FRANCISCO FORONDA, INOLVIDABLE EJEMPLO PARA LA JUVENTUD COLOMBIANA

El último 10 de febrero, Francisco Foronda partió de Puerto Berrío a las cinco de la tarde rumbo a la vereda La Carlota, a donde llegó una hora después, según lo confirman varios campesinos, quienes lo vieron estacionar la motocicleta en la cual viajaba, cambiaron algunas palabras con él y lo despidieron cuando se internó por el camino que conduce a las más distantes viviendas de la región. Para esa noche había convocado una reunión con el fin de acelerar el registro electoral de los seguidores del Frente por la Unidad del Pueblo. Nadie imaginaba que aquella sería la última ocasión en la cual lo verían con vida.

Al servicio de los desvalidos

“Por acá todo el mundo se alegraba mucho cuando venía Pachito”, cuenta una humilde anciana de La Carlota, quien agrega:

“Siempre estaba preocupado por los problemas de toda la gente de la vereda, desde los niños hasta los viejos, y por eso no había quien no lo quisiera”. Se trata de una afirmación que ratifican sin excepción los humildes labriegos de la zona, así como incontables gentes del pueblo en Berrío. Doña Adela Sierra de Foronda, madre de Francisco, dice, por su parte: “Para mí es una satisfacción el inmenso cariño que mi hijo se ganó entre las gentes”. Y recuerda el desprendimiento y la voluntad de servicio a los humildes que lo caracterizaron.

“Cuando los campesinos tenían que venir al puerto, Pacho los traía a almorzar y él mismo les preparaba la comida; a toda hora estaba consiguiendo medicamentos para ayudarles y procurando resolverles cualquier tipo de necesidad que se les presentara. Así era desde niño; yo creo que él nació con esas ideas”. Estas inclinaciones lo llevaron a ingresar al MOIR hacia finales de 1979.

Por entonces, Francisco asistía a clases en el Liceo Idem “Antonio Nariño” de Puerto Berrío, cuyo consejo estudiantil había sido destruido por la persecución oficial después de que los alumnos colaboraron con el paro cívico local de 1977. La primera tarea que la Juventud Patriótica le encomendó al camarada Foronda fue la reorganización del aparato gremial del Liceo. Simultáneamente, tuvo una participación destacada en la campaña electoral del FUP en 1980, y fue activo dirigente de la invasión, de la cual surgió el barrio “17 de Abril”.

Doña Adela rememora esa época desde el momento en que su hijo llegó un día a la casa diciendo que “a veces le pesa a uno haber nacido”. Extrañada, la madre del reconvino, haciéndole ver que él no tenía de que quejarse, pues, “nada le había faltado”. El muchacho replicó con estas palabras: “Mamá, es que usted aquí metida en la casa no se da cuenta de lo que pasa; de que hay gente enferma por el hambre; de que ocurren muertes por las miserables condiciones de vida. Eso no puede uno soportarlo sin que se le revuelva todo, y hay que hacer lo posible para cambiarlo”. Ya a los 17 años, Francisco Foronda comprendió que para acabar con tan oprobiosa situación no existía camino distinto de la lucha revolucionaria, y a ella dedicó sus esfuerzos y desvelos. En los días de la invasión recolectó por el puerto palos, tablas, retales de lona, tejas, cartones. Hasta se llevó de su casa unas esterillas recién compradas por su padre, argumentando que “aquí están para adorno, mientras hay gentes que no tiene donde dormir”.

En el “17 de Abril”, centenares de destechados que, batallando, conquistaron el derecho a la vivienda, recuerdan a nuestro compañero con aprecio idéntico al de los campesinos de La Carlota, de los obreros ferroviarios con cuyas luchas tantas veces colaboró, de los estudiantes del liceo y, en general, de las gentes humildes de Puerto Berrío. “Todo cuanto uno diga de Pacho tiene que ser en su favor”, sostiene una ama de casa. Su vecino relata que “cuando fundamos el barrio él nos dio ánimos, trasnochó varios días ayudando a construir ranchos, hacer atanores y techar palizadas, y hasta le alcanzaron las fuerzas para cercar dos lotes, que después entregó a un par de familias que no pudieron llegar desde el primer momento”. Y a partir de entonces mantuvo su vinculación con los invasores, contribuyó a su organización y difundió entre ellos las tesis revolucionarias”.

