La ofensiva militar estratégica de la URSS por el apoderamiento del mundo comienza en junio de 1975 con la invasión de las tropas cubanas a Angola. Así, el socialimperialismo, que hoy por hoy es la primera potencia bélica del orbe, ha invadido naciones, organizado golpes de Estado, Financiado expediciones agresivas de sus satélites, merodeado con sus navíos en las costas de todas las latitudes y, en suma, donde quiera que su rival de Occidente afronta dificultades saca ventaja de la situación y expande sus dominios. Prácticamente no hay conflicto internacional o local en el que Moscú no tenga metidas las manos de una u otra manera; muchos son en la actualidad los movimientos armados que en el Tercer Mundo combaten a la superpotencia norteamericana bajo la orientación de la superpotencia soviética. La influencia político-militar de los Estados Unidos, así como su capacidad de respuesta en momentos de crisis, se ven disminuidas ante el auge del expansionismo ruso, no obstante los contraataques tramados por la administración Reagan en algunos sitios neurálgicos.
Mientras que acciones como la invasión a Afganistán y a Kampuchea, o el desplazamiento de decenas de miles de mercenarios cubanos al África, o de soldados sirios al Líbano, o de libios al Chad se deciden a puerta cerrada en Moscú, en La Habana, en Hanoi o en Damasco, sin prensa adversa, sin fiscalizaciones parlamentarias, sin oposición, la Casa Blanca a duras penas prepara la defensa militar en sus vastos dominios neocoloniales, en medio de los obstáculos creados por el Congreso, los pacifistas, las encuestas de opinión, los candidatos demócratas a la presidencia y, como si fuera poco, por algunos aliados europeos y ciertos regímenes títeres latinoamericanos. La URSS, que hasta fines de la década de los sesentas, ante la superioridad militar estadinense se había limitado a una que otra intriga más allá de su bloque, en el presente le está disputando el mundo palmo a palmo a Washington, lo mismo en el Caribe que en el Indico, en el sudeste asiático que en el norte de África. La poderosa flota de guerra de los rusos amenaza las rutas vitales de Occidente, sus misiles nucleares mantienen en vigilia a las capitales europeas, sus armas y las de sus fantoches crean enfrentamientos o utilizan los que ya existen, en tanto que Estados Unidos, duramente golpeado por la más aguda crisis económica desde la Gran Depresión de 1930 y por un desbarajuste político, diplomático y militar sin precedentes, trata con desespero de contener, así sea a medias, la avalancha soviética que socava su tambaleante imperio. De los dos grandes poderes en pugna, Estados Unidos, el más viejo, extendido y desprestigiado, brega por recuperarse; la Unión Soviética, más joven, más urgida de colonias, ha tomado ampliamente la iniciativa, y como carece de la fuerza económica para sojuzgar a los pueblos con el poder del dinero, recurre a la más desenfrenada expansión militar.
Armas para conquistar el mundo
En los últimos diez años, la Unión Soviética gastó 240.000 millones de dólares más que los Estados Unidos en robustecer su maquinaria militar. La primera utilizó alrededor del 12% de su Producto Nacional Bruto en armamentos, los segundos apenas se acercaron al 6%. Estas diferencias se reflejan claramente en las ramas fundamentales de las fuerzas armadas de los dos países.
Ejército: EE.UU., 791.000 efectivos; URSS, 1.825.000. EE.UU., 12.100 tanques; URSS, 50.000.
Armada: EE.UU., 90 submarinos de combate; URSS, 204 más 69 equipados con misiles crucero. EE.UU., 204 navíos pesados de ataque; URSS, 290. Fuerza aérea: EE.UU., 3.650 aviones de combate; URSS, 4.500. Total personal militar. EE.UU., 2.100.000; URSS, 3.705.000. Fuerzas paramilitares: EE.UU., 115.600; URSS, 560.000. Reservistas: EE.UU., 900.000; URSS, 5.000.000. Fuerzas nucleares estratégicas: EE.UU., 1.052 misiles balísticos intercontinentales; URSS, 1.400. EE.UU., 436 bombarderos; URSS, 809. EE.UU. 33 submarinos con 544 misiles; URSS, 83 submarinos con 990 misiles. En cuanto al número de cabezas nucleares intercontinentales, a pesar de que Estados Unidos posee cierta ventaja sobre Rusia (9.480 contra 8.100), el poder destructivo de los proyectiles soviéticos duplica el de los estadinenses (7.868 megatones contra 3.505, siendo un megatón el equivalente a un millón de toneladas de T.N.T.).
Acorde con sus necesidades de expansión global, la Unión Soviética ha avanzado más rápido que su contrincante en la cantidad y en el perfeccionamiento de nuevas armas. En la última década los rusos construyeron 2.000 misiles intercontinentales, 54.000 tanques y otros vehículos blindados, 6.000 aviones tácticos de combate, 85 navíos de superficie y 61 submarinos de ataque; los norteamericanos estuvieron rezagados, pues apenas produjeron 350 misiles, 11.000 tanques, 3.000 aviones tácticos, 72 barcos y 27 submarinos de combate. En 1972 Moscú tenía 2.500 ojivas atómicas y Washington 5.700; en 1982 el primero había más que triplicado el número, a tiempo que el segundo no alcanzó a duplicarlo.
