En las Malvinas: LA JUSTA CAUSA ARGENTINA SE IMPONDRÁ

La contienda que enfrenta hoy a Argentina con el colonialismo inglés en torno a las islas Malvinas es el corolario del atropello cometido por Gran Bretaña hace casi un siglo y medio, cuando los comerciantes de este país, entonces pujante bastión del capitalismo europeo, abrían las rutas para sus mercaderías a punta de cañonazos y conquistas. Tan pronto alcanzó su plena independencia, en 1816, la República Argentina tomó posesión efectiva de todos aquellos territorios sobre los que España ejercía su dominio, dentro de los límites del Virreinato del Río de la Plata, incluido el archipiélago de las Malvinas. Cuando en 1825 Londres reconoció el nuevo Estado Suramericano, no puso en duda los derechos argentinos sobre las islas ni presentó reclamo alguno. Sin embargo, en 1833 y sin que mediara apelación alguna, una escuadra de seis navíos británicos se apoderó de las Malvinas tras aniquilar la brava resistencia de un puñado de gauchos encabezados por Antonio Rivero. El pabellón argentino fue arriado y sustituido por el inglés y las islas fueron rebautizadas con el nombre de Falklands.

Cuando el pasado 2 de abril, 4.000 soldados argentinos desembarcaron en las Islas Malvinas del Sur y Sandwich del Sur e izaron la bandera de su país, pusieron fin al dominio colonial británico sobre el archipiélago, que databa de 1833. Desde esa época, Buenos Aires había reclamado justa e insistentemente la soberanía de los territorios insulares, sin que Londres hubiera dado la menor señal de ceder en su usurpación. En los últimos años, el ya moribundo imperio, que forjara Disraelí una centuria atrás, se aferró con obstinación a sus posesiones del Atlántico Meridional.

No solamente en razón de su anacrónico orgullo de potencia venida a menos, sino porque la zona en disputa y la vecina Antártica cuentan con apetecibles recursos petroleros, minerales y pesqueros. Así, los yacimientos de crudo de las Malvinas calculan en más de 200 millones de barriles, mientras que en la región del Polo Sur se ha comprobado la existencia de reservas de níquel, cobalto, cobre, uranio, plomo, estaño, zinc, plata, oro, hierro, cromo y platino. La fauna de esos mares es abundante en bacalao, crustáceos, ballenas y otras especies ricas en proteínas.

El asalto a las Georgias por parte de las tropas inglesas, los combates aéreos y navales que se han librado en el área adyacente a las Malvinas y la determinación del presidente norteamericano de brindar apoyo a Inglaterra y suspenderlo a Argentina han llevado a su clímax las tensiones prevalecientes en torno a la crisis.

Unión ante la amenaza inglesa
Pocos días antes de la operación sobre las Malvinas, la policía y el ejército argentinos abrieron fuego sobre una manifestación popular que protestaba por el desempleo y el caos económico reinantes en la nación. En seis años de tiranía militar, Argentina ha padecido los horrores de una represión fascista que ha cobrado decenas de miles de víctimas, a tiempo que las masas afrontan una acelerada pauperización. Las rebeldías contra la dictadura venían en ascenso y se palpaba por todos los rincones del país. Sin embargo, la recuperación de las Malvinas y la posterior amenaza bélica de Gran Bretaña terminaron sirviéndole al general Galtieri, por lo menos temporalmente, para refaccionar la maltrecha imagen de su régimen y desviar la atención de los acuciantes problemas que agobian a los argentinos. El 10 de abril, la Plaza de Mayo se colmó con una multitud de más de 200.000 personas que vitorearon a los manifestantes uniformados y los respaldaron en su decisión de conservar el archipiélago. Los sindicatos y hasta grupos proscritos por el ejército, como los Montoneros, dieron a conocer su voluntad de colaborar con el presidente, el cual, en medio de la euforia patriótica, llegó a plantear incluso una posible amnistía política.

En busca de solidaridad
Al otro lado del océano, la Comunidad Económica Europea se colocó unánimemente de parte de Inglaterra, decretando un embargo a la venta de armas y repuestos militares a Argentina y un bloque a todas las importaciones provenientes de la nación suramericana, las cuales pueden sumar unos 1.760 millones de dólares.

El 3 de abril el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó, por 10 votos a favor, uno en contra (Panamá) y cuatro abstenciones (Estados Unidos, Unión Soviética, China y Polonia), la resolución 502, basada en una propuesta británica, en la que se exige “el cese inmediato de las hostilidades” y “la retirada de todas las fuerzas argentinas” de las Malvinas. La embajadora estadounidense ante el organismo internacional señaló que en su opinión Argentina era el país agresor y el causante de la crisis.

