A pesar de su tradicional desarrollo en el contexto del hemisferio. Argentina también se tambalea y su economía corre vertiginosamente hacia el fondo del abismo. El estancamiento y la quiebra del sector industrial, la bancarrota financiera, el déficit de l la balanza de pagos, la devaluación galopante, el desempleo, la insolvencia en las finanzas públicas y la cuantiosa deuda externa, son signos inequívocos del abatimiento del país.
Distintos modelos, ninguno de ellos exitoso, ha ensayado la dictadura militar desde cuando asumiera el poder el 24 de mayo de 1976. Estos van desde los de corte neoliberal, hasta los que tratan de devolverle al Estado la función de intervención en el proceso económico.
Obviamente, una de las primeras fórmulas consistió en la apertura del mercado interno a la competencia extranjera. Se decretó la libertad de precios y de las tasas de interés, se eliminó los subsidios, se suprimió el control de cambios, y se abrió, aún más, las compuertas a las inversiones de los monopolios imperialistas. Argentina se convierte así en un campo de experimentación de una de las tantas versiones latinoamericanas de la llamada Escuela de Chicago. Los resultados no se hicieron esperar. La producción de bienes y servicios ha ido en un constante desmedro, hasta llegar en 1981 a una tasa negativa de crecimiento del 6.1%. De enero a septiembre del mismo año quebraron 1.886 empresas y actualmente se calcula que las fábricas funcionan al 50% de su capacidad instalada. Se resintieron fuertemente los renglones de diesel y fuel oil, confecciones, energía eléctrica, ácido sulfúrico, cemento, hierro primario, acero crudo, laminados, vino, azúcar, televisores, automotores, tractores, pastas celulositas, papel y cartón. La agricultura también tuvo su retroceso. Descendió la producción de trigo, girasol, lino, uvas, algodón, tabaco, té, naranjas, manzanas, peras y carne vacuna. Las tierra ganaderas abandonadas no se han utilizado para la siembras como ocurría años atrás. En la agroindustria las quiebras son igualmente frecuentes y, por el alto costo de los insumos y del dinero, el futuro de los cereales es bastante incierto.
Los otros sectores económicos tampoco escapan a las dificultades, puesto que, entre 1980 y 1981, la construcción, el comercio, los transportes y los establecimientos financieros disminuyeron sus operaciones en 69, 279, 121 y 64 millones de dólares, respectivamente.
Lo que sí ha crecido en Argentina es la deuda externa, la remisión de utilidades de las empresas extranjeras, las tasas de interés, la devaluación, los precios, el desempleo, el déficit fiscal, en una palabra, el saqueo y la explotación imperialistas.
El pueblo está encadenado a la banca internacional con cuarenta y tres mil millones de dólares. Argentina necesitaría un equivalente al 153% de sus exportaciones para cancelar la amortización y los intereses de la deuda externa que vencen en 1983. El año pasado el país incumplió el pago de 2.300 millones de dólares que debía girar por los mismos conceptos. Y todo esto, mientras la balanza de pagos registró en 1981 un saldo rojo de 3.500 millones de dólares, y por consiguiente, las reservas internacionales sufrían una baja ostensible.
En marzo de 1980 les llegó el turno a los intermediarios financieros con la bancarrota del Banco de Intercambio Regional. Era apenas el comienzo, ya que un breve lapso sucumbieron unas tras otras 118 corporaciones, arrastrando consigo innumerables empresas y traumatizando toda la economía nacional. Las altas tasas de interés, que fluctuaban entre l6% y el 10% mensual, no sólo permitieron fabulosas captaciones con las que los banqueros alimentaron sus auto-prestamos, sino que los ahorros privados terminaron canalizados hacia actividades especulativas o de alto riesgo. Las cuantiosas pérdidas ocasionadas por las falencias y los manejos fraudulentos las asumió el Estado a través de la banca central, tal como viene sucediendo en Colombia y en gran parte de América Latina.
El 6 de julio de 1982 el ministro de economía, José Maria Dagnino Pastore, promulga la nueva estrategia de la junta militar, implantando una reforma financiera que limita los márgenes de las tasas de interés, establece el cambio múltiple de la divisa autoriza el endeudamiento de las empresas con garantía del Estado y, finalmente, determina un control laxo de las importaciones.
Seis meses después el cambio de rumbo de la economía vuelve a ser noticia. El generalato a de aceptar todos y cada uno de los dictados del FMI, para poder gozar del visto bueno de dicha institución, con el objeto de obtener un préstamo de emergencia de 2.200 millones de dólares por parte de 263 bancos extranjeros, a la cabeza de cuya negociación estaba el City Bank de Nueva York. El nuevo zar de la economía argentina, Jorge Wehbe, dispuso la cancelación de la reforma financiera y determinó la elevación de las tasas de interés al 11.5% mensual para los créditos de más de treinta días, con el argumento de “atraer nuevamente a las entidades financieras los fondos líquidos que salieron del sistema en los últimos meses”. El Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, importante organización gremial que agrupa a 180 bancos y cooperativas de crédito, declaró que “el conjunto de medidas recrea un mecanismo cuyos nefastos resultados son conocidos, elevadas tasas de interés con la intención de alentar la especulación bancaria, imponer una política monetaria restrictiva que persigue mejorar la situación del sector externo, cumpliendo los términos del Fondo Monetario Internacional”.
A pesar de estos virajes y de las distintas prescripciones, y precisamente por ello, la economía no se recupera. La devaluación entre diciembre de 1981 y noviembre de 1982 alcanzó la cifra del 455% y la inflación llegó el año inmediatamente anterior al tope de 220%, la más elevada en los últimos seis años. El peso de la crisis se ha descargado básicamente sobre los trabajadores, pues el salario real decrece día a día y cerca de un millón cuatrocientos mil desempleados padecen la más angustiosa miseria.
La mejor enseñanza para extraer de la catástrofe de estos tres países es que la solución sus problemas no puede depender de las formulas cocinadas por las diversas escuelas económicas apologistas del imperialismo. Sólo liberándose de la coyunda neocolonial y manteniendo plenamente la independencia y la autodeterminación nacionales, florecerá el desarrollo social y económico sobre bases sólidas y en beneficio de las grandes masas explotadas y oprimidas de hoy.