Al submarino “Trident” de los Estados Unidos, la URSS respondió con el “Tifón”, equipado con proyectiles más potentes y de mayor alcance. Los anticuados bombarderos B-52 de la fuerza estratégica norteamericana fueron sobrepasados desde 1974 por el Tu-22 M («Backfire») y más recientemente por el ultramoderno «Blackjack» (denominación del Pentágono). El proyecto de actualizar los aparatos estadinenses con el bombardero B-1 fue dejado a un lado por la administración Carter y sólo ahora empieza a ponerse en práctica. Los más poderosos misiles balísticos intercontinentales (con base en tierra) de que dispone Norteamérica son los «Minuteman 111», cada uno dotado con tres cabezas de 335 kilotones (1 kilotón + 1.000 toneladas de T.N.T.); los soviéticos cuentan con el SS-18 que tienen diez ojivas de 750 kilotones. Durante el gobierno de Carter se enterró la posibilidad de alcanzar a los rusos con un cohete similar, el MX, con diez cabezas de 330 kilotones. Luego de interminables debates con el Congreso, Reagan consiguió que dicho cuerpo aprobara, el 20 de julio pasado, 2.500 millones de dólares para la producción de los primeros 27 MX de un total de 100 que la Casa Blanca solicita. Algo parecido viene ocurriendo con una serie de armas convencionales (tanques, aviones, barcos, cañones, etc.), necesarias para mejorar la calidad del ejército yanqui; cada una de ellas tiene que enfrentar los recortes presupuéstales de la Cámara, las críticas de la prensa y hasta de los defensores de los derechos humanos, como sucede con la bomba de neutrones y con las armas químicas. El Kremlin no sólo desarrolla a su antojo y sin rendirle cuentas a nadie éstos y otros armamentos, sino que con frecuencia los pone a prueba en conflictos como los de Afganistán, Kampuchea y Chad.
Si algo manifiesta la catadura imperialista de una potencia es su práctica de estacionar tropas y armas en otras naciones. También en este aspecto aventaja Rusia a su rival, pues mantiene 700.000 uniformados en el extranjero: 570.000 en los países del Pacto de Varsovia y 130.000 en el Tercer Mundo. Estados Unidos ha desplegado 500.000 hombres: 350.000 en Europa Occidental y 150.000 en otras regiones. Por otro lado, las neocolonias soviéticas también mandan contingentes al exterior, como son los casos de Cuba (50.000), Viet Nam (250.00), Siria (60.000), Libia (5.000), Alemania Oriental (3.000), etc., que, sumados a los efectivos rusos, pasan de millón en todo el globo.
Europa en el centro de la tormenta
Los actuales amos del Kremlin parecen haber comprendido aquel viejo aforismo de que quien domine Europa domina el mundo. Es por ello que recientemente han venido orientando toda su estrategia hacia el objetivo de cercar el Viejo Continente por sus flancos débiles, a tiempo que combinan la amenaza militar directa con el juego diplomático, los negocios y hasta el espionaje en grande escala. La preponderancia bélica del Pacto de Varsovia sobre la OTAN es apreciable tanto en materia de armamento convencional como nuclear. Teniendo en cuenta las fuerzas que se hallan ubicadas en territorio europeo, la correlación entre los dos bloques muestra las siguientes cifras: Ejército: OTAN, 3 millones de soldados; Pacto de Varsovia, 4 millones. Vehículos blindados: OTAN, 43.000; P. de V., 121.300. Piezas de artillería: OTAN, 10.800; P. de V., 31.500. Aviones de combate: OTAN, 3.500; P. de V., 7.200. Submarinos: OTAN, 1,90; P. de V., 258. Barcos de guerra: OTAN, 832; P. de V., 1.200.
Pero el peligro más grave para Europa Occidental proviene de su inferioridad nuclear ante la URSS. Esta ha venido emplazando al Oeste de los Urales cientos de cohetes de alcance intermedio, que están en capacidad de llegar a cualquier nación europea. Trátase de 350 misiles SS-20, un centenar de los cuales se encuentra en el Extremo Oriente, pero debido a que son móviles pueden ser trasladados a Europa con rapidez; cada uno porta tres cabezas de 150 kilotones que se accionan contra blancos independientes programados, alcanzan hasta 5.000 kilómetros y logran una extraordinaria precisión. Estos artefactos se están fabricando a un ritmo de uno por semana. De otro lado están 275 SS-4 y 25 SS-5, cada uno con una ojiva de un megatón y radios de operación de 1.900 y 4.000 kilómetros, respectivamente. En síntesis, la Unión Soviética intimida a Europa Occidental con 530 proyectiles de alcance intermedio que reúnen 1.050 cabezas atómicas.
