El presidente López en su discurso de instalación del Congreso, el 20 de julio, se preguntaba si era necesario “recurrir a la piedra», al cierre de las carreteras, a los “cocteles molotov” para obtener que se atiendan las demandas populares. La respuesta a este interrogante ya la dieron los colombianos en las incontables explosiones de ira contenida y de solicitudes insatisfechas.
Desde los más apartados rincones, como Mingueo en la Guajira y Tame en Arauca, hasta los centros más poblados como Bucaramanga y Sincelejo, han estallado los paros cívicos contra este gobierno hambreador, demagogo y asesino.
Hombres y mujeres, jóvenes y viejos se insubordinan y se enfrentan desafiantes a la policía y al ejército. Taponan las vías de acceso a sus municipios, se toman aeropuertos y apedrean instalaciones oficiales, ya para exigir la prestación adecuada de los servicios de luz, agua y alcantarillado, ya para combatir las descaradas alzas en sus tarifas. Se levantan también en solidaridad con obreros en huelga, y con luchas estudiantiles, con invasiones de tierra o en reclamo de la dotación de una escuela, un hospital o, en general, como respuesta a los crímenes del gobierno y a las promesas oficiales en las que ya nadie cree. Un buen día, cualquiera de estas chispas incendiará toda la pradera.