(Discurso pronunciado por Héctor Valencia, secretario general del MOIR, durante el acto realizado el 1° de agosto de 1996 en homenaje al camarada Francisco Mosquera, con motivo del segundo aniversario de su muerte)
Aunque la práctica política de los militantes del MOIR está llamada a constituir una permanente conmemoración de las cualidades proletarias del camarada Francisco Mosquera, aprovechamos estas fechas aniversarias para resaltar la vigencia de sus ideas y, en consecuencia, la necesidad de aprehenderlas plena y firmemente a fin de que guíen nuestras luchas.
Aprehensión imprescindible ya que él, como suele ocurrir con los jefes revolucionarios que abren surcos en la historia, tampoco quedará exento de que se le invoque y se jure y rejure en su nombre con la intención de encubrir palabras y acciones oportunistas, como es el caso de quienes ya vagan por ahí agitando un iluminismo anárquico en busca de cuerpos propicios donde encarnar. Este fenómeno lo describía Lenin como un intento de apropiación para el engaño, que se hace con los dirigentes de la revolución después de muertos, y agregaba que no era objeto de prohibición, «como no se le puede prohibir a una empresa comercial que emplee cualquier etiqueta, cualquier rótulo, cualquier anuncio».
Del ser revolucionario del camarada Mosquera nunca se desligó su carácter antiimperialista. Pero la importancia de este predicado radica en el contenido político concreto que adquiría en su caso: los análisis científicos y el diseño de la política siempre los realizó en el contexto de la lucha de los pueblos contra el imperialismo. Sabía que, para ser correcta, en ninguna circunstancia la táctica puede limitarse a las peculiaridades domésticas sino que debe tener en cuenta la correlación de fuerzas existente entre las clases en contienda a nivel internacional. Semejante enfoque, connatural al marxismo, le permitió acertar en los numerosos combates que libró y labrarse su condición de hombre moderno y universal. El hecho de que al camarada Mosquera, según la expresión común, le cupiera el país en la cabeza, sólo era una particularidad de su captación de los conflictos mundiales en la época del imperialismo. ¿Acaso no es aleccionador conocer y reconocer esta cualidad hoy cuando Estados Unidos, en medio de su empeño por imponer su supremacía en todo el planeta, intensifica su intervencionismo sobre Colombia?
Aleccionador e indispensable sin duda alguna, máxime cuando Washington ríe, con la rimbombante e indecente carcajada de su embajador Frechette, al presenciar cómo quienes detentan el poder económico y político -con candor trágico unos, con repulsiva pusilanimidad otros y algunos más con los rasgos degenerativos propios de los traidores nacionales se ensartan en pugnas determinadas por grados y modos de condescendencia ante sus ultimátums. Y a esa tragicómica contienda se ha querido arrastrar a sectores populares, a sus organizaciones, incluidas las políticas y sindicales, y a sus dirigentes. Mas el intento ha sido en vano, como lo evidencia el hecho de que cuando los trabajadores y la gente del común han podido manifestarse, ya sea dando su opinión, ya sea mediante la acción de masas, siempre les han dado primacía a la defensa de la soberanía nacional y al rechazo – de la intervención norteamericana. Y cada día son menos los integrantes de la burguesía nacional y la pequeña burguesía que, dejándose confundir por la manipulación informativa, dirigen su atención hacia las conflictivas peculiaridades nacionales, y no hacia el acelerado avance del plan neocolonialista gringo.
El actual antagonismo de la nación con el imperialismo norteamericano determina la lucha de clases que se desarrolla en Colombia, la más amplia e intensa de toda su historia. En medio de los relámpagos que produce el choque entre quienes le sirven al imperio o son sus alcahuetes y quienes le oponen resistencia, se ilumina lo esencial de cada clase: las contradicciones que determinan su potencial y sus debilidades. Ocasión sin igual para que la clase obrera, al aguzar su ojo histórico, capte no sólo la realidad actual de las otras clases sino su devenir, su destino. Así podrá consolidar su estrategia y táctica victoriosas. Excelente ocasión también para que las masas afectas al patriotismo, la democracia y el progreso puedan recibir, por experiencia propia, una lección magistral sobre el imperialismo y la necesidad de la revolución. La conjunción de estos dos factores capacitará a nuestro pueblo para iniciar la gran resistencia ante los intentos imperialistas de una nueva colonización.
