PARA MÉXICO, EL NAFTA; PARA LOS PAÍSES POBRES, EL GATT

A mediados de diciembre concluyó la Ronda Uruguay del GATT. Al finalizar las discusiones, una emisora japonesa de televisión juzgaba así los resultados: en escala de 1 a 100, Estados Unidos obtenía 90, Europa 90 y Japón 70. Estados Unidos, porque mantuvo la potestad de aplicar castigos antidumping a su antojo. Europa, por la victoria francesa contra Hollywood. Y Japón, por haberse visto forzado a abrir el mercado del arroz. No se menciona para nada a los países pobres, los cuales, en la misma escala, a duras penas pasan de 0.

Durante las conversaciones de la Ronda, Estados Unidos y Europa se pusieron de acuerdo sobre cuestiones secundarias, para entrar después a imponerles el arreglo a los demás. Como afirmara sin ambages un miembro de la delegación norteamericana, «los que mandan son los que más mercado poseen». Un estudio de la agencia religiosa Christian Aid indicaba que el acuerdo reducirá los mercados y el volumen de exportación de los países del Tercer Mundo. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OCDE, publicó un análisis preliminar donde estima que, como resultado del acuerdo, la Comunidad Europea obtendrá adicionalmente unos 80.000 millones de dólares en exportaciones, mientras que África perderá 2.500 millones e Indonesia casi 2.000.

En cuanto a la agricultura, se ven muy pocas gestiones que permitan el acceso del Tercer Mundo a nuevos mercados. Ante esta situación el delegado brasileño Luis Felipe Palmeira, dijo que «además de que los alcances del acuerdo no llenaron las expectativas, habrá en el mercado un mayor número de exportaciones subsidiadas de los países desarrollados durante los próximos años, lo que nos costará puestos de trabajo y divisas». La negociadora por Filipinas Lilia Bautista sostuvo: «Entre los dos (Estados Unidos y Europa) están decidiendo el destino del mundo entero. En el transcurso de toda la Ronda nosotros hemos sido los generosos».

En el sector de los textiles, el acuerdo multifibras se prorroga y sólo se plantea su gradual eliminación… ¡en quince años! En lo que a la propiedad intelectual se refiere, Europa y Estados Unidos aumentaron los controles y presiones sobre la utilización de tecnologías, pagos de regalías, etcétera, fortaleciendo la tendencia hacia el monopolio tecnológico de la informática y de la biotecnología en manos de un puñado de países ricos. Se dieron, desde luego, toda una serie de exclusiones para que el pacto no se fuera al traste: europeos y gringos decidieron no hablar de servicios financieros, ni meterse en la cuestión de los subsidios a las compañías fabricantes de aviones jet para pasajeros.

El tratado no le convino mucho a Japón, que no participó y que continúa enfrascado en un violento pleito con Estados Unidos sobre el mercado de los chips para computadores. Apenas terminada la Ronda, el delegado de Estados Unidos, míster Kantor, amenazó al Japón con severas sanciones a menos que la nación nipona cumpliera la promesa hecha de garantizar el 20% de su mercado interno para los chips producidos en Gringolandia.

En Londres investigadores del Gatt Proyect estiman que la Ronda Uruguay acabará por acelerar el desplazamiento de empleos de Europa a otras regiones de bajos salarios. En Inglaterra, durante los años de 1992 y 1993, las mil mayores empresas eliminaron más de millón y medio de empleos. En Alemania se prevé que una de cada tres compañías plantea transferir parte de sus operaciones al Este de Europa y al Asia, mientras el paro en la Comunidad Europea ronda por el 10%, lo que equivale a unos 20 millones de cesantes.

Para el consumo doméstico la gran prensa norteamericana se mostró poco satisfecha: The New York Times calificó los resultados de la Ronda como un «éxito limitado». El más conservador Christian Science Monitor sacó en conclusión que «se había evitado una guerra comercial». En resumidas cuentas, no se acordó mayor cosa. Y en cuanto a reglas y mecanismos, todo sigue igual: Estados Unidos continúa esgrimiendo el argumento de la fuerza para salirse con la suya mediante prácticas retaliatorias y vendettas comerciales, en defensa de su propia producción. ¡Y ay del gobierno latinoamericano que ose pagar con la misma moneda!

Nafta y el GATT representan un paso adelante en el férreo dominio de los grandes conglomerados, en especial de los dedicados al comercio de importación-exportación, como Cargill Procter and Gamble, etc. Se lanzó a los pueblos débiles a competir unos con otros a ver cual es el que termina envileciendo más los salarios y las condiciones de vida.

¿Qué es el GATT?
Finalizada la Segunda Guerra se fundan el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, dos organismos encargados de regir los destinos financieros del globo y que terminaron bajo el control directo de Washington. Había surgido una nueva hegemonía, la norteamericana.

En materia de comercio internacional se creó una especie de conferencia flotante, con débiles poderes, ocupada en tratar de reducir las barreras tarifarías a los productos manufacturados. No se olvide que en la crisis de los treintas se había desatado una encarnizada guerra proteccionista entre Japón, Alemania y Estados Unidos. La conferencia, denominada GATT, se encaminaría a impedir que aquello no volviera a pasar.

