CIFRAS OFICIALES EN CONTRAVÍA DE LOS HECHOS

Los colombianos vivimos una cruda y diaria realidad: la pérdida incesante de empleos. El fenómeno es de tal magnitud que la misma gran prensa no ha podido ocultarlo. En Medellín, se han producido más de 3.000 despidos en la industria textil, en los últimos meses. El gobierno reconoce que la «modernización» del Estado ha significado el lanzamiento a la calle de 35.000 funcionarios. Cifra alta, por supuesto, pero amañada. Además se calcula que por la reducción del área sembrada entre 1992 y 1993, se han dejado de generar 128.900 empleos directo rurales, según el Centro de Estudios Ganaderos y Agrícolas. Mencionamos apenas algunos casos.

¡Pero cual no será la sorpresa del hombre del común cuando de pronto encuentra que las cifras del DANE hablan de un incremento del empleo! Y los comentaristas de oficio insisten en que los malos presagios sobre la apertura han sido desvirtuados por las estadísticas.

El volumen de la ocupación
El DANE indica que le paro obrero habría disminuido de 587.000 desocupados en 1992 a 476.000 actualmente. Lo atribuye a dos factores: primero, a que un menor número de persona busca trabajo, y, segundo, a la creación de más puestos. La verdad es que la crisis empuja a núcleos cada vez mayores de cesantes a la desesperanza y ya ni siquiera buscan ocupación.

En cuanto a los “nuevos empleos”, los cálculos mentirosos, se basan en un espejismo, la microempresa, esa artificiosa forma de producción que impulsan las agencias de crédito internacional, como salida a los crónicos problemas del subdesarrollo. Estudios recientes de Planeación Nacional señalan que las unidades de menos de diez trabajadores, famiempresas y microempresas, aglutinan alrededor de 2.800.000 personas. Para mejor comprender la cuestión, debemos sopesar los cambios demográficos, que tienden a la baja.

Cabe anotar que la euforia desatada respecto de los supuestos 73.000 nuevos cupos, creados entre junio de 1992 y el mismo mes de 1993 no tiene sentido, ya que este guarismo no representa ni siquiera la tercera parte de los 262.000 puestos de trabajo reportados un año antes en el mismo periodo. Al contrario, el desaceleramiento de la generación de empleo resulta inevitable pues responde a las crecientes dificultades que viven la industria y la agricultura. Además, como lo ha revelado el ministro de Hacienda, esas nuevas plazas se han abierto en la rama judicial y las fuerzas militares, o en el sector de la construcción, que absorbe mano de obra sin estabilidad y con jornales de hambre. ¿Son estos los milagros de la apertura? No, más bien una manifestación de sus estragos.

La mal llamada calidad de empleo
El comportamiento cíclico de las tasas de ocupación y desocupación no tienen pronunciadas diferencias, como lo registran los últimos años, debido a diversas causas económicas y demográficas. Hoy, el elemento crucial de la discusi6n consiste en la denominada “calidad” del empleo.

Las encuestas de hogares adolecen de una falla protuberante. No se considera cesante a aquel que declare haber laborado al menos una hora remunerada durante la ultima semana. Sólo quien escape a esa situación y se encuentre buscando puesto se estima como desempleado. De tal modo que las estadísticas pueden expresar perfectamente un rápido incremento de las ocupaciones esporádicas mediante un numero reducido de horas y bajas remuneraciones.

A su vez, por encima de las alzas y bajas de los porcentajes de desempleo, las formas denigrantes del trabajo se han venido haciendo mas patentes en los últimos años.
Bajo el disfraz de un crecimiento de la ocupación, así sea solo vegetativo, se oculta el reemplazo veloz del empleo permanente por el temporal, en sus diversas modalidades. En el presente casi el 40% de los puestos urbanos de trabajo corresponde a operarios temporales, lo que implica una degradaci6n y un deterioro brutal de los ingresos de las masas laboriosas.

Terminemos por señalar que los datos corresponden únicamente a siete capitales. El resto del país no se halla cobijado por las encuestas. La crisis agropecuaria, verbigracia, no queda reflejada en las estadísticas.

Definitivamente en este punto, como en tantos otros, los índices oficiales van por un lado, mientras la realidad marcha en dirección opuesta.