NI ESCUCHARON NI ESCUCHAN

Cuando en febrero de 1990 el gobierno de Barco se sometió a las órdenes del Banco Mundial para abrir de una vez por todas la economía nacional, en favor de esta decisión empezó una de las mayores campañas que se hayan realizado en Colombia. Ay de aquél que no celebrara la genialidad y no compitiera por ver quién recitaba mejor la receta neoliberal. Luego, una vez Gaviria se posesionó, aumentándose la estridencia de la campaña y reforzándose con puestos y contratos el doctrinarismo en marcha, hasta hubo volteretas ideológicas tan notables que si no se produjo el desnuque de varios académicos fue porque aterrizaron en las mullidas alfombras oficiales. Para alinear a los escépticos también se usaron los «argumentos de autoridad» de algunos de los protagonistas, las sindicaciones de «dinosaurios» y sobre todo las advertencias acerca de que insistir en las dudas conduciría a quedarse sin los favores del príncipe y de sus mandamases.

Otros pocos, bien pocos, oímos a los que de verdad sabían, releímos los textos sobre el tema, investigamos lo ocurrido en los países donde se había aplicado primero el modelo, hicimos nuestros análisis y concluimos que la nación era llevada al matadero. En la primera línea de la oposición estuvieron intelectuales tan valiosos como Jorge Child y Eduardo Sarmiento. También llamaron la atención contra el engendro personalidades como Abdón Espinosa, Darío Múnera, Jaime Carvajal Sinisterra y Fabio Echeverri Correa.

En la soledad de esos días, sólo nos quedó esperar que la experiencia confirmara o negara las teorías de las partes enfrentadas. Nosotros esperamos con la tranquilidad de conciencia que otorga el haber hecho el esfuerzo por impedir oportunamente la emboscada.

Hoy, nueve años después, los hechos han dado su veredicto: el agro corre el riesgo de desaparecer, la crisis industrial podría terminar siendo peor que la del campo y son muy dolorosas las consecuencias para el pueblo. Al desastre han sido arrastrados, incluso, muchos que habían amasado fortunas de cierta importancia y la crisis es tanta que hasta naufragarán algunos de los encopetados nacionales que fueron inicialmente beneficiados por el modelo. Ya nadie puede decir que el neoliberalismo conduce a la prosperidad de la nación.

Pero los aperturistas, lejos de reconocer que se equivocaron, pretenden imponer la idea de que «no hay nada fundamental que corregir» y que ellos poseen el derecho inapelable de seguir llevando a Colombia hacia el abismo. Para la muestra dos botones de los últimos días: el gobierno nacional confirmó que las importaciones de arroz provenientes del Ecuador no serán de 76.000 toneladas sino de 150.000 y que, además, se disminuirán, todavía más, los aranceles para el maíz, a pesar de que las importaciones de ese cereal pasaron de 17 mil a 1.700.000 toneladas en lo que llevamos de apertura. Todo indica que Álvaro Uribe, director de Corpoica, no opinó por su cuenta cuando dijo: «nos parece que seguir sembrando maíz, cebada y otros cereales es desperdiciar el esfuerzo y la inversión porque en ese campo no somos competitivos» (El Espectador, 17 de agosto de 1998). Y tampoco sería extraño que se cumpliera la advertencia de Luis Prieto Ocampo: «el Brasil está empeñado en exportar a Colombia cantidades importantes de su café, donde sería ofrecido casi a mitad de precio» (El Espectador, 26 de julio de 1998).

De ahí la importancia de trabajar en la unidad de la creciente corriente social que exige la profunda revisión del modelo económico que ahoga al país y la necesidad de la protección del trabajo nacional, única política capaz de impedir la africanización de Colombia.