Europa carece de un poder de disuasión capaz de neutralizar la cohetería rusa, ya que tiene apenas 162 proyectiles de alcance intermedio (290 ojivas) que de todos modos resultarían poco eficientes para contrarrestar el arsenal soviético. A esto se agrega que dichos misiles están al margen del control conjunto de la OTAN, pues pertenecen a los sistemas defensivos nacionales de Francia y Gran Bretaña. Fueron precisamente los europeos quienes solicitaron a Washington, desde 1977, la instalación de armas nucleares que ayudaran a su seguridad. La OTAN determinó, a fines de 1979, desplegar 572 cohetes norteamericanos en cinco países europeos a partir de diciembre de 1983, si fracasaban las negociaciones con Moscú sobre la limitación de las armas atómicas en la región. El plan contempla situar 108 misiles “pershing II” (radio de 1.600 kilómetros y cabeza de 250 kilotones) y 464 “Tomahawks” crucero (radio de 3.000 Kilómetros y carga de 200kilotones). Aunque estos «euromisiles» impedirán en gran parte el chantaje soviético, la fuerza nuclear de la OTAN seguirá estando en desventaja frente a Rusia, la cual dispondrá de unas 200 ojivas atómicas de diferencia a su favor.
Pese a que no debiera existir la menor duda acerca del peligro que significan los cohetes del socialimperialismo, en Europa han surgido movimientos pacifistas de, diversas tendencias -muchos con innegables vínculos con Moscú- que rechazan los «euromisiles» y pugnan por un desarme unilateral y generalizado en los países miembros de la OTAN. Inclusive gobiernos como los de Dinamarca y Grecia vacilan en dar su respaldo al despliegue atómico y casi toda la franja «socialista» y socialdemócrata se opone a la decisión de la OTAN. Sin embargo, los principales aliados de Norteamérica, Inglaterra, Alemania Federal, Francia e Italia, dieron su aprobación a los proyectiles como algo definitivo para la seguridad de la zona y por encima de quienes, haciéndole el juego al Kremlin, sostienen que es desarmándose como mejor se puede apaciguar al agresor.
En contraste con la administración Carter, Reagan ha logrado inclinar nítidamente la balanza en Europa a favor de los Estados Unidos. Por ejemplo, el mandatario español, Felipe González, se mostró decidido a respaldar los «euromisiles»; manifestó durante su visita a Washington que coincidía con la Casa Blanca en su apreciación de la crisis centroamericana, renovó el tratado de defensa hispanoestadinense y aplazó indefinidamente el referéndum sobre el retiro de España en la OTAN. Francia, que hasta hace unos meses estuvo atacando abiertamente la política norteamericana en Centroamérica y vendiendo armas a los sandinistas, no sólo silenció sus críticas y suspendió los envíos de material bélico a Nicaragua, sino que se vio forzada, en África, a actuar tal y como los Estados Unidos vienen obrando en Centroamérica.
La invasión Libia al Chad, agresión directa del bloque soviético contra una sensible área de influencia de una potencia europea, llevó a Mitterrand a mandar tropas y aviones en apoyo del presidente Habré, apoyo sin el cual Gaddafi seguramente se hubiera anexado por completo a su débil vecino. De otro lado, los triunfos conservadores en Gran Bretaña y Alemania Federal, así como el compromiso del nuevo gobierno socialista italiano de cooperar con el emplazamiento de los «euromisiles», son todos factores que contribuyen al progresivo alineamiento de Europa Occidental con Washington ante la escalada del socialimperialismo.
El oso arremete en Asia
El desastre de Viet Nam y posteriormente la caída del sha de Irán, ambos hechos acaecidos en zonas neurálgicas, provocaron un notable retroceso del imperialismo norteamericano de Asia. El vacio dejado por los descalabros de Washington fue prontamente llenado por un Kremlin ávido de expansión, que puso sus ojos en el Golfo Pérsico y en el sudeste asiático. En el primer caso, lanzó su ejército contra Afganistán, y en el segundo, utilizó a Viet Nam para ocupar Kampuchea y Lao.
Con el derrocamiento del sha de Irán, a comienzos de 1979, Estados Unidos perdió a uno de sus más fieles servidores en el Tercer Mundo y, en concreto, a su gendarme en el Golfo Pérsico, principal zona de abastecimiento petrolero de Occidente y el Japón. Washington sufriría luego la humillación de la toma de su embajada en Teherán y el bochorno del fracasado intento por rescatar a los rehenes. El régimen de Khomeini ha mantenido desde entonces una posición de independencia frente a las dos superpotencias y, en respuesta a las intrigas de la URSS, proscribió recientemente al partido prosoviético iraní y expulsó a un grupo de diplomáticos rusos. En la prolongada y sangrienta guerra entre Irak e Irán los Estados Unidos se han visto con las manos atadas, sin poder ponerse del lado de ninguno de los contendientes. Si respaldan a Bagdad arrojarían en brazos de la URSS a Teherán; y si ayudan a los iraníes, se crearían problemas con países que, como Arabia Saudita, temen la propagación de la revolución shiita. En cambio Rusia, que suscribió un tratado militar con Irak, ha estado suministrando importantes cantidades de armas al presidente Hussein y paralelamente buscando la oportunidad de penetrar en Irán, tras los desórdenes que con frecuencia acontecen en dicha nación.
