Apartes del discurso de Santos
Saludo muy complacido la presencia de ustedes en esta noche memorable. La de destacados lideres del movimiento obrero; parlamentarios, diputados y concejales de diferentes fuerzas políticas, de los vendedores ambulantes, indígenas, delegados de los barrios, la juventud, los intelectuales y la de muchos otros sectores de Bogotá y el resto del país, que imprime a este acto un vigoroso carácter popular y una incuestionable representatividad.
Particularmente grata me resulta la nutrida presencia de mis compañeros del Bloque Democrático Regional de Barrancabermeja.
Cuando el gobierno de Gaviria entra en su fase final, para buena parte de los colombianos es claro que la raíz de tanto desastre es la nefasta política de apertura económica.
La crisis agropecuaria nacional habla por sí sola. La drástica disminución de la superficie sembrada no es una consecuencia del clima y de la baja de los precios internacionales, como quiso hacerlo ver el gobierno. Pues fue por decisión oficial que se desprotegió al sector rural para importar trigo, arroz, soya, leche en polvo, pollos y otros productos del agro. Así, entraron más de dos millones de toneladas de alimentos y materias primas agrícolas, una cantidad sin precedentes. Las importaciones de carne, lejos de mejorar la dieta del común, asestaron los últimos golpes al hato ganadero. Los muslos «pichos» de los pollos gringos no sólo arruinan la avicultura sino que intoxican a las gentes. Contra toda evidencia se sostuvo que la competencia extranjera estimulaba la producción nativa; la realidad es que los países ricos nos venden subsidiados sus excedentes, mientras se quiebra a los cultivadores colombianos.
La libertad de importaciones golpeó también a la industria nacional. Los textiles, los cigarrillos, los cueros, las confecciones, el calzado, la metalmecánica, entre otras ramas, sufren reveses por el aumento de los artículos foráneos que ingresan de contrabando con la venia de las autoridades. Álcalis de Colombia sucumbió por la desprotección oficial ante la competencia extranjera. La importación de sal no deja de ser un cruel sarcasmo en un país con abundantes salinas que se cierran o desmejoran a ojos vistas.
Después de tres años de soportar las ventas crecientes de mercancías extranjeras en nuestro mercado, se padecen reducciones de personal, cierres de empresas o su conversión en importadoras. El auge de las exportaciones, otro de los mágicos resultados anunciado por los defensores de la apertura, nunca llegó.
El recorte de las mismas ha sido brusco y significativo en su valor y volumen. La primera víctima de la oleada librecambista fue la economía cafetera; con el desplome del pacto mundial del café, por voluntad de Estados Unidos, y el consiguiente descenso de los precios, más de trescientas mil familias se hallan al borde del colapso y una buena porción ya ha caído en él. En seguida se desplomaron los precios del algodón; las praderas antes animadas por el vaivén de las motas blancas ahora languidecen por el drama de miles de brazos desocupados. La Comunidad Económica Europea restringió drásticamente las exportaciones de banano de Latinoamérica. Cuotas, disposiciones sanitarias, reglamentos obstruccionistas, aduanas infranqueables y mil trabas más se levantan contra los textiles, flores y en general contra nuestros productos en los ámbitos norteamericanos y europeos. A tiempo que los emporios industriales gozan de entera libertad para invadirnos con sus mercaderías, nos venden las suyas subvencionadas, las introducen de contrabando o a precios de dumping. El gobierno gavirista, por el contrario, libera las importaciones y priva de subsidios a nuestras exportaciones. Con razón se ha calificado esta apertura como de una sola vía. Definitivamente, hay que ser un mendaz propagandista del interés foráneo para decir, como lo hiciera el jefe de la Casa de Nariño en reciente artículo pagado en The New York Times, que el libre comercio es bueno porque varios estados de la Unión Americana han aumentado en cuatro o diez veces sus exportaciones hacia la desvalida Colombia.
