Editorial: «LA LÍNEA DE MASAS, VITAL PARA LA REVOLUCIÓN»

Más de trescientos camaradas y amigos rindieron el 1° de julio, en Barrancabermeja, un tributo emocionado al camarada Luis Eduardo Rolón al cumplirse diez años de su trágica muerte.

El acto estuvo presidido por el Comité Ejecutivo del MOIR, y por los compañeros Jorge Santos, Gildardo Jiménez, secretario regional de Santander; Gustavo Triana, secretario local en Barrancabermeja; Roberto Schmalbach, dirigente de la USO y Pedro Rolón, hermano de nuestro compañero asesinado. Entre los secretarios regionales estaban también Francisco Valderrama, de Cundinamarca; Mario Hernández, de Antioquia; Julio Henríquez, de Tolima; José Daniel Rodríguez, de Boyacá y Casanare; Rafael Espinel, de Norte de Santander y Eduardo Muñetón, del Magdalena Medio. Destacadas personalidades, entre ellas Eliécer Benavides, ex presidente de la USO y Chelo Cuéllar, dirigente cívico de Cantagallo, testimoniaron con su presencia los lazos de amistad con el camarada Rolón. Al final, el compositor Carlos Riaño presentó un recital de sus canciones.


Discurso pronunciado por el camarada Héctor Valencia, secretario general del MOIR, en el auditorio del Hotel Bachué de Barrancabermeja, el 1° de julio de 1995, en el acto de homenaje a la memoria del camarada Luis Eduardo Rolón, con motivo de los diez años de su desaparición.

Camaradas:
Cuando conmemoramos a los militantes cuyas existencias fueron desalmadamente segadas mientras cumplían con las tareas del Partido, nosotros los moiristas, venciendo la especial y superior tristeza que suscita ver truncado su potencial revolucionario, los enaltecemos con alegría al testimoniar que le imprimieron perdurabilidad a sus vidas, destinando lo mejor de su condición humana a la más grande de las causas: la revolución proletaria.

Para la cabal comprensión de que ese calibre humano lo alcanzó el cuadro que hoy recordamos, Luis Eduardo Rolón, es necesario situarlo históricamente, es decir, dentro del proceso de desarrollo político del Partido. Intentemos una aproximación a esta necesidad.

La lucha que en los albores de nuestra organización se libró contra la tendencia a plantear y practicar la política de manera exorbitante, es decir, más allá de los límites que imponen las condiciones materiales que caracterizan la sociedad colombiana, generó saltos cualitativos respecto a la estrategia y la táctica de la revolución en razón de que lo debatido, aunque por su forma era interno, por su contenido estaba inscrito en la contienda general de las diferentes clases. Hacía parte del combate contra las concepciones y métodos descabellados que agrupaciones de la pequeña burguesía incubaban y esparcían en oleadas, causando una infestación que alcanzaba a los sectores obreros y sus organizaciones. El fenómeno no se limitaba a las fronteras nacionales. Cubría toda América Latina y contaba con el impulso que desde La Habana le daban los encumbrados dirigentes de la triunfante gesta del pueblo cubano, quienes, con el comodín de superar a los decrépitos partidos comunistas, se engallaron contra los principios ideológicos, políticos y de organización de la clase obrera. Aún más, sus raíces se encontraban allende los confines hemisféricos: desde Moscú, una capa burocrática burguesa que desalojó del Poder a los trabajadores había emprendido desde antes un ataque cerrado contra esos mismos principios, ataque que ahora incluía el impulso a la política del Estado cubano. Confluyeron así la revisión del marxismo y las elucubraciones y prácticas extremistas, lo cual no podía menos que desembocar en que un contenido político donde tenía primacía el reformismo y la conciliación de clases se tratara de imponer recurriendo a formas de la lucha armada. Tal conjunción, que durante décadas asumiría las más variadas y enrevesadas modalidades, incluidas las de su propia perversión, y embelesaría a agrupaciones de pequeños burgueses con su arrastre de intelectuales de mediocre y alto coturno, acabó por constituirse en la principal traba para el avance de la revolución.
Precisamente previendo tan nefasto daño y comprendiendo tempranamente la sentencia marxista-leninista de que el desenlace de la revolución depende del papel que desempeñe en ella la clase obrera, puesto que la pequeña burguesía sólo teniendo delante de sí al proletariado puede afirmar una posición revolucionaria, el camarada Francisco Mosquera emprendió su crítica implacable y alrededor de ella se experimentó un proceso de condensación de las ideas y de los militantes: menos camaradas que tenían más verdad conformaron un núcleo proletario. Su misión principal era trazarle una estrategia y una táctica acertadas a la revolución y construir el destacamento obrero capaz de sacarlas avante, lo cual requirió años de rigurosa asimilación de la teoría marxista en ligazón con una perseverante práctica política junto a los obreros y sus organizaciones gremiales. Peculiares y de enorme trascendencia fueron los resultados: se creó el MOIR como partido político de la clase obrera; se formuló como línea política que el proletariado, en una primera etapa, deberá dirigir y realizar, mediante la formación de un frente único de las fuerzas antiimperialistas, la revolución de nueva democracia, y se determinó que toda la actividad revolucionaria debería efectuarse siguiendo una línea de masas.