En medio de la confusión generada por los acontecimientos de Irán, los soviéticos se abalanzaron sobre Afganistán, en diciembre de 1979, despachando una fuerza que hoy pasa de los 100.000 hombres, armados con lo más sofisticado de su arsenal. Allí han estado masacrando durante cuatro años al corajudo pueblo afgano, cuyos guerrilleros reciben muy escasas contribuciones del exterior. La invasión de Afganistán dejó a los rusos a 400 kilómetros del Estrecho de Hormuz y prácticamente completó el cerco a Irán, sobre todo si se tiene en cuenta que una treintena de buques de la armada soviética navega en las aguas del Índico próximas al Golfo, con bases en Yemen del Sur y Etiopía.
La Casa Blanca reaccionó enérgica pero tardíamente a los hechos cumplidos. Carter proclamó que Estados Unidos replicaría con la fuerza a cualquier intento de la URSS por asaltar el Golfo y procedió a organizar un destacamento especial “de desplazamiento rápido”, el cual no estará en plena capacidad operativa sino hasta 1985. Asimismo, negoció con Inglaterra la base de Diego García y facilidades navales en Somalia y Kenia. Por último, tuvo que componer sus relaciones con Pakistán (que se halla a mitad de camino entre Afganistán y el Indico y alberga a dos millones y medio de refugiados afganos), vinculados que se habían estropeado considerablemente a lo largo de su gobierno. El pentágono empezó entonces a enviar equipo bélico a Pakistán y con quien la URSS firmó un pacto militar en 1971. Como puede apreciarse, Estados Unidos está enredado en un sinfín de contradicciones en su lucha por resguardar una zona clave ante la embestida rusa.
Después de la retirada estadinense, Viet Nam cayó en manos de la URSS con la que suscribió un tratado militar en 1978 y a la que concedió el uso de dos modernas bases navales -Cam Ranh y Da Nang-, desde donde los navíos de la flota rusa quedan habilitados para viajar hasta el Océano Indico y controlar el Estrecho de Malaca, ruta esencial para el Japón y las naciones del sudeste asiático. Además, gracias a una impresionante ayuda logística de Moscú (3 millones de dólares diarios), Hanoi invadió a Kampuchea Democrática, en diciembre de 1978, con un ejército de 200.000 soldados y convirtió a Lao en una colonia, en donde mantiene más de 50.000 efectivos. Aquí el avance de las fuerzas prosoviéticas no ha encontrado la menor oposición por parte de Norteamérica, la cual se redujo a comarcas donde se le han creado las situaciones más apremiantes. No obstante, lo que está en juego en el sudeste asiático es la integridad de países como Tailandia (que ya ha sufrido varias incursiones vietnamitas), Indonesia, Filipinas e incluso el Japón, que ve amenazada su seguridad por la creciente presencia militar de la URSS en un pequeño archipiélago ubicado cerca de Hokaido que es objeto de litigio entre los dos Estados. En menos de cinco años, la Unión Soviética amplió y consolidó sus actividades en el Indico, puso en jaque el Golfo Pérsico y el Estrecho de Malaca y empezó a tender su cerco por el flanco meridional de Asía (el septentrional corresponde por entero a territorio ruso).
La República Popular China, el más firme bastión antisoviético de Asia, el único proveedor de armas de los rebeldes kampucheanos y uno de los pocos países que presta ayuda a los afganos, se distancia día a día de los Estados Unidos a propósito de las relaciones de éstos con Taiwán. Simultáneamente, se han venido desarrollando conversaciones entre Moscú y Pekín encaminadas a resolver los litigios chino-soviéticos. Son impredecibles aún las consecuencias que conllevaría un eventual acercamiento entre los dos países; pero si se llegara a dar, la correlación de fuerzas en toda Asia sería alterada radicalmente en contra de Norteamérica y sus aliados. Por ahora lo único real y concreto es que Rusia conserva en la frontera con China 50 divisiones, 1.700 aeroplanos y una tercera parte de sus misiles SS-20.
Moscú se recupera en el Medio Oriente
El rompimiento de Sadat con los rusos, a comienzos de los años setentas, y ulteriormente los acuerdos de Camp David entre Egipto e Israel, el impacto que causara en el mundo islámico la invasión a Afganistán y la ofensiva israelita contra el Líbano, hizo que la URSS perdiera temporalmente la iniciativa en la convulsa política del Cercano Oriente. Sin embargo, cuando parecía que Estados Unidos iba a ganar la partida, el Kremlin volvió por sus fueros y se convirtió en factor sin el cual es casi imposible alcanzar una solución a la crisis del área. Con el objetivo de bloquear la táctica norteamericana y poder pasar a la ofensiva Moscú maniobra por intermedio de Siria, con la que tiene un pacto bélico desde 1980 y a la que ha enviado tanques y misiles antiaéreos de su más reciente promoción, así como 8.000 consejeros. Valiéndose del hecho de que hace siete años Siria estacionó en Líbano un contingente que hoy llega a 60.000 soldados y que ocupa la mitad del país, el socialimperialismo volvió a entrometerse en los asuntos del Medio Oriente.
