Recientemente periodistas de Tribuna Roja estuvieron en México. Allí realizaron, en la ciudad de Monterrey, el siguiente reportaje:
Monterrey está al norte de México, al pie de la Sierra Madre Oriental y en el enorme desierto que se extiende más allá de la frontera con los Estados Unidos. En la capital del Estado de Nuevo León, la cuarta ciudad de México en población, con unos 2 millones de habitantes, y un importante centro industrial y comercial.
En las afueras de Monterrey hay una pequeña cadena de cerros rocosos y áridos, resquebrajados por la labor de las empresas que adelantan en varias canteras la explotación de piedra para la construcción. Cerca de allí se extiende uno de los más grandes barrios de invasión de México. En unas treinta hectáreas de terrenos pedregosos, alrededor de mil quinientas familias de inmigrantes campesinos y de necesitados han erigido sus rústicas viviendas. Estas, como es lo corriente en la mayoría de los países de América Latina, han sido hechas con sobrantes de madera, con esterilla, cartones, latas de zinc, y en el mejor de los casos, con bloques de cemento y arena. Sobre algunos de los techos, y sostenida por una vara, flota la bandera de México, de granjas verticales verde, blanca y roja. En otros lugares ondea una enseña blanca estampada con la efigie de Emiliano Zapata, el líder agrario de la revolución de principios de siglo. En las paredes de las pequeñas casas abundan las consignas antigubernamentales y afiches que invitan a reuniones y celebraciones populares.
En un galpón se congregan semanalmente los habitantes de la colonia Topochico (colonias denominan en México a los barrios), a considerar la solución de sus numerosos problemas.
En los rostros vivaces y aceitunos de las gentes se prolongan, casi sin modificaciones, los rasgos de los antiguos mayas y aztecas, vestidos con trajes blancos y habanos, curtidos por el polvo y la mugre, descalzos muchos y otros con alpargatas, los invasores de Topochico más parecen campesinos que hombres de la ciudad. La mayoría procede, efectivamente, de las zonas rurales. Durante décadas el gobierno arrancó a los labriegos las pocas conquistas logradas en los días de las peleas que encabezaron Villa y Zapata. La vida de los campesinos pobres y de los jornaleros se torna cada vez más angustiosa. Las autoridades protegen y alientan a los latifundistas y obligan a los ejidatarios a asociarse por mandato imperativo de la ley y a someterse a ellos. Para los pequeños propietarios no existen créditos, asistencia técnica, obras de riego, maquinaria ni facilidades de mercadeo. Los cultivadores están cada día más necesitados y se ven empujados a subastar y abandonar sus tierras. En las estaciones de las rutas de buses, en las ciudades y pueblos, es usual encontrarse con familias enteras de campesinos que pasan la noche durmiendo sobre las duras baldosas de los terminales, a la espera de proseguir al día siguiente la ruta azarosa que los conduzca a otras tierras o a los gigantescos cinturones de miseria que acordonan las ciudades.
Durante los últimos años, el ejército, la policía y las llamadas guardias blancas han asesinado a decenas de campesinos y de indígenas. Aún se recuerdan los crímenes cometidos por las autoridades en Chiapas, Las Huastecas, La Sierra de Puebla, Michoacán y Veracruz. A pesar de la cruenta represión terrateniente, en México se han venido multiplicando las tomas de tierras y los pobres del campo han entrado en el proceso de superar la dispersión y el aislamiento y de construir una organización nacional que represente los auténticos intereses del campesinado. Uno de los primeros pasos para conseguir la unificación de los numerosos grupos agrarios han sido los encuentros efectuados por la Coordinadora Nacional Plan de Ayala, los que han contado con la asistencia de importantes comunidades campesinas y con delegaciones obreras, populares, estudiantiles y de trabajadores del arte.
El Frente Popular Tierra y Libertad
La acelerada pauperización que sufre el campo mexicano ha agudizado el éxodo de los labriegos hacia las ciudades y, en consecuencia, el surgimiento de los barrios de invasión. En el caso de Monterrey, por ejemplo, la colonia Topochico fue precedida por las fundaciones de la Genaro Vásquez, la Tlatelolco y la San Cosme, a finales de la década de los 60. En 1973, 30 familias llevaron a cabo la primera toma dirigida por el Frente Popular Tierra y Libertad, organización que se ha puesto a la cabeza de la lucha por la vivienda en Monterrey. Desde un comienzo se procedió al agrupamiento de los arrendatarios en el Movimiento Inquilinario, para oponerse a los escandalosos reajustes de las rentas de las casas. En algunas ocasiones, cuando se comprueba que los ocupantes, con el pago del arriendo de muchos años, han cancelado a los grandes propietarios el valor de las residencias, el movimiento pelea por la expropiación de las viviendas. Posteriormente los esfuerzos del Frente de han centrado en la conquista de la tierra y en la consecución de los servicios de acueducto, energía eléctrica, alcantarillado, puestos de salud y escuelas. Las mujeres se han nucleado en las Ligas Femeninas y cumplen destacada labor en las tareas organizativas, en las brigadas de salud y en la realización de kermeses para recolectar fondos. Sólo en Topochico más de mil mujeres integran la Liga Femenil.
