«Existe una esfera sindical, una agrupación de los obreros por oficio y ramas industriales, que se da espontáneamente, sin que medie la conciencia comunista. Esta es su primera forma de organización de clase, imprescindible como escuela de lucha del proletariado y base de apoyo de sus progresos políticos en procura de una más elevada expresión organizativa, su partido revolucionario. La organización sindical es insustituible. Ella abarca teóricamente a toda la clase. El partido se conforma de sus elementos más avanzados, y es la vanguardia esclarecida que guía al proletariado hacia su emancipación y hacia el comunismo. Pero entre una y otra forma de organización de la clase obrera no puede levantarse una Cordillera de los Andes. La burguesía predica desde todos sus púlpitos que el movimiento sindical debe proscribir la política de sus predios, especialmente la política revolucionaria. Los moiristas, a la inversa, creemos que el partido proletario debe nacer y crecer entre los obreros de carne y hueso, que se hallan organizados en sus sindicatos, conocer al dedillo y resolver todos sus problemas y con ellos ponerse al frente del resto de oprimidos de la sociedad colombiana por la liberación nacional y la revolución. Los sindicatos adelantan la lucha económica en procura de mejores condiciones de vida y de trabajo dentro del actual sistema, pero también luchan políticamente por la destrucción del mismo. En las condiciones de Colombia los problemas de la unidad sindical no gravitan privativamente en la órbita gremial sino que pertenecen por sobre todo a la lucha política de los obreros, y su partido puede y debe discutirlos con las clases aliadas que padecen la persecución del enemigo común». («Por una política consecuentemente unitaria. Carta abierta del MOIR al Partido Comunista», MOIR: Unidad y combate, op. cit.)
“Los vendeobreros y revisionistas nos acusan de que somos divisionistas, y se escandalizan por la acción revolucionaria de los sectores más consecuentes del proletariado colombiano. Pero cómo no vamos a ser divisionistas cuando la mayoría de la clase obrera está controlada por la reacción. (…) La división no es mala cuando la división se hace para debilitar la reacción. Si estuviéramos debilitando las fuerzas revolucionarias de la clase obrera tendrían todo el derecho para señalarnos como divisionistas. La división es buena y lo hemos aprendido precisamente del camarada Mao Tsetung, quien se ha atrevido a librar las más grandes batallas del proletariado universal y quien en la República Popular China impulsó este profundo movimiento de la Revolución Cultural que conmovió a toda China, que la dividió, pero que expulsó de su seno a las camarillas revisionistas que traicionaban la lucha del proletariado chino. («Discurso en el Pleno del MOIR», en Tribuna Roja No. 6, febrero de 1972)
«Pero no se crea que las luchas de la clase obrera contra la costra sindical oportunista han sido una reyerta pasajera. Representan años de combate constante y duro, unas veces clandestinamente para eludir la carta de despido o los guardianes del orden, otras a través de las huelgas y paros para conquistar las justas peticiones y defender sus organizaciones. Siempre contra las oficinas del trabajo que ilegalizan asambleas desfavorables a los empresarios y a los esquiroles, congelan los fondos de los sindicatos combativos, persiguen en mil formas a los cuadros más activos y avanzados, por su noble causa han muerto o purgado cárcel muchísimos obreros. La fuerza de la contienda radica en que el imperialismo y sus lacayos le temen como a la peste a un movimiento obrero independiente. Para tratar de impedir su desarrollo se encuentran decididos a emplear todos los medios a su alcance, preferencialmente los instrumentos represivos de la maquinaria burocrática y militar del gobierno de turno. En las sinuosidades de la lucha los obreros han aprendido que para derrotar a sus despiadados enemigos no sirven las acciones aisladas. Sólo las formas de combate que resultan de la movilización o participación masiva de la aplastante mayoría de los trabajadores pueden garantizar el triunfo». (“El secuestro de Mercado y sus implicaciones”, Tribuna Roja No. 20, primera quincena de marzo de 1976)