La invasión israelita al Líbano, cuya meta era propinar un golpe mortal a la OLP y al mismo tiempo ampliar las conquistas del Estado judío, complicó aún más la situación, ya que fuera del problema palestino se creó el de una posible partición del Líbano entre Siria e Israel. Y precisamente en el momento más difícil de su historia, con sus fuerzas duramente vapuleadas por la agresión israelita y dispersas en varias naciones árabes, la OLP fue dividida por la URSS, a través de Siria y Libia. Tomando como pretexto el que Yasser Arafat no descartó la alternativa de entablar negociaciones diplomáticas sobre la cuestión Palestina e incluso de discutir las propuestas puntualizadas por Reagan en septiembre de 1982, y en las que se contempla, entre otras cosas, el reconocimiento de Israel por parte de la OLP, el Kremlin orquestó una revuelta en las filas de los 15.000 guerrilleros palestinos establecidos en el norte del Líbano para arrebatar la jefatura del movimiento e impedir cualquier transacción que no encuadre en su plan de operaciones expansionistas. Lo que se propone la Unión Soviética es que la OLP se pliegue a sus dictados, que se transforme en una organización de bolsillo y al servicio incondicional de sus designios imperiales. Los intereses de un movimiento de liberación nacional de la importancia de la OLP entraron en contradicción directa con el hegemonismo soviético, que prefiere romper su unidad antes que perder la influencia en su seno.
Desde el 2 de noviembre, tropas sirias y libias y las facciones amotinadas de la OLP lanzaron una violenta arremetida contra los últimos reductos de Arafat en el Líbano septentrional con el fin de liquidar a quienes se niegan a ser dóciles instrumentos de Moscú y Damasco. Así, en la coyuntura más difícil de su historia, el movimiento palestino es golpeado a muerte por el Kremlin y sus lacayos, ante lo cual los países de la Comunidad Europea decidieron brindar su apoyo a Yasser Arafat y a sus partidarios.
Además de provocar la división de la OLP, Siria atiza los conflictos internos en el Líbano, como el de drusos y cristianos, esto para impedir la normalidad en el país y sacar ventaja del desorden reinante. La negativa de Damasco de retirar sus tropas de territorio libanés, excusa esgrimida a la vez por los imperialistas israelitas para mantener también las suyas, ha empantanado la táctica de los estadinenses, pues en esas condiciones no logran avanzar ni en la pacificación del Líbano ni en su propuesta sobre el problema palestino. Todo el mundo habla de la presencia judía en el Líbano, pero muy poco se dice en relación con el ejército sirio. Sin embargo, mientras Jerusalén persista en su posición intransigente y provocadora hacia la justa causa de la autodeterminación Palestina, el socialimperialismo seguirá encontrando oportunidades para intrigar en la zona posando de defensor de los pueblos oprimidos.
Los Estados Unidos y los demás miembros de la Fuerza Multinacional de Paz en el Líbano -Francia, Italia e Inglaterra- han sufrido varios ataques en los que han perdido la vida cerca de 300 de sus efectivos, los cuales, sin embargo, no están autorizados para entrar en combate, pero tampoco se pueden retirar pues de su permanencia depende la continuidad del régimen de Gemayel. En suma, las fuerzas controladas por la URSS cercan a las guerrillas díscolas de Arafat, ocupan la mitad del Líbano y hostigan cada vez más al gobierno de Beirut y a los soldados de la Fuerza Multinacional, aumentando el peligro de una confrontación con estos últimos y con el ejército israelita, estacionado en el sur.
Aparte de Siria, la Unión Soviética cuenta con un satélite en el sudoeste de la Península Arábiga, territorio que alberga casi un 50% de las reservas mundiales de petróleo. Se trata de Yemen del Sur, ligado a Moscú por un acuerdo militar en virtud del cual cedió a las fuerzas armadas soviéticas facilidades aéreas y navales en Adén y en la isla Socorra, a la entrada del Mar Rojo, vía de exceso al Canal del Suez. En los anteriores diez años, Yemen ha obtenido de sus amos actuales 1.000 millones de dólares en armas y es anfitrión de 2.000 asesores militares rusos y centenares de Europa oriental. El régimen yemenita financia varias organizaciones armadas que luchan contra su vecino, el sultán de Omán, y ha desempeñado un papel clave en la penetración de la URSS en Yemen del Norte, donde ya trabajan 500 expertos soviéticos.
El asalto al África
Por allá en los años sesentas, el socialimperialismo incursionó con variada fortuna en África, cuando ésta hervía al calor de los combates anticolonialistas de los pueblos de más de cuarenta naciones que perseguían la libertad. Sólo hasta comienzos de la siguiente década pudo el oso poner pie firme en este vasto y rico continente que produce una apreciable porción de los minerales estratégicos que precisan las industrias de Occidente y el Japón, como platino, oro, manganeso, cromo, diamantes, cobalto, tungsteno y muchos otros. La manipulación de las batallas de liberación nacional, la venta de armas y los legionarios cubanos y los asesores de otros satélites son los instrumentos empleados por la URSS en África para ganar influencia y subyugar países. Entre 1977 y 1982 aquella vendió armamentos por más de 6.000 millones de dólares a los Estados al sur del Sahara, lo que ha colocado a Moscú como el principal traficante bélico en la región.
