Por Nelson Osorio Ramírez
Con un desproporcionado despliegue de efectivos militares se iniciaba un operativo con vistas a demoler 23 casas de Selva Dorada, en Fontibón, y desalojar con la fuerza bruta a colombianos humildes. De nada les valió que esgrimieran títulos y escrituras ante los arrogantes funcionarios samperistas. No era barrio de invasión, y ni siquiera estaba en la ronda del río Bogotá. Se había levantado a la vera del aeropuerto Eldorado, tan importante para la apertura económica, zona hoy apetecida por los monopolios para levantar bodegas y maquilas. Una típica barriada sin parque infantil y donde las calles en invierno son un lodazal. Todas las propiedades pagan impuestos y cancelan los servicios públicos, mes tras mes. Así no les lleguen.
La violencia del alcalde
Al filósofo proimperialista, al Mockus real, nada simbólico, ya lo conocían los vendedores ambulantes a quienes viene reprimiendo con particular saña. También en barriadas populares, como La Pichosa y Zoratama, las demoliciones que ordenó habían hecho presa de colombianos necesitados. A los bogotanos les estaba demostrando que su pedagogía era la misma de los verdugos: la represión.
Cruel e inicuo fue el atropello cometido contra los pobladores aquella mañana de octubre. Y el despliegue apabullante del poder del Estado, para aplastar a gentes del común, contrastaba con la criminal ausencia de programas sociales para remediar las mínimas necesidades de los compatriotas desposeídos.
Cuando amaneció el 26 de octubre, las calles estaban inundadas de policías. Más de dos mil efectivos taponaban cuadras arriba de Atahualpa. La cancha del barrio estaba repleta de carros antimotines y de tanquetas. No faltaron los perros policías, ni los helicópteros que zumbaban por encima de la rabia de la multitud. Situaron bomberos y agentes de tránsito. La profusión de ambulancias, y la presencia de médicos y enfermeras, en suburbios sin puestos de salud, advertía sobre las negras intenciones de los agentes del gobierno.
Con su torcido enfoque sobre la protección de la familia, Bienestar Familiar había ido la víspera de casa en casa intentando trastear a los niños fuera del barrio para sacarlos del peligro. Pero, como en toda pedagogía, los hijos de los asalariados también iban aprendiendo desde chiquitos cómo es eso de Formar Ciudad. «No dejé ir a mis hijos al Bienestar Familiar, dijo uno de los vecinos, porque ellos me tienen que ayudar a defender lo que es suyo». Por ello, este 26 de octubre será inolvidable para los habitantes de este barrio al occidente de Bogotá.
Defender lo que les pertenece.
Ni Mockus ni el coronel de la policía tuvieron en cuenta que estos pobladores asumirían la rebeldía en defensa de su predio, de su hogar, de su necesidad de techo. La primera casa demolida sería el fin del barrio y de los aledaños. Pedían obras públicas, pero, irónicamente, el primer buldózer enviado por los mandamases sería, no para remendar las destartaladas calles, sino para demolerlo. Para impedir que se consumara tamaño desafuero, los jefes de hogar faltaron a sus trabajos, arriesgando sus puestos porque iban a perder sus viviendas, y se unieron con sus mujeres y demás familias para defenderlo que les pertenece.
La zanahoria de Mockus, un garrote para las gentes sencillas
La firme determinación de los pobladores logró que, hacia las dos de la tarde, los funcionarios de la alcaldía tuvieran que abandonar los predios con el rabo entre las piernas.
La diligencia de demolición fue aplazada para el próximo 9 de mayo de 1996. El MOIR hace un llamado urgente a los sindicatos, a las organizaciones populares, a los sectores políticos consecuentes y a todos los pobladores, para que nos organicemos y unamos fuerzas en un gran frente de resistencia contra las atrabiliarias medidas del proyanqui gobierno de Samper.
Mockus, el arribista privatizador de la Universidad Nacional, tuvo que retroceder ante la resistencia civil de los habitantes del barrio. La zanahoria encubre el garrote siempre esgrimido por los opresores del pueblo. Así lo han entendido las masas bogotanas que, al emprender estas valerosas luchas, demuestran que están hastiadas con la despótica política del funambulesco personaje capitalino.