Un 23 de enero, de esto hace ya 20 años, cerca de 200 operarios en huelga paralizaron la factoría de cementos El Cairo, situada a orillas del río……. y a escasos kilómetros de Santa Bárbara. El Cairo, eje de la producción Cementera de Antioquia, suministraba un poco más de 600 toneladas diarias (el 40% del total en el departamento) y proveía de materia prima clinquer, a Cementos Argos de Medellín. El conflicto, originado en la frustrada negociación de un pliego de peticiones, entrañaba así un desafío a los monopolios de la construcción y el cemento, en particular al constituido por Argos, Nare y Cairo, que controlaba por entonces la cuarta parte del mercado nacional.
La presión ejercida por las empresas cementeras sobre el gobernador Fernando Gómez Martínez rindió pronto sus frutos. Como se trataba de impedir que Cementos Argos quedara también paralizada por carencia de materia prima y, además de asegurar el abastecimiento del mercado, fueron puestos por el gobierno a la disposición de aquellos 42 vagones de los Ferrocarriles Nacionales, para movilizar el mineral entre Puerto Inmarco, cerca de Nare, y Medellín.
Con el fin de quebrar el paro, el gobierno intervino asimismo para forzar a los transportadores particulares que en épocas normales se encargan de conducir el clinquer hasta cementos Argos. Pero el 16 de febrero, los dueños de 45 volquetas se negaron a servir de esquiroles. Ya a estas alturas, el régimen de Guillermo León Valencia, cuyo ministro de Trabajo era precisamente Belisario Betancur, se hallaba decidió a recurrir al argumento de la fuerza bruta. Súbitamente se reforzó la soldadesca acantonada en Santa Bárbara; era el preludio de lo que sobrevendría.
En la mañana del 23 de febrero, una caravana de 40 volquetas prestadas por el Municipio de Medellín y protegidas por destacamentos armados logró llegar a las canteras que poseía El Cairo en Montebello, donde un grupo de rompehuelgas se prestó para las tareas de cargue.
Horas después, los camiones repletos de caliza emprendieron el camino de ascenso a Santa Bárbara. Ya se sabía, y de seguro se comunicó a Bogotá, que a lo largo de los barrancos que dominan la carretera se apostaban centenares de obreros y gentes del común resueltos a impedir, con palos y piedras, que la maniobra patronal se consumara. La orden del gobierno fue flexible; tirar a matar.
Bajo instrucciones de las altas esferas, el ejército abrió a las 5 de la tarde nutrido fuego de fusil contra los grupos de ciudadanos, asesinando a trece personas, incluida una niña. La provocación había sido maquinada a conciencia y premeditadamente.
Aun cuando algunos han pretendido echar toda la culpa sobre el gobernador de Antioquia, la solidaridad cómplice que recibió del Ejecutivo demuestra que no obró por su cuenta. Y fue Belisario Betancur, el hoy benemérito, amigo de los pobres y guardián de la paz, quien primero puso las manos en el fuego en defensa de su subalterno: “En Gómez Martínez tiene el parlamento, que lo cuenta entre los más insignes miembros del Senado, y tienen la sociedad y el periodismo, a uno de los más serenos y severos dirigentes, y le han dado pleno respaldo por sus condiciones de hombre público y de gobernante”.
(El Colombiano”, 26 de febrero de 1963).