En la madrugada del 31 de octubre, los trabajadores de la Empresa Colombiana de Petróleos regresaron a sus labores después de 66 días de una huelga que se constituyó en la batalla más dura que ha logrado el proletariado colombiano en los últimos tiempos. A pesar de la cerrada intransigencia patronal ante las justas exigencias de los obreros, a pesar del régimen de terror implantado en Barrancabermeja y Tibú, a pesar de los despidos masivos, a pesar de los incontables detenidos, a pesar de la múltiples prohibiciones oficiales, los petroleros realizaron un aguerrido mitin en las puertas de la refinería, en el momento de reintegrarse al trabajo. Bajo la lluvia y en las narices de la tropa que custodiaba las instalaciones de Ecopetrol, el grito de “¡Viva la USO!” estremeció a Barranca, Casabe y Cantagallo.
Aunque sus objetivos están aún por realizarse, la huelga tuvo características que significaron un decisivo paso adelante en la conciencia antiimperialista del proletariado y el pueblo de Barranca. El cúmulo de experiencias recogidas en el fragor del combate, constituye un aporte elocuente e insustituible a la lucha por nuestra emancipación.
La empresa violó los compromisos
En noviembre del año pasado, cuando se discutía el pliego de peticiones de la USO, Ecopetrol presentó a la mesa de negociaciones un contrapliego que implicaba la pérdida de una serie de derechos adquiridos por los trabajadores en arduas confrontaciones. Después de cinco meses, la USO derrotó la posición patronal y se firmó el acuerdo del 25 de marzo de 1977, mediante el cual los obreros lograron salvaguardar sus anteriores conquistas.
Sin embargo, no habían transcurrido dos meses cuando ya Ecopetrol había violado varios compromisos convencionales. Mantuvo cerca de 3.000 trabajadores temporales, enganchados mediante el sistema de contratistas, en labores de carácter regular y permanente como reacondicionamiento de pozos, refinación, servicios administrativos, sanidad, transportes, casinos, comisariatos y conservación de vías. Se negó a integrar la comisión de control de precios en los comisariatos, como también a congelar el valor de la carne en Tibú. Intentó imponer unilateralmente un nuevo escalafón que debió haber elaborado conjuntamente con los trabajadores. Despidió a varios médicos sindicalizados y 20 profesionales quedaron así a cargo de 20.000 pacientes entre obreros, jubilados y sus familias.
Estos incumplimientos de sus obligaciones contractuales eran “justificados” por Ecopetrol con el desgastado argumento de que su crisis financiera se debe a los gastos que le ocasiona el personal a su servicio.
Lo cierto es que los salarios y prestaciones – incluyendo la nómina de los ejecutivos – apenas constituyen el 16% de los costos.
Pero había algo más. Los trabajadores le habían salido al paso a la verdadera causa de la agonía de Ecopetrol; la política de entrega de la principal industria estratégica del país al imperialismo norteamericano, que el gobierno y los directivos vienen ejecutando mediante el mecanismo de las “compañías asociadas”, y que consiste en que la empresa estatal financia a los monopolios extranjeros que vienen a desplazarla. Fue así como, contra la prohibición expresa del Capitulo Segundo de la Convención, Ecopetrol entregó su equipo “National 130” a la compañía perforadora y explotadora An-Son Drilling, contratista para el campo de Cantagallo y propiedad de un amigo personal del presidente López. Como si esto fuera poco, le mantiene arrendado su equipo de perforación “Cabría No. 5”, Además, Ecopetrol pretendía entregar la planta de polietileno, Policolsa, la más rentable de cuantas tiene, a la firma gringa Dow Chemical. Este último atentado contra los intereses nacionales fue derrotado temporalmente por la altiva huelga del proletariado petrolero.
Estalla el conflicto
Los obreros elevaron su protesta, no solamente por las violaciones que afectaban sus intereses gremiales, sino también por la entrega de Ecopetrol a los consorcios yanquis. Cuando su memorial fue ignorado por los gerentes de distrito, realizaron un paro de una hora en Refinería, el 26 de julio. La empresa respondió expulsando a varios trabajadores. Diez días después, el 5 de agosto ante la andanada represiva se realizó un nuevo cese parcial, esta vez en El Centro, ante el cual el gobierno suspendió la personería jurídica del sindicato. Comenzó a perfilarse que lo que ambicionaba a toda costa era la destrucción de la Unión Sindical Obrera. Con un comité de huelga formado básicamente por dirigentes jóvenes, la huelga estalló al amanecer del 25 de agosto.
Desde un principio el presidente de la Empresa, un ex alumno de la Facultad de Ciencias del estado de Pennysilvania y ex director del laboratorio de La Texas Petroleum Company, el tristemente celebre Juan Francisco Villarreal, difundió por todos los medios su hipócrita disposición a un “diálogo abierto y franco”. Pero en íntima relación con los despachos ministeriales se determinaba la prolongación de la suspensión de la personería jurídica del sindicato, y se inundaban las calles de Barranca y Tibú con cerca de 10.000 soldados provenientes de 8 batallones, que se tomaron las instalaciones industriales.
El plan de la reacción
La reacción trazó un plan meticuloso tendiente a quebrar la resistencia obrera:
1). Para garantizar el abastecimiento de combustible en el país, importó gasolina, mediante un convenio con La Texas, acción que encubría tras la farsa del mantenimiento de unas cuantas plantas funcionando precariamente.