La política de debilitar nuestra empresa estatal de petróleos, acentuada durante la administración Barco, prosiguió a todo timbal. Exportamos 300 mil barriles diarios de crudo pero a pesar de ello importamos 30 mil barriles, también diarios, de gasolina. Tenemos la materia prima, los obreros y el personal técnico pero el gobierno prefiere que prosiga año tras año el desangre de pagar en dólares, a precios internacionales, gasolina importada, que nos venden las multinacionales, en vez de construir otra refinería. A la legua se ve el ánimo de favorecer a las empresas petroleras foráneas, la traición al interés nacional. Lo gastado en los últimos años en gasolina importada habría bastado para construir más de una refinería. No sólo se han frenado los programas de expansión de Ecopetrol sino que se la exprime inmisericordemente con impuestos y transferencias de sus utilidades a otros sectores oficiales. En 1982, unos ingenieros y técnicos sabían que estaban a punto de anunciar el hallazgo del gran yacimiento de Cusiana, pero entonces, el antiguo presidente de Ecopetrol, José Fernando Isaza, les negó todo recurso. Este viajó a Estados Unidos donde al poco tiempo firmó el respectivo contrato de asociación con la Triton que recibió así, a cambio de nada, una verdadera gallina de los huevos de oro. Bajo el infame régimen que impera entre nosotros, hombres valiosos y patrióticos como Francisco Chona, son relegados por defender la expansión de la empresa estatal del petróleo, pero los Isazas, fletados por las multinacionales, son celebrados y promovidos por entregar los intereses de la nación. Ahora se habla de «cusianización» de la economía y no son pocos quienes creen que pronto nadaremos en la abundancia. Pero no se repara en los alarmantes anuncios oficiales hechos con la mayor frescura. Los miles de millones de dólares que se espera de los nuevos yacimientos se emplearán, parte para pagar deuda externa por anticipado y parte para mantenerlos congelados en un fondo extranjero. No se piensa en lo que indica el sentido común y el interés nacional: aumentar las inversiones estatales en la industria petrolera que nos independicen de las multinacionales; invertir en otras áreas productivas; crear una eficiente refinería; comprar tecnología avanzada, y emprender programas de capacitación del más alto nivel para nuestros técnicos y trabajadores.
Pero quizá lo más regresivo sea la política oficial de privatizaciones. Así, se ha reducido considerablemente el tamaño Estado, o simplemente se ha previsto la venta de una larga lista de sus entidades: Ferrocarriles nacionales, Colpuertos, la Flota mercante, Álcalis, el Banco Cafetero el Sena, el Ica, el Inscredial, Telecom, Caja Agraria e incluso Ecopetrol, algunas de ellas las empresas más rentables e importantes del Estado. Unas y otras se entregan al gran capital financiero, lo cual trae consigo el deterioro «notable de las condiciones, de vida del pueblo, especialmente en materia de salud, educación y asistencia social.
La administración Gaviria pasará a la historia como uno los gobiernos más antiobreros del país. Su reaccionaria reforma laboral arremetió contra la estabilidad y abrió paso a la generalización del trabajo temporal arrebató la retroactividad de las cesantías, creó obstáculos al sindicalismo de industria, a la negociación colectiva y a la huelga, y estableció condiciones para desmejorar los salarios y prestaciones. La ley de seguridad social empeoró las cosas al aumentar edad y los aportes requeridos para la jubilación, al tiempo que disminuye el porcentaje de salario base para recibirla. Invariablemente, los paros de los trabajadores son declarados ilegales.
El régimen se ufana de la interminable lista de nuevos derechos de la Constitución gavirista pero en la práctica aumentaron los instrumentos represivos: una Fiscalía General y un código penal
En el nuevo orden constitucional, muchas esperanzas suscitó el situado fiscal y las transferencias a los departamentos y municipios en materia de educación básica y salud. Pronto se reveló como un disfraz de la nueva filosofía oficial: el verdadero objetivo consiste en que dentro de unos años, departamentos y municipios deberán encargarse de la totalidad de dichos gastos. Así ejecuta el gobierno de Gaviria el mandato del FMI sobre «presupuesto equilibrado», que ordena reducir sustancialmente las erogaciones del Estado en materia social, con vistas a utilizar de preferencia los fondos públicos en el pago de deuda externa y para cubrir los aportes oficiales a las inversiones extranjeras.