Establecida la premisa de que la línea política es el factor fundamental y decisivo y que sin su organización partidaria el proletariado no alcanzará el Poder, es necesario resaltar hoy la importancia que reviste la línea de masas. Su aplicación misma fue imprescindible para lograr los resultados que se han mencionado. El núcleo de camaradas tuvo como orientación ir hacia los sectores obreros, permanecer allí, participar en sus luchas sindicales, convivir con ellos en sus condiciones de explotados, aprender de su solidaridad, amplitud de miras y flexibilidad para sumar fuerzas, antes de poder ser sus maestros. Y cuando años más tarde el MOIR, con sus filas relativamente acrecentadas, se planteó como necesidad impostergable la tarea de extenderse a nivel nacional, de nuevo fue la línea de masas, ese básico «ir a las masas», lo que se aplicó. La Dirección Nacional seleccionó un puñado de cuadros que tenían intrepidez revolucionaria y los envió a construir partido a lo largo y ancho del país, y una vez que el desarrollo del trabajo de estos cuadros pioneros exigió más brazos políticos, en especial para atender sectores del campesinado, se puso en marcha una verdadera campaña de migración de los militantes desde nuestros emplazamientos urbanos. Esta campaña, que fue clave en el crecimiento del Partido, recibió un nombre: política de pies descalzos, y quienes la desarrollaron fueron nombrados descalzos. (1)
En nuestro lenguaje, entonces, descalzarse es ir a las masas. No es un mero traslado geográfico, aunque tomó esa forma debido a la necesidad de cubrir diversos frentes de trabajo regionales. Sustancialmente, es un desplazamiento vertical, hacia abajo, en busca de la «masa inferior» a la que pedía recurrir Engels distinguiéndola de la minoría privilegiada y burocrática de los sindicatos rancios; en busca de las masas ignorantes, trabajadoras y explotadas, señaladas por Lenin para predicarles y demostrarles la necesidad e inevitabilidad de la revolución, explicarles su utilidad y prepararlas para ella.

Con este significado, la política de pies descalzos es el quid de nuestra táctica, sin que ninguno de los logros obtenidos los podamos desligar de su práctica consecuente. La llevó a cabo el camarada Mosquera, nuestro primer y principal descalzo, en los sindicatos en Medellín y Amagá, en Barrancabermeja y Cali, en Bogotá, en la Serranía de San Lucas y las cooperativas campesinas, en fin, en todas sus actividades como dirigente preocupado siempre por las necesidades y el destino de los explotados y desposeídos. La realizaron quienes lo acompañaron en esa brega desde sus inicios y hasta su final, y aún siguen en ella. La efectuaron las decenas de cuadros y militantes que emprendieron la marcha -ligeros de equipaje y plenos de espíritu combativo, luego de que rompieran los lazos sociales extraños o inferiores a los de la revolución- para fundar organizaciones regionales del Partido, apuntalarlas y desarrollar tareas políticas y organizativas entre los sectores populares.

