Por Francisco Valderrama Mutis
Mientras la situación de sus fuerzas de ocupación en Irak se ve cada vez más comprometida ante los embates de la resistencia, Estados Unidos prosigue su incesante ofensiva política y diplomática en busca de consolidar su hegemonía global. Bush, quien para su segundo período en la presidencia ha remozado con los más recalcitrantes neoconservadores las posiciones gubernamentales en Washington, ha tomado los resultados de las manipuladas elecciones en Irak como un «mandato» para seguir adelante con sus planes de expansión y pretende comprometer las fuerzas norteamericanas y las de sus aliados en nuevas aventuras contra las naciones que no se someten a sus designios. Sabe que para poder realizar sus sueños imperialistas debe impedir todo asomo de resistencia. Cualquier nación que en ejercicio de su soberanía decida desarrollar planes nucleares que lleven a la potencial obtención de armas de ese tipo es calificada por Washington de «villana» y señalada como objetivo militar. Y aquí es donde encajan las presiones y acosos contra Irán y la República Democrática Popular de Corea, RDPC.
Estados Unidos ha convertido la legítima aspiración de los pueblos de establecer un Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, TNP —cuya vigencia se inició en marzo 5 de 1970 y que hoy cuenta con la firma de 187 países del mundo— e un arma de intervención y agresión. Esta política justa de no proliferación se vuelve hegemónica si no está acompañada de la exigencia a las potencias nucleares actuales de la destrucción de sus propios arsenales, como ha sido denunciado ampliamente por los pueblos y por gentes consecuentes de todo el mundo. Porque se configura una situación desigual en la que una inmensa mayoría de naciones queda sometida a las amenazas de una superpotencia como Estados Unidos, armada nuclearmente hasta los dientes. La misma que con sus ucases imperiales exige a los países que manifiestan autonomía e independencia que no desarrollen programas para la utilización pacífica de la energía atómica ni para la construcción de armas, mientras permite complaciente que aliados, como Israel o Paquistán, lo hagan. Israel inició desde 1950 el desarrollo de este tipo de armas, robando la tecnología a su propio aliado, Estados Unidos. Hoy cuenta con varios centenares de cabezas nucleares y submarinos misileros capaces de hacer blanco en cualquier lugar del Medio Oriente. Pakistán desarrolló armas nucleares y durante más de una década permitió que sus científicos establecieran un mercado negro de tecnología atómica. Al mismo tiempo, Washington adelanta un plan intensivo para el desarrollo de minibombas atómicas que, sofisticando el devastador efecto de las actuales, puedan ser lanzadas contra los países que resistan su dominación.
Frente a la desventaja estratégica que generan todos estos diversos elementos de la política imperialista, países como Irán y la RPDC decidieron desarrollar sus propios programas nucleares, a sabiendas de que un país con un inmenso arsenal nuclear puede ser disuadido si se posee un mínimo armamento de la misma naturaleza y, sobre todo, la capacidad y los medios para utilizarlo en su legítima defensa.
La República Democrática Popular de Corea
El pasado 10 de febrero la RPDC declaró que posee armas atómicas y que suspendía su participación en las negociaciones que se venían realizando en conjunto con Corea del Sur, China, Japón, Rusia y Estados Unidos. Con esta declaración, las autoridades coreanas respondían los ataques de Condoleezza Rice, nueva Secretaria de Estado de los Estados Unidos, quien en las audiencias de aprobación de su nombramiento ante el Senado, volvió a calificar al gobierno de la RDPC como un «puesto avanzado de la tiranía». Respondían también a la aprobación por unanimidad en ambas cámaras del congreso norteamericano de la Ley de Derechos Humanos para Corea del Norte (North Korea Human Rights Act), en el mes de octubre de 2004, que le da vía libre al gobierno de Bush para que amplíe su intervención utilizando todos los medios a su alcance, inclusive el uso de frecuencias de radio y TV, siguiendo el modelo de «Europa Oriental» para socavar y desestabilizar el régimen norcoreano.
El gobierno norcoreano ha insistido reiteradamente en que su único interés en desarrollar armas atómicas es el de contener las agresiones del gobierno norteamericano, que se ha negado a cumplir con la exigencia de garantizarle la seguridad sobre la base de la coexistencia pacífica de las dos naciones. La pretensión del gobierno norteamericano no es tan sólo que se desmonte el programa de armas nucleares, sino que se limite la investigación para los usos civiles de la energía atómica e incluso que el ejército norcoreano cumpla unas exigencias en cuanto a su armamento convencional. A cambio de eso, ofrece convertir la tregua que rige desde los años cincuenta del siglo pasado en un tratado de paz y en suministrar combustóleo para la producción de energía y ayuda alimentaria. En síntesis, pretende que la RDPC quede inerme ante sus garras militares y en condiciones para una futura colonización.
