(Intervención de Héctor Valencia, secretario general del MOIR, en el acto de lanzamiento de candidatos al Concejo de Bogotá)
Bogotá, julio 22 de 1997
Camaradas y amigos:
Por la forma, quizá a un espectador desprevenido podría parecerle que estamos celebrando uno de esos actos que se estilan de tiempo en tiempo con motivo de las elecciones programadas por quienes le dictan su voluntad al país. Pero si aguzara su mente y su mirada, captaría que este evento no es una rutinaria manifestación política ante otra justa electoral. Sabría que con nuestras rojas banderas y la aclamación de nuestros candidatos, desde este Teatro Libre, aquí en Chapinero, estamos anunciando que nuestra campaña en los próximos comicios será el más amplio despliegue de la política que durante los últimos años hemos considerado decisiva para nuestro destino como nación: oponer cerrada resistencia a la recolonización emprendida por el gobierno de Estados Unidos. Y comprendería también que utilizaremos la forma de lucha electoral para destacar que el avance y triunfo de esa resistencia será imposible sin denunciar y derribar a quienes con su colaboracionismo están arruinando y entregando la patria.
Nuestro énfasis político corresponde al hecho, no suficientemente advertido en algunos sectores sociales, de que Colombia atraviesa la mayor encrucijada de su historia: estar expuesta a la esclavización. Todo obedece a que dentro de la política para un nuevo orden mundial, Washington está intensificando un burdo intervencionismo con el propósito de dar cumplimiento a su agenda particular de subyugación del país.
Dicha política no es enteramente nueva. La puja de los imperialismos por intensificar y extender a nivel mundial su explotación, condujo en la primera mitad del siglo XX a dos guerras mundiales. Al salir fortalecido de la última, el imperialismo norteamericano dio inicio a otro intento de imponer su dominación, con base en los criterios y mecanismos acordados en la conferencia de Bretton Woods para el orden económico occidental. Y ya en ese tiempo, 1944, el secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Henry Morgenthau, sentenció lo que ese orden implicaba para la soberanía del resto de naciones, empezando por la soberanía económica. Dijo, al despedir a los allí aglutinados, que lo que acababan de disponer para dar nacimiento al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial marcaba el fin del nacionalismo económico.
Por eso cuando los últimos presidentes de la superpotencia gringa hablan de nuevo orden económico internacional o de sus retóricos sinónimos: internacionalización, vigencia del libre comercio mundial o globalización, se refieren a una política que tratan de revigorizar aunque bajo otras formas se ha probado infructuosa durante más de cincuenta años.
En realidad, una mirada histórica revela que lo que la humanidad ha vivido durante más de un siglo es una lid entre los pueblos y el imperialismo, lid que en esencia corresponde al implacable antagonismo, sin conciliación posible, entre polos contrapuestos, el proletariado y los linces financieros. Esa confrontación abarca sucesos mayores como la toma del poder por parte de los trabajadores en la Unión Soviética y China, pasa por las luchas libradas por los pueblos del Tercer Mundo, y también cobija las batallas de los sindicatos en todas las latitudes y ante las más diversas fases del capitalismo.
Para implantar la apertura de la economía que precisa su dominación, los imperialistas adoptaron en las primeras décadas de su existencia disposiciones sobre libre comercio, incluido el de esa «mercancía clave», la fuerza de trabajo, disposiciones que iban en grave detrimento de la vida de los trabajadores. Partiendo de la agudización de las luchas generadas por la cruda explotación, Estados Unidos escarmentó por experiencia ajena, la de los imperialismos europeos, y alentó lo que se conoce como política de bienestar social y Estado benefactor, destinada primeramente a compensar a los fatales perdedores de siempre, los obreros, a quienes, por lo demás, hasta se les estimulaba a organizarse en sindicatos. Era ésta, evidentemente, una política preventiva, pues entre sus principales propósitos estaba alejar la posibilidad de conmociones sociales.
