EL ZARPAZO SOVIÉTICO – CUBANO EN EL CUERNO DE ÁFRICA

Como parte importantes de su ofensiva militar estratégica, el Kremlin sentó en firme sus reales en la región del Cuerno de África a partir de mediados de la década de los sesentas. Para alcanzar sus fines imperiales se ha valido de la traición, la intriga, la subversión, el soborno y la agresión armada.

El área en cuestión, conocida como “la cerradura del Mar Rojo”, abarca tres países- Etiopía, Somalia y Djibuti – con una población de 34 millones de habitantes,

La trascendencia de esta punta del continente africano estriba en que desde allí se puede controlar totalmente la ruta marítima del Canal de Suez, que une el Mediterráneo y el Índico. Por el Estrecho de Bab- el- Mandeb cruzan a diario numerosos barcos petroleros provenientes del Golfo Pérsico con destino a Europa Occidental y Estados Unidos; la próxima ampliación del Canal permitirá el paso de los enormes tanqueros que hoy día tienen que circunnavegar África por el Cabo de Buena Esperanza, con lo cual aumentará la importancia de la vía del Mar Rojo.

Desde cuando emprendieron la expansión colonial, en la segunda mitad del siglo XIX, las potencias europeas pusieron sus ojos en la estratégica zona del cuerno: Italia ocupó Eritrea (el litoral etíope) y se dividió Somalia con Inglaterra; Francia, por su parte, incorporó Djibuti a su imperio. En 1935, las hordas de Mussolini invadieron Etiopía y, años más tarde, lograron el dominio de toda la región. Después de la Segunda Guerra Mundial, la Norteamérica victoriosa impuso allí su influencia, particularmente a través del emperador etíope Haile Selassie. Las luchas de los pueblos del Cuerno de África contra la dominación yanqui comenzaron a ser aprovechadas por Moscú desde principios de la década de los sesentas, en su búsqueda de posiciones claves.

La toma de Etiopía
La antigua Abisinia es, sin lugar a dudas, el país del Cuerno de África que mayores atractivos posee para los imperialistas debido a su ubicación (más de 800 kilómetros de litoral con el Mar Rojo, incluido parcialmente el Estrecho de Bab-el-Mandeb), su tamaño de 1.222.000 kilómetros cuadrados y su población de treinta millones de habitantes. Durante muchos años fue, junto con Liberia, el único territorio independiente de África, gobernado por una nobleza feudal cuya figura más prominente fue el emperador Haile Selassie. El 90 por ciento de la tierra pertenecía tradicionalmente a la familia real, a la aristocracia y al clero; millones de campesinos languidecían por generaciones bajo el yugo de los terratenientes. El “rey de reyes”, como se hacía llamar aquel sátrapa, fue un amigo incondicional de Estados Unidos entre 1945 y 1974, fidelidad que Washington recompensó a manos llenas, puesto que lo consideraba su puntal en la ruta de Suez. El interés gringo por Addis-Abeba se nota claramente en las siguientes cifras, correspondientes a 1975: el 96 por ciento de la asistencia estadounidense al África fue destinada a dicha nación, lo mismo que el 57 por ciento de los fondos para entrenamiento técnico y el 70 por ciento de las ventas a crédito.

El 12 de septiembre de 1974 se produjo un golpe militar que dio al traste con la anacrónica monarquía; asumió el Poder el Consejo Administrativo Militar Provisional (“Derque”), encabezado por el general Aman Michael Andom, el cual fue asesinado dos meses más tarde y reemplazado por el general Teferí Bantí y el mayor Mengistu Haile Mariam. Los nuevos gobernantes desataron una feroz represión contra todo aquel que osara disentir. Entre 1974 y 1975, centenares de obreros, campesinos y estudiantes cayeron bajo el fuego oficial. Los años siguientes transcurrieron en medio de la dictadura fascistoide y la hambruna generalizada, no obstante las reformas demagógicas de los chafarotes.

El advenimiento de la administración Carter facilitó los avances soviéticos en el Cuerno de África. Tan pronto como se instaló en la Casa Blanca, el mandatario yanqui condenó al régimen etíope por violaciones a los derechos humanos y amenazó con suspenderle toda ayuda.