«El proletariado en su gesta por la revolución de nueva democracia, en procura de la liberación nacional y el derrocamiento de la coalición burgués-terrateniente proimperialista, promueve la pelea cotidiana por las libertades públicas y los derechos democráticos para las masas populares. Denuncia con altivez los recortes progresivos a la limitada democracia burguesa. Defiende y utiliza las escasísimas y cercenadas prerrogativas que aún concede a los oprimidos el régimen imperante. Por eso se organiza en sindicatos, presenta pliegos a los patronos o al gobierno, declara huelgas y concurre a elecciones. No obstante, los pequeños progresos que obtiene en tales lizas, si en verdad los obtiene, los recibe, lo mismo que a la democracia en general, como puntos de apoyo para desarrollar su lucha de clases y acumular fuerzas. No los puede confundir o equiparar con las metas finales, sino reducirlos a sus precisas dimensiones, pasos forzosos en una jornada prolongada de años y decenios. Pero si los obreros y su partido se prosternan ante los gajes arrancados a la brava a los opresores, o concedidos por éstos demagógicamente para aguar la rebeldía y solidificar la esclavitud, de sepultureros del Estado oligárquico antinacional pasan a convertirse en sus entibadores». («El carácter proletario del partido y la lucha contra el liberalismo», Tribuna Roja No. 33)
«Estas estructuras gremiales simbolizan escuelas insustituibles de los trabajadores, donde reciben las lecciones preliminares y forjan los primeros hierros en su larga y enconada contienda de clase. Mas no les bastan para enfrentar con éxito a los esclavistas modernos, no digamos en el multifacético universo de la política, sino incluso en el mismo terreno de las reivindicaciones inmediatas y las reformas por mejores medios de vida y de trabajo.»
«Si el proletariado, al contrario, no transmonta los linderos de sus habituales labores, se reduce a los pliegos de peticiones y los aumentos de salarios, se enconventa huyendo de los peligros de la vida seglar y no acepta el reto que le formula el enemigo de batirse en cualquier sitio y con cualquier arma, será un pobre juguete en las garras de sus depredadores. Pero este salto no podrá darlo espontáneamente. Así como requirió de los sindicatos para adelantar la lucha económica, en la lucha política precisará del partido, su instrumento orientador por excelencia y su más elevada expresión organizativa. El inicio de la actividad partidaria para la masa obrera significa salir de pronto del fondo de un socavón al sol del mediodía. Una alborada jamás soñada despuntará ante sus ojos recién abiertos».
“Los dirigentes obreros que se dejan envolver en la rutina de sus sindicatos, y satisfacen sus mejores ambiciones al conservar, año tras año, un cargo en la Junta Directiva, como cualquier burócrata se oponen a las innovaciones y a la promoción de activistas; o llegadas las horas de las conmociones sociales y del resquebrajamiento de la tranquilidad, exhalan con disimulo sus esencias soporíferas, como cualquier burócrata. Cuando ascienden la cuesta y adelantan la dispendiosa brega por desprender la costra patronalista, reciben gustosos el apoyo del partido; cuando salen vencedores y con la protección del fuero sindical, echan en saco roto las enseñanzas revolucionarias y estiman demasiado onerosas las obligaciones partidarias”. («El carácter proletario del partido y la lucha contra el liberalismo», Tribuna Roja No. 33)
«La fundación de la nueva central representa el último capítulo del prolongado proceso de lucha contra la decadencia de la corriente patronalista de la clase obrera.
«Las centrales controladas por la gran burguesía y por la disidencia revisionista plantearon siempre paros generales, a medida que se iban recortando los derechos de los trabajadores, pero, invariablemente también, o los suspendían, o los traicionaban.
«Siendo presidente del Bloque Sindical Independiente de Antioquia expuse, en 1967, que tales posiciones amarillas jamás tendrían respaldo dentro del proletariado colombiano. En 1969 se declaró un paro para el 22 de enero, y tras permanecer detenidos prácticamente 24 horas en la casa presidencial, los dirigentes sindicales de las aludidas agrupaciones se entregaron y aceptaron hasta la pena de muerte. A raíz de tales acontecimientos, la USO, la niña de mis ojos, se desafilió, si la memoria no me falla, tres veces de la CSTC, la confederación mamerta. Sin embargo, el gobierno, mediante las resoluciones de sus oficinas de trabajo, la volvió a reclutar en las filas del revisionismo.
«Espero que con el cambio de la correlación de fuerzas que estamos celebrando logremos impedir, de hoy hacia el futuro, semejantes procedimientos ominosos». («Saludo del MOIR a la confederación unitaria, CGTD», Bogotá. abril 30 de 1992)