Que esa conciencia y la acción de las masas constituyen la única garantía para la salvación y el desarrollo independiente de la nación, es hoy una afirmación más necesaria que nunca, pues no obstante la avalancha de daños que siguen causando la apertura económica y el intervencionismo gringo, todavía aparecen dirigentes de organizaciones gremiales, sindicales y políticas que adoptan una-conducta pusilánime, cuando no de desnuda abyección frente a la agresión norteamericana.
Ponerle un cerco al gobierno en busca del eventual derrocamiento de Samper; desestabilizar las instituciones estatales; alentar las actividades reaccionarias y antinacionales de fiscales, policías y políticos que tienen adicción a su intervencionismo; estigmatizar el país ante la comunidad internacional, y someter al chantaje a la nación entera, es la forma que adopta el actual proceso de recolonización de Colombia emprendido por el gobierno de los Estados Unidos. Tal aseveración, comprobada una y otra vez por los hechos durante los dos últimos años, fundamenta nuestra táctica de supeditar todas las contradicciones a la existente entre la nación y el imperialismo, la contradicción mayor. No considerarlo así y darles prioridad a otras contradicciones o igualarlas con la principal, sería caer en la posición frívola del buzo avariento al que sólo le importa su irrisoria pesca submarina mientras amenazan con hacer zozobrar el barco que le suministra el oxígeno.
Para el desarrollo de su agenda intervencionista, Estados Unidos ha contado con el concurso de una siniestra quinta columna, en donde resaltan los Valdivieso, Rozo Serrano, Gaviria, Pastrana, De la Calle, Gómez Hurtado, Sanín, Santos; con la información falaz que orquestan los propietarios de los más poderosos medios de comunicación, con la conducta mezquina y medrosa de la mayoría de los dirigentes gremiales, con el servilismo de buen número de dirigentes políticos pertenecientes a diversas banderías. Con todo, las agresiones y chantajes gringos no se habrían convertido en tan alto riesgo para el destino independiente de nuestra nación si las acciones de los paniaguados de Washington no se hubiesen objetivamente conjugado con la aberrante sumisión de Samper, esa víctima que con sus complacencias espera volver propicio al imperio.
Contra la actitud sumisa de Samper que, en medio de grotescos refunfuños, lo lleva a plegarse a las imposiciones norteamericanas y contra su inclinación hacia un vulgar colaboracionismo cuando se presentan graves quebrantamientos de nuestra soberanía, hemos combatido los moiristas, desde sus primeras manifestaciones. Nuestra contradicción antagónica con el gobierno de Samper hace parte de nuestra contradicción principal con el imperialismo. Ese contenido de nuestra táctica nos diferencia diametralmente de quien s para oponerse a Samper, por lo general fletados por Washington, esgrimen el neomoralismo que han puesto en boga los neoliberales en todo el mundo, es decir, esgrimen los cínicos argumentos que el imperialismo utiliza en su estrategia de dominación global. Nos diferencia de quienes al emprender cruzadas contra la corrupción, y en velación del santo sepulcro de la vieja moral, cohonestan una especie de moderna inquisición civil en la que el gobierno estadounidense funge de gran inquisidor que recompensa a los funcionarios judiciales y policiales que cacen a las personas indeseables o rebeldes que él señale. Una especie de recreación imperialista, a escala mundial, del lejano y salvaje Oeste. Nos diferencia de quienes, por desastrosa ingenuidad o por despreciable astucia, libran batallas equívocas valiéndose de razones y armas equivocadas, o simplemente optan por no librar ninguna batalla, con resultados nefastos para nuestra consistencia como nación.
Recientemente el imperialismo arreció en su embate. Contra Colombia, además de la descertificación y de la presentación de su presidente como un capo en funciones al que se le quitó la visa de ingreso a Estados Unidos, se profieren insultos desde el Departamento de Estado, se ejerce un chantaje cada vez más descarado, y se amenaza con formas más groseras y directas de intervención, sin que se excluyan las militares. Todo ello en desarrollo de un memorial de exigencias, verdadero cúmulo de ultimátums, atribuidos a Frechette, y cuya existencia y vigencia no han sido negadas por ningún funcionario o entidad gubernamental de los Estados Unidos.
