(Éstas son los dos primeros apartes del documento escrito por el camarada Francisco Mosquera como mensaje en la conmemoración del Día Internacional del Proletariado (Publicado en el libro Resistencia civil, Editor Tribuna Roja, Bogotá, 1995))
Ante la severa retracción de su economía y la aguda competencia que le plantean Europa y Japón, dos de los poderosos bloques del momento, Estados Unidos desea salir de la encerrona centuplicando primordialmente la explotación de los países pobres que están bajo su yugo, incluida la totalidad de América Latina y, por supuesto, Colombia.
Se registran muchos síntomas perturbadores en la vida de la superpotencia. Son cerca de veinticuatro meses consecutivos de recesión, más profunda que la de comienzos de los ochentas, y la cual arroja índices pronunciados sobre la merma de las ganancias o el incremento de las pérdidas de las principales empresas, la estrechez de los mercados, los déficit en las cuentas nacionales, el paro forzoso de un notorio número de asalariados y el rezago en la capacidad productiva de la compleja industria, acrecido en estos tiempos duros de pelar. Aunque se reaviven pronto los negocios, sus desajustes estructurales de vieja data sólo continuarán reportándole desventajas de sumo cuidado.
El imperio del Norte desempolva los artículos de fe del neoliberalismo, a los cuales encomienda los saqueos de su recuperación, una estrategia que no abandonará por las buenas, aun a costa de arrasar el Continente. Por eso la contradicción se torna antagónica e inevitable. Y se equivocan los ilusos o los timoratos cuando atribuyen los gravísimos quebrantos de nuestra nación a otras causas aleatorias, mientras se agazapan tras paliativos engañosos con la inconfesable intención de capitular ante los enemigos de la patria. ¿No tiende acaso la tan zarandeada apertura hacia la plena colonización económica de Latinoamérica? ¿No nos vaticina daños sin cuento, como las quiebras en la incipiente producción; la subasta de los bienes públicos; el apoderamiento de recursos, servicios y plantas fabriles por parte de los monopolios extranjeros; la supresión de las reivindicaciones laborales; los despidos sin tasa ni medida en los sectores público y privado; el endémico y doloroso espectáculo de las bautizadas ocupaciones informales; el establecimiento de las tenebrosas maquilas; la dolarización de la economía; la eliminación de aranceles junto a la consiguiente alza de los impuestos indirectos, antitécnicos y regresivos, y, en fin, la ruina, con su rostro macabro?
Si los colombianos anhelan preservar lo suyo, sus carreteras, puertos, plantaciones, hatos, pozos petroleros, minas, factorías, medios de comunicación y de transporte, firmas constructoras y de ingeniería, todo cuanto han cimentado generación tras generación; y si, en procura de un brillante porvenir, simultáneamente aspiran a ejercer el control soberano sobre su economía, han de darle mayores proyecciones a la resistencia iniciada contra las nuevas modalidades de vandalismo de la metrópoli americana, empezando por cohesionar a la ciudadanía entera, o al menos a sus contingentes mayoritarios y decisorios que protestan con denuedo pero en forma todavía dispersa. Entrelazar las querellas de los gremios productivos, de los sindicatos obreros, de las masas campesinas, de las comunidades indígenas, de las agrupaciones de intelectuales, estudiantes y artistas, sin excluir al Clero consecuente ni a los estamentos patrióticos de las Fuerzas Armadas, de manera que, gracias a la unión, los pleitos desarticulados converjan en un gran pleito nacional
II
No transijamos con ninguna de las disposiciones lesivas al bienestar supremo de Colombia. Rechacemos en los diversos foros la grosera interferencia de Washington, cuyo Departamento de Comercio nos tilda de «proteccionistas», cuando a nuestra marioneta la obsesionan los caprichos del librecambio requerido por el Fondo Monetario Internacional. Salgámosle al paso a cada intimidación, como la proferida por el Procurador de la justicia estadinense, quien notificó que su gobierno secuestrará en el exterior a cualquier sospechoso, un típico desmán imperialista, recién ensayado en tierras panameñas, y con el cual se apuntala el dominio no únicamente militar sino económico. Tomemos nota también del plan del Departamento de Defensa yanqui, cuyo resumen fuera publicado por The New York Times, y dentro del cual se subraya cómo Estados Unidos debe «prevenir cualquier desafío que emerja de Europa Occidental, Asia (en particular Japón) o de las repúblicas de la extinta Unión Soviética», es decir, volver a la hegemonía total, erigirse de nuevo en el único árbitro nuclear del mundo, valiéndose para ello del intempestivo desenlace de la llamada Guerra Fría e importándole un bledo los desamores de los aliados de ayer.