En 1975, a tiempo que de Saigón salía el último gringo derrotado, decenas de enormes transportes aéreos de la URSS depositaban en la capital de Angola a 20.000 soldados cubanos, cuya misión inconfesable consistía en instalar en el Poder a un movimiento prosoviético y aplastar a sus opositores. En otras palabras, hacer el trabajo sucio para el Kremlin. Desde entonces los mercenarios caribeños han tenido que luchar contra las guerrillas de la UNITA, que reciben apoyo logístico de Suráfrica. Debe anotarse que el Congreso norteamericano aprobó una remienda que prohíbe al presidente despachar cualquier tipo de ayuda a los rebeldes angoleños que combaten la intromisión soviético-cubana en su patria. Gracias a un tratado militar con los rusos, el gobierno títere de Angola ha recibido de aquellos 2.000 millones de dólares en armas y asistencia económica desde 1976. Como contraprestación, el puerto de Luanda, a partir del cual se controla nada menos que la ruta del petróleo y de los minerales hacia Europa y Estados Unidos, pasó de hecho a manos de Moscú. Asimismo, Angola sirve de base para desestabilizar el régimen de Zaire y dar asilo a las guerrillas de Namibia, cuya justa guerra independentista trata de poner a su servicio el Kremlin.
Al otro lado del cono sur africano, en Mozambique, también se estableció un gobierno pelele de Rusia, con tratado militar y más de mil consejeros soviéticos y cubanos. Desde allí se puede interceptar, al igual que en Angola en el Occidente, la ruta de los grandes tanqueros que no pueden pasar por el Canal de Suez y deben circunnavegar África. Cerrando el Canal de Mozambique se encuentra la isla de Madagascar, otro cliente del armamento de la URSS lo mismo que Zambia y Tanzania. Como se lo dijera en alguna ocasión el difunto Brezhnev al presidente de Somalia, Siad Barre, “la política exterior de la Unión Soviética tiene dos objetivos, el Golfo Pérsico y el sur África”. Pues bien, en este momento Suráfrica, el área más prolífica en minerales del continente, está casi rodeada por los nuevos zares del remoto oriente. Prácticamente el único punto de apoyo que les resta a los otros imperialismos es el tenebroso régimen racista de Pretoria.
En el Cuerno de África Rusia se implantó a partir de 1977, cuando la dictadura de Etiopía rompió con Washington por una querella alrededor de los derechos humanos. Entre ese año y 1982, el gobierno de Mengistu ha recibido de la URSS armas por valor de 4.000 millones de dólares, con las que alimenta sus guerras contra Somalia y los patriotas eritreos, para lo que cuenta, además, con 18.000 mercenarios cubanos. El pacto militar ruso etíope le permite a Moscú utilizar el aeropuerto de Asmara y la base naval del archipiélago Dahlak, en el Mar Rojo. De ese modo, la URSS está en capacidad de bloquear el Canal de Suez, ya sea en Yemen del Sur, ya sea en Etiopía. El gobierno proestadinense de Sudán, que comparte una extensa frontera con Etiopía, denuncia con frecuencia que su vecino fomenta las actividades de grupos terroristas ligados a Moscú. Finalmente, el 19 de agosto de 1981, se suscribió, a instancias de Rusia, un acuerdo de cooperación militar entre Yemen del Sur, Etiopía y Libia.
Aunque no está vinculada con el Kremlin a través de ningún tratado; Libia es uno de los clientes más importantes de las armas rusas en el Tercer Mundo; allí operan 2.000 oficiales soviéticos y los buques de la Armada Roja atracan en puertos libios. Pero es el desenfrenado apetito anexionista del coronel Gaddaf lo que mejor sirve al socialimperialismo. Este personaje no sólo protege y financia un abigarrado conjunto de organizaciones terroristas que, actúa en los cinco continentes, sino que amenaza abiertamente a numerosas naciones africanas. Entre las más recientes aventuras del autor del «libro verde» podemos señalar: choques fronterizos con Egipto y Sudán; intentos de golpes de Estado en los mismos países; apoyo a Etiopía en su lucha contra eritreos y somalíes; respaldo al déspota ugandés, Amín Dadá; ayuda financiera a grupos prosoviéticos que luchan contra Zaire y Uganda: conflicto de límites con Níger, y, últimamente, invasión al Chad, para no mencionar su participación en el ascenso al Poder de aliados suyos en Ghana y el Alto Volta. Se calcula que mi coronel ha intervenido directa o indirectamente en 45 países del mundo, derrochando a manos llenas el dinero proveniente de sus exportaciones petroleras y las armas de factura soviética.