A esa intensa acometida imperial, Samper y su gobierno han respondido con una mayor genuflexión. Ya hace más de un año habíamos señalado este rumbo de la situación cuando manifestamos: «Si bien la brutal coacción de Washington ya de por sí implica un grave peligro, Colombia se encuentra en una situación doblemente comprometida cuando, como lo ha observado atónita la nación, el gobierno se pliega». Ante el hecho de que ambos aspectos de la situación, la intervención y la sumisión, adquieren hoy una gravedad sin precedentes, queremos expresar, desde el centro de este acto de esencia mosquerista, la posición del MOIR sobre algunas relevantes imposiciones norteamericanas.
Primero. No estamos de acuerdo con la extradición de colombianos hacia los Estados Unidos. Es un derecho inalienable que el juzgamiento de las personas corresponda al Estado de la nación de la cual son oriundas. La excepción a este principio la establece lo dispuesto en tratados que en pie de igualdad y soberanamente acuerden de manera bilateral o multilateral los diversos gobiernos. En el caso concreto, el tratado de extradición a que se llegó en 1979 con los Estados Unidos carece de un requisito imprescindible: su ratificación, previa aprobación por parte del Congreso. Por lo que es obvio que ese tratado, al no haberse perfeccionado, no ha adquirido vigencia. Además, la extradición está expresamente prohibida por la actual Constitución y nuestra legislación le da el carácter de intangible al derecho que tienen los colombianos a que no se les extradite.
Pero más allá de las razones jurídicas, lo que aquí está envuelto es un problema de soberanía. El gobierno norteamericano, sin ninguna consideración con nuestro Estado de derecho ni con el espíritu y las normas del derecho internacional, de manera unilateral y arbitraria exige que se le entreguen en extradición colombianos para condenarlos y castigarlos. Frente a esa pretensión, el pueblo colombiano ya ha manifestado su posición de rechazo. Cuando en las más diversas formas, directas e indirectas, y en todas las épocas, se le ha preguntado su opinión sobre la extradición, su respuesta siempre ha sido negativa a que se implante. Es primeramente por esto, por ir en contra de la voluntad de la nación, que tal exigencia gringa es inadmisible.
Ahora, ante la presión norteamericana, el gobierno de Samper, poniéndose también en contra de la voluntad nacional, decide «promover la discusión» sobre la extradición, es decir, iniciar un proceso de manipulación de la opinión pública con miras a crear condiciones para que se apruebe en el Congreso.
El MOIR no se opone a la cooperación entre los países, dentro del mutuo respeto a su autonomía y resguardando los derechos democráticos de las personas, con el fin de acordar medidas que permitan contrarrestar los delitos internacionales y someter a debido proceso a quienes lo perpetran. Lo que rechazamos es que se imponga por voluntad del imperio la entrega de nacionales colombianos para luego sentenciarlos bajo normas sustantivas y procedimentales de carácter fascista, como lo pretende Estados Unidos.
Segundo. Siguiendo los dictados de la Casa Blanca, el gobierno ha presentado al Congreso una serie de proyectos de ley dirigidos a introducirle reformas a la justicia. Se trata de satisfacer el memorial de exigencias respecto a las normas contra la producción y el tráfico de narcóticos y, en particular, a su penalización. Aprovecha además para introducir reformas que, como agregado al caos jurídico introducido adrede en la Constitución de 1991, estrechan aún más los pocos márgenes de democracia, tal cual se quiere hacer con la circunscripción nacional electoral para el senado, una disposición que ha favorecido a las minorías.
Con tan complaciente actitud, no debe extrañar que el gobierno anuncie que no va a modificar ninguna norma referente a la Fiscalía, ariete principal de Washington para la coacción y represión, ni tampoco las actuales funciones de la Junta Directiva del Banco de la República, instrumento al servicio de las políticas neoliberales para el manejo monetario y financiero. Si frente a esta situación, el Congreso, por temor o por abyección política, y desechando toda dignidad, aprueba los anunciados proyectos de ley presentados bajo el chantaje del gobierno estadounidense, las masas populares tendrán pleno derecho a levantarse en desobediencia ante esa espuria legalidad.
