¡VIKINGOS SE ROBA NUESTRA RIQUEZA Y NO DEJA TRABAJAR!

Cerca de tres mil pescadores artesanales efectuaron el pasado 20 de enero una toma simbólica del Golfo de Urabá. Los trabajadores del mar desfilaron en sus canoas, sobre las enlodadas y embravecidas aguas del Caribe, acompañados por sus mujeres y sus hijos, agitando banderas de Colombia y portando pancartas de cartulina blanca sobre las que se leía, escrita con letras rojas, una denuncia unánime: «Vikingos se roba nuestra riqueza y no nos deja trabajar».

En los últimos años los barcos de la empresa Vikingos, sociedad de la cual es propietario el Estado en un 40 por ciento y en la que posee una buena porción de acciones la familia Santodomingo, violan a diario las disposiciones que prohiben la pesca en determinadas épocas de¡ afio y en franjas marítimas costeras, arrasando tanto con los peces grandes como con los pequeños. El saqueo que efectúa esta compañía es tan vasto que Floro Trejos, un curtido pescador de Turbo, da, para ilustrar la desmesurada devastación ocurrida ‘en la zona, el siguiente dato: «Hace cuatro años utilizábamos 150 metros de redes y regresábamos de la faena hasta con 60 animales. Hoy, para atrapar una docena de peces, es necesario que cada uno de nosotros tenga unos 700 metros».

Las embarcaciones de Vikingos, destinadas a la pesca industrial en alta mar, arrojan sus barrederas tan cerca de la playa que al pasar destruyen los trasmallos tendidos por los pescadores artesanales. No sólo sus instrumentos de labor han estado en peligro, sino también la vida misma de los habitantes de las riberas del Golfo, quienes se han visto obligados no pocas veces a lanzarse al mar y a abandonar sus canoas cuando los barcos de Vikingos se les echan encima.

Este es un conflicto de vieja data. Y dejó de ser un problema sufrido aisladamente por caseríos y pueblos, para volverse el más urgente afán de toda la comunidad de Urabá.

Fue en Apartadó, en diciembre del año pasado, donde delegaciones de ocho regiones concluyeron que, aun por encima de apremiantes necesidades, tales como la falta de equipos adecuados, la escasez de créditos y la carencia de medios de comercialización, los pescadores están obligados antes que nada a unirse para luchar contra los atropellos de Vikingos.

Este primer encuentro halló culpable a la compañía por «la destrucción de viveros, criaderos, cebaderos, alevinos y flora marina; la violación permanente de las vedas y de las áreas de pesca asignadas; la destrucción de los equipos de pesca; la contaminación de aguas y playas, debido a los elevados volúmenes de desechos que se arrojan y que superan el producto utilizable, y la agresión armada contra las personas que han intentado acercarse a los buques para identificarlos».

La denuncia, que luego se remitió a las autoridades nacionales y departamentales, fue firmada por las cooperativas de Turbo y Acandí y por grupos de pescadores de Sapzurro, Capurganá, Necoclí, Casablanca, El Totumo y Tié.

Allí surgió la idea de realizar la toma simbólica del Golfo. Indignados por los ultrajes cometidos por el monopolio pesquero, los hombres consideraron que debían tomar medidas que alertaran a todas las poblaciones y que llamaran a la solidaridad de los trabajadores de la zona.

Testimonios del vandalismo

La asamblea escuchó a Jesús Londoño, proveniente de Tié, y quien relató cómo los barcos de Vikingos destruyeron en segundos los trasmallos de 300 metros que significaban duros años de trabajo para él. Hoy se ve impelido, como los demás pobladores de su tierra, a capturar el pescado por medio de anzuelos y en una canoa de remos. Durante el invierno, que es la época en la que más sopla la brisa, se ayuda con una desteñida vela de trapo.

Felipe Gaviria, un anciano de Turbo, contó que a uno de sus hijos un barco lo obligó a salirse del mar. «A pesar de haber arrojado las redes en las zonas demarcadas por las autoridades para la pesca artesanal, el muchacho fue embestido por la embarcación, cuyos tripulantes ignoraron las señales que él les hizo con una linterna y lo acosaron para que buscara la orilla, a donde tuvo que regresar con las mallas vacías», testimonió el viejo pescador.