La campaña de Libia en el Chad y el peligro que de ella se deriva para Egipto, Sudán y varios países del África ecuatorial obligaron a Estados Unidos y a Francia a asumir una postura enérgica. Desde hace dos años Washington lleva a cabo maniobras militares conjuntas con los ejércitos egipcio y sudanés, así como con los de Somalia y Omán, y ha redoblado la ayuda a las naciones amigas de la zona. Por su parte, Francia se vio forzada, muy a pesar suyo, a enfrentar en el Chad la agresividad de Gaddafi enviando hombres y material bélico al gobierno de Habré. Esto sepulto de un golpe las veleidades de Mitterrand con respecto a la crisis centroamericana, pues ahora está viviendo en carne propia una intromisión soviética en su tradicional área de intereses en África.
En el resto del continente, la URSS y sus testaferros mantienen una presencia más o menos activa Argelia, Mauritania, Cabo Verde, Guinea, Guinea-Bissau, Mali, Benin y el Congo. Así mismo, a través de Libia, el socialimperialismo intenta manejar el combate que libra el Frente Polisario por la autodeterminación del Sahara Occidental en contra de Marruecos, un firme sostén de Washington.
En los últimos años el Kremlim obtuvo puntos valiosos en la puja por conquistar el África y en la actualidad tiene margen de acción en más de una veintena de países y territorios, desde el Mediterráneo hasta el Atlántico Meridional, con cerca de 60.000 soldados y asesores propios y de sus espoliques, pactos militares con cuatro naciones y abundantes suministros de armas.
Incendio en el patio trasero
El primer gran golpe que recibieron los Estados Unidos en el Hemisferio Occidental fue la revolución cubana de 1959, seguida de la fracasada invasión de Bahía Cochinos, en 1961. Ya en 1962 la URSS pretendió utilizar a Cuba para medir la fuerza del Tío Sam, colocando allí cohetes nucleares que no sólo pusieron en peligro a la isla, sino que colocaron al mundo al borde de la guerra. A partir de entonces La Habana empezaría el proceso de alinderamiento con las políticas de Moscú, el cual, a su vez, transformó a Cuba en una neocolonia suya. El papel de Castro en el continente ha sido actuar como ariete de las aspiraciones expansionistas de sus patrocinadores, quienes lo mantienen a flote con masivas inyecciones de dinero, armas y toda clase de abastecimientos, que aumentaron considerablemente a partir de 1976, por la época en que La Habana se hallaba en plena intervención en África y preparaba su ofensiva en América Latina. Cuba realiza el 80% de su comercio con el bloque del CAME, del cual es miembro; subordina sus planes económicos a los de la URSS, y recibe de ésta un promedio de 10 millones de dólares diarios, sin los cuales difícilmente podría sostenerse, pues el azúcar, casi su único producto de exportación, le proporciona muy escasas divisas.
Con el fin de que los cubanos estén a la altura de su misión como sus peones de brega, el Kremlin los ha armado hasta los dientes y los ha convertido en una potencia regional. Se calcula que entre 1977 y 1982 arribaron a la isla alrededor de 270.000 toneladas de material de guerra proveniente de la Unión Soviética. Las fuerzas armadas cubanas se acercan al medio millón de uniformados, entre soldados en servicio, reservistas de primera (muchos de ellos han combatido en África), milicianos y otros contingente paramilitares. En Latinoamérica sólo el ejército brasileño es superior al cubano, pero la población del Brasil es trece veces mayor que la de Cuba. Esta nutrida hueste cuenta en su equipo con más de 1.000 tanques y vehículos blindados, 190 aviones de combate y 112 helicópteros artillados, tres submarinos, una fragata misilera y 60 buques más. Cabe señalar que los submarinos y la fragata, todos de fabricación rusa, tienen radios de acción de 16.000 y 3.700 kilómetros, respectivamente. Los Mig-23 (de los que Cuba posee 35) ostentan una autonomía de vuelo de 962 kilómetros, que les permite llegar a Centroamérica y cubrir todo el Caribe.
En Cuba hay entre 8.000 y 10.000 asesores civiles rusos, 2.000 militares y una brigada de combate de 3.000 hombres. Además la URSS instaló una estación recolectora de datos del servicio de inteligencia, la mayor fuera de su territorio, que vigila las comunicaciones de Estados Unidos y los otros países del área. Por último, barcos y aeroplanos soviéticos gozan de facilidades en algunas bases de la isla.
El derrocamiento de la tiranía somocista, en julio de 1979, estaba destinado a introducir importantes modificaciones en la correlación de fuerzas en Centroamérica. Los sandinistas, que en su programa habían proclamado que la nueva Nicaragua sería no alineada e independiente de las superpotencias, le dieron la espalda a este principio y, una vez en el Poder, su único derrotero en política exterior consistió en buscar el ingreso a la heterogénea corte de Estados prosoviéticos. En todos los organismos y foros internacionales han apoyado las posiciones de Cuba y de la URSS. Con armas suministradas por éstas y compradas a algunos países europeos, Nicaragua montó un ejército más poderoso que cualquiera de los de sus vecinos; en las diversas dependencias del Estado trabajan desde hace años alrededor de 7.000 asesores civiles y más de 200 militares cubanos. Meses después del triunfo sandinista, estalló la guerra civil en El Salvador, en donde los grupos insurgentes han mantenido estrechos vínculos con Managua y La Habana. De nuevo hallamos la conocida táctica soviética que busca apoderarse de la dirección de las luchas que en determinado momento libran los pueblos oprimidos contra sus opresores a fin de debilitar a los yanquis y, si llega el caso, incrementar la lista de sus satélites.