La han aplicado quienes en el movimiento obrero asumen el papel de dirigentes ideológicos al impartir a las bases sindicales una permanente educación sobre la lucha de clases, resguardándolas de que en el combate contra el imperialismo y la reacción se limiten a las reivindicaciones salariales y laborales, pues esto abre campo para que en la dirección de los sindicatos prevalezcan encogidos artesanos y no adalides revolucionarios.

La ponen en práctica los camaradas que utilizan las campañas electorales y las curules alcanzadas para denunciar ante las masas la dominación e intervención imperialistas y todas las tropelías que desde el Estado se perpetran contra el pueblo. Para instruir a la población sobre la necesidad de la revolución de nueva democracia, demostrando con múltiples ejemplos vivos cómo la democracia que impera en Colombia equivale a la dictadura de la gran burguesía o, en términos leninistas que hoy bien le calzan a la «democracia participativa», a «impotente reformismo de la pequeña burguesía que se somete a esa dictadura».

Ni que decir tiene que este eje de nuestra táctica -que similarmente ha informado las tareas de los militantes en los frentes campesino y estudiantil, entre los intelectuales y en sectores femeninos- demanda actuantes «hechos de una trama especial y con un temple especial». Pero éstos no se conciben aparte de la política: contando con una actitud revolucionaria y con la orientación que inculca el Partido, su real forja se produce en la misma práctica de ella. Tal es el proceso de formación de los cuadros que precisa la lucha de clases del proletariado, moiristas que para seguir siéndolo deben siempre «ir más abajo y más a lo hondo, a las verdaderas masas», como les advertía Lenin a sus correligionarios. Advertencia que para nosotros hoy asume un carácter perentorio. Si abandonamos o aflojamos la aplicación de la táctica de los descalzos, el Partido tomará un rumbo revisionista y lo construido bajo el liderazgo del camarada Mosquera sufrirá una involución hacia las posiciones viciadas de la pequeña burguesía.

Lo que aquí está en cuestión, camaradas, es algo que trasciende el ámbito partidario y nacional, y guarda íntima relación con el destino de la causa revolucionaria. A finales del siglo XX la clase obrera tiene ante sí, iluminados con tétrico esplendor, toda una galería de ejemplos negativos sobre lo que ocurre, tanto antes como luego de su toma del Poder, si los oportunistas logran impedir la aplicación de la táctica de masas, o se la desecha. La constante en todos ellos fue el corte en la relación de los miembros del partido con las bases obreras y populares, lo cual no sólo obstruía la aplicación de la línea política proletaria sino que a ésta, despojada de su imprescindible fuente popular, se la disecaba y desvirtuaba. Paulatina y simultáneamente era remplazada por la línea burguesa que facilitaba la ascendencia y consolidación de una capa burocrática en los organismos de dirección partidarios y estatales. ¿Acaso no fue precisamente esto lo sucedido con el partido de Lenin y con el Estado socialista en la URSS? ¿Y no fue precisamente en lucha contra este fenómeno precursor de la restauración del capitalismo que Mao lanzó en China la Gran Revolución Cultural Proletaria, dejando así una lección imperecedera para la prosecución de la revolución luego de que los trabajadores han tomado el Poder, como imperecedera fue la lección de la Comuna de París para las revoluciones proletarias del siglo XX? Y si esto les sucedió a destacamentos obreros que habían conquistado luego de gloriosas luchas el poder estatal, es apenas natural que partidos aquejados por el mismo mal y con luchas no tan gloriosas hayan sido presa del revisionismo. A este respecto, y teniendo en cuenta que ésta es una lección histórica de carácter universal y como tal tiene plena validez para nuestro Partido, no podemos menos que mantener una alta vigilancia sobre la aplicación de la línea de masas, pues es evidente que la lucha contra la burocratización en los organismos partidarios y populares es una cuestión vital para la revolución.