Ante el revés sufrido en la ONU, Buenos Aires solicitó, el 20 de abril, una reunión de consulta de los cancilleres de la OEA, con la esperanza de que se invocarán las acciones previstas en el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR). Según este pacto, los Estados signatarios (21 en total) están obligados a apoyar económica, política y militarmente a cualquier miembro que sea atacado por una potencia extracontinental.
Cuando fue creado, en 1947 y a instancias de Washington, el TIAR se sumó a las otras alianzas bélicas con que el imperialismo yanqui consolidó su dominación en casi todo el orbe, después de la Segunda Guerra Mundial. No obstante las peticiones argentinas, el foro de la OEA, reunido el 28 de abril, decidió no invocar las medidas del Tratado contra Inglaterra y más bien optó por una resolución que reconoce “los derechos de la soberanía de la República Argentina sobre las Islas Malvinas”, urge a las partes enfrentadas a no agravar la situación, y deplora los actos coercitivos de la Comunidad Europea que perjudican al pueblo argentino.

Estados Unidos con Inglaterra
Desde un comienzo, Norteamérica mostró una marcada inclinación por la causa colonialista británica. No sólo se opuso a la convocatoria del órgano de consulta del TIAR y a la disposición emanada del mismo, sino que a través de la mediación de Alexander Haig ejerció continuas presiones para que Argentina cediera a las demandas de Londres. El presidente del Senado gringo, Charles Percy, afirmó el 25 de abril, expresando el sentir mayoritario del Congreso:

“Se requiere una exhibición de fuerza en este caso y resulta incuestionable en mi mente hacia donde se encaminan los sentimientos del público. Ellos están solidariamente con el Reino Unido”. El 29, la Cámara de Representantes pidió a Reagan una definición a favor de Inglaterra, y, al día siguiente, la Casa Blanca se decidió por fin a hacer público su compromiso con Gran Bretaña. Luego de acusar a Argentina de intransigente en las negociaciones, el Departamento de Estado enumeró cuatro sanciones contra Buenos Aires: suspensión de cualquier exportación de carácter militar, retención de los certificados que necesitan las empresas yanquis para vender material bélico, congelamiento de nuevos créditos del Eximbank y de las exportaciones de materias primas. Asimismo, el Ejecutivo estadinense dijo que “responderá positivamente” a las solicitudes de ayuda militar de los ingleses.

El gobierno de Washington prefirió apuntalar a su más firme aliado europeo y pieza clave de la OTAN, con el cual ha contado invariablemente para impulsar su estrategia en los cinco continentes.

Una derrota inglesa provocaría la caída del régimen conservador de la señora Thatcher, quien se identifica ciento por ciento con la política exterior de Reagan. Dicho en otras palabras, dentro de los intereses globales de Norteamérica pesa más Inglaterra que Argentina. El pronunciamiento de la superpotencia de Occidente envalentonó a la Primera ministra Inglesa, quien ordenó a su armada redoblar las incursiones contra las fuerzas argentinas.

Muy contados han sido los países americanos que siguieron a Estados Unidos en su conducta. Entre ellos, naturalmente, se encuentra Colombia. Con alegatos de rábula, el canciller Lemos rechazó el documento en que se reconocen los derechos argentinos y en forma desvergonzada concluyó que el ataque de la flota de Su Majestad “no puede ser considerada por más esfuerzos de imaginación que se realicen, como una agresión extra-continental”.

Llegó hasta a insinuar que los colonialistas tenían razón en defender sus dominios. Reafirmando su ya larga tradición de lacayismo, el gobierno oligárquico de nuestro país se sumó en todas las votaciones a los yanquis y se aisló de la inmensa mayoría de las naciones del Hemisferio que se solidarizaron con Argentina.

En las circunstancias por las que atraviesa el mundo, el conflicto de las Malvinas adquiere ribetes de suma peligrosidad. El socialimperialismo soviético no ha ocultado su propósito de aprovechar cualquier oportunidad que le ofrezca la crisis, posando de defensor del pueblo argentino y preparándose para incrementar su penetración en el Continente. Ya La Habana se mostró dispuesta a suministrar apoyo militar a Buenos Aires y el general Galitieri indicó hace unos días que estaba decidió a aliarse “hasta con el diablo” si ello fuera preciso. La situación de guerra en el Atlántico Sur bien puede alterar la correlación de fuerzas de las dos grandes potencias en el extremo meridional del Continente y aumentar las contradicciones que proliferan en esta parte de la Tierra.

El desigual combate que libra Argentina contra el colonialismo inglés y sus aliados europeos y norteamericanos cuenta con la simpatía de los pueblos del mundo. No importa cuán enormes sean los sacrificios que tenga que afrontar el hermano país, ni cuántos barcos y aviones lancen a la batalla sus enemigos; de todas maneras, la causa argentina a la larga saldrá airosa y los poderes de la agresión y la expansión se verán obligados a batirse en retirada.