aquí está planteada la puja por el control estratégico de la región más importante para la consolidación de cualquier tipo de hegemonía global.

América Latina

El rechazo a la política de dominación norteamericana se expresa ampliamente en América Latina. En las elecciones, de una a otra punta del continente diversos movimientos de unidad han apoyado candidatos que se oponen de alguna manera a las intenciones de recolonización con los TLC o el ALCA. En Bolivia, los avances de Evo Morales son considerables. Nacionalizó la propiedad de los yacimientos petroleros y obligó a las multinacionales a renegociar los contratos de explotación, con mayores ganancias para el pueblo boliviano. El ejemplo de Bolivia y Venezuela en este terreno es una derrota de la política económica del imperialismo. Hugo Chávez se encamina hacia su reelección en Venezuela y Daniel Ortega ganó en Nicaragua, a pesar de las groseras intervenciones de los funcionarios gringos de alto nivel. En algunos casos, la oposición contra las políticas norteamericanas convive con la aplicación de políticas internas que concilian con el dogma neoliberal y cohabitan con sus efectos más dañinos. Sin embargo, se enmarcan en los avances algunas veces titubeantes de la lucha de los pueblos latinoamericanos por su independencia. Fueron notables los avan­ces de Ollanta Humala en Perú, Rafael Correa en Ecuador y Carlos Gaviria en Colombia, quienes lograron aunar voluntades con sus propuestas de soberanía y democracia.

Conclusión

Las consecuencias de la derrota republicana en las elecciones de mitaca en Estados Unidos están por verse. Muchos comentaristas latinos concluyeron apresuradamente que un cambio total de la política norteamericana estaba a la vista. La verdad es que después de seis años de gobierno, el desgaste se siente y es común que haya pérdidas en el Senado y la Cámara. Pero siempre se ha tenido continuidad en la política exterior entre los republicanos y los demócratas. Estos se opusieron al estado actual de la guerra en Irak, pero de ninguna manera a la utilización de la guerra ni a su utilidad en la política exterior norteamericana. Los más realistas plantean que apenas se disipe el humo de la victoria demócrata, nos despertaremos teniendo que lidiar con el mismo Estados Unidos que conocemos. 

La política de expansión y hegemonía del imperialismo norteamericano ha sido desarrollada por presidentes de los dos partidos. Habrá diferencias de énfasis, de oposición a la utilización de medidas dictatoriales, como las escuchas ilegales o la tortura, el irrespeto al habeas corpus, la permisividad a las empresas para robar sin control e, incluso, sobre la no inclusión de algunas cláusulas laborales y ambientales que adornarían la rapacidad del libre comercio en los tratados bilaterales. Pero la esencia de la política imperialista continuará aplicándose así sea bajo nuevas formas y los pueblos del mundo tendrán que desenmascararlas, resistirlas y hacerlas colapsar como lo hicieron con los delirios fascistas de Bush y su pandilla neoconservadora.