Entonces comenzaron a precipitarse los acontecimientos. El 3 de febrero de 1977, dos semanas después de la posesión de Jimmy Carter, fue depuesto y ejecutado el general Banti; emergió como hombre fuerte el mayor Mengistu, quien a los pocos días reveló al mundo su alinderamiento con la URSS. En ese mismo mes, el nuevo agente de los rusos expulsó de Etiopía a toda la misión militar norteamericana y canceló compromisos con Washington. El 4 de mayo, Mengistu realizó una visita a Moscú, donde suscribió con los soviéticos un “tratado de amistad y cooperación” que establecía lazos políticos, culturales y económicos entre los dos Estados. Poco después, el 20 de noviembre de 1978, se consolidó la influencia de la URSS en Etiopía, por medio de un pacto militar bilateral.

El socialimperialismo convirtió a este títere en su punta de lanza en el área. Para tal efecto, despachó a Addis-Abeba miles de millones de dólares en armas y municiones, reforzó el ejército etíope con mercenarios cubanos y asesores de Alemania Oriental y obtuvo bases navales en el archipiélago Dahlak, así como en los puertos eritreos de Massawa y Assab. En la ribera oriental del Estrecho de Bab-el-Mandeb, Moscú goza de facilidades portuarias en Adén y en la isla Socotra.

El conflicto de Ogadén
Somalia es una joven república, nacida a la vida independiente en 1960, con enormes dificultades económicas y apenas tres y medio millones de habitantes. De la prolongada dominación colonial anglo-italiana heredó, entre otras cosas, una disputa territorial con su vecino etíope en torno a la región de Ogadén, rica en yacimientos de petróleo y gas natural. Al trazar las fronteras de la posguerra, los europeos colocaron esta zona bajo jurisdicción de Addis-Abeba, sin tener en cuenta que allí vive desde hace siglos una parte de la población somalí (hoy cerca de un millón de personas), la cual constituye el grupo étnico dominante. En 1964 se produjo la primera confrontación entre los dos países; para entonces ya se había fundado el Frente de Liberación de Somalia Occidental, auxiliado por las autoridades de Mogadiscio. Rodeada por Estados más fuertes (Etiopía y Kenia) y con regímenes pro yanquis hostiles. Somalia accedió en aquella época a los ofrecimientos de “ayuda” de la Unión Soviética, la cual exigió a cambio una base naval en Berbera, en el Golfo de Adén. En julio de 1974 se firmó un tratado de amistad entre los dos países. Cabe destacar que la URSS respaldaba públicamente las reclamaciones de Somalia sobre Ogadén, para lo cual equipó su ejército con armamento moderno, desde tanques T-54 hasta aviones Mig-21. Era la primera jugada del oso ruso en el Cuerno de África, aprovechando un conflicto entre dos pueblos del Tercer Mundo. Años antes, en 1971, Moscú había intentado asaltar el poder en Sudán por medio de un golpe militar que abortó.

El derrocamiento de Haile Selassie y posteriormente el afianzamiento de Mengistu en el gobierno etíope, colocaron a Rusia ante la posibilidad de convertirse en amo y señor de la zona. Empero, las hostilidades en Ogadén obligaron a los nuevos zares a tomar partido por Etiopía, al fracasar su propuesta, formulada en 1977 a través de Fidel Castro, de una federación de los tres países del Cuerno de África, bajo la égida del Kremlin.

Desde mediados de 1976, las guerrillas de los somalíes de Ogadén iniciaron una ofensiva contra las fuerzas etíopes, que para entonces sumaban unos 130.000 hombres. La guerra se prolongó durante todo el año de 1977 y, hacia noviembre, el Frente de Liberación de Somalia Occidental, apoyado por tropas de Mogadiscio, controlaba la mayor parte de la región en disputa. A partir de esta fecha empezó a montarse un gigantesco puente aéreo para suministrar a Etiopía armas desde la URSS y los países del Pacto de Varsovia. Además, Cuba envió en total 17.000 soldados bajo el mando de oficiales soviéticos a combatir a los somalíes. Como respuesta a la traición de Moscú, el presidente Siad Barre, expulsó al personal militar ruso de Somalia y clausuró la base de Berbera a los navíos de la armada rusa. En esos días, Carter afirmó candorosamente: “Deseo que podamos inducir a los soviéticos y a los cubanos a que no envíen soldados ni armas a esta zona y exhortarlos a realizar una pronta iniciación de negociaciones”. De su lado, el gobierno somalí declaró que “jamás capitularemos ante la Unión Soviética”. La contraofensiva etíope-cubana, comenzó en enero de 1978 y continuó hasta marzo, cuando los efectivos somalíes se retiraron detrás de sus fronteras. Las guerrillas de Ogadén prosiguieron combatiendo contra un enemigo mucho más poderoso y armado con los últimos adelantos de la industria bélica soviética.