Escuchemos la voz de El Espinal, desde donde los empresarios del campo denunciaron la crisis sin precedentes de la agroindustria, «un cuadro que puede derivar en movimientos unificados de imprevisibles consecuencias», según advirtieron. Allí, en concreto, se propuso por algunos sacar a las vías, en vez de las cacerolas venezolanas, los equipos, maquinarias y automotores para exigir un cambio en la pérfida actitud del régimen. Lo mismo que hicieran a principio del año los algodoneros del Cesar, quienes bloquearon con sus tractores y vehículos la transitada arteria entre Bosconia y Codazzi, tras el incumplimiento de las promesas gubernamentales.
Hagámonos eco de la inconformidad de los cafeteros que, desde los ricos hasta los pobres, ven con sorpresa e ira los propósitos de la panda gavirista de los Andes, pues se hallan en peligro los haberes de la Federación, comenzando por el banco de sus transacciones, transfigurado en sociedad mixta conforme al decreto 1748 de mediados de 1991. Se trata de un «irrespeto y una burla», según la enardecida polémica de los caldenses. Resulta obvio que sin aquellos instrumentos o instalaciones, levantados piedra a piedra, durante lustros, dentro y fuera de nuestros linderos, no podría Colombia influir en la comercialización del grano ni negociar con medios eficaces un nuevo pacto mundial del café en Londres.
Seamos solidarios con la mediana y pequeña industria, en especial con las declaraciones de los dirigentes de Acopi, mediante las cuales aquellos vastos sectores, uno de los más golpeados y dispuestos a no asumir una actitud «acrítica y pasiva», coadyuvan, deliberada o indeliberadamente, a exacerbar los ánimos de la sufrida población.
Recojamos, en cuanto rezuman validez, los múltiples pronunciamientos del prepotente gremio de la ANDI acerca del irregular manejo monetario y tributario, la escasez de crédito y estímulos, la competencia desleal y foránea, los malos convenios internacionales y el resto de desatinos de la administración. Así estos estratos altos crean en las supuestas bondades de determinadas medidas del modelo neoliberal, como el flujo franco de las inversiones imperialistas, la privatización de las empresas del Estado o el retroceso en las relaciones obrero-patronales, sus reclamos también caen y caben en la retorta de la resistencia colectiva.
Hasta las asociaciones financieras, los pulpos de la construcción y el gran comercio se quejan y temen. Este último, no obstante haber aplaudido a rabiar la baja o la eliminación de aranceles, la libertad de importaciones y las demás gabelas que le favorecen de la Iniciativa para las Américas, esbozada por George Bush, acabó haciendo una oposición acérrima contra las secuelas o puntos a su juicio adversos de dicho proyecto aperturista, particularmente la proliferación o el acrecentamiento del IVA, por ¡os que clama el ministro de Hacienda, y el consabido descenso de las ventas. Fenalco les sugirió a los afiliados colocar en sus almacenes y en sus casas «cintas verdes», a manera de «símbolo del descontento». ¡Quién lo creyera!
En esta dramática contienda la burguesía personificará siempre al elemento vacilante; pero el proletariado, por esencia, no. A él le corresponde entonces la orientación y animación del movimiento.