DIFICULTADES Y TROPIEZOS DE LA RECOLONIZACIÓN NORTEAMERICANA

Francisco Valderrama Mutis

Después de su discurso de posesión donde anunció su cruzada religiosa para imponerle al mundo la democracia y el libre comercio, Bush está pasando los tiempos más turbulentos de su mandato, asediado por contradicciones internas y retado por la resistencia de pueblos y países a su política de recolonización imperialista. La guerra preventiva unilateral, que adoptó los métodos más aberrantes contra los derechos democráticos de ciudadanos y pueblos, la tortura, como en Abu Graib, y la utilización de bombas de fósforo blanco en la toma de Faluja, y la guerra de Irak, le han destapado una verdadera Caja de Pandora.

Apoyado en cifras macroeconómicas de recuperación del empleo, aumento moderado de ventas al detal y de los pedidos a las empresas, además de las ganancias monumentales de las corporaciones, especialmente de las petroleras con el alto precio del petróleo, el gobierno gringo habla de una economía sólida, pero lo que subyace es un deterioro de la situación real del país. Hay pobreza creciente en vastos sectores de la población; los salarios reales están congelados y las declaraciones de quiebra personales están creciendo aceleradamente; cada vez más millones de norteamericanos, especialmente niños, carecen de cobertura en salud; el sistema público de educación está degradándose; el bienestar de los trabajadores y empleados medios está afectado por el alto costo de la gasolina, las matrículas, los seguros médicos y la vivienda, para mencionar solamente algunos aspectos; el presupuesto federal perdió definitivamente su equilibrio y está sumergido en una hemorragia de cifras en rojo de millones de millones de dólares, aumentada por el sostenimiento de la guerra en Irak y el más gigantesco presupuesto militar de la historia, financiado con las inversiones de los bancos centrales asiáticos, que ya deben estar preguntándose si algún día podrán recuperarlas. Frente a esta situación, la administración Bush persiste en su promesa de recortarles los impuestos a los más ricos, creando una situación explosiva, pues en el entretanto se ve incapaz de atender los reclamos de los damnificados por los huracanes.

Refugiado en los sectores ultraconservadores, Bush es asediado por múltiples problemas políticos en Estados Unidos. El estancamiento de la guerra de Irak y la abultada cifra de bajas norteamericanas, la resistencia declarada a su continuación que hacen diversas organizaciones sociales y padres de soldados sacrificados, como Cindy Sheehan, a los que se han unido tardíamente sectores demócratas que hablan cada vez más duro contra la urdimbre de mentiras que sirvieron de base para la agresión colonialista, y frente a la tortura sistemática empleada contra la insurgencia e inocentes ciudadanos iraquíes. Es tal la confusión que el Congreso norteamericano aprobó una ley para restringir la utilización de la tortura en los interrogatorios y el gobierno de Bush, ¡en cruzada por la democracia y los derechos humanos!, ha amenazado con vetarla, mientras el vicepresidente Cheney cabildea para que la CIA sea exceptuada.

En Irak no ha podido solucionar el problema de equipar unas fuerzas de seguridad nacionales, que le permitan ‘iraquizar’ la guerra; tampoco ha solucionado la reconstrucción de la infraestructura básica de servicios y mucho menos la petrolera, aunque ya presionó al gobierno títere para que le entregue su explotación a las multinacionales británicas y estadounidenses, que se van a quedar con una ganancia calculada en 120.000 millones de dólares; tampoco ha podido domeñar a una insurgencia cada vez más agresiva, cuyo derecho a la resistencia contra los invasores fue avalado recientemente por una Conferencia de Reconciliación de dirigentes chiítas, sunitas y kurdos, con el apoyo de la Liga Árabe, que además exigió un cronograma para el retiro de las fuerzas extranjeras de su territorio. Y a pesar de que el pasado 30 de septiembre presentó un plan consignado en un documento pretenciosamente titulado “Estrategia nacional para la victoria en Irak”, en que habla de los tres problemas antes mencionados, en Estados Unidos cunde el escepticismo porque hasta ahora Bush ha sido incapaz de solucionarlos.

