Francisco Valderrama
Después de las elecciones de 1972 llegamos a Córdoba de la mano del compañero Pedro Vallejo, campesino de Ciénaga de Oro. Allí iniciamos el trabajo de construir un nuevo regional para el MOIR, entonces en el proceso de extenderse nacionalmente, a través de la política de «pies descalzos», como acertadamente la bautizó el camarada Francisco Mosquera. Se trataba de abandonar por completo el medio en el cual nos habíamos criado y sumergirnos en uno nuevo cuyos hábitos, costumbres, cultura y formas de expresión teníamos que apropiarnos para echar raíces y construir partido.
Ariel Pocaterra fue uno de nuestros primeros militantes en ese mismo año. Había nacido y vivido en Punta de Yanes, corregimiento de Ciénaga de Oro, y puerto de comercio sobre la Ciénaga Grandede Lorica en el pasado, que para el año mencionado sólo vivía de la gloria de antaño para tratar de olvidar su miseria presente. Allí, en un rancho avejentado por los soles ardientes del valle sinuano, vivía Ariel como campesino pobre sin tierra, trabajando en cultivos de pancoger cuando las circunstancias lo permitían, endeudado como todos con la Caja Agraria y deseoso de luchar por la tierra.
En las primeras reuniones nos causó curiosidad su lenguaje casi incomprensible. Con el transcurrir de las discusiones y cursillos, pero sobre todo con su lectura trabajosa, silabeada casi, minuciosa y repetida hasta el cansancio de los editoriales de Tribuna Roja, empezó a manejar nuestro lenguaje, a hacerse entender de todos con claridad, defendiendo con valentía las ideas antiimperialistas y populares de su partido, el MOIR.
Veinticinco años después, el compañero Ariel seguía en su lucha, impulsando la unidad y organización de los campesinos de la Ciénaga Grande de Lorica, como directivo de la Organización Nacional de Campesinos y Productores Agropecuarios, con el fin de aprovechar para los desheredados esos inmensos baldíos. Estaba haciendo lo que más le gustaba: asesorar a los campesinos pobres en su lucha por conseguir tierra donde trabajar, o en sus problemas laborales.
Cuando las condiciones del país habían cambiado y los vientos favorables empezaban a soplar con fuerza a favor de las organizaciones democráticas y antiimperialistas; cuando el aporte de Ariel era sustancial para el avance del Partido, fuerzas oscuras se confabularon para asaltar su rancho de Punta de Yanes y asesinarlo de cuatro certeros balazos ese fatal 7 de junio, sábado, a las 9:30 de la noche.
La vida de Ariel fue un ejemplo de militancia revolucionaria, de tenacidad para superar las propias deficiencias, de valentía y orgullo para defender su Partido y servir a su pueblo. De él, así como de Raúl Ramírez, el otro militante del Regional de Córdoba asesinado hace poco más de diez años en Puerto López, municipio del Bagre, podemos decir aquello que todos aspiramos a que sea inscrito en nuestras tumbas: pensó, luchó y vivió como un comunista.