Tercero. Uno de los más soberbios ucases gringos ordena la erradicación de los cultivos de coca a como dé lugar. En acatamiento, se ha impuesto por los diversos gobiernos la represión contra quienes realizan el cultivo, y la fumigación con glifosato, a pesar de las quejas sobre sus efectos nocivos, v el rechazo de todos los países a su aplicación. Estos son los dos factores que el gobierno samperista, conminado a cumplir con el volumen de erradicación que se le fijó, y sin que su plan de sustitución de cultivos haya arrojado mayores resultados, se empeña ahora en intensificar.
El cultivo de la coca en Colombia, llevado a cabo en los años recientes por miles y miles de familias campesinas, se ha convertido en un problema económico y social que no admite tratamiento represivo. Sólo partiendo de las condiciones de producción y de vida de esos campesinos, a quienes no se puede asimilar a estratos mafiosos ni darles un tratamiento de malhechores, es posible acertar en la solución del problema.
Todo lo contrario hace Samper al enfrentar con violencia a los campesinos cultivadores, algo que coincide con la tesis del general MacCafrey de suprimir el narcotráfico en su fuente. Lo que personajes como el fiscal Valdivieso tratan de justificar, identificando a los cultivadores como narcotraficantes y denigrándolos en razón de que en las zonas de cultivo existen fuerzas guerrilleras. La movilización de las masas campesinas contra la aplicación de políticas norteamericanas respecto a la producción de la hoja de coca, es justa y hace parte de la resistencia antimperialista.
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Al desfile por Washington de políticos desarraigados que claman por la intervención contra el país, al igual que lo hizo aquí Echavarría Olózaga ante el embajador gringo, y a la procesión permanente de dirigentes empresariales cabildeando asustadizos por unos dólares más, se suma el envío por parte de Samper de algunos ministros que todavía tienen visa para que, dados los términos en que Clinton ha colocado la relación, y aunque sea ante funcionarios de poco rango, rindan cuentas, presenten excusas, imploren lenidades y prometan, a la par con lo que se exige respecto al narcotráfico, mayores concesiones económicas y políticas. Se responde así con una diplomacia de rodilleras a lo que ya ha adquirido características de diplomacia de cañoneras.
En contraste, y ante el hecho de que entre las exigencias norteamericanas se destaca la de llevar adelante la política de privatizaciones, como ocurre con Telecom, sus trabajadores se han puesto hoy en pie de lucha, señalando de nuevo el camino a todos los colombianos.
El camarada Mosquera subrayó que la política de apertura económica, la misma que en esencia el gobierno de Samper ha aplicado revistiéndola con la retórica de lo social, trae involucrada la agresión del imperialismo y que con ella la extorsión gringa se torna más «descarnada y cruda, sin miramiento alguno». El desarrollo de estos dos rasgos abominables, agresión y extorsión, es lo que ha generado la actual crisis nacional y no los episodios y conductas, merecedores de repudio y condena si se prueban como ilícitos, en derecho y por jueces no fletados. Las mismas conductas y episodios, en su gran mayoría relacionados con el narcotráfico, que Estados Unidos toma como pretexto para sus atropellos a nuestra soberanía, con la ayuda de la reacción nacional.
En nuestro criterio, sólo esta concepción del problema, al definir la actual primacía del interés nacional, impide que las masas se desarmen políticamente frente a la recolonización norteamericana, y permite trazar una táctica política, correcta y vigorosa, de resistencia contra la intervención gringa.
Camaradas y amigos: Ante la intensidad que alcanzan las contradicciones desatadas por la política de Washington, las masas han venido desentrañando cuáles son las causas y quiénes son los promotores de sus males y previniéndose del letargo y confusión en que las quieren sumir. Resultado formidable e histórico es éste, sin duda alguna, ya que su conciencia antimperialista se convierte en la fuerza política que garantizará la soberanía nacional y pondrá la más sólida base a la revolución de nueva democracia y al triunfo del socialismo.
Así, la convicción de nuestro líder ideológico sobre que las verdades de Marx y Lenin, lejos de marchitarse, reverdecerán, y que los obreros con sus batallas revolucionarias proseguirán tejiendo el hilo ininterrumpido de la evolución histórica, será una realidad.