Los pueblos que sufren bajo la coyunda de Estados Unidos y de sus peleles deben combatir por conquistar su inalienable derecho a la autodeterminación nacional, asegurándose, eso sí, de que su batalla no marche a la zaga de los oscuros designios del socialimperialismo, única garantía del buen éxito de las metas revolucionarias. Y mientras Carter parloteaba acerca de los derechos humanos y de un «acomodamiento con Cuba» en América Latina, Moscú veía algo que años atrás hubiera parecido una quimera: que su principal contrincante se encontrara asediado en sus propias fronteras, lo que le brindaba la oportunidad de incrementar su injerencia en Centroamérica y el Caribe. La coyuntura no podía ser más favorable y rusos y cubanos la aprovecharon al máximo aumentando sus actividades en países como Guatemala, Honduras, Granada, Surinam e incluso en Suramérica.
Lo que ha venido ocurriendo desde 1981 no es sino la reacción del imperio del Norte para evitar que sus viejas posesiones se le salieran de las manos ante la acometida del imperio del Este. La prioridad número uno de la administración Reagan han sido Centroamérica y el Caribe, donde decidió «trazar la raya» a los soviéticos. La Casa Blanca elaboró un plan de asistencia económica para la cuenca del Caribe; reforzó los auxilios bélicos al régimen salvadoreño y le envió 55 asesores militares; construyó una base en Honduras a cargo de 120 boinas verdes; financió, entrenó y equipó un ejército de rebeldes nicaragüenses, y hasta perpetró, como en los tiempos de las «repúblicas bananeras», un golpe de Estado en Guatemala. Pero sin lugar a dudas la medida más trascendental de Reagan fue la decisión de ordenar, a partir del segundo semestre de 1983, la realización de maniobras navales alrededor de las costas nicaragüenses, con dos portaaviones y numerosos buques de combate; simultáneamente llegaron a Honduras 5.000 soldados yanquis para efectuar ejercicios conjuntos con tropas de esa nación hasta comienzos de 1984. La consecuencia inmediata de semejante demostración bélica fue la solicitud de Managua, La Habana y los guerrilleros salvadoreños de iniciar conversaciones con Washington para hallar una solución a la crisis. Pero Reagan manifestó que en tanto los sandinistas estuvieran en el Poder su gobierno seguiría ejerciendo presión contra Nicaragua.
A diferencia de la facilidad con que actúa la URSS, Reagan y sus “halcones” tropiezan a cada rato con obstáculos para adelantar su política. La opinión pública norteamericana, que aún tiene en su memoria los años de Viet Nam, se opone a cualquier tipo de intervención directa de su país en un conflicto extranjero. El Congreso, especialmente la mayoría demócrata de la Cámara, entorpece casi siempre los propósitos del Ejecutivo. Por ejemplo, negándose a aprobar las donaciones mínimas necesarias para el apuntalamiento del régimen de El Salvador o recortándolas sustancialmente; bombardeando el respaldo de la CIA a la subversión nicaragüense, y protestando por las maniobras de la armada y el ejército en Centroamérica.
No obstante, la invasión yanqui a Granada, a finales de octubre pasado, puso en claro que los imperialistas de Washington no podrán ser detenidos fácilmente en su tarea de «limpiar» de enemigos su tradicional zona de dominación del Caribe y Centroamérica y, asimismo sirvió para advertir a los sandinistas a lo que se están exponiendo. Los sucesos de Granada también obligaron a Fidel Castro a confesar que, en la eventualidad de una agresión de Estados Unidos contra Nicaragua, Cuba no hará más de lo que hizo por la pequeña isla granadina.
La actitud en general aprobatoria de la opinión pública estadinense ante el operativo, la reacción conciliadora de la bancada demócrata del Congreso y la por demás tímida protesta de los principales aliados de Norteamérica en el mundo demuestran que existe un creciente temor por la expansión de la URSS y sus testaferros en los cinco continentes.
El imperialismo norteamericano está tratando de salvarguardiar, por medio de la fuerza militar si es necesario, sus intereses en su patio trasero; enmendar en lo posible los yerros de la administración Carter, e impedir que su contrincante continúe progresando en Latinoamérica. Empero, el hecho de que Estados Unidos haya escalado sus actividades militares en la región no implica que esté en ascenso; al contrario, demuestra que cada día tiene que pelear más con el objeto de defender lo que considera son sus propiedades de los zarpazos del oso soviético. Norteamérica, a causa de la extensión de sus dominios, tiene muchos incendios que apagar. Precisamente por ello y por su descomposición económica y política, es una potencia cuya estrella declina sin remedio, a tiempo que la URSS avanza de manera persistente. Los soviéticos son un imperialismo en pleno ascenso y por ende mucho más feroz y peligroso; y el decrepito tío Sam, pese a sus contraataques, continua a la defensiva estratégica.