Por el justo y correcto contenido de sus objetivos y por la combatividad que para alcanzarlos demostraron con sus movilizaciones en masa, los trabajadores estatales, contando con el respaldo del resto del proletariado, convirtieron el paro que acaban de realizar en el más importante acontecimiento de la vida nacional en los últimos años.
Tal trascendencia radicó en que el movimiento apuntaba objetivamente contra soportes medulares de la política neoliberal que en su plan de recolonización impulsa Estados Unidos y que el gobierno de Samper Pizano, continuando lo establecido y actuado por la panda de la administración Gaviria, está aplicando con particular celo e intensidad. En efecto, ir en contra de la privatización de empresas que varias generaciones de colombianos convirtieron en patrimonio público, rechazar las leves y medidas coercitivas respecto al pleno ejercicio de los derechos laborales, repudiar la insoportable explotación a que se quiere someter a las masas laboriosas al escamotear aún más sus salarios, y rebelarse ante el intento de los principales sabuesos de la Fiscalía de hacer penables las justas luchas obreras y populares, corresponde, de hecho, a las posiciones y acciones superiores: las de resistencia frente al plan de subyugación económica y política que lleva adelante el imperialismo norteamericano.
También, sin ninguna duda, son posturas y conductas de resistencia a la política de entrega y abyección que en consonancia con ese plan aplica el gobierno samperista. Cuestión de la mayor relevancia en estos días cuando el gobierno se apresta, medroso y menguado en presencia de la próxima decisión de Clinton sobre la certificación, a cumplir con mansedad los dictados de Washington, entre otros: condescender para que fuerzas militares gringas vayan en corso contra naves y tripulaciones colombianas; conceder la extradición de nacionales para su juzgamiento y castigo en los Estados Unidos; autorizar las actividades de personal militar y policíaco estadounidense en operaciones efectuadas en nuestro territorio y, en fin, reformar la Constitución y las leyes, en especial las referente a la justicia, hasta colmar los criterios fascistas que emanan de la Casa Blanca.
En su desarrollo, el paro hizo evidente de nuevo que sólo la lucha forja conquistas valiosas y que, de ellas, las de mayor proyección son las encauzadas a crear condiciones materiales y políticas que precisa la población para librar combates de envergadura estratégica. Ningún avance realmente significativo podrán consolidar los trabajadores en derechos que les son tan preciados y necesarios -los derechos al trabajo, la estabilidad laboral, la organización, la negociación colectiva, los procedimientos democráticos en el trato de todos sus litigios, las mejores condiciones salariales y la cultura- si primeramente, junto con el resto de la nación, no echan abajo de raíz el intervencionismo norteamericano y derrotan las diferenciadas vertientes colaboracionistas, empezando por las empotradas en las ramas del Estado.
Dentro de semejante contexto político, el paro de los trabajadores estatales constituyó una alegría para todos los demócratas y patriotas en razón de que entrañó un llamado a la resistencia antimperialista y puso en perspectiva lides de mayor calibre.
Comité Ejecutivo Central
Bogotá, 18 de febrero de 1997.