LA DIVISIÓN Y SUS AGOREROS

Para las fuerzas opuestas a la coalición liberal-conservadora que se aprestan a la batalla electoral, el tajante reparto de sus unidades en guarniciones hostiles entre sí, parece un hecho definitivamente consumado. Todo indica que habrá más de un candidato presidencial y más de una unión de organizaciones en el extenso y abigarrado campo de los adversarios del régimen. Fieles a nuestra creencia de que lo que más convenía a la izquierda de Colombia era un solo frente, para sacarle en las elecciones de 1978 el mayor jugo a la crisis aguda del enemigo, no podemos menos de deplorar este desencadenamiento, después de las gestiones adelantadas para impedirlo. Desde luego no nos sumaremos al corro de plañideros y nihilistas seudorrevolucionarios que maldicen a diestra y siniestra y sólo ven en la situación la cara sombría del desastre. Pensamos, primero, que la única actitud sería la de indagar y señalar las verdaderas causas que obstruyeron la más amplia alianza de la izquierda y a quienes las personificaron, y, segundo, que la división también tiene su lado favorable porque permite a las masas destapar a cuantos predican la unidad del pueblo pero no desaprovechan ocasión ni pretexto para interferirla. La revolución colombiana tiene aún mucho por andar y le esperan aguerridas contiendas ideológicas y políticas, a través de las cuales conseguirá sacar triunfantes los postulados unitarios que han venido descubriendo y elaborando, para materializarlos en la construcción del frente único de liberación nacional. Ya no partimos de cero. Contamos a nuestro haber la experiencia de los últimos años que nos ha enseñado qué debemos hacer y no hacer para facilitar la coordinación y cooperación de todas las clases y partidos antiimperialistas, democráticos y revolucionarios.

A Colombia, país neocolonial y semifeudal, sometido a la dominación del imperialismo norteamericano, la conquista de su independencia le resulta indispensable para su transformación y progreso; y aquella será la tarea colectiva de las corrientes sociales contrapuestas a los opresores extranjeros y sus intermediarios criollos. El frente representa la forma organizativa fundamental que adoptaran dichas coordinación y cooperación de todas las clases y partidos antiimperialistas, democráticos y revolucionarios. En consonancia con las condiciones vigentes tanto nacionales como internacionales, la conformación del frente único requiere por lo menos tres requisitos esenciales: que se oriente por un programa nacional y democrático, que se rija por unas normas democráticas de funcionamiento y que no se alinee al lado de ningún bloque de Estados. Sin el programa que compendie las principales y más sentidas reivindicaciones de las masas populares, no se conseguirá que las clases y capas oprimidas por la coalición burgués-terrateniente proimperialista participen entusiastamente en la empresa común libertadora. Sin la democracia organizativa no se logrará la efectividad ni la flexibilidad tan necesarias en la acción conjunta de las diversas agrupaciones aliadas. Sin el no alineamiento el frente tampoco neutralizará o ganará sectores que si bien combaten la sojuzgación que ejerce sobre Colombia el imperialismo norteamericano, mantienen apreciaciones diferentes acerca de la situación internacional. La clase obrera es la más interesada en la creación del frente y los tres requisitos le convienen. De la feliz coronación del programa nacional y democrático dependen los cimientos de la futura sociedad socialista, por la que el proletariado propugna como meta posterior. La democracia organizativa y la dirección compartida tampoco lesionan a éste porque presuponen la autonomía ideológica y orgánica de su partido, que le permitirá velar por sus supremos intereses de clase y luchar eficazmente contra las desviaciones oportunistas. Finalmente, persistir en el no alineamiento del frente, significa una importante garantía de que la nación colombiana, una vez alcance la liberación de las garras del imperialismo norteamericano, no caerá en los colmillos de otro depredador extranjero. Y es sabido que preservar la cabal independencia y la soberanía total es también una premisa básica para la construcción del socialismo.

