Aldo Cadena
Desde el instante en que el imperio del Norte decidió fortalecer su política recolonizadora contra América Latina con la ayuda de unos cuantos vendepatria, la crisis de estos países es mayor, y la del pueblo colombiano se alarga, se profundiza y se torna penosa e insoportable.
Primero nos tocó padecer la jerga neoliberal que creó la suficiente opinión para acondicionar el orden jurídico a las pretensiones aperturistas y privatizadoras. Hoy observamos la quiebra de la producción en el campo y en la ciudad; privatizadas la mayor parte de las entidades estatales; perdida la función social del Estado y su responsabilidad transferida a los particulares y a los entes territoriales como efecto de la descentralización; para pagar la deuda externa y suplir los subsidios a los servicios públicos se venden los activos de la nación, se estratifica la población urbana y rural. Con el pretexto de perseguir a los narcotraficantes, el más corrupto de los países interviene en todos los asuntos internos de Colombia, opina, manda, impone, ofende, pisotea, descertifica y decide cómo debemos manejar la justicia, la paz, los derechos humanos, la política, el ejército, la policía, el parlamento, las relaciones con la guerrilla, la forma, el cómo y con qué se deben fumigar los cultivos de coca y amapola, sin importar sus efectos nocivos. Irrespeta sin sonrojarse nuestra soberanía y arrodilla para su provecho a un gobierno que ha entregado todo, hasta el juzgamiento de colombianos en el exterior.
El resultado de la arremetida del imperialismo contra estos países, lo tropezamos a diario en las paupérrimas condiciones de vida de la población, en las calles inundadas de desempleados que se arman de una chaza para lograr el sustento de sus familias; en cientos de empresas cerradas o en concordato; en los caros y pésimos servicios públicos, en el estrangulamiento de las administraciones municipales y en la angustia de los mandatarios locales por no poder atender a las poblaciones sus necesidades más sentidas.
Jamás había sido mayor el peligro para nuestra nación y su soberanía, para los partidos y las instituciones, para la clase obrera y sus derechos, para la producción, la paz, el subsuelo, la justicia; nunca el imperialismo y el capital financiero habían avanzado tanto en su pretensión recolonizadora, pero tampoco el país había presenciado a lo largo de su historia el deprimente y vergonzoso espectáculo de una clase tan servil, obsecuente, lacaya y colaboracionista con aquellos intereses, todos contrarios a los patrios.
Durante esta andanada, conveniente es rescatar la posición enhiesta de la clase obrera que ha realizado heroicas batallas antimperialistas en defensa, no sólo de sus derechos, sino los de nación entera, como lo registra la historia de las patrióticas jornadas realizadas, entre otros, por los trabajadores de Telecom, de Ecopetrol, de la Caja Agraria, de teléfonos, de salud, del magisterios, a las que se les suma el reciente, más grande y victorioso pero nacional estatal que se recuerde en Colombia. En ellas quedó claro que el más ferviente e insobornable defensor de los intereses de la nación y el pueblo es la clase obrera.