PALABRAS PARA QUE NO SE OLVIDEN NUNCA

Francisco Mosquera, secretario general del MOIR, en el entierro de Clemencia Lucena

Bogotá, julio 26 de 1983

Clemencia:
Como te conocíamos y como sabemos que, si te fuera dada la licencia de demandar algo, ahora, en la hora inexorable de la despedida, sólo indagarías por el afecto de tus compañeros de fatigas e inquietudes, es que deseamos decirte unas cuantas palabras para que no se olviden nunca. La muerte te propinó un golpe artero cuando aún tenías mucho por aportar a la causa de los expoliados e ignorados, pero no pudo velar el hecho incontrovertible de que caíste en medio del campo de batalla. Al Valle del Cauca te trasladaste en cumplimiento de tus magníficos proyectos de ligarte en alguna forma y aunque fuese temporalmente con el proletariado de aquella brava porción de la patria, tanto para plasmar en vivos colores la insumisión de los esclavos asalariados y enriquecer el arte revolucionario, como para fortalecer el ánimo de los combatientes con tu entusiasmo contagioso. No hará quince días que estuviste en los muelles de Buenaventura a enterarte personalmente de la huelga de los trabajadores de Colpuertos, pues intuías que ese conflicto, ensangrentado ya por la metralla oficial, bien podría marcar el viraje hacia el descrédito de la demagogia reinante. Y así estabas dispuesta a seguir avanzando, a investigar, a estudiar, a vencer. Te sucedió lo que les acontece a todos los revolucionarios de verdad, que la vida no les alcanza para culminar cuanto aspiran, no sólo porque cuando logran una meta se proponen otra y otra, sino porque la revolución contemporánea será la hazaña de muchas pero muchas generaciones.
Lo importante es consumar concienzudamente las tareas que nos han de corresponder. Y tú no le temiste a ningún riesgo y desafiaste todos los valores establecidos, decidida a contribuir, desde tu trinchera, al porvenir venturoso de Colombia y de los pueblos del mundo. Exaltaste y participaste de la intrepidez de nuestros héroes, de la fortaleza de nuestros mártires y de la abnegación de nuestros mejores militantes. Defendiste con pasión cuanto te parecía correcto y condenaste sin miramientos las posiciones ambivalentes y acomodaticias tan características de los prohombres de la reacción.
Esgrimiste con singular destreza la pluma y el pincel, tu arma predilecta. Analizando febrilmente las experiencias del pasado y comunicándote con las masas te esmeraste por hallar los senderos expeditos para la marcha victoriosa de las muchedumbres del común.

En tus obras captaste los momentos preliminares de la revolución colombiana, en los que los obreros, los campesinos y los demás segmentos sojuzgados y patrióticos pugnan por elevar la conciencia, emprender sus luchas, adecuar sus organizaciones y acumular fuerzas para las contiendas definitorias. Y tú misma hiciste parte de los pioneros de esta gesta que nada ni nadie contendrá.

Cumpliste, pues, a cabalidad con tus ideas y tus gentes. Tu vida será siempre fuente de inspiración para aquellos que habrán de sucedernos en la brega, y el pueblo, quien al fin y al cabo es el que decide sobre el olvido y la inmortalidad, te recordará entre sus primeros servidores.