II
En razón de que el poderío soviético, invadido desde hace más de 40 años por el virus revisionista, se derruyó recientemente cuando la llamada guerra fría ya hacía mucho era más alianza que confrontación, Estados Unidos, al contar con suficiente capacidad económica y comercial, y, sobre todo, al quedar como la superpotencia poseedora de los instrumentos bélicos más poderosos, creyó llegado el momento de realizar su sueño de dominación planetaria. Sin rival equiparable, y acosado por las endemoniadas contradicciones que lo aquejan, como las que se revelaron con la crisis del petróleo en los años setenta, los menguados índices de crecimiento, y el tormento de la inflación que a veces aparece mezclada con la recesión, Estados Unidos desató una ofensiva global para que, sin ninguna consideración con la soberanía de las otras naciones, se le abriesen todos los mercados, se aceptasen los preceptos de un remozado liberalismo para el comercio internacional, y sus criterios políticos y sociales rigieran en los asuntos domésticos del resto de países.
La recolonización es una política a la que los magnates financieros norteamericanos se ven impelidos, sin parar mientes en que la desigualdad en el ingreso sea un fenómeno creciente en el hemisferio occidental, empezando por la propia sociedad norteamericana, que la inestabilidad en las relaciones laborales cunda por doquier y que el desempleo asole a Europa, tierra de duchos guardianes del sistema capitalista. Tampoco les inquietan las implicaciones de que en todas las latitudes sea la esclavitud asalariada la que va mal cuando se dice que el país va mal, al paso que son las elites financieras las que van bien cuando se dice que la economía va bien. Pero, sobre todo, menos parecen advertir que ante tales efectos desastrosos, el proletariado y el resto de destacamentos populares se vean también inexorablemente impelidos a la más tenaz y amplia resistencia, sin duda el ensayo general para «asaltos al cielo» más efectivos y perdurables.
El significado de todas estas actitudes de «inadvertencia y ceguera» es paradójico: los grandes señores del capitalismo imperialista siguen condenados, como lo sentenció Carlos Marx, a crear las propias condiciones de su derrota. Ilusos, ellos subrayan que en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, y posterior a la guerra fría, están viviendo el fin de la historia. El proletariado, por el contrario, sabiendo que en las sociedades de clases siempre se vive entre la posguerra y la preguerra, pone énfasis en que estamos en la época histórica que precede a las decisivas batallas mundiales por su emancipación, un verdadero principio de la historia, los «tiempos interesantes» que soñaba Mao.
III
En lo que constituye un rasgo fundamental de la actual política imperialista, Estados Unidos, en correspondencia con cada uno de los planes e intentos que durante las últimas cinco décadas ha realizado por imponer su supremacía, propulsa y hace aprobar toda una gama de normas para regir las relaciones internacionales, especialmente las económicas y comerciales, así como los organismos pertinentes que velen por su vigilancia y aplicación. Sobra decir que lo que por aberrante no haya alcanzado ese carácter legal, será refrendado por el espíritu propio del derecho anglosajón, según el cual la costumbre se convierte en ley. Lo que es costumbre del imperio se convierte en ley imperialista. ¿Acaso la intervención directa y militar no se blande hoy como un derecho legítimo, incubado en las mismas razones que se tuvieron para las invasiones norteamericanas que asolaron a las naciones de América Latina a lo largo del siglo?
Fenómeno similar ocurre con las medidas, garantías, criterios y prácticas que rigen las relaciones económicas. Una maraña de normas aprobadas en reuniones internacionales, siguiendo la ley del más fuerte. Normas que han terminado por conformar una especie de Constitución imperialista, con sus correspondientes códigos comerciales, civiles y penales, que defienden, legitiman y facilitan la colonización económica. Ahora bien, dentro de ese contexto jurídico universal construido por el imperialismo, las naciones son constreñidas a encajonar armónicamente su Constitución y sus códigos domésticos. De no hacerlo, para decirlo en palabras de los recalcitrantes neoliberales, estarían condenadas al aislamiento y al atraso; quedarían al margen de la corriente de internacionalización, excluidas de la globalización, rezagadas ante los avances tecnológicos. Todo gobierno que no adopte lo que la comunidad financiera considere como políticas económicas responsables, será castigado. Toda política económica nacional debe estar en coordinación con los empeños económicos del imperialismo.