En su visita a Addis-Abeba, en marzo de 1978, el ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Isidoro Malmierca, expresó el “respaldo total” de su país a Etiopía, a tiempo que Fidel Castro proclamaba que no podía ser neutral en la lucha entre “la revolución etíope y el agresor somalí”. Recordemos que pocos años atrás los reaccionarios eran los etíopes y los revolucionarios los somalíes, de acuerdo con la propaganda socialimperialista. Ahora los papeles se habían invertido, según las conveniencias de los rusos y sus paniaguados; ahora resultaba más ganancioso apoyar a la junta militar de Etiopía, para lo cual era necesario colocarle la etiqueta de “socialista”.

Apenas un año antes, el I Congreso del Partido Comunista Cubano había aprobado una resolución en que se decía: “Son cada vez mayores nuestros lazos estatales con países que forman parte del Movimiento de los No Alineados, y en particular con aquellos que como Yemen Democrático, Siria e Irak, en el Oriente Medio, y Argelia, el Congo, Guinea, Guinea-Bissau, Madagascar y Somalia, en África, proclaman su orientación socialista”. (Granma, enero 25 de 1976).

El 14 de marzo de 1978, Somalia evacuó completamente sus fuerzas de Ogadén y pidió que las tropas extranjeras hicieran lo mismo de la región del Cuerno, a fin de emprender las negociaciones en procura de una solución pacifica al problema. Sin embargo, Moscú y La Habana respondieron al unísono que no abandonarían su presencia allí, ya que los soldados habían sido “invitados” por Mengistu, “invitación” similar a la de Checoslovaquia en 1968, la de Angola en 1975 y la de Afganistán en 1979. A raíz de los sucesos del área del Golfo Pérsico, los Estados Unidos decidieron acercarse a Somalia, otorgándole créditos por 40 millones de dólares a cambio de poder utilizar el Puerto de Berbera para su flota del Índico. Queda claro, pues, que un diferendo entre dos países pobres y atrasados, que debía haber sido resuelto por medio de conversaciones, sirve de pretexto al expansionismo soviético para cimentar su influencia y da pie a la disputa de las dos superpotencias.

Genocidio en Eritrea
Tan pronto como hubieron cumplido su misión en Ogadén, los legionarios cubanos se concentraron en otra área de conflicto. Eritrea, única provincia de Etiopía que le da salida al mar. A través de la historia, eritreos y etíopes, no obstante su vecindad, siguieron caminos diferentes, lo que hizo que los dos pueblos dieran origen a naciones distintas. Mientras Etiopía, era un reino independiente, Eritrea fue colonia italiana entre 1885 y 1947; en la primera predomina la lengua amárica y en la segunda el árabe y el italiano; la religión mayoritaria en la primera es el cristianismo copto y en la segunda es el islamismo. Una vez derrotada Italia en la Segunda Guerra Mundial, los eritreos expresaron su aspiración de conformar un Estado aparte, a lo que se oponía Addis-Abeba. En diciembre de 1950, la ONU acordó reconocer la autonomía de Eritrea, dentro del marco de la corona Etíope, creando una federación con ésta. Sin embargo, en 1962 Haile Selassie se apoderó por la fuerza de la provincia autónoma, con lo cual se inició una prolongada guerra civil. Por aquel entonces, los Estados Unidos respaldaron militarmente a Selassie, mientras lo propio hacían la URSS y sus aliados con los grupos rebeldes de la región anexada, encabezados por el Frente de Liberación de Eritrea (FLE) y el Frente Popular de Liberación de Eritrea (FPLE). A partir de 1967, Cuba entrenó numerosos contingentes guerrilleros y no ocultó su simpatía por la causa independentista de los eritreos. A pesar de las desavenencias entre las diversas organizaciones insurgentes, éstas obtuvieron contundentes victorias sobre el ejército real, especialmente entre 1970 y 1977. En este último año, los frentes de liberación controlaban casi toda Eritrea y tendían cerco a las principales ciudades El triunfo parecía estar al alcance de la mano. Mengistu y sus secuaces, que desde un principio siguieron con respecto al problema eritreo la misma conducta anexionista y de opresión nacional del emperador derrocado, recurrieron a su padrino soviético para doblegar a somalíes y eritreos.