De allí que sea aleccionador recordar hoy al camarada Rolón apreciando la magnitud ideológica y política de su empeño en desarrollar la política del MOIR abriendo y transitando ese insustituible y anchuroso sendero táctico involucrado en la orientación de los pies descalzos, de la cual fue símbolo y señal. Y es más significativa esta recordación si se entiende que la alta valoración que adquirió su existencia sólo se explica en ligazón con la historia de quienes, antes o simultáneamente, aplicaron la misma política que él asumió, en particular los compañeros que en su época se atrevieron a despojarse de todos los hábitos extraños a la revolución y las compañeras que, semejantes a las descritas por Mao en poesía con ritmo ancestral, despreciaron las sedas y amaron su ropa de combate político.

Es indudable que Luis Eduardo Rolón, al practicar de manera integral la política como un descalzo, y hacerlo hasta el final de sus días entregando su sangre generosa, adquirió la contextura espiritual de los hombres realmente nuevos. Hombres que poseen la verdadera y única moral que puede ser reconocida como tal durante el período histórico de las sociedades divididas en clases, aquella que en concepto de Marx «representa en el presente la subversión del presente, el porvenir, es decir, la moral proletaria». Por tanto, hombres que son contrarios antagónicos de los personajes mediocres y vulgares que los imperialistas y los oligarcas encumbran y ensalzan por ser los prototipos de su propia condición degenerativa.

La talla revolucionaria del camarada Rolón se revela con mayor nitidez si se contrapone su vocación militante con la actitud de quienes se acercan a las organizaciones revolucionarias tratando de introducir en ellas el diletantismo político, quienes en las filas partidarias extraen de su carencia de investigación y conocimiento un espurio derecho democrático a expresar sus necedades políticas, quienes observan los sucesos e incidencias de la lucha de clases con prismáticos y sin embargo intentan ejercer un frívolo arbitraje sobre lo correcto e incorrecto, a quienes los progresos y éxitos revolucionarios apenas les producen una forzada y lánguida sonrisa, pero sus reveses y pérdidas los sumen en un sombrío escepticismo que también se manifiesta en un truculento y obsesivo iluminismo, quienes en las confrontaciones teóricas recurren a la no muy inteligente maña de poner en boca de sus adversarios patentes majaderías para luego pasar al estéril regocijo de refutarlas o se dedican a lanzar improperios tratando de suplir la falta de vigor en su mente con la furia de su lengua, en fin, quienes estuvieron de paso por la revolución y ese paso, quizá lo único positivo que se puede rescatar de sus vidas, lo desprecian como devaneos propios de la juventud mientras exaltan grotescamente sus posteriores devaneos con lo decrépito y reaccionario.

Hace diez años, luego de que al camarada Rolón lo sacrificaran a mansalva y sobre seguro, señalamos públicamente a los responsables. Esta es la hora en que no hemos recibido explicación alguna de parte de los mandos políticos que esos responsables tienen, ni de los funcionarios judiciales encargados de las indagaciones legales pertinentes. No nos hacemos muchas ilusiones al respecto, pero seguimos esperando, y exigiendo, que se conozca quiénes fueron sus autores para que, como lo dijimos entonces, sobre sus nombres caiga por lo menos la sanción del repudio del pueblo.