Pero como si no bastase con el conjunto de normas que lo favorece, y que ya tiene un carácter de ley internacional, Washington erige otras unilateralmente y las coloca en la órbita de su seguridad nacional, con lo cual se confiere un título excepcional para intervenir a voluntad en cualquier lugar de la tierra. Y no contento con las organizaciones multilaterales en las que hace predominar sus intereses fundamentales, se ha ingeniado la creación e impulso, cuando no el aprovechamiento, de conocidas organizaciones no gubernamentales, para penetrar e incidir en los más diversos aspectos de la vida social. Es así como lo vemos preocupado y actuante en temas como la ecología, los llamados derechos humanos, la paz y hasta los derechos y reivindicaciones laborales. No se trata simplemente de que el diablo, como siempre, haga hostias. Ni de que, bajo el supuesto de que las ideologías se murieron, menos la de él, meta baza en las contradicciones sociales internas para apuntalar todo lo que disocie y anarquice, todo lo que menoscabe la necesaria unidad nacional. El asunto es que el imperialismo, cual hidra contemporánea, presenta diez mil rostros que necesitan ser reconocidos y, lo que es aún más importante, combatidos. Llegará el momento en que si esa hidra pretende, al igual que la de la mitología helénica, tener una cabeza inmortal, la espada de la clase obrera se la cortará de un tajo.
Si en el plano internacional la aplicación de políticas económicas de naturaleza imperialista exige el chantaje o, en su defecto, un crudo intervencionismo, a nivel nacional precisa de la antidemocracia y la represión. De allí que a la implantación de esas políticas le sea connatural el fascismo, esa constante del imperialismo. Cuestión que sin duda originará en su contra un tercer combate de la clase obrera y los pueblos que abarcará todos los confines de la tierra. En tal confrontación ya estamos inscritos los moiristas. Será una lucha formidable e histórica, cuyo desenlace victorioso constituirá la más vibrante oda a la alegría para la humanidad.
Camaradas y amigos:
Ante la actual política imperialista, la que el siempre esclarecido compañero Francisco Mosquera calificó como una «extorsión descarnada, cruda, y sin miramiento alguno», que exige el endurecimiento de la «dictadura burguesa de los vendepatria», no nos cansemos de reiterar que nuestro redoblado pregón de ¡resistencia!, es la guía, y será la acción.
IV
Estamos ante el hecho de que, aherrojadas entre la alambrada de las disposiciones jurídicas mencionadas antes, a las naciones se las presenta sumidas en la fatalidad de un orden internacional que las imposibilita para responder en defensa de su soberanía y autodeterminación. Para tratar de excusar su mansedad ante Estados Unidos, tal presentación es asumida como cierta en Colombia por gente carente de dignidad como Ernesto Samper y sus ministros, o gente rebosante de cinismo como casi todos los presidentes de los gremios y buen número de miembros de la llamada clase política. Individuos cuyos gestos y acciones de entrega quieren hacerlos aparecer como la única conducta posible, la posición «sensata y viable». En semejante catálogo de actitudes caben: los aspavientos airados de Samper frente al acoso de la Casa Blanca, que le han servido para ambientar sus vergonzosas concesiones; las explicaciones y ruegos ante congresistas norteamericanos por parte de ministros y dirigentes políticos y gremiales, actividades que bajo la denominación de hacer lobby son simple chalanería por el establo parlamentario de Washington con los intereses de la nación; los tristes debates en el Congreso, donde la ejemplar altivez patriótica de un puñado ha permitido apreciar al desnudo el colaboracionismo de la mayoría de senadores y representantes al aprobar leyes regresivas y reaccionarias exigidas por la potencia norteamericana y, por último, aunque bien podría ser lo primero, caben también los malabares, entre dichos y coplas escamoteados a la sabiduría popular, del ex ministro Serpa para irse despojando de todas las posiciones que, por retóricas, se pudiesen haber malentendido como opuestas al chantaje yanqui.