La decisión de nominar a su consejera legal, Harriet Miers, como magistrada de la Corte Suprema de Justicia, fue derrotada con la colaboración activa de los republicanos más retardatarios, que le exigen la nominación de un verdadero fundamentalista para poder cumplir con el objetivo de controlar las tres ramas del poder estatal. Finalmente nominó a Samuel A. Alito Jr., con lo cual desató una fuerte contienda ideológica con los demócratas.

La credibilidad de Bush baja cada vez más en las encuestas. A esto se suma la reciente derrota en las elecciones de los gobernadores de Virginia y New Jersey, donde incluso los republicanos expresaron que tal vez se debió a que Bush participó a última hora en la promoción de sus candidatos. Muchos de sus partidarios y funcionarios más duros enfrentan acusaciones de la fiscalía norteamericana. Como los casos de Libby, mano derecha de Cheney, acusado de perjurio y de obstruir la justicia en el caso de la filtración sobre Valerie Plame como agente de la CIA, que presagia el compromiso de otros altos funcionarios; y de Tom Delay, líder de la mayoría republicana en el Congreso, acusado de malversación de fondos y financiamiento político ilegal. Las elecciones parlamentarias del próximo año han despertado temores en las filas republicanas, que a duras penas lograron aprobar por dos votos el Tratado de Libre Comercio con América Central.

En el frente internacional, la tormenta arrecia. La Cumbre Iberoamericana de Salamanca, del 14 y 15 de octubre, criticó la ambigüedad de Estados Unidos en la lucha contra el terrorismo al proteger a Posada Capriles y condenó el bloqueo contra Cuba, lo que fue ratificado en una votación aplastante en la plenaria de la ONU. La IV Cumbre de Países de América, en Mar del Plata, se convirtió en un escenario donde se confrontaron dos posiciones frente al ALCA: Panamá y México introdujeron la discusión a pedido de Washington, que no podía permitir que su política central de libre comercio no fuera mencionada en la declaración final. La opuesta, el rechazo de los países del Mercosur y Venezuela a esta inclusión, estuvo en consonancia con las protestas simultáneas de la III Cumbre de los Pueblos. A la postre ambas cumbres fueron tribunas antiimperialistas donde la oposición a la política de recolonización ganó fuerza en toda la región.

Luego de su viaje por América Latina, Bush inició otro por Asia, visitando Japón, Corea del Sur, China y Mongolia. Este viaje no mereció encabezado de primera página en ningún medio. Bush no logró avances ni en acuerdos comerciales, ni en protección de los derechos de propiedad intelectual, ni en derechos humanos y democracia, ni en libertad religiosa. Su prédica, dirigida a China, fue hecha desde Japón y Mongolia. China simplemente lo ignoró y sólo se comprometió vagamente a tomar medidas hacia el futuro para solucionar el déficit en el comercio bilateral con Estados Unidos, que ya llega a 200.000 millones de dólares anuales. Tampoco obtuvo avances en los litigios con Corea del Norte e Irán.

La política norteamericana de expansión mundial de sus bases militares, especialmente sobre el Mar Negro y Asia Central, en países como Rumania, Bulgaria y Georgia, que acompaña su agresiva exigencia de libre comercio y democracia, cada vez tropieza con escollos más duros de vencer, en la medida en que sus verdaderas intenciones de “abrir los mercados internacionales a las empresas estadounidenses para crear empleos y crear unos Estados Unidos más fuertes”, no incluyen a los demás países, condenados a ver sus economías desangradas y a sus pueblos sumidos en la pobreza. Frente a esta agresión no queda otro camino que la unificación de la lucha de los trabajadores, pueblos y países del mundo, que por uno u otro motivo se ven amenazados por la política de recolonización imperialista.