Estados Unidos ha tratado de manipular a los otros cuatro países que lo acompañan en la mesa de negociación con el fin de que ejerzan presión sobre Pyongyang para que acceda a sus demandas. Pero se ha tropezado con posiciones independientes y con prevenciones de algunas de las otras naciones. China, por ejemplo, que a su vez está rodeada por bases norteamericanas en Taiwán, en Japón, en Corea del Sur y en los países del Asia central, no puede ver con buenos ojos esta política. Y Corea del Sur ha manifestado una y otra vez su desacuerdo con la política norteamericana del «garrote», pues parece inclinada a propiciar una solución política negociada que permita una salida pacífica a las justas exigencias de una península coreana desnuclearizada.
De hecho, los países del mundo han visto que una pequeña nación, en medio del aislamiento y el acoso, ha logrado disuadir la agresión del gobierno de Washington, ha sentado a sus funcionarios en la mesa de negociación y ha enarbolado sus justas demandas de seguridad, coexistencia pacífica entre las dos naciones y respeto a su libre autodeterminación e independencia.
Irán
Irán en la actualidad se siente sitiado por los Estados Unidos. Hay decenas de miles de tropas norteamericanas en Afganistán y en Irak, y se conocen los planes para la construcción de doce bases permanentes en éste último país, que reemplazarían las que tenía en Arabia Saudita, además de las existentes en Kuwait y otros países del Golfo Pérsico. El ejército norteamericano ha desarrollado ejercicios militares en el Mar Caspio con los países del Asia Central, ahora bajo su control neocolonial. A esto le tenemos que sumar las declaraciones del Vicepresidente Dick Cheney en una entrevista radial recogida por The Washington Post, el 19 de febrero pasado, en las cuales acusó a Irán de ser una máxima amenaza para la paz mundial por su supuesto patrocinio al terrorismo en el Oriente Medio y porque tiene un nuevo y potente programa de desarrollo nuclear. Afirmó que «dado el hecho de que Irán ha adoptado una política cuyo objetivo es la destrucción de Israel, los israelitas podrían muy bien decidirse a actuar primero y dejar que el resto del mundo se preocupe por limpiar el desorden diplomático después». Para terminar insinuando ladinamente que «nosotros no queremos una guerra en el Medio oriente, si podemos evitarla».
El siguiente 2 de febrero en el discurso sobre el Estado de la Unión, Bush destacó el tema de Irán y señaló a su gobierno como «el principal patrocinador de terrorismo en el mundo (que) procura obtener armas nucleares a la vez que priva a sus ciudadanos de la libertad que anhelan y merecen». Y, en el colmo del cinismo, remató: «Al pueblo de Irán le digo esta noche: En su busca de su propia libertad, Estados Unidos está de su lado».
Inequívocamente, Washington desarrolla una guerra psicológica de ambientación para dar un zarpazo a las instalaciones nucleares de Irán, como lo han señalado diversos comentaristas norteamericanos. El antecedente de la destrucción por parte de los israelitas en 1981 del reactor nuclear que había construido Irak en Osirak, para lo cual contaron con el beneplácito norteamericano, sirve para enfatizar que la posibilidad de un nuevo ataque de esta naturaleza es real. En la reciente gira europea, Bush desechó la idea como absurda, pero después de una breve pausa, terminó diciendo que «habiendo dicho esto, todas las opciones están sobre la mesa».
El gobierno iraní ha respondido reivindicando el derecho de su nación soberana a desarrollar la tecnología atómica para usos civiles y ha firmado acuerdos de asistencia con Rusia. Además, ha enfatizado que responderá con firmeza cualquier ataque que se realice sobre su territorio. La camarilla de Bush sueña con poder controlar todo el petróleo del Oriente Medio y del Asia Central si logra derrotar a Irán o por lo menos desestabilizar su gobierno para lograr un «cambio de régimen», lo cual calcula como un subproducto del mencionado ataque. El apoyo de los disidentes internos parece sin embargo tan ilusorio como el recibimiento con flores que auguraba en Irak.
La resistencia que los pueblos y gobiernos de Irán y la RDPC le oponen a la política imperialista del gobierno de Bush requiere hoy la solidaridad de todos los trabajadores y los pueblos del mundo.