Ahora hagámonos las reflexiones a la inversa. ¿Será viable la unidad de las clases antiimperialistas con un programa que únicamente contemple las peticiones socialistas del proletariado? ¿Podremos agrupar a fuerzas disímiles en una alianza en la cual las determinaciones las toma omnímodamente un solo partido, haciendo caso omiso de las opiniones del resto? ¿Crecerá el frente patriótico con todas las fuerzas susceptibles de hacerlo si éste llama a ubicarse en determinado bloque de Estados? Que respondan a estos interrogantes cuantos se preocupan por el porvenir de la revolución colombiana, incluidos quienes se rasgan las vestiduras ante el giro tomado por el dinámico proceso y sin aportar nada distinto de su angustia subjetiva. Estos son problemas concretos, reales, de actualidad, que no han sido caprichosamente inventados por nadie y a los cuales habremos de darle una solución correcta. A las preguntas anteriores el MOIR contestó con un NO rotundo y diáfano, y no solo de palabra sino de obra.

Cuando en 1973 empezamos a discutir la alianza que terminó en la configuración de la UNO, nosotros recomendamos, defendimos y sacamos adelante un programa nacional y democrático, ante la sugerencia de reformas de cinco puntos presentada por el Partido Comunista. Al surgir en 1974, después de la victoria electoral de López Michelsen, ilusiones en torno a que el «mandato claro» podría llevar a efecto parte de la plataforma de la UNO, combatimos tales desviaciones y recalcamos el carácter estratégico y revolucionario de nuestros objetivos programáticos. Luego, en las deliberaciones que precedieron a la fundación del Frente por la Unidad del pueblo, coincidimos con nuestros aliados en la necesidad del programa democrático de liberación nacional, sustancialmente idéntico a la plataforma unitaria de 1973. De esa manera el MOIR ha venido haciendo claridad sobre la herramienta unitaria que simboliza el programa, si éste contempla las aspiraciones fundamentales de las clases y capas antiimperialistas, democráticas y revolucionarias.

Cuando dentro de la UNO afloró la «política suelta» de los hechos cumplidos, así como la práctica de infiltrar las organizaciones aliadas, hicimos énfasis en la convivencia vital de respetar las normas democráticas de funcionamiento del frente, las que previamente habíamos debatido y aprobado por unanimidad. Al respecto hubo diferencias notables con el Partido Comunista, en la interpretación y en el comportamiento. Después, profundizando tales enseñanzas de la lucha, el MOIR ha propuesto la democracia organizativa y la dirección compartida, como unas de las condiciones principales para la constitución y consolidación de la unidad de las diversas fuerzas revolucionarias. El frente por la Unidad del Pueblo aclamó sin excepción alguna los principios organizativos democráticos de relación y funcionamiento.

Cuando el Partido Comunista en el segundo semestre de 1975 se presentó públicamente con la proposición de que la gran alianza de la oposición debía matricularse en la política internacional de la Unión Soviética, mediante el expediente de apoyar a Cuba y su gobierno, denunciamos que aquello era un pretexto para impedir el más amplio frente de lucha contra el régimen proimperialista, no obstante decirse lo contrario. Recordamos que la UNO jamás se alineó internacionalmente, mientras fue una unión de organizaciones distintas y autónomas. Rechazamos la gratuita y falsa acusación de que el MOIR pretendía un frente para enfilarlo contra la revolución cubana, e insistimos en nuestra posición de unidad contra los enemigos principales de Colombia, el imperialismo norteamericano y sus lacayos, la gran burguesía y los grandes terratenientes, y de respaldo a todos los pueblos que luchan por su emancipación, la democracia y el socialismo, sin exigir a los aliados que se alineen en determinado sentido dentro del campo internacional, tal y como lo resolvió la plataforma de la UNO, salida de la Convención del 22 de septiembre de 1973. Manifestamos así mismo que aun cuando estamos profundamente convencidos de que nuestro criterio sobre la situación mundial es justo, no hemos pretendido que lo adoptaran en todos y cada uno de sus aspectos los demás copartícipes de la unidad, y sólo reclamábamos la no alineación como transacción positiva, única que no era realmente excluyente. El Partido Comunista se ranchó con sectarismo en su pretexto divisionista y esta es la hora en que a través del anzuelo del apoyo a Cuba, les ofrece a los oprimidos y explotados de Colombia la viscosa perspectiva de adherir a la política de la Unión Soviética, si quieren engrosar la unión de la oposición. De otra parte, el Frente por la Unidad del Pueblo, al margen de que entre sus componentes subsistan concepciones dispares alrededor de los temas internacionales, aceptó concordantemente, cual solución unitaria, el no alineamiento.