Quizá el aspecto más publicitado del llamado «revolcón» ha sido la supuesta lucha contra el clientelismo y la corrupción de la clase política. Mas lo cierto es que Gaviria los ha instituido en una proporción que supera todo lo anterior. Ahora se emplean miles de millones no sólo para sobornar al Congreso sino para reclutar nuevos cuadros entre la intelectualidad, a través de fondos como Colfuturo, administrado por la primera dama, y el presidente Gaviria maneja directamente multimillonarias partidas que nadie controla.
Pero el gobierno se ha topado con la valerosa resistencia de los afectados por sus medidas. Ya el 14 de noviembre de 1990 la clase obrera recibió con un paro nacional al mandatario aperturista. Luego vino la memorable huelga de Telecom. En batalla que hizo enmudecer las comunicaciones del país, los trabajadores le ganaron aquella partida al gobierno. Se ganó desde las calles en multitudinarias manifestaciones, con la solidaridad de numerosos contingentes del movimiento obrero. Y se triunfó gracias a una orientación justa, que se ha venido ganando la confianza de los trabajadores. Ni la cárcel, ni la persecución adelantada por la Fiscalía, lograron doblegar la voluntad de lucha de los trabajadores. Hazañas a las que contribuyó decisivamente nuestro entrañable compañero Eberto López Machado. La huelga de Telecom fue una magnífica lección de los trabajadores al país sobre cómo enfrentar los designios antinacionales y regresivos de Gaviria.
Durante 1992 y 1993 se realizaron los formidables paros y movilizaciones de la Caja Agraria, el Sena, la USO y Fecode. La huelga y las muchedumbres en las calles revelaron sus potentes virtudes. Se defendió eficazmente la estabilidad, el carácter estatal de las entidades en conflicto, las reivindicaciones económicas y se obligó al gobierno a pactar una ley general de educación.
Quiero decir ahora dos palabras sobre Ecopetrol. No sólo porque es escenario fundamental de mi experiencia como dirigente obrero sino porque constituye la empresa productiva más importante del país, vital para la nación. El gobierno rechazó la inclusión de la política petrolera en el pliego de peticiones de la USO. Nosotros respondimos: si quienes extraemos y transformamos el estratégico recurso no podemos decir ni «mu» sobre cómo dirigir su explotación, entonces pararemos la producción. Ni una gota de crudo saldrá de los pozos, ni un galón de gasolina de las refinerías, ni una tonelada de materias primas de las plantas petroquímicas. Este gobierno de gustos confusos y de maneras dudosas les teme, y hace bien en temerles, a la voz y a la acción resueltas del conjunto de los trabajadores. El ministro de Minas tuvo que sentarse 30 horas con nuestros negociadores, comprometiéndose a que Ecopetrol no sería incluida en el programa de privatizaciones; a aumentar las inversiones para la refinería y a permitir la participación de los trabajadores en los procesos de reversión.
Más tarde se anunció el zarpazo contra la seguridad social; para los obreros de Ecopetrol aceptarla pasivamente equivalía a perder casi la mitad de la convención pactada. De nuevo advertimos que de consumarse el atropello echaríamos mano del medio del proletariado: la movilización y la huelga. El gobierno captó que la cosa iba en serio y tuvo que exceptuar a Ecopetrol de la aplicación de la proyectada ley. Gaviria, como decimos los ribereños, tuvo que «recoger piola». La gran prensa ha querido ver el hecho como un privilegio que se nos concede. Nada más falso. Se irritan porque a los petroleros no nos llama ni cinco la atención el dejarnos arrebatar los ahorros de toda nuestra vida para enriquecer al capital financiero. Los asalariados de Ecopetrol no tenemos ningún derecho que no hayamos obtenido con nuestra lucha. Si el movimiento obrero colombiano pelea, nadie tampoco podrá arrancarle sus derechos.
Teníamos razón al no basar nuestra táctica en la concertación con el gobierno. A la vista está que los sectores del movimiento sindical, donde más se han perdido conquistas democráticas y derechos adquiridos ha sido allí donde asomó el rostro de la vacilación, la entrega, y el colaboracionismo con la política oficial. En cambio, los sectores que se movilizaron hicieron respetar sus derechos y los de la nación. Es cierto que éstas han sido victorias parciales, pero también lo es que sólo la resistencia masiva hace retroceder los planes del Ejecutivo. No en vano los afligidos agricultores exclamaban, ante el derrumbe de sus empresas por la apertura, que se veían en la necesidad de adoptar los paros y marchas, propios de los obreros.