Los revisionistas, ya duchos en trampear y traficar con los principios internacionalistas, no vacilaron en cambiar de lado apostando a la carta de los militares de Addis-Abeba. Desde marzo de 1978, miles de soldados cubanos y oficiales rusos se pusieron al mando de la empresa de liquidar la rebelión del pueblo eritreo, al cual poco antes Moscú y La Habana calificaban de “heroico” y le suministraban apoyo político y logístico. El 26 de abril de 1978, en un discurso pronunciado durante la visita de Fidel Castro dijo que su país se ponía de parte de Etiopía, “para proteger su integridad territorial contra los separatistas eritreos”. Y para justificar la voltereta, los cabecillas del Kremlin y de sus satélites señalaron que el régimen de Mengistu era “una fuerza genuinamente progresista” y que el movimiento insurgente actuaba “al servicio de una conspiración internacional reaccionaria”, según palabras del mismo Castro. Se empezó así a librar una contienda en la que los dos bandos tenían entrenamiento soviético-cubano y armamento de la misma procedencia. Un dirigente del FPLE declaró, a mediados de 1979, refiriéndose a la penetración socialimperialista en Etiopía: “Los rusos están a cargo de la estrategia y supervisan la fuerza aérea y de mísiles, mientras los cubanos adiestran a los etíopes en la lucha contraguerrillera, los alemanes orientales son responsables de la seguridad y los checos supervisan la economía”.

Los cuatro millones de eritreos combaten con arrojo a sus enemigos, y, no obstante varias “ofensivas finales” lanzadas por Addis-Abeba, todavía mantienen en su poder amplias zonas rurales. Los intervencionistas rusos han venido empleando bombas de napalm y defoliantes para vencer la resistencia eritrea, con lo cual han causado inmensas pérdidas humanas y materiales. El gobierno de Mengistu, aunque había sostenido que la única solución al problema era militar, recorrió hace poco a las propuestas de negociar la paz. Los grupos guerrilleros manifestaron su disposición a conversar sobre la base de dos puntos: que Addis-Abeba acepte resolver la cuestión eritrea pacíficamente y empiece negociaciones sin condiciones previas, y que el régimen abandone su posición de “autonomía regional” para Eritrea y reconozca a la dirigencia del FPLE y el FLE. En una declaración dada a conocer a comienzos de de 1980, el FLE afirma: “El pueblo eritreo no desea la guerra. Luchará, como lo ha estado haciendo, con determinación y valor, hasta coronar los nobles ideales por los que ha combatido durantes más de 18 años”.

Cuando se daba comienzo a la agresión soviética en el Cuerno de África, V. Sofinski, director del Departamento de Información del Ministerio de Relaciones Exteriores de la URSS, dijo: “El Cuerno de África tiene, antes que nada, su significación militar, política y económica. La importancia de esta región radica en que está ubicada en la conexión entre Asia y África. Y, lo que es principal, en esta zona se encuentra la ruta marítima que une los países productores de petróleo con América y Europa”. Para el socialimperialismo resulta vital mantener incólume su influencia en esta zona con el fin de poder, en un momento dado, cerrar la vía del Canal de Suez y aislar a Europa y Estados Unidos de sus principales fuentes de combustibles. En el curso de los últimos cuatro años, la Unión Soviética mostró en el Cuerno de África su catadura expansionista y su traición a la causa de la liberación de los pueblos.