2). Para impedir la actividad del sindicato, clausuró por la fuerza la sede de la USO y declaró ilegales las asambleas y reuniones de más de tres personas; implantó el toque de queda y la ley seca; expidió boleta de captura para el comité de huelga, el cual tuvo que eludir permanentemente desde la clandestinidad la nube de sabuesos.
3). Para bloquear la manutención de los obreros, prohibió a las cooperativas, so pena de arresto contra sus gerentes, la venta a crédito a los huelguistas de los artículos de primera necesidad.
En conclusión. El imperialismo y sus agentes habían declarado una verdadera guerra a muerte contra el proletariado petrolero. A ello se sumó el regateo de la mezquina solidaridad de las cuatro centrales, cuando no la obstrucción abierta de éstas, como el hecho de postergar indefinidamente la manifestación pública de Bogotá, tantas veces prometida y aplazada hasta el 18 de noviembre, para cuando ya el movimiento hubiese sido aplastado.
Ambiente de subversión
De otro lado, obreros de diversas ramas de la industria, campesinos, maestros, estudiantes, empleados, amas de casa y aun los comerciantes y el clero, dieron su colaboración decisiva para el éxito de reuniones secretas, mítines relámpago, movilizaciones, actos de propaganda y protección de los huelguistas. Barranca entera respiraba un ambiente de subversión generalizada. Algo similar sucedía en Tibú.
Cien mil barranqueños participaron en el Paro Cívico Nacional colocándose a la altura de su tradición revolucionaria, y además llevaron a cabo, el 3 y 4 de octubre una nueva paralización total de 48 horas, vigorosa demostración de cohesión y lucha. Por su parte, Tibú dio un heroico ejemplo desafiando las medidas represivas que debieron soportar sus habitantes, como el corte de agua y luz a que fue sometido el sector obrero. 4.500 asalariados y contratistas de la Unidad de Balance y Optimización llevaron a cabo dos victoriosos paros, hombro a hombro con la USO. La táctica reaccionaria de aislar al sindicato del resto de la población fue un rotundo fracaso.
Pese a que portar un boletín se había convertido en grave delito, el Diario del Paro, volante mimeografiado por el comité de huelga, no dejó de llegar ni uno solo de los 66 días de batalla a manos de las bases.
Con tal fin se desplegaron los recursos más ingeniosos e inverosímiles; pelotas de béisbol que volaban de barrio en barrio por sobre las cabezas de los uniformados, vendedores de frutas que a cada cliente le encimaban un boletín, árboles misteriosamente florecidos de hojas impresas, audaces niños cuyos avioncitos de papel transportaban la palabra de la clase obrera.
Resistencia al terror fascista
La criminal y sospechosa explosión de una granada de fabricación norteamericana, de uso privativo de las fuerzas armadas, en el interior de un bus que transportaba directivos y esquiroles, fue el calculado pretexto para desatar el más pavoroso terror fascista contra toda la población. Ya no se allanaban las casas, se allanaban manzanas enteras. Los soldados ya no tocaban a las puertas, las derribaban. Ya no buscaban pruebas, las llevaban. Las cárceles y el batallón no dieron abasto. Centenares de detenidos fueron enviados a Bucaramanga y otros municipios. El corresponsal de Tribuna Roja, Esteban Navajas, fue encarcelado cuando cumplía su labor periodística. Igual suerte corrieron los dirigentes del MOIR James García, Norman Alarcón y César Loaiza, los dos últimos condenados a seis meses de prisión.
La represión, con todo, se sentía acorralada y llegó a extremos grotescos. Un día, por ejemplo, unas maestras que hacían cola para cobrar su sueldo frente al Banco de Comercio, lanzaron algunas vivas a la USO. El alcalde del puerto, coronel Bonilla, pistola en mano, irrumpió energúmeno, declaró disuelta la manifestación y arrestó a varias personas al azar. En otra ocasión, con sus lanceros y agentes secretos detuvo un cortejo fúnebre, hizo bajar el ataúd, lo destapó y se halló con el cadáver profanado, en lugar del agitador que buscaba.
Es que el vinagre, las bolitas de cristal, las ollas, botellas, corchos, llantas, se volvieron “material estratégico” y “cuerpos de delito”. Los estridentes pitos de los niños exasperaban a la tropa. El vendedor que los llevó desde Bucaramanga fue detenido, acusado de “distribuir implementos bélicos”.
Hasta las madres regaron tachuelas desde sus bolsos, canastos y cochecitos infantiles.
Un alto en el camino
El pasado 4 de noviembre, cuando ya se había levantado la huelga, el comité Nacional de solidaridad llevó a efecto, frente a la Plaza de Toros de Bogotá, una concentración de caluroso respaldo a la Unión Sindical Obrera.
A nombre de la organizaciones petrolera llevó la palabra el dirigente Eliécer Benavides, quien advirtió que si el gobierno y la empresa persisten en la traición en los intereses nacionales, los despidos y las detenciones, no habrá paz laboral en Ecopetrol. Denunció asimismo la actitud vacilante y la casi nula solidaridad económica de las centrales sindicales con la huelga, y terminó exaltando las profundas enseñanzas de esta batalla, invaluables para el pueblo colombiano en la zigzagueante marcha hacia la patria independiente y soberana.
Los trabajadores están decidios a aprovechar este alto en el camino para pasar revista a sus filas, resumir las experiencias y prepararse para continuar en el futuro esta coalición histórica, iniciada hace más de medio siglo, cuando la Troco comenzó el saqueo del subsuelo colombiano, y en el cual el proletariado petrolero ha sido el más esforzado defensor de nuestras riquezas naturales y el más consecuente abanderado de la causa antiimperialista. Vítores y honores a la valiente USO