No está de más recordarle al país que fue el MOIR la fuerza que mas tempraneramente advirtió sobre las terribles consecuencias de la apertura económica. Ni tampoco que quien ha trazado nuestra línea general, al frente del Partido, ha sido nuestro querido Secretario General, el compañero Francisco Mosquera.
Mi candidatura al Senado quiere ser el vehículo de expresión de los sectores lesionados por la política aperturista. Mi campaña tiene como divisa la resistencia civil ante el avasallamiento de Estados Unidos sobre la nación. Está al servicio de la lucha de los trabajadores, y también de los industriales, los empresarios agrícolas, y la clase media, los habitantes de los barrios populares, los vendedores ambulantes, la juventud y los intelectuales y todas las fuerzas democráticas e inconformes con el actual estado de cosas.
Esta cruzada se ubica en la perspectiva de la gran corriente patriótica y democrática de Colombia que pugna por instaurar un nuevo Estado cuya dirección recaiga en manos de la clase obrera y los campesinos, la burguesía nacional, la pequeña burguesía y los técnicos e intelectuales. Será su misión suprema defender la soberanía nacional y establecer un régimen que haga realidad el ejercicio pleno de los derechos democráticos. Y que se empeñe en alcanzar un nivel de vida que acabe con la pobreza y satisfaga las necesidades fundamentales de las mayorías.
El nuevo Estado promoverá la industria, para alcanzar pronto un desarrollo moderno, próspero e independiente. Lo propio realizará con la agricultura, al tiempo que llevará a cabo una reforma agraria basada en el principio de que la tierra debe ser para quien la trabaja. Auspiciará la formación de una cultura del más alto nivel científico, que asimile los avances en materia tecnológica y artística, que defienda a la nación y sirva al pueblo.
En política exterior el nuevo Estado mantendrá relaciones diplomáticas y comerciales con el mundo entero, siempre que se observen los principios de coexistencia pacífica, .el beneficio mutuo, el respeto a la autodeterminación de los pueblos y la no injerencia en los asuntos internos.
La movilización popular implica no sólo la lucha contra el actual sino contra el próximo gobierno, sea el de Samper, Pastrana o De la Calle. Los tres han estado estrechamente ligados a la política que ha arruinado a Colombia. Los tres han participado con sustanciales cuotas en el gobierno de Gaviria y apoyaron y apoyan sus decisiones contra el pueblo desde el Ejecutivo y desde el Congreso. Los tres se disponen a proseguir las nefastas políticas de privatización, el desmonte de las conquistas obreras y la seguridad social, la desprotección de la industria y el agro, y la complacencia ante las multinacionales. Son exponentes del continuismo, partidarios del vasallaje económico impuesto por Estados Unidos. Deben recibir, por tanto, el más decidido rechazo de los sectores productivos y las masas trabajadoras colombianas.
Compañeras y compañeros:
Repito que mi candidatura está al servicio de la histórica tarea. El primer paso es conquistar un escaño en el Senado. Desde allí mi papel será empeñarme a fondo para que el pueblo se una, para que logremos echar atrás la acometida aperturista y preparemos las condiciones para que los de abajo asuman el poder y dirijan a Colombia. En esa labor contaremos también desde la Cámara con la experiencia de nuestro querido compañero Abelardo Rueda Tobón, y desde Barrancabermeja con el contingente del Bloque Democrático Regional.
He dedicado la mayor parte de mi existencia a la defensa de los intereses de mis compañeros de Ecopetrol y de mis hermanos de clase, los proletarios de toda Colombia. Juro solemnemente que dedicaré la totalidad de mis energías a satisfacer el altísimo honor que me ha sido conferido por ustedes esta noche: el de servir plenamente, hasta con mi propia vida si fuese necesario, a la causa de los trabajadores, de mi pueblo y de mi patria.
Muchas gracias, compañeros.