Este homenaje que hoy le rendimos a Luis Eduardo Rolón y que hacemos extensivo a Raúl Ramírez y Aydée Osorio, camaradas que en circunstancias similares y por esa misma época fueron asesinados por quienes recurren a la barbarie como principal argumento político contra nosotros, es la reafirmación de que el MOIR mantendrá viva su memoria persistiendo en los principios ideológicos que los guiaron, en la política de clase que asumieron y en la línea de masas que practicaron. Una perseverancia que prolongará su lucha y garantizará que nunca seremos doblegados ni con la violencia ni con las astutas mañas de la conciliación de clases.
Este compromiso revolucionario encuentra su concreción en la actual lucha contra la dominación que el imperialismo norteamericano ejerce sobre la nación y contra el gobierno de Samper que le sirve de soporte. Continuaremos haciendo esfuerzos porque todos los sectores sociales que sufren los estragos de esa dominación y de esa política se aglutinen en torno a una posición patriótica y democrática para conformar un gran movimiento de resistencia. Tal llamado general es consecuente con el análisis de las clases, o los sectores de ellas, que objetivamente tienen contradicciones con el imperialismo y el «salto social» samperista y, por tanto, son potenciales y necesarios sujetos de esa resistencia. Ante el hecho de que en los estratos básicos de esas clases residen los millones que en últimas decidirán la fortaleza y la suerte de la política antiimperialista, hemos venido poniendo énfasis, como lo hacemos una vez más hoy, en la orientación de «ir a las masas». Y dado que ellas cuentan con personas, movimientos y organizaciones que, en mayor o medida, son sus representantes políticos, es de esperar que, consecuentes con la descrita situación objetiva de sus representados, asuman una posición de rechazo real e integral a las directrices imperiales y samperistas. Esa posición, que permitirá definir qué es de izquierda en la actual situación de compleja lucha de clases que se desenvuelve en Colombia, hará que rinda mayores frutos nuestra determinación de buscar aliados en la izquierda.

Para progresar sobre bases firmes en esta dirección táctica, y ante los eventuales acuerdos, unidades de acción o alianzas, no basta con tener en cuenta la situación objetiva general de las clases y sus organizaciones, ya que la política es concreta y exige el examen de los hechos precisos de la realidad, incluidas las conductas de las diversas agrupaciones. Para que una táctica sea correcta se debe tener presente, como siempre lo ha hecho el Partido al evaluar políticamente a las personas y las organizaciones, que «así como en la vida privada se distingue entre lo que un hombre piensa y dice de sí mismo y lo que realmente es y hace, en las luchas históricas hay que distinguir más todavía entre las frases y las figuraciones de los partidos y su organismo real y sus intereses reales, entre lo que se imaginan ser y lo que en realidad son». A partir de esa distinción sintetizada por Marx debemos adoptar uno u otro curso de acción en cuanto a los posibles acuerdos y alianzas, cuidándonos de no separar de antemano, como complementa Lenin, a los que «merecen que se llegue a un acuerdo con ellos, etc., y los que no lo merecen», puesto que eso «conduce a una ‘fórmula’ que el desarrollo de los acontecimientos lanza en seguida por la borda y que lleva la confusión a la conciencia de clase del proletariado».

Sólo la aplicación de una táctica así concebida, que corresponde primordialmente a los intereses de clase del proletariado, nos permite expresar con certeza hoy junto a los camaradas descalzos que conservan su fidelidad al Partido y la revolución: Camarada Rolón y demás camaradas caídos en la lucha: lo que su pensamiento y acción sembró, fructificará, cualquiera sea el tiempo que medie antes de la gran cosecha.
(1) Lo realmente importante de esta política es su contenido, pero la denominación que recibió, aunque pertenece a la categoría de lo formal, tiene un origen que alumbra su esencia y relatarlo contribuye a la comprensión de su significado. Se comentaba en China, en tiempos de la revolución y construcción socialistas, que Mao Tse- Tung le había aconsejado a un amigo revolucionario procedente de América Latina, tomar de la experiencia revolucionaria china sólo los principios universales del marxismo-leninismo que la guiaron y, con ellos empuñados, irse al campo de su país, quitarse los zapatos y, así, descalzo, buscar a los campesinos, convivir entre ellos y luego iniciar el trabajo político. Esa respuesta, independientemente del grado de exactitud respecto a lo expresado por Mao, apunta a dos cuestiones fundamentales para el rumbo revolucionario: la guía teórica marxista-leninista y la línea de masas.