Por Libardo Botero
A medida que la apertura sigue haciendo su agosto, la industria nacional se resiente más. No pueden ocultarlo las cifras amañadas del gobierno saliente ni la demagogia del actual. El panorama se prevé día a día más crítico para la producción nativa, tras cinco años de feroz ofensiva de la competencia foránea.
No sólo el ritmo de crecimiento se ha debilitado en el último lustro, sino que los escasos avances se registran en sectores vinculados a una actividad tan especulativa como la construcción, acicateada por dineros de diversa procedencia, entre los cuales se cuenta el capital extranjero. O se fincan en ramas conectadas con la importación de ciertas materias primas o equipos, o con la entrada masiva de automotores.
Eduardo Sarmiento vislumbra un fenómeno preocupante: la progresiva transformación de importantes renglones manufactureros en meras actividades de ensamblaje o de comercio internacional. Y aún peor, las industrias más representativas del país viven una decadencia sin precedentes.
Las importaciones continúan su arrollador avance, como lo indica la balanza comercial. Sólo en el primer trimestre de este año Colombia tuvo un déficit de 1.154 millones de dólares.
Los textiles, de un hilo
Las manufacturas textiles están entre las más afectadas. Los gremios del sector estiman que durante la apertura se ha perdido entre 30% y 40% del mercado nacional a manos de los géneros foráneos. Se estima que el ingreso fraudulento de telas en 1994 se incrementó entre 1.000 y 2.000 millones de dólares. Si en 1991 las importaciones legales eran de 88 millones de dólares, en 1993 alcanzaron a ser más de 260 millones. En los primeros diez meses de 1994 esta cifra se vio incrementada en 10.7%.
Las principales textileras antioqueñas no repartieron utilidades en efectivo, pese a que presentaron ligeros aumentos en sus balances de 1994. Estos no son atribuibles al desarrollo productivo, ya que todas acusan rebajas reales de las ventas, salvo Coltejer, que logró realizar en el mercado 126 millones de metros, lo mismo que el año anterior, pero con el doble de esfuerzos y sacrificando el precio real. Las exportaciones de telas antioqueñas a Estados Unidos bajaron el último año 66.3%, a Venezuela 24.3% y a Chile 29.2%. Para enjugar las pérdidas continúan feriando sus activos, sean los terrenos que se reservaban para ensanches, como Tejicóndor y Vicuña: o edificaciones en donde laboraban miles de obreros, caso de Rosellón y Coltefábrica; o enajenando factorías en pleno funcionamiento, como Polímeros Colombianos.
La crisis no es ajena a otras regiones. Federales, una nueva y promisoria compañía del Cesar, entró hace varios meses en concordato. Fibratolima, que se ufana de tener a todo su personal en ley 50, perdió 3.700 millones de pesos el año pasado. Las pequeñas constituyen el grueso de las empresas que acaban de entrar en concordato, entre ellas, El Cedro, Textiles Nylon, Textiles Papagayo y Cuatro en Textiles. Las inversiones en modernización, que algunos ilusos veían como la salida eficaz frente a la apertura y que alcanzaron cierta magnitud en los últimos años, hoy se han reducido drásticamente.
No menos graves han sido las secuelas para los trabajadores. Los empresarios, aupados por el gobierno, han lanzado una ofensiva buscando rebajar los salarios y puestos de trabajo. A juicio de Acoltex, entre 1990 y 1993 se redujeron en 25% los empleos directos en toda la rama, lo que equivale a 25 mil trabajadores. Aún hoy se tramitan solicitudes de despidos colectivos, que se presentan como grandes logros administrativos y de productividad ante las asambleas de accionistas: 600 en Tejicóndor, 600 en Tejidos Única, 430 en Fabricato. Dirigentes empresariales afirman que todavía sobran 2.800 operarios entre Coltejer, Fabricato y Tejicóndor.
Los contrapliegos volvieron a las mesas de negociaciones, esta vez para arrebatar las últimas prerrogativas laborales. Los sindicatos textileros orientados por la CGTD, a la par que vienen combatiendo con vigor las estrategias patronales, han propuesto a los capitalistas enfrentar de una manera unificada la apertura, verdadera causa del retroceso industrial, en vez de descargar sus efectos en las espaldas del proletariado. Pese a sus inconsecuencias, los gremios económicos claman al gobierno por medidas que permitan salvar la industria. Las adoptadas o anunciadas por Samper son enteramente inocuas, sin que se vislumbre mejoría alguna para tan decaída actividad.
La confección en harapos, el calzado en cueros
No es menos grave la tragedia de la confección, el cuero y el calzado. En Santander, la producción ha descendido al punto más crítico de toda su existencia. En la zona de Chimitá, entre Girón y Bucaramanga, se han cerrado 18 de 21 factorías de cuero y calzado, dejando cesantes a más de cinco mil obreros. Según Cornical, el gremio que reúne a los empresarios del calzado, en 1994 descendieron en más de 10% las exportaciones, sobretodo a Estados Unidos, nuestro principal comprador.