En sus cuatro décadas y pico de vida el GATT ha adelantado sus gestiones a través de varias rondas. La última de éstas, conocida como Ronda Uruguay, comenzó en 1986.

Entre los temas que se barajaron en la Ronda Uruguay hay que destacar cuatro: la extensión de las normas a la agricultura, a los servicios (comprendidos los bancarios) y a los textiles; las exigencias a los pueblos débiles en materia del medio ambiente, la seguridad física y la salud pública, incluso con mengua de sus derechos nacionales; la creación de reglas especiales para la «propiedad intelectual», que favorecen ante todo a Estados Unidos, y la formación de la Organización Mundial del Comercio, OMC.

Las enormes dificultades por que atraviesa el GATT se originan en el empeño que muestran los tres grandes bloques mundiales que defienden a muerte sus mercados y colonias. Estados Unidos exige terminar con los subsidios pero no tiene ningún reato en fijar cuotas a los textiles y entorpecer la entrada de flores, azúcar y otros productos del exterior. Japón persiste en proteger su industria automotriz y de microcomputadores. Francia ha recibido la solidaridad de Europa, con excepción de Inglaterra, en la lucha contra los Estados Unidos en relación con las oleaginosas. La Comunidad Económica Europea restringe sus fronteras al banano latinoamericano. Todo esto, más el creciente descontento de los trabajadores europeos, sirvió de marco a las últimas reuniones de la Ronda Uruguay tras siete años de continuos forcejeos. El resultado, reducción del 21% de las exportaciones subsidiadas en un plazo de seis años.

Con el lema del “libre comercio” lo que se está planteando apunta a minar la capacidad de cada nación de producir su propia comida. Por ello, en los países donde tales secuelas se vislumbran, los sectores a los que les va a tocar sufrirlas han lanzado protestas airadas. En Francia decenas de miles de agricultores salen a las calles para resistirse a que sean arruinadas sus fincas, cultivadas durante siglos. En Bélgica se organizan manifestaciones en tractores para rechazar los cambios sugeridos en la Ronda Uruguay. En Holanda arrojan al pavimento toneladas de verduras frescas con el fin de demostrar su profundo desacuerdo. Lo propio ocurre en Japón.

Con respecto a las cuestiones ambientales, de seguridad física y de salud pública, en las últimas dos décadas ciertos países han aprobado leyes que protegen a los consumidores y defienden el entorno contra las plagas de contaminación, los pesticidas, etc. En la Ronda Uruguay hay quienes sostuvieron que dichas disposiciones constituían formas de «competencia desleal», y por ende habían de ser suprimidas.

¿Cómo repercute lo anterior en la práctica? Tomemos un caso. Japón, que ha conseguido mantener a flote a sus arroceros alegando con razón que el grano importado de Estados Unidos contiene grandes dosis de pesticidas, no podrá esgrimir este argumento sopena de ser sancionado.

La eliminación de esas restricciones se basa en los criterios de una oscura organización con sede en Roma, llamada Codex Alimentarius, que no es otra cosa que «pata de cabra» de las multinacionales. Los estándares aplicados por ella en materia de pesticidas, aditivos y químicos son mucho más laxos que los generalmente aprobados por las leyes nacionales en buena parte del mundo. Verbigracia, en el caso de agente tan carcinógeno como DDT, el Codex Alimentara autoriza un nivel de residuos cincuenta veces mayor que el permisible en Estados Unidos. En cuanto al heptacloro, un peligroso pesticida, tolera una medida cincuenta veces mayor que la existente en aquel país. Lo que se persigue entonces es imponer un mínimo común denominador, bajo el eufemismo de la “armonización”.

El tercer tema, el del afianzamiento de medidas para proteger la «propiedad intelectual», se refiere a una serie de disposiciones que les otorga a las multinacionales de Estados Unidos un control efectivo sobre patentes y licencias en los ramos de la biotecnología, especialmente semillas y drogas, software y otros. La International Trade Commission de Estados Unidos ha estimado que al ponerse en vigor las reglas promovidas por la delegación gringa, ese país podría recibir por licencias y patentes uno 61 mil millones de dólares anuales, a costa de los países del Tercer Mundo; suma que supera a 1a que éstos pagan por el servicio de la deuda externa.

Todos los objetivos que perseguían los yanquis y sus amigos se llevarán a cabo mediante la creación de la Organización Mundial del Comercio, institución que sucederá al GATT a partir de 1995 y que contará con personería jurídica en cada uno de lo países miembros y con pleno poder para dirimir disputas y autorizar medidas de retaliación.

El carácter ampliamente favorable al dominio de los trusts sobre todo los de Estados Unidos, del que están saturadas las proposiciones de la Ronda Uruguay, ha provocado una enconada reacción de protesta. No sólo de los agricultores japoneses europeos, sino también de productores tan distantes como lo de África y Malasia, a los que se han venido sumando los consumidores en Europa y Estados Unidos, las organizaciones del medio ambiente y los sindicatos