Estuvimos en todo momento dispuestos a discutir y encontrar una salida salvadora que evitara la conformación de dos o tres frentes. La izquierda de ANAPO, representada por José Jaramillo Giraldo y Jaime Piedrahita Cardona, que demarcó mojones con la dirección derechista de la casa Rojas y que se había declarado abanderada de la unidad revolucionaria, del programa nacional y democrático, de la democracia organizativa y del no alineamiento, medió pacientemente y por largo tiempo en busca del entendimiento entre las nuevas y viejas agrupaciones políticas ajenas a la confabulación gobernante del bipartidismo tradicional. A pesar de que esta fracción determinante corrigió el rumbo equivocado de ANAPO, abrió sus brazos a todos los revolucionarios y se prestó como lugar neutral para los acercamientos preliminares, el Partido Comunista desdeñoso, soberbio y envanecido como siempre, siguió clavado en su rincón, volteándole la espalda a cuanto llamamiento fraterno se le hizo. En un derroche de viveza, cada día aumentaba una flor en su copioso ramillete de precandidaturas presidenciales, sin descartar la de María Eugenia Roja de Moreno Díaz, con lo que se mofaba de los esfuerzos revolucionarios de la izquierda anapista. Pero acabó enredado en sus propias espuelas. Después de ofrecer a sus adherentes platos suculentos como García Márquez o Luis Carlos Pérez, le salió al final con un munúsculo improvisado y sustraído, a la bandida, del grupo amigo que le había tendido la mano generosamente. La dialéctica de los hechos obligó al Partido Comunista a reconocer en la práctica que lo más indicado era una candidatura surgida del ala progresista y mayoritaria de la ANAPO, como lo visualizó el MOIR. Sin embargo, no acogió el nombre proclamado por dos sucesivos congresos anapistas, sino que sonsacó a Julio Cesar Pernía, el líder cucuteño que había refrendado varias veces con su voto la postulación de Jaime Piedrahita Cardona y había participado en la mesa directiva del Foro del 18 de febrero, aprobatorio del programa y de las normas de funcionamiento del Frente por la Unidad del Pueblo. En una palabra, ante el fracaso de su línea sectaria, el Partido Comunista, en lugar de decidirse por la unidad, jugó desesperadamente en última instancia, la carta de romper a la ANAPO y de aliarse sólo con quienes se dejen poner la jáquima.

Como se ve, el fenómeno de que la izquierda no haya podido marchar unificada a la brega electoral no es fruto del acaso, ni la responsabilidad de la desunión ha de repartirse a prorrata en tantas porciones como movimientos existen. Hay una política de unidad sostenida por la ANAPO, el MOIR, el MAC y los CDPR, cuyas leyes particulares están supeditadas a la situación de Colombia y del mundo, que cuentan con sinceros partidarios entre los sectores más avanzados, de la misma forma que sobreviven agoreros de la división del pueblo, cuyos negros presagios las masas irán desenmascarando progresivamente. Los revolucionarios se hallan obligados a conocer los principios de la política unitaria y a pronunciarse valerosamente sobre ellos, con el objeto de cerrar el paso a los divisionistas. De lo contrario sus preocupaciones por la dispersión reinante en la izquierda, no pasarán de ser hipócritas lamentos que a nadie conmueven ni interesan. El triunfo de la revolución colombiana habrá que agradecerlo a los esclarecidos propugnadores de los principios unitarios.