“Esta manera de asociarnos ha beneficiado mucho al Frente y nos ha permitido vencer un poco las actitudes machistas de los hombres, que en un principio no querían que nosotras participáramos en la pelea”, recuerda una de las mujeres de Topochico.
El Frente Popular Tierra y Libertad aglutina en Monterrey alrededor de treinta mil integrantes de las familias asociadas. A comienzos del año pasado, y con la solidaridad de los sindicatos y de otras organizaciones populares, el Frente realizó en la ciudad una manifestación de 60 mil personas para protestar por la muerte de cinco invasores a manos de la policía. A su vez, Tierra y Libertad apoya permanentemente las contiendas de los obreros de las minas, de las fundidoras, del acero y del vidrio; de los campesinos y del estudiantado; y hace parte del Frente Local contra la Represión.
En agosto del año pasado, el Frente se unió al repudio general contra las alzas del transporte, que en Monterrey cobraron un porcentaje más elevado que en el resto de México. El pasaje en bus se estableció en cuatro pesos mexicanos, aproximadamente unos nueve pesos con diez centavos en moneda colombiana. Algunos sostienen que en los dos últimos años el costo de la vida se ha elevado en un 50 por ciento. Los ingresos reales de los trabajadores se han deteriorado notablemente. El salario mínimo continua siendo de 199 pesos mexicanos diarios, unos 450 pesos colombianos. El alquiler de una casa en un barrio de invasión vale mínimo mil pesos mexicanos, y cinco mil en un sector residencial.
Otra de las campañas del Frente está dirigida a resolver los problemas de la salud. “Al principio los posesionarios contaron con la colaboración de varios médicos, que efectuaban las consultas que el gobierno se negaba a prestar. Antes de que ellos atendieran ese servicio morían muchos niños en las colonias”.
La gente se la pasaba diciendo; “Vamos a velar angelitos”. Ahora, por los esfuerzos y sacrificios de la comunidad, casi se ha eliminado la mortalidad infantil. Estamos bregando para que las autoridades no nos envíen sólo pasantes (practicantes) y para que doten los puestos de salud que hemos construido con médicos titulados. Lo que pasa es que Salubridad le paga al titulado 28.000 pesos mensuales mientras al pasante le paga 2.000”, relata una de las integrantes de la Liga Femenil.
Hacia una organización nacional
El 16 de abril del año pasado, en la ciudad de Durango, se reunieron delegaciones provenientes de Culiacán, Monterrey y Guasave, Acapulco, Taxco, Cuernavaca, Zacatecas, Jalapa, Tampico, Distrito Federal, Estado de México, Uruapán, Torreón, Monclova, León, Tijuana, Fresnillo, Guadalajara, y otras localidades, con el fin de tratar sobre las tareas para construir una organización única del movimiento urbano popular de México. Bajo la carpa de un circo, los mil quinientos asistentes escucharon el informe del Comité de Defensa Popular Francisco Villa de Durango, que, a nombre de las organizaciones de la Coordinadora Nacional Provisional de Movimientos Populares, resumió las experiencias de un año de combates.
Los principales acuerdos de este evento fueron: constituir una Coordinadora Nacional de Movimientos Urbanos Populares; mantener estrechos contactos con las organizaciones campesinas Plan de Ayala, con los Trabajadores de la Educación y el Frente Nacional contra la Represión, para avanzar en las batallas generales de las masas mexicanas, y editar un periódico nacional.
En el encuentro de Durango se planteó la lucha ideológica de varias y distintas posiciones respecto a la caracterización de la sociedad mexicana, a la actual etapa de la lucha de clases en este país, a la política de alianzas, a la táctica y la estrategia de la revolución.
Según lo informó el periódico de la Organización Revolucionaria, Compañero, durante las sesiones de Durango varias agrupaciones expusieron la necesidad de participar en las luchas electorales, abandonando las estériles posiciones abstencionistas que hoy campean en las toldas de la izquierda mexicana. Para estas organizaciones “la lucha debe combinar siempre las formas legales e ilegales”. “No es correcto dejar las amplias masas a merced del Partido Revolucionario Institucional, PRI (partido de gobierno) ni del reformismo”, reseñó la publicación Compañero. Y agregó al final de su nota: “En la Coordinadora Nacional de Movimientos Urbanos y Populares hay divergencias de línea política. Es por eso que las organizaciones que hoy la componen deberán avanzar en la discusión de la táctica general, de la combinación de la lucha legal e ilegal en todos los terrenos y de la caracterización de la etapa actual de la lucha de clases”.