“Un camarada ejemplar”

Precisamente en 1980, Francisco figuró en el segundo renglón de los candidatos del FUP al concejo de Puerto Berrío, y fue designado representante de los estudiantes para llevar la palabra en la multitudinaria manifestación del 1° de mayo, fecha internacional del proletariado. Alguno de los camaradas que compartieron con él tareas, dificultades y satisfacciones, lo recuerda como “un compañero ejemplar; el tipo de militante que el MOIR quiere forjar y cuyas cualidades exaltamos en los mártires de nuestro Partido”.

Entre tanto, la reacción comenzó a poner su mira sobre Francisco Foronda. A finales de aquel año, las directivas del Idem le negaron el cupo para el siguiente, alegando que no podían recibir de nuevo a un joven tan “claramente situado en contra de las instituciones”. Ante la polémica que tal hecho suscitó en el liceo, se comenta que uno de los profesores manifestó:

“En esta institución lo que falta es que haya, ojalá, cincuenta o más Pachos Foronda”.

Lejos de amilanarse, Francisco se esmeró aún más en su trabajo partidario. “Se entregó por completo a la política, relata su madre, y cuando en la casa le reclamamos que estudiara, dijo que no sólo en las aulas se aprendía, que la vida está llena de enseñanzas. Se la pasaba en los barrios y en la vereda, cuando no estaba leyendo aquí en la casa sus libros y su Tribuna Roja. Yo me afanaba por esa situación, pues temía que le fueran a hacer daño. Una vez me dijo que si lo iban a matar por sus convicciones, él moriría contento”.

Durante 1981 Pacho atendió el trabajo del Partido en La Carlota. Allí construyó, en conjunto con los campesinos, un centro de salud que llevará en adelante su nombre. Así lo expresa doña Márgara, una de las personas que conoció su vinculación a la vereda. Con lágrimas en los ojos, dice: “Fue un crimen que hirió al pueblo, y el pueblo ha de llevar por siempre en su memoria a Pacho”. Tulio Bohórquez, dirigente de la liga campesina de la localidad, mueve su cabeza con pesar al rememorar a “ese muchacho que nos trajo tan buenas ideas, que después de tantos golpes que nos da la vida nos hizo ganar fe en el futuro de los que nada tenemos en Colombia”.

La noche del 10 de febrero fue tormentosa en aquella zona del Magdalena Medio. Llovió sin parar durante más de 10 horas. En la madrugada del jueves 11, a unos pocos minutos del borde de la carretera, varios campesinos encontraron el cuerpo de Francisco Foronda, tirado sobre el pasto, húmedo, de cara al cielo, con un balazo en el pecho y otro en la cabeza. Sus asesinos, que sin lugar a dudas fueron agentes de los enemigos del pueblo colombiano, aprovecharon la oscuridad y la borrasca para escabullirse sin dejar huellas. Lo que seguramente no esperaban era que, al correr la noticia, tanta gente exteriorizara su íntimo y profundo pesar. De nada valieron el amedrantamiento y las detenciones que las autoridades llevaron a cabo ese día, porque tres mil personas acompañaron a los moiristas y a los familiares de Francisco Foronda Sierra en el penoso deber de sepultar su cadáver, manifestando a todo lo largo de las calles de Puerto Berrío su indignación y su dolor ante el horrendo crimen.

La muerte de Pacho Foronda, como la de todos aquellos que entregan su existencia por la causa del pueblo, pesa grandemente. No sólo entre sus padres y hermanos, no sólo entre sus camaradas, no sólo entre quienes lo conocieron. Pesa también sobre todo el pueblo colombiano, que, como lo dijera un comunicado del Comité Ejecutivo Regional del MOIR en Antioquia, rendirá el mejor homenaje a su memoria llevando”hasta el final la lucha a la cual dedicó, sin ahorrar esfuerzos, toda su promisoria vida”.

Por lo inquebrantable de su decisión de combate, por la firmeza de sus principios, por la abnegación con que sirvió a los desposeídos, Francisco Foronda es un ejemplo inolvidable para la juventud colombiana.