Debe advertirse que junto a las conductas colaboracionistas que tienen algunos visos vergonzantes, aún persisten las traiciones de César Gaviria, con su gavirismo y sus gaviristas, la renombrada panda de Los Andes, que cumplieron el tétrico papel de adecuar el país en todos los órdenes para que operaran eficazmente los novísimos medios de dominación imperialista. Son una especie de eunucos, dulces castrados de todo patriotismo y democracia, que custodian los más refinados intereses de los magnates internacionales. Agazapados durante los últimos tres años en instituciones financieras, políticas, diplomáticas y académicas ligadas a los centros estadounidenses de poder, ya empiezan a salir, confiando sin duda en que, como antes, en medio de sus paparruchas, periodistas diestros por siniestros les convertirán su degeneración política en moderno atractivo.
Merece mención una de las últimas salidas de López Michelsen, célebre por haber sido el presidente del mandato de hambre, demagogia y represión, sabio en menesteres y sofismas liberales, quien en su calidad de anciano brujo se ha convertido en consultor de los gobernantes de turno. Sin duda después de una lectura no de los escritos de Marx sino de alguna novela sobre ellos, hace varias semanas López se entregó con su acostumbrado gozo a especular sobre presuntas equivocaciones del marxismo y, como si con ello hubiera espantado un histórico fantasma, procedió luego, fresco, al gran descubrimiento de que tanto en Colombia como en América Latina la riqueza sigue concentrándose en un minúsculo grupo social.
Dentro de esta lógica, tan típica de López y tan imitada por otros liberales astutos en desatenderse del principal problema que enfrenta la nación, o en confundirlo, podemos esperar novísimas refutaciones de lo expresado por Lenin y Mao, antes de que alcancemos a saber sobre su descubrimiento de que el imperialismo existe, y que es nefasto.
El alto riesgo en que se ha colocado a Colombia se puede comprender más a fondo al observar los candidatos que han surgido para ocupar la próxima presidencia.
Desde Valdivieso, quien convirtió la Fiscalía en guarida de una tenebrosa inquisición política para perseguir a quienes eran señalados por Gelbard y Gaviria desde Washington, pasando por Pastrana, Sanín y Santos, hasta llegar a Serpa, que ahora apoya la extradición y ofrece su hoja de vida para que se examine su aquiescencia con la gran potencia, todos a una aceptando la política neoliberal y el intervencionismo de los Estados Unidos, así como la agenda de colonización que ha trazado para el país, es decir, la ruina de la patria. Washington tiene abiertas todas las opciones: entre ese grupo de favorecedores escogerá su favorito.
No es extraño, entonces, que en una situación tan comprometida para la nación, el MOIR haya decidido como contenido principal de la campaña electoral la denuncia más amplia y vigorosa contra la actual política norteamericana y contra los vendepatria.
Y que para esa labor en la capital de la República haya conformado una lista con algunos de sus mejores voceros, incluidos dirigentes sindicales, verdaderos comandantes de luchas obreras, que ahora extienden su actividad pública a todos los sectores populares para difundir allí el liderazgo correcto y firme que precisan Colombia y la revolución.
Camaradas Jesús Bernal, Eberto López, Aldo Cadena, Francisco Cabrera, Alvaro Morales, Lilia Avella, Fabio Arias, Alfonso Lorza y demás integrantes de la lista al Concejo de Bogotá: esta noche ponemos en sus fiables manos la bandera roja y antiimperialista del MOIR. Hagan que cada día más y más sectores de las masas la conviertan en enseña de sus más altas y sentidas aspiraciones.
Muchas gracias.