Otros asistentes a la reunión declararon que desde los camaroneros de Vikingos se disparó contra Tomás «El Chocoano», contra los hermanos Betancur de Acandí y contra un pescador de Turbo, porque ellos se esforzaron por identificar los nombres de los navíos con los que se cometen los abusos.

Edilberto Barrios, quien es además director de una escuela en Necoclí, dijo que a él también lo habían perjudicado. «Un abogado amigo entabló la respectiva demanda contra Vikingos, pero los jueces resolvieron hacerse los de la vista gorda y me tocó ponerme de nuevo a remendar las redes», explicó Edilberto.

Asimismo se hizo pública otra maniobra con la que se quiere acosar a los pescadores. En Necoclí, por ejemplo, varios de ellos tuvieron que regalar los frutos de su trabajo o devolverlos al agua, cuando motonaves de Vikingos atracaron para feriar una buena cantidad de pargos, sierras, bonitos y otras piezas a precios ínfimos.

Encubrimiento oficial

En 1976, el lnderena expidió una resolución por medio de la cual se estableció la veda pesquera para los grandes barcos, entre el 14 de mayo y el 16 de diciembre de cada año. La misma medida especificó que las compañías que operan con equipos modernos pueden explotar la fauna marina el resto del año, pero respetando la franja adyacente a las costas, de un ancho de una milla náutica, que se destinó para las labores de la pesca artesanal.

Sin embargo, millares de hombres diseminados a todo lo largo de la costa atlántica colombiana saben que ésta no es más que una vana disposición archivada en las gavetas del lnderena. Cuando se acude ante los directivos del ente oficial a exigir el cumplimiento de la resolución, con rostros lastimeros los burócratas contestan que el lnderena no tiene ni los equipos ni el material humano para efectuar dicho control.

A pesar de que los ribereños ven a diario innumerables buques operando en la prohibida milla náutica, incluso embarcaciones extranjeras, en el último año el gobierno apenas sancionó a tres camaroneros. Las multas son tan ridículas que al «Gulf Surf» se le impuso una de $ 19.000, cuando las ganancias, producto de su actividad irregular y los daños por él ocasionados ascienden a cientos de miles de pesos.

Los pescadores artesanales anhelan que se establezca una verdadera vigilancia, sanciones elevadas y que la veda se extienda a algunos de los meses del verano.

Es tal la complicidad del gobierno con los desmanes de Vikingos que, luego de que los trabajadores efectuaron la protesta del 20 de enero, esta compañía pudo arreciar, sin ningún problema, su persecución contra las gentes de Urabá que viven del mar.

Algunos pescadores, atemorizados, guardaron sus aparejos y se dedicaron a cargar bultos o a jornalear en las fincas. «Cada día es más peligroso embarcarse en busca del sustento», dicen con recelo.

Mientras tanto, en las emisoras de Urabá se lee todos los días un boletín con el cual las autoridades exhortan a los pescadores para que, con nombre propio denuncien las violaciones de la veda. «¡Cómo vamos a poder hacerlo! -exclama un hombre negro, de unos treinta años-. No es más que un llamado hipócrita, pues ellos saben muy bien que es imposible para nosotros acercarnos a los camaroneros, y que si lo intentamos, nos voltean las canoas o disparan a matarnos».

A pesar del clima de terror creado por Vikingos, la mayoría de los pescadores pobres continúan navegando en las aguas pardas de Urabá, tras la exigua pesca que aún queda en aquellas corrientes. «Nada ni nadie nos puede sacar del Golfo. Menos ahora, pues si antes estábamos dispersos y aislados, la misma enemiga, la Vikingos, nos forzó a buscarnos y a unirnos. Usted sabe, una sola persona no hace nada de peso, pero si nos congregamos, como lo hicimos, y seguimos en los mismo, tendremos mucha fuerza y finalmente no se nos podrá derrotar», dice con alegre brillo en sus ojos uno de los más sufridos y veteranos pescadores.