También en Santander, durante 1994, de alrededor de 1.200 empresas de confección, medianas y pequeñas, quebraron 120, y 1.200 obreros quedaron en la calle. Hasta las mismas maquilas, dedicadas a confeccionar por encargo para consorcios internacionales -como sucede con las ensambladoras de Donmatías, Antioquia-, pasan por un duro momento. Allí funcionan alrededor de 125 pequeñas empresas, encargadas de coser bluyines para firmas foráneas. La producción se ha reducido en más de 40%. El desempleo se dispara y la situación social es delicada. El ingreso promedio de las operarias, pues la mayoría del personal es femenino, no llega ni al salario mínimo. En el departamento, la exportación de confecciones a Estados Unidos bajó en 16.8% y a Venezuela en 21.8%. El total nacional empezó a declinar con la apertura a un ritmo de 1.5% al año, pero en meses recientes se ha acelerado.
Un pequeño empresario hizo una patética narración de cómo los dragones asiáticos compiten con sus confecciones en el mercado internacional. Reclutan a miles de mujeres, las hacinan en fábricas flotantes -hasta trescientas por barco-, y parten con ellas en largas travesías. Luego van tocando en los distintos puertos, donde venden a precios irrisorios sus mercaderías.
El hierro y el acero se doblegan
A este sector se le arrebató en los últimos dos años alrededor de 30% del mercado, también por la subfacturación, el dumping, el contrabando, la revaluación y el lavado de dólares. Lo cual, en cifras redondas, equivale a la pérdida de 287 mil toneladas de acero en 1994. En lo que va de 1995 se han importado 26.715 toneladas de alambrón, 51% más que en el mismo período de 1994. Esto le causó pérdidas a Paz del Río por 49.267 millones de pesos en el ejercicio anterior, y por 327 millones a Simesa, pese a que para modernizarse las principales firmas han invertido más de 250 millones de dólares. Ante la vertical caída, Fedemetal pidió cambiar la política de apertura y aplazar el ingreso de Colombia al G3.
Holasa, productora colombo-japonesa que funciona en Medellín, ha interpuesto una serie de demandas contra el dumping en la importación de láminas de acero desde EU, Gran Bretaña y España. La apertura descarga sobre los directamente afectados la obligación de protegerse del contrabando y demás prácticas desleales.
El caso de Acerías Paz del Río, primera siderúrgica del país, hoy en concordato, es bien aleccionador. Su desangre no se detiene. Buscando sobreaguar, se recurrió a vender los mejores activos, entre ellos un gran paquete de acciones de la cementera, subastado en 59 millones de dólares. De los cuales, 42 millones se dedicaron a pagar parte de la deuda externa, que asciende a 140 millones de dólares. Coronar esta operación costó la friolera de 12 millones de dólares, entre comisiones, mordidas y otros desfalcos. Este año se aprestan a vender el 42% restante de las acciones de la cementera y otros importantes activos.
La segunda estrategia patronal ha sido la de golpear a los asalariados, despidiéndolos o tratando de reducir sus ingresos y prestaciones, a lo cual éstos han opuesto firme resistencia, tal como lo constata la huelga de 1994.
Si por allá llueve…
Los papeleros no han logrado superar las nefastas secuelas de la revaluación y la ineficiencia aduanera. En 1994 anunciaron que las exportaciones de papel y cartón se reducirán de manera drástica. Las importaciones de papel, en cambio, subieron ese mismo año a 288 mil toneladas.
Mientras los registros oficiales dan cuenta de la importación de sólo 260 kilos de papel higiénico, los gremios abrigan la certeza de que las entradas ilegales de este artículo no fueron menores a tres mil toneladas en 1993.
Ni qué decir de los tabacaleros. Los cultivadores están en la inopia por la práctica desaparición de sus cultivos, no sólo por la caída en las exportaciones -que en 1994 bajaron en más de 70%-sino por la radical reducción de la demanda interna. Esta última se ve inundada por cigarrillos de contrabando. La mayor parte del mercado ha sido copado por firmas extranjeras, principalmente norteamericanas.
Coltabaco, que llegó a tener siete factorías, se ha reducido a dos. En 1993 declaró pérdidas operativas por más de 10 mil millones de pesos. Los trabajadores despedidos suman más de cien. Para mantenerse a flote, al igual que muchas otras empresas, Coltabaco ha optado por dedicarse a otras actividades, como la construcción.
Debe reiterarse que los grandes damnificados han sido los obreros que, o bien han quedado cesantes, o han visto deterioradas gravemente sus condiciones laborales. La nueva ministra de Trabajo reveló con cinismo que, como resultado encomiable de la ley 50, la contratación a término indefinido había disminuido en 8.4%, mientras que la de